«La ocupación militar de Jerusalem la sufren los palestinos, conscientes del apoyo que el Occidente cristiano da a Israel. ‘Nuestros lugares sagrados’ a cambio de materias primas»
La Vía Dolorosa es una calle estrecha que atraviesa el viejo Jerusalem de Este a Oeste. Cubierta con losas de piedra gastada y apretada en sus flancos por edificios no muy altos, pero significativos y antiguos, va desde la Puerta de los Leones que mira, desde la parte Este de la muralla que circunvala Jerusalem, al Monte de los Olivos, a la iglesia de la tumba de la Virgen María y a tantos lugares emblemáticos. Comienza en su inicio con un pequeño monumento en homenaje a las estaciones del Vía Crucis y, después de recorrer toda la parte Norte de la Explanada de las Mezquitas, continua hasta hacer un quiebro en el cruce con la calle El-Wad que desciende de la Puerta de Damasco, para seguir hacia el Oeste y acabar, no muy lejos, entre la Puerta de Haffa y la Puerta Nueva, al lado del Santo Sepulcro y de varias iglesias de otras tantas religiones y ritos.
La Vía Dolorosa, llena de gente -palestinos árabes en su mayoría- abarrotan esta calle, y todas las que en ella desembocan, custodiadas -invadidas- por desafiantes militares y policías israelíes armados con sus fusiles ametralladores absolutamente desproporcionados, porras, cartucheras, chaleco antibalas, walki talki y no sé cuantos cacharros más de intimidación o puede que de manifestación del poder que la gente no les reconoce, pues los ignoran. A las patrullas que continuamente aseguran la ocupación y «controlan el orden» hay que sumar los puestos fijos de guardia y las numerosas cámaras de «seguridad» que como Gran Hermano todo lo ven y todo lo gravan. La demostración de poder continúa con la proliferación de banderas israelíes dónde no hay más que palestinos, de quiénes no ondea ni una sola bandera.
Sirva de consuelo a los palestinos, que en su viejo Jerusalem se respira mucha más tranquilidad y, en el ambiente, no flota más que la parsimonia y la sin prisa de sus gentes y el bullicio de los vendedores gritando lo barato y bueno de sus frutas y verduras. Mientras que, en los barrios judíos de Jerusalem, hay más controles y más tensión, y desde luego, menos vida y bullicio. La mala conciencia y la ocupación tienen su precio y pasan, claro está, su factura. El ocupado, como ya lo está, puede que no esté a gusto, pero ya no le pueden robar más, ni humillar más, entonces, ¿a qué y a quién ha de tener miedo? Sólo a que le maten de hambre y miseria, que es lo que están haciendo.
La Vía Dolorosa, ocupada militarmente, le duele más a los palestinos que a los cristianos. La sufren los palestinos que, sin la menor duda, son conscientes de la connivencia que el mundo Occidental cristiano tiene con los ocupantes y con la ocupación de la que son colaboradores necesarios y, desde luego, responsables.
En Jerusalem no hay choque de civilizaciones, los lugares más santos y más sagrados de nuestro mundo Occidental cristiano, están militarizados, pero allí no hay materias primas, y nada que puedan robar que no sea la identidad espiritual y religiosa, pero claro, éstas no están sólo en las cosas y en los bienes de los alrededores, alegarán pues, que siempre podremos rezar en otro lado mientras tengamos los recursos y el valor y poder que les confieren.
Se puede rezar en los bancos o en la bolsa, ante las pantallas y ante los tableros electrónicos dónde los números de las cotizaciones de las materias primas son como un rezo, como una letanía. ¿Habrá versículos más hermosos y salmos más bellos que los contenidos en esos tableros llenos de filas y de columnas con letras y números con el precio de los valores cotizados que se mecen en el aire fresco cada mañana? No, no hay cosa tan agradable ni tan reconfortante.
Aseguremos bien esto que lo demás se nos dará por añadidura. ¿Qué importan los símbolos, qué importan los lugares sagrados cuando tenemos la esencia de sus recursos: las materias primas?. ¿Qué otra cosa es y significa si no, todo esto?