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Sobre la nueva emigración asturiana y la nostalgia

Fuentes: Rebelión

Sobre la nueva emigración asturiana y la nostalgia «Saber que to patria siempre queda aende: ellí onde tu nun tas» Xuan Bello I Según CC.OO., entre 2001 y 2002 emigraron 18.000 jóvenes asturianos. De acuerdo con un estudio del INEM, entre 2000 y 2004 Asturias fue una de las comunidades autónomas que más trabajadores exportaron, […]

Sobre la nueva emigración asturiana y la nostalgia

«Saber que to patria
siempre queda aende:
ellí onde tu nun tas»
Xuan Bello

I

Según CC.OO., entre 2001 y 2002 emigraron 18.000 jóvenes asturianos. De acuerdo con un estudio del INEM, entre 2000 y 2004 Asturias fue una de las comunidades autónomas que más trabajadores exportaron, y no sólo titulados universitarios, como suele pensarse, sino también personas con estudios de bachillerato y formación profesional. En 2004 los asturianos firmaron más de 34.000 contratos fuera de su región. Al mismo tiempo, Asturias es una de las comunidades que menos trabajadores foráneos recibe.

El informe sobre la empleabilidad de los titulados universitarios en Asturias presentado en junio de 2004 por el Departamento de Economía de la Universidad de Oviedo revelaba que el 72 % de licenciados por esta Universidad reside en la región. Al presidente autonómico el porcentaje le pareció alto y declaró que el éxodo de los jóvenes titulados fuera de Asturias es una «leyenda urbana». Las críticas del partido de la oposición tan oportunistas como cabría esperar , de los socios de gobierno y de los sindicatos no se demoraron, como tampoco la reacción de la asociación Asturianos en Madrid (ASMA), que obligó a una cierta rectificación por parte del presidente. El aluvión de cartas al director firmadas por «leyendas urbanas» fue considerable, y el debate en algunos foros de Internet aún colea. Algunas declaraciones de quienes vieron el informe con ojos optimistas fueron particularmente hirientes, como aquella según la cual «los mejores se quedan en Asturias».

El emigrante asturiano actual es alguien de entre 25 y 35 años, y su localidad de destino es Madrid. Ocupa puestos de becario o se acoge a algún contrato temporal pero con visos de permanencia en alguna empresa, donde cubre un puesto relacionado con su formación y sus aspiraciones profesionales. Si tiene suerte y trabaja más de lo que debería, se consolidará en el «mercado laboral» y podrá sustituir su piso de alquiler compartido por la propiedad de un apartamento pequeño y desvencijado («a reformar») dentro del perímetro de la M-30, o la de un piso situado en alguna localidad satélite a una hora de su trabajo, aunque en ambos casos destinará la mitad de su salario a la hipoteca.

Es evidente que esta emigración no puede compararse con la que proliferó a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX, cuando muchos se fueron a América del sur o, más tarde, a países de la Europa próspera, con la intención de hacer fortuna o simplemente de buscarse la vida. Pero hay quien duda de que la emigración asturiana actual pueda denominarse siquiera emigración. Los desplazados actuales, que forman parte de las capas medias o medias-altas de la sociedad, no desempeñan penosos trabajos manuales, por lo que su holgada forma de vida no les daría derecho al sentimiento de desarraigo, tan típico del emigrado. Además, puesto que la mayor parte de ellos se han trasladado a otras regiones españolas, no son emigrantes en sentido estricto, pues no han cambiado de país. (Sin embargo, siempre se han llamado emigrantes los andaluces en Cataluña, o los propios asturianos que en el siglo XIX iban a Madrid a trabajar de serenos o criadas.)

Claro que las discusiones terminológicas (¿lo de ahora es emigración o no?) sirven sólo para esquivar los problemas reales. En este caso, el problema es el de una región que invierte sus recursos en cualificar a personas cuya formación, después, revierte en otras zonas del Estado español.

II

Al margen de toda la retórica sobre el orgullo con que Asturias debe contemplar a los emigrados que «triunfaron» abundante en la página web de la Agencia Asturiana de Emigración , lo cierto es que la emigración clásica, ya fuera exterior (Argentina, Cuba, Bélgica…) o interior (Madrid, Castilla…), se veía como un mal, es decir, como algo que, si hubiera sido posible, debería haberse evitado. Ahora, en cambio, se combinan dos ideologías que celebran la emigración (o la «movilidad»), y que a menudo se expresan en términos un tanto ofensivos para los emigrados que se consideran como tales.

1.- Por un lado, en un mundo en que casi nadie cuestiona la ideología neoliberal, ya no se habla de emigración sino de «movilidad laboral». El día 9 de este mismo mes escribía en La Nueva Epaña Graciano Torre, consejero de Industria y Empleo del gobierno socialista del Principado, y plenamente acomodado en la sociedad capitalista de nuestros días. Decía que que el mercado laboral «es de ámbito estatal o incluso europeo», y se refería en términos elogiosos a la «movilidad geográfica» de unos jóvenes de «mentalidad dinámica y apeturista».

No hace falta subrayar que «movilidad laboral» es un eufemismo referido a la mano de obra (cualificada o no) que opta por buscar fuera de Asturias un medio de subsistencia que no encuentra dentro de ella. Nadie se va, por supuesto, escapando del hambre, pero es que nunca o casi nunca hizo falta salir de Asturias para no pasar hambre: siempre se salió en busca de mejores condiciones de vida, aunque es obvio que ahora las aspiraciones materiales y profesionales son de otra clase. De todos modos, el grado de voluntariedad de los emigrados es irrelevante a la hora de analizar las condiciones en virtud de las cuales se produce la emigración. Salvo en casos de exilio forzoso como el de los refugiados o los perseguidos políticamente, quienes se marchan siempre lo hacen, en alguna medida, de modo voluntario.

2.- Por otro lado, en un Estado donde los nacionalismos (salvo el español) están mál vistos a derecha e izquierda, el hecho de que la emigración sea «interior», dentro de España, la convierte en invisible, en algo que ni siquiera es emigración. Sólo lo es desde el punto de vista de los propios emigrados, que se consideran como tales por el simple motivo de que añoran su tierra y volverían a ella si pudieran. Pero la nostalgia es vista por muchos, a lo sumo, como un sentimiento anecdótico que forma parte del carácter de los asturianos del mismo modo que el hórreo forma parte del paisaje o la fabada de la dieta. Los centros asturianos y las asociaciones que han fundado los nuevos emigrados, como ASMA, se contemplan incluso con simpatía, como tipismos. Sin embargo, no se toma en serio un sentimiento tan inseparable de la emigración como la nostalgia. Una de las participantes el foro sobre la nueva emigración asturiana abierto en el sitio web de la recién creada ASUSA (Asturianos en USA) suelta lindezas como las siguientes (cursivas mías): «[La definición de ‘emigrar’ que estipula el diccionario] excluye automáticamente a todos los asturianos que trabajan en Madrid o en cualquier otra parte de España. En Asturias se ha convertido ya en costumbre que los partidos de la oposición y los jóvenes mimados en general culpen al actual gobierno socialdemócrata de la ‘emigración’ de jóvenes con estudios universitarios a otras regiones de España. […] Mis padres (y yo) fuimos emigrantes de los de verdad como vuestros abuelos, y no como los chicos criados en la molicie de la sociedad del mínimo esfuerzo, que en realidad son viajeros de cercanías, ya que vuelven a casa de sus padres todos los fines de semana, incapaces de hacer nuevas amistades donde trabajan y de vivir por su cuenta […]. Me ofende y me irrita que esta generación autoindulgente que no saben nada de sacrificios y penalidades utilicen el término ‘emigración’ para referirse a su situación despreocupada«. A esta chica tan sensible que curiosamente vive en Gijón le ofende que algunos asturianos que viviríamos en Asturias si tuviéramos las mismas condiciones laborales que hemos encontrado en otros lugares de España (e incluso un poco peores) deseemos tener derecho, al menos, a la nostalgia, que a nadie molesta más que a quien la experimenta (y, según parece, a ella). Le irrita que compartamos con los emigrantes «de los de verdad» ese sentimiento, aunque nunca se nos haya pasado por la cabeza equipararnos a los que cruzan el Estrecho a bordo de una patera. Y, por lo visto, le ofende que consideremos como un «mínimo esfuerzo» cosas como peregrinar por calles sucias en busca de apartamentos con cucarachas en cuyo alquiler dejar la mitad de los ingresos mensuales.

El caso es que con frecuencia se ve como ridícula no ya la nostalgia, sino incluso el propio sentimiento de emigrados que tenemos la mayoría de quienes hemos salido a trabajar fuera de Asturias. Gustavo Bueno, a quien se le podrán achacar muchas cosas excepto los pelos en la lengua, lo dijo con claridad no hace mucho tiempo: «si alguien se desplaza a Sevilla y se siente desterrado lo mejor es que acuda al psiquiatra […]. La morriña es un fenómeno absolutamente artificial; la civilización está por encima de limitaciones geográficas» (La Nueva España, 17/04/05). Lo curioso es que un filósofo como este, tan despectivo con todo lo que suene a psicológico, a subjetivo, no dude en figurar como patrono de honor de la Fundación para la Defensa de la Nación Española, en cuya presentación, disponible en Internet, leemos frases tan alejadas de lo psicológico como las siguientes (cursivas mías): «[el patriotismo español es] un sentimiento natural y sano sólo equiparable a un sentir tan noble como el amor a la propia familia «; «la actitud patriótica se funda en la conciencia de pertenecer a una gran Nación».

Es revelador que suelan respetarse y hasta tenerse por patrióticos los sentimientos de añoranza cuando se refieren a España y no a la «patria chica». Pensemos, por ejemplo, en la expesión popular de esos sentimientos en las canciones interpretadas por Antonio Molina («como en España, ni hablar»). Nadie cuestiona el derecho de un sevillano a sentir nostalgia de España en Bruselas, pongamos por caso, pero muchos se mofan del asturiano o del gallego que sienten nostalgia de sus regiones en Madrid o en Ciudad Real. Y a menudo esa mofa va unida a una mezcla bastante confusa de cosmopolitismo progresista y de ideología neoliberal. Una buena muestra son las declaraciones que «contra el pesimismo asturiano» aparecieron en un par de reportajes de La Nueva España, así titulados, en abril del año pasado, destinados a recordar a los jóvenes que «el planeta no se acaba en Pajares». Pertenecen a «destacados profesores» foráneos afincados en la universidad asturiana (no parece que la vida allí les disguste demasiado). De sus bocas salen, referidas a la emigración, expresiones como «experiencia enriquecedora» (frente al «aldeanismo»), «el mundo es muy grande», «es positivo respirar otros aires», «triunfar», «vivimos en la aldea global», «el mundo no se acaba aquí» (esto lo dice un oscense que declara no haber encontrado mejor lugar para vivir que Asturias), «la movilidad es buena y deseable», «Asturias no es el ombligo del mundo», «hay que adaptarse a un mercado nacional o, mejor, internacional y europeo».

En fin, la mano de obra, las personas, son una mercancía como otra cualquiera, y es bueno que circule en tiempos de la globalización. Ya no hay emigración, sino movilidad laboral. Los sentimientos de arraigo o de gusto por una determinada calidad de vida son superficiales, irrelevantes: las personas no son sujetos con sentimientos y expectativas, sino mano de obra que, si acaso, puede tener la expectativa de triunfar.

Los que no aspiramos al triunfo porque no nos creemos la palabrería del individualismo ni la meritocracia, los que sólo aspiramos a hacer lo mejor posible nuestro trabajo sin buscar glorias ni reconocimeinto social o económico, sólo pedimos que respeten nuesto sentimiento de nostalgia. Habrá asturianos que se van fuera de su región a «hacer los madriles» y habrá quienes se crean los nuevos Severo Ochoa. Mejor para ellos. Los demás, la gran masa silenciosa, parece que no sólo no podemos echar de menos una calidad de vida que bien disfrutan personas como los «destacados profesores» antes mencionados, sino que tenemos que dar las gracias a la situación socioeconómica del Principado por la oportunidad que nos ha brindado para que nos aireemos, conozcamos el mundo y esparzamos por él las semillas de nuestro talento. Estos tipos se han creído la palabrería del cosmopolitismo, se han creído que se puede ser de ningún lugar («la civilización está por encima de limitaciones geográficas»), y se han creído que, por definición, la tierra que uno siente como propia es más cerrada, más provinciana, que aquella a donde ha ido a trabajar.

Los titulados asturianos se van porque su tierra natal los desaprovecha. Alentar ese desaprovechamiento en nombre de un cosmopolitismo vacío es, en el fondo, propio de paletos, de quienes creen que lo de fuera es siempre lo mejor. Los cantos a la excelencia científica y a la competitividad, tan comunes entre quienes celebran el éxodo de titulados universitarios, olvidan que la ciencia, como cualquier empresa colectiva, se nutre del trabajo callado de cientos de personas la mayoría de las cuales ocupan puestos tan anónimos como necesarios, mucho más necesarios que unos cargos de relumbrón y unos premios que sólo sirven para alimentar la vanidad y la imagen elitista de la Universidad.

III

Tanto la derecha como parte de la izquierda insisten en la idea de que las reivindicaciones de los nacionalistas vascos y catalanes son insolidarias con el resto de comunidades del Estado español. En Asturias podemos estar orgullosos de nuestra actitud solidaria, pues somos tan generosos como para ofrecer mano de obra barata («mileuristas» se han dado en llamar en atención a su sueldo mensual) y sin embargo especializada a las regiones de España donde el desarrollo económico se basa, en buena parte, en la explotación en condiciones de semiesclavitud de la mano de obra no cualificada que proporcionan los inmigrantes marroquíes, subsaharianos y suramericanos. Asturias es la segunda comunidad autónoma española con más alumnos que acaban el bachillerato, una de las que invierte más dinero por alumno y tiene mejor proporción de alumnos por profesor. El procentaje de titulados universitarios supera la media española, sobre todo si atendemos a la franja de edad entre 25 y 29 años. Sin embargo, Asturias es una de las cinco regiones españolas con menor oferta de empleo cualificado. Está claro qué hay que hacer con los titulados sobrantes: trasvasarlos, como el agua.

La nueva emigración asturiana no puede entenderse sin tener en cuenta el contexto sociopolítico y económico de la región desde la mal llamada reconversión industrial y agraria de los años 80. Las estrategias geopolíticas de los gobiernos centrales respecto a la prioridad de los ejes de desarrollo en el territorio peninsular, y la aquiescencia de los gobiernos autonómicos con las mismas, terminaron por dar lugar, a pesar de todas las protestas en las calles de Gijón y en los valles mineros convenientemente acalladas por los antidisturbios y las prejubilaciones , a un escenario como el actual, donde el eslógan turístico del «paraíso natural» ha terminado por dar la razón a quienes, con ojos de turistas de la España árida y mesetaria, ven Asturias como una mezcla del país de cuento de hadas (hasta tenemos princesa) y la tierra de la abundancia gastronómica: un lugar para veranear, no para trabajar. Una consejera del actual gobierno ha llegado a decir, con el orgullo de quien no sabe lo que dice, que Asturias será pronto un parque temático.

La estrategia es perfecta. La mano de obra sobrante emigra. El mercado laboral asturiano se basa cada vez más en la empresa privada, que ya supera el 50 % de los puestos de trabajo («la empresa privada es la gran esperanza de Asturias», leíamos hace poco en un periódico regional). Los trabajadores, en consecuencia, están domesticados, habituados a la contratación en precario, a las ETTs y al sálvese quien pueda. La economía se vuelca en el negocio inmobiliario y en el sector servicios, que juntos ya soportan la mayor parte de la estructura económica de Asturias.

De este modo, la vida el Principado se parecerá cada vez más a la de una gran urbe como Madrid. Algunos geógrafos, que quizá se mueren de ganas de disfrutar de su chalet adosado y pasar los fines de semana en centros comerciales, ya han bautizado proféticamente a la futura gran ciudad del centro de la región: «Ciudad Astur». Casi toda la población se concentrará entre Avilés, Gijón y Oviedo (ya lo está el 80 %), un triángulo surcado de autopistas y salpicado de grandes superficies comerciales y «de ocio» (Asturias es la segunda comunidad autónoma donde más centros comerciales se han abierto). Las alas el oriente y el occidente servirán como segundas residencias para los habitantes más pudientes de Ciudad Astur o para los veraneantes (algunos campos de golf recientemente inaugurados cuentan con más de la mitad de socios madrileños). En los municipios costeros del oriente hay planes para construir un número de viviendas mayor que el de los habitantes que tienen actualmente. También se seguirán abriendo grandes museos donde quizá encuentre trabajo alguno de los últimos lugareños de las zonas rurales, que mostrará, ataviado con el traje regional, cómo se cata una vaca o cómo se construye una vara de hierba, igual que lo haría el nativo de una tribu exótica. Por supuesto, a mucha gente le gusta ese modelo, y muchos urbanitas de Ciudad Astur visitarán los museos y acudirán en sus todo terreno a los parques naturales cercados por autopistas, y degustarán los «productos naturales» de calidad preparados para una minoría de consumidores selectos. Lástima que, si se ajusta a ese modelo, Asturias acabe siendo una parodia de sí misma. A lo mejor hasta el cambio climático colabora en acercanos al Mediterráneo. Entonces quizá el círculo se cierre y ya no haya lugar del que tener nostalgia.