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La tragedia de Valencia

Fuentes: Rebelión

Unos dirán que, lejos de escandalizarnos, como los que no tienen fe, Dios trata así a sus elegidos, como le reveló a Santa Teresa cuando ésta se le quejó por haberse roto un hueso en un accidente. Otros, en cambio, pensarán que el mejor homenaje a las víctimas es buscar sus causas evitables y ponerles […]

Unos dirán que, lejos de escandalizarnos, como los que no tienen fe, Dios trata así a sus elegidos, como le reveló a Santa Teresa cuando ésta se le quejó por haberse roto un hueso en un accidente. Otros, en cambio, pensarán que el mejor homenaje a las víctimas es buscar sus causas evitables y ponerles remedio para el futuro. En todo caso, parece difícil negar que el número de muertos en el accidente de Metro de Valencia habría sido menor si el tráfico de superficie no hubiera estado limitado por los cortes relativos a la próxima visita del Papa.

A esto quizás habría que añadir, según denuncia de los sindicatos valencianos, la poca preocupación por el mantenimiento del Metro por parte de las autoridades, cuya atención y recursos están tan extraordinariamente polarizados por esa visita; o, si este accidente se debe también o exclusivamente al exceso de velocidad, como dicen ciertas autoridades, esté originados por los problemas extraordinarios del conductor, que sin duda conocía el recorrido, pero que ahora estaría quizá -repito, quizá- muy preocupado por los cambios de servicios que dicha inminente visita papal necesariamente implicaban para su vida.

Conforme a su ideología, pues, unos considerarán que el hecho se resuelve en un mayor número de personas llevadas antes al cielo con más meritos; para otros, la tragedia toda entera o, al menos, el mayor número de víctimas mortales y heridos -valencianos y peregrinos- son la consecuencia de una excesiva polarización por parte de los responsables oficiales en un acontecimiento que, muy lejos del espíritu evangélico, está concebido como un desproporcionado macroespectáculo destinado, según a veces se tiene el descaro de admitir, a promover determinados intereses económicos y políticos.