Traducido del inglés para Rebelión por S Seguí
Fue para mí un instante de espeluznante revelación.
Estaba escuchando uno de los discursos diarios de nuestro Primer Ministro. Decía: «¡Somos un pueblo maravilloso!» Decía: «Ya hemos ganado esta guerra; esta es la mayor victoria de la historia de nuestro Estado.» Decía: «Hemos cambiado la faz de Oriente Próximo». Y cosas por el estilo.
Bueno, me dije, ahí tenemos a Olmert.
Lo conozco desde que tenía poco más de veinte años. En esa época, yo era miembro del Parlamento israelí, el Knesset, y Olmert era el que le llevaba la cartera, literalmente, a otro miembro. Desde entonces he seguido su carrera. Nunca ha sido otra cosa que un funcionario de partido, un político de tres al cuarto experto en manipulación, un demagogo como tantos otros. A lo largo de su carrera, ha cambiado de partido varias veces y ha sido comandante del ejército en la parte más baja del escalafón, hasta que se aupó al tren electoral de Ariel Sharon. Más o menos por accidente consiguió el hueco título de viceprimer ministro, y cuando Sharon sufrió el derrame cerebral sucedió algo que pilló a Olmert por sorpresa: se convirtió en Primer Ministro.
Durante toda su carrera ha sido un cínico sin fisuras; básicamente, estamos ante un derechista que tiende a presentarse como progresista cuando tiene ante sí a personas de izquierdas.
Así que, me dije, es sólo otro discurso lleno de cinismo. Pero, de repente, un horroroso pensamiento me sacudió: ¡No puede ser, este tipo se cree lo que está diciendo! Aunque sea difícil de imaginarlo, parece que Olmert cree sinceramente que esta guerra está teniendo éxito. Que él la está ganando. Que él ha cambiado radicalmente la situación de Israel. Que él está construyendo un Nuevo Oriente Próximo. Que él es un líder histórico, muy superior a Ariel Sharon (que, a fin de cuentas, fue derrotado en Líbano y permitió a Hezbolá conseguir su arsenal de cohetes). Que cuanto más le permitan proseguir la guerra, más estatura histórica conseguirá.
Es evidente que Ehud Olmert se ha divorciado de la realidad y vive en una burbuja, en soledad total. Sus discursos muestran que tiene un problema muy real.
De todos los peligros a que se enfrenta Israel en estos momentos, éste es el más amenazador. Y la razón es, simplemente, que este hombre está decidiendo la suerte de millones de personas: quién va a morir, quién va a convertirse en un refugiado y a quién se le va a convertir su mundo en escombros.
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Pero los problemas de megalomanía de Olmert son insignificantes, comparados con lo que le ha sucedido a Amir Peretz.
Hace exactamente nueve meses, tras su elección como presidente del Partido Laborista, Peretz echó un discurso en la plaza Rabin de Tel Aviv en el que reveló su sueño: que en la tierra de nadie entre Israel y la franja de Gaza se construyera un terreno de fútbol, y que en él se celebrara un encuentro entre los niños israelís de Siderot y los niños palestinos de la cercana Bet-Hanoun. Vamos, una especie de Martin Luther King israelí.
Nueve meses más tarde, nos ha nacido un monstruo.
En la campaña de las elecciones legislativas, Peretz se presentó como un revolucionario social. Anunció que le cambiaría la cara a la sociedad israelí; que establecería nuevas prioridades nacionales; que reduciría el presupuesto militar en miles de millones, para invertirlos en educación, bienestar social y medidas destinadas a reducir las crecientes diferencias entre ricos y pobres. Y, en tanto que veterano pacifista, conseguiría, por supuesto, la paz con los palestinos y con el mundo árabe en general.
Con estos objetivos consiguió los votos de muchos ciudadanos, entre otros los de muchos que normalmente no votarían al Partido Socialista.
La continuación es ya historia. Se dejó engatusar cuando Olmert le ofreció el Ministerio de Defensa, éste todavía en su faceta de Olmert el cínico. Sabía, como todos nosotros, que Peretz iba a caer en una trampa, que como civil de a pie sin experiencia militar de peso iba a ser presa fácil de los generales. Pero Peretz no se arrugó. El objetivo supremo de su vida es llegar a ser primer ministro, y para convertirse en un candidato creíble consideró que debía presentarse como experto en asuntos de seguridad. Desde aquel momento, Peretz se convirtió en un belicista rabioso. No sólo apoyó todas las exigencias de los generales, no sólo actuó como portavoz de éstos, sino que también contribuyó a precipitar a Israel en la guerra, y desde entonces ha seguido exigiendo que sigan las operaciones, en profundidad y amplitud, que se mate a más gente, que se destruya más, que se ocupe más. Incluso llegó a declarar, en una ocasión, «Nasralá no olvidará nunca el nombre de Amir Peretz»… como un niño mal criado que escribe su nombre en una atracción turística.
En la actualidad, está intentando ser más extremista incluso que Olmert. Mientras que el Primer Ministro teme continuar el avance, por el riesgo de que muchas bajas debidas a los cohetes y a la batalla por tierra puedan oscurecer el brillo de su victoria, Peretz quiere llegar hasta el río Litani a cualquier precio. No hay otro modo: si uno desea ser primer ministro, ha de marchar sobre una serie de cadáveres.
Así, nos ha nacido un monstruo. Es como en «El bebé de Rosemary».
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Hoy, después de casi un mes de guerra, podemos establecer un balance provisional. ¿Cuáles eran los objetivos? ¿Cuáles son los resultados?
«Destruir Hezbolá».
Nadie lo hubiera creído, pero cuatro semanas después, Hezbolá sigue en pie y continúa luchando. Unos pocos miles de combatientes hacen frente al quinto ejército más potente del mundo. Ya nadie habla de eliminar a Hezbolá. Ni Olmert, ni Peretz, ni siquiera Dan Halutz, el tercer ángulo de este triángulo inicuo.
«Debilitar Hezbolá» Se trata de una versión aguada del primer objetivo. Es más conveniente, porque no puede medirse. Después de todo, en toda guerra ambas partes quedan debilitadas. Las personas sufren muerte y heridas; algunas armas quedan destruidas y algunas instalaciones demolidas. Pero, mientas el ejército israelí puede movilizar una división tras otra y los Estados Unidos nos siguen suministrando con diligencia más bombas, ¿podrá Hezbolá absorber estas pérdidas?
Nadie sabe cuántos combatientes ha perdido esa organización. El ejército israelí presenta algunas estimaciones que no puede probar. Los libaneses hablan de muchos menos, y tampoco puede probarlo.
Pero eso no es lo más importante. Una organización como Hezbolá no tiene problema alguno en conseguir más y más voluntarios para esta «guerra santa». Sean cuales sean sus pérdidas, después de la guerra la organización formará a tantos nuevos combatientes como sean necesarios. Sus arsenales serán repuestos, con las nuevas armas que reciba de Irán y Siria. La frontera es extensa y es imposible hacerla impenetrable.
«Echar Hezbolá de la frontera» He aquí un objetivo rebajado, una vez que se ha demostrado que los dos anteriores son inalcanzables. Tampoco se ha realizado todavía, y nunca lo será, porque es también inalcanzable. La mayor parte de los combatientes de Hezbolá son jóvenes de las aldeas y ciudades del Líbano meridional. Seguirán allí, abierta o clandestinamente. No hay fuerza internacional capaz de impedirlo, y desde luego tampoco el ejército de Líbano.
Es posible desplazar los cohetes más al Norte. Pero, ¿cuántos kilómetros? ¿Diez? ¿Veinte? En cualquier caso, ello no hace desaparecer las amenazas que pesan sobre Nahariya, Haifa y Tel Aviv, especialmente si tenemos en cuenta que el radio de acción de los misiles tiende a aumentar con el tiempo, a medida que llegan nuevos modelos, más avanzados.
«Matar a Hasán Nasralá» En estos momentos, al parecer, las noticias de su muerte eran exageradas, parafraseando a Mark Twain. Es cierto que en una especie de parodia de la operación de Entebbe, un tal Nasralá fue sacado de su cama en un hospital de Baalbek; lástima que no fuera el verdadero Hasán Nasralá.
Entretanto, el auténtico Nasralá florece. En comparación con los anquilosados discursos de Olmert, con sus inagotables clichés y sus puñetazos en la mesa, el líder de Hezbolá se presenta como un orador sobrio, comedido y, en su mayor parte, creíble.
«Devolver al ejército israelí la capacidad disuasoria.»
Nadie duda de la calidad y profesionalidad del ejército israelí, capaz de derrotar a otros ejércitos regulares. Pero esta guerra está demostrando que no es capaz de alcanzar una decisión militar similar contra una organización guerrillera bien organizada y formada por combatientes decididos. Dado que Hezbolá sigue vivito y coleante después de cuatro semanas, la capacidad disuasoria del ejército israelí ya se ha resquebrajado, pase lo que pase a partir de ahora.
Desde este punto de vista, la guerra la dañado la seguridad de Israel. Ha demostrado que la retaguardia israelí está expuesta, que los combatientes de Hezbolá no son inferiores a los soldados israelís, que no es una guerra «de luxe», y que la Fuerza Aérea no puede ganarla, sin fuerzas terrestre. Ni siquiera en circunstancias ideales, cuando el otro lado no dispone de una defensa antiaérea digna de este nombre.
Algunos se conforman con la idea de que «los árabes han visto que estamos chiflados». Que reaccionamos a una pequeña provocación local con una orgía de muerte y destrucción, destrucción de un país entero, en una especie de locura nacional colectiva. Pero la locura colectiva no constituye una política, ni resuelve problemas. Es un reflejo incontrolable, que impide un pensamiento recto. Incluso hace posible que la otra parte nos manipule por medio de provocaciones premeditadas.
«Desplegar una fuerza internacional a lo largo de la frontera.»
Es una salida de emergencia, una vez que los objetivos anteriores se han convertido en humo.
Al comienzo de la guerra, Olmert en persona se opuso ferozmente a una fuerza de este tipo, por cuanto restringiría la libertad de acción del ejército israelí. Es evidente que no habrá fuerza internacional alguna que ose intervenir a menos que se produzca un alto el fuego y se consiga el acuerdo de Hezbolá. Nadie desea hallarse en el centro de un fuego cruzado. Por consiguiente, esta fuerza también jugará a favor de los intereses de Hezbolá, por miedo de que se inicie contra ella una guerra de guerrillas. ¿Para esto tantos sacrificios?
«Crear una nueva situación en el Oriente Próximo» Este objetivo ya se ha alcanzado, aunque no del modo que Olmert se decía (y nos decía).
A largo plazo, los resultados de la guerra no son inmediatamente evidentes. Pertenecen a la categoría definida por Bismark como «imponderables»: cosas que no pueden medirse.
Cada día, en sus pantallas de televisión, miles de millones de árabes y centenares de millones de musulmanes observan las atroces imágenes de niños aplastados y de una destrucción horrible. Estas imágenes están profundamente grabadas en las conciencias de las masas y dejarán tras de sí un cúmulo de indignación y odio mucho más peligroso que un arsenal de misiles. En estas semanas pasadas, se han creado miles de nuevos terroristas suicidas. Y a medida que crece la estatura de Nasralá como héroe del pueblo árabe, también desciende a nuevos niveles aún más bajos el respeto que suscitan los regímenes árabes «moderados», es decir precisamente aquéllos con quienes cuentan Estados Unidos e Israel para crear un Nuevo Oriente Próximo
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Tras un mes viene otro, y luego otro, y otro más. El presidente Bush, que nos precipitó en esta guerra -comencemos por ahí- nos sigue incitando a continuar luchando, «hasta el último soldado israelí», como suele decirse. Como Olmert, Bush vive en un mundo imaginario.
Bush, Olmert y los de su especie pueden incitar y arrastrar tras ellos a las masas, hasta que el grito de «el emperador está desnudo» halle oídos receptivos.
Uno de los aspectos más aborrecibles de la guerra es la imagen de los diplomáticos internacionales haciendo todo lo que está en sus manos para permitir que Olmert y Cía. sigan con su guerra. Hace ya tiempo que las Naciones Unidas se han convertido en agentes de la Casa Blanca. La hipocresía y la mojigatería florecen de nuevo, mientras se destruyen vidas y se entierran los muertos de ambos lados de la frontera.
Olmert desea «ganar» tantos días como pueda para seguir combatiendo. ¿Qué clase de ganancia es ésta? Estamos conquistando Líbano meridional del mismo modo que las moscas conquistan las bandas de papel adhesivo que ponemos para atraparlas. Los generales presentan mapas con impresionantes flechas que indican cómo está siendo empujado Hezbolá hacia el Norte. Sería convincente, siempre que estuviéramos hablando de una guerra con un ejército regular y una línea de frente, como se enseña en la Academia Militar. Pero esta guerra es totalmente diferente. En el área conquistada, el personal de Hezbolá persiste y nuestros soldados están expuestos a sus ataques, en los que esta organización ha demostrado su capacidad.
Así pues, llegaremos al río Litani. Más allá, hay otro río, y otro más… En Líbano abundan los ríos adonde llegar.
Quizás valiera la pena que estos dos yonquis, Olmert y Peretz, bajen de su «viaje» y se pongan a estudiar geografía.
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Uri Avnery es israelí, escritor y pacifista, militante de la organización Gush Shalom. Es uno de los autores incluidos en The Other Israel: Voices of Dissent and Refusal (El otro Israel: voces de la disidencia y el rechazo). También colabora regularmente con el reciente libro publicado por CounterPunch The Politics of Anti-Semitism (Las políticas del antisemitismo). Pueden contactarlo en [email protected].