«Los niños de las velas» crecieron y se convirtieron en el «movimiento de protesta» de esta guerra. La confusa juventud que se sentaba a llorar con sus guitarras y velas en la plaza de Tel Aviv tras el asesinato de Rabin está ahora sentada en el Jardín de las Rosas, frente a la oficina del […]
«Los niños de las velas» crecieron y se convirtieron en el «movimiento de protesta» de esta guerra. La confusa juventud que se sentaba a llorar con sus guitarras y velas en la plaza de Tel Aviv tras el asesinato de Rabin está ahora sentada en el Jardín de las Rosas, frente a la oficina del primer ministro, no menos confusa, y parece protestar contra la guerra -claro, después que terminó-. Igual que era imposible entonces saber lo que querían los niños de las velas, es muy difícil comprender ahora lo que quieren los reservistas y sus familiares enlutados. La mayor parte de las quejas debería volverse contra ellos mismos: ¿dónde estábamos hasta ahora? Si todo esto no tiene otro objetivo que la exigencia a algunos dirigentes para que se retiren, entonces es una pérdida de tiempo tanto para ellos como para nosotros. Los expulsados serán rápidamente sustituidos por clones y nada cambiará. Olmert, Peretz y Halutz volverán a sus casas y Netanyahu, Mofaz y Barak ocuparán el poder. Después de todos estos años terribles durante los que hemos matado y nos han matado, sin razón alguna, por primera vez hay interrogantes acerca del discurso público y debiéramos alegrarnos de este cambio, pero mirando de más cerca el contenido de esta nueva protesta no deberíamos hacernos demasiadas ilusiones. Los argumentos de quienes protestan se resumen a dos aspectos, ambos tan estrechos como el mundo de los reservistas: uno, que las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) no estaban preparadas para la guerra y, dos, que ésta se detuvo demasiado rápido. Sobre el primer aspecto los responsables son muchos. En cuanto al segundo, no justifica la protesta. Hay interrogantes mucho más importantes y profundos que necesitan una respuesta: ¿por qué llevamos a cabo esta guerra? ¿Cómo hubiera podido evitarse? ¿Por qué sólo conocemos el lenguaje de la guerra? ¿Cuáles son los límites de la utilización de la fuerza y hacia dónde vamos ahora? Sin embargo, este nuevo movimiento no hace estas preguntas. Incluso si esta ola de protesta llega a triunfar y se crea una comisión investigadora, aun si se separa a dos o tres personas del poder, la situación no cambiará. Al igual que las protestas de 1973 no trajeron el cambio deseado -salvo para las pocas personas apartadas del poder-, las de 2006 no traerán ningún cambio y mucho menos si evitan las preguntas principales. Lamentarse después de la guerra no está en la agenda nacional. Por el contrario, si nos enfrentamos sólo a una protesta-naranja-contra-la-retirada [1] disfrazada, entonces podemos presagiar nuevos peligros. Los firmantes de la solicitud y quienes llevan a cabo la protesta y que están sentados en el Jardín de las Rosas deberían preguntarse, por encima de todo, dónde estaban hasta ahora. Fuera de los «naranjas», la mayor parte de ellos votó por Kadima -incluso por el Likud o por los Laboristas. Muchos han servido en la reserva, en los territorios ocupados, se han ocupado de sus asuntos y han guardado silencio. Durante seis años han tomado parte, directa o indirectamente, en los inútiles programas nacionales -desde la construcción del Muro a la empresa colonizadora- y han fortalecido la ocupación. Han visto con sus propios ojos cómo las FDI han sido transformadas en fuerzas policíacas de ocupación, cómo han golpeado a los débiles pero sin estar preparadas para ocuparse de los fuertes. Han protegido a los colonos, han visto el sufrimiento provocado por la ocupación, han sido testigos o han participado en el maltrato a los palestinos. Por consiguiente, la responsabilidad de la falta de preparación de las FDI es suya, debido en parte a lo que han hecho y en parte a su silencio. En este momento no pueden pretender que el fracaso de las FDI para ejecutar su misión los haya sorprendido: ¡estaban allí cuando el ejército cambió de rostro! Durante todos estos años sabían que controlar la identidad en las carreteras, invadir habitaciones, perseguir a los niños en las calles y demoler miles de casas no es prepararse para la guerra. Pensábamos que habían comprendido que son las actividades del ejército de ocupación en los territorios las que provocan semejante odio contra nosotros; que es la política de rechazo, más que cualquier otra cosa, lo que pone en peligro a Israel, y que no es en las casbahs donde debe probarse el ejército. La falta de preparación en el frente interno no hubiera debido sorprenderlos: un país que maltrata a su gente más débil en tiempos de paz lo hará también en tiempo de guerra. ¿Qué hay de nuevo y sorprendente en todo esto? En cuanto al segundo punto, la detención de los combates no justifica esta protesta, sino, por el contrario, es un cumplido. Mientras deberían preguntar por qué estalló la guerra, los manifestantes preguntan por qué se detuvo. Si algún mérito tiene el mando en esta guerra, es por su vacilación en las últimas horas de la misma. ¡Es una lástima que no haya vacilado antes! ¿Dónde estaríamos exactamente si la hubiéramos continuado? Los pecados originales sobre los que deberían dirigirse las protestas son: la determinación, la pretensión desmedida y el odio que animó al mando en las primeras fases de esta guerra. Es deprimente ver que ninguno de los manifestantes plantea cuestiones morales. Un movimiento de protesta que no se pronuncia contra la destrucción terrible que infligimos al Líbano, que calla sobre la forma en que matamos a cientos de civiles inocentes y sobre la manera en que los transformamos por decenas de miles en refugiados, reducidos a la pobreza, no es por definición un movimiento moral. Incluso después de haber sido probado que no era eficaz, no ha habido manifestación alguna contra el uso excesivo de la fuerza. ¿Durante cuánto tiempo aún vamos a estar replegados sobre nosotros mismos y ver sólo nuestra propia miseria? ¿Es demasiado pedir a los manifestantes, que se suponen sean los cuadros de vanguardia, que miren lo que hemos hecho a otra nación? ¿Cómo entender que tras las masacres de Sabra y Shatila, que no eran directamente obra nuestra, la gente saliera en masa a la calle y que hoy nadie diga nada sobre la destrucción que hemos sembrado con nuestras propias manos en el Líbano? ¡Y para nada! Con semejantes movimientos de protesta, Israel puede prescindir del silencio de los corderos que tan bien lo ha caracterizado durante estos últimos años. Deberíamos estar hartos de semejantes llorones. En el campo de batalla, tal vez sean soldados valientes, pero en el campo de las protestas no son más que combatientes cobardes.
La fuente: Gideon Levy es periodista del diario de izquierda israelí Haaretz (Tel Aviv). Fuerte crítico de la ocupación israelí, escribe en dicho diario, con el título de «Twilight Zone», una crónica semanal sobre las violaciones cometidas contra los palestinos. Con el paso de los años se ha convertido en un símbolo del «izquierdista pro palestino» para la derecha israelí y en una coartada para los demás. «¿Cómo no vamos a ser una democracia? ¡Dejamos escribir a Gideon Levy!», suele decir el ministro de Defensa Shaul Moffaz.
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