El historiador Tony Judt, profesor en la Universidad de Nueva York, es conocido por sus críticas a la actual política israelí. De ahí sus dificultades para difundirlas públicamente en los Estados Unidos. En octubre pasado, 154 universitarios e intelectuales de renombre firmaron una carta abierta para protestar contra la anulación de una conferencia del historiador […]
El historiador Tony Judt, profesor en la Universidad de Nueva York, es conocido por sus críticas a la actual política israelí. De ahí sus dificultades para difundirlas públicamente en los Estados Unidos. En octubre pasado, 154 universitarios e intelectuales de renombre firmaron una carta abierta para protestar contra la anulación de una conferencia del historiador judío-británico Tony Judt sobre la política en Oriente Próximo. (La carta de apoyo a Tony Judt se difundió a iniciativa de Mark Lilla, de la Universidad de Chicago, y Richard Sennett, de la ‘London School of Economics’. Sus autores la publicaron en The New York Review of Books el 16 de noviembre de 2006. Puede consultarse en www.nybooks.com)
Profesor Judt, ¿qué es lo que sucedió?
La organización 20/20 me había invitado desde hacía meses a intervenir sobre el tema «El lobby pro-israelí y la política exterior norteamericana». La conferencia debía tener lugar el 3 de octubre en el consulado de Polonia en Nueva York. Unas tres horas antes, el presidente de la entidad me comunicó que la conferencia quedaba cancelada debido a que la Liga Antidifamación [AntiDefamation League] y otras asociaciones habían presionado al consulado polaco.
¿Qué entiende usted por «lobby pro-israelí»?
Por un lado están los grupos de presión oficiales como el ‘American-Israeli Public Affairs Committee’ (AIPAC) o el ‘Jewish Institute of Middle East Studies’ (JIMES), que tienen como objetivo impulsar al Congreso y al gobierno norteamericano a adoptar una política exterior pro-israelí. Por otro lado están los grupos de presión informales, que persiguen los mismos objetivos, pero que funcionan al mismo tiempo como observadores: si alguien escribe algo crítico sobre Israel, reaccionan.
¿Había tenido ya enfrentamientos con este tipo de grupos informales?
Sí, de dos maneras. Están las campañas de cartas y declaraciones públicas en los medios de comunicación a las que hay que acostumbrarse. Lo que es más difícil de aceptar es la presión que ejercen estas organizaciones sobre las universidades pequeñas, o la de las comunidades judías y a veces también no judías- en ciudades pequeñas y en la periferia para que no se invite a aquellas personas que rechazan. Si las instituciones y comunidades no siguen esas recomendaciones, hay que esperar entonces acciones y manifestaciones. Es lo que nos pasó a un colega y a mí en Riverdale [barrio residencial del norte de Nueva York], donde tomábamos parte en un seminario sobre Oriente Próximo.
¿En qué les resulta usted molesto a estas organizaciones?
Vuelven constantemente sobre dos puntos de mi artículo «Israel the Alternative», que publiqué hace tres años en The New York Review of Books. He calificado al Estado de Israel de anacrónico por el hecho su estructura étnica y la preferencia asignadada a un grupo de población. El segundo punto de controversia gira en torno a mi tesis de que el futuro de Israel y los palestinos reside verosímilmente en un Estado binacional y que resulta por tanto absurdo seguir actuando sin cesar para establecer dos estados, solución que no se concretará jamás. Lo que les molesta a estos grupos es que yo no sea un extremista como Noam Chomsky y Norman Finkelstein, bien conocidos por sus posturas abierta y extremadamente antiisraelíes.
¿Dónde se situarían sus argumento en el debate en el propio Israel?
En Israel soy parte activa de un debate general y mis artículos se reproducen en el gran diario de la izquierda, Ha´Aretz. En Israel hay mucha gente que debate de forma más radical que yo. Sólo en los Estados Unidos se me plantean problemas.
¿ Actúa lo políticamente correcto como en los años 90 hasta el punto de que ya no es posible llevar a cabo ciertos debates?
La mayor parte del tiempo cuando se habla de lo políticamente correcto se piensa en la izquierda política en las universidades. Pero si se habla por contra de autocensura, del silencio colectivo que se cierne sobre las cuestiones sensibles, todo eso está presente en la mayor parte de las instituciones norteamericanas. En Gran Bretaña, por ejemplo, hasta recientemente no se abordaba la cuestión del Islam. Ahora el péndulo se va del otro lado: de repente resulta de buen tono expresar posturas antimusulmanas. Pues bien, precisamente por esta razón es por lo que encuentro inquietantes estas manifestaciones de silencio colectivo.
Traducción: Pablo Carbajosa