Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
En mi discurso de hoy me abstendré de afirmar lo obvio: aquellos que ya reconocen las injusticias cometidas diariamente contra el pueblo palestino han sucumbido completamente a la propaganda de Israel o están absolutamente indiferentes ante la cuestión. Aunque enfrentarse a ambos grupos -uno infectado por la desinformación o la simpatía extraviada y el otro infectado por la indiferencia y la apatía- es vital, como mínimo, hoy no me voy a dirigir a ninguno de esos grupos.
Hay varias razones para lo que estoy a punto de decir, pero sobre todo hay un episodio en particular: fui invitado a hablar en un país europeo por un grupo que se presentó como marxista. Yo, por supuesto, acepté de buena gana y cuando me enfrenté con la pregunta siguiente: ¿dónde se sitúa usted en la solución de «un estado»?, no estaba seguro de por qué el líder del grupo me instaba a delinear mi posición con respecto a un problema que por el momento no tiene ninguna trascendencia particular dado lo que en este momento Israel ha hecho y está haciendo activamente para limpiar étnicamente grandes parcelas de Cisjordania con el apoyo estadounidense y el menos enérgico, pero real, de la Unión Europea, es matar de hambre a los palestinos, principalmente en la Franja de Gaza pero también en cualquier parte de los territorios.
Según el Programa Mundial de Alimentos (WFP), el 46% de los palestinos de los territorios ocupados viven en la inseguridad alimentaria, dije rápidamente. Aunque yo pensara que la «solución de un estado», si alguna vez fuera posible, es una solución honorable y digna del conflicto, pensé que ése no era ni el tiempo ni el lugar para tal discusión. Nuestro enfoque, apenas debe desviarse hacia las luchas técnicas e intelectuales sobre un asunto cuya relevancia respecto a los acontecimientos actuales en Palestina es muy incierta, por no decir intrascendente. Es más, esto es algo que debe decidirse a través de un acuerdo general nacional palestino. Si yo debo abordar el tema de la solución de un estado, así es como yo me aproximaría a ella, le dije a mi potencial anfitrión.
Después de un poco de vacilación y una pérdida clara de entusiasmo, me dijeron que el grupo había decidido en su seno que ésta es la solución más conveniente para palestinos e israelíes, que no podían permitirse el lujo de mi billete de pasaje y revocaron la invitación. Un día después me encontré con una veterana activista norteamericana por Palestina y compartí con ella la historia con un poco de desilusión. A mí, un palestino cuya familia vive todavía en un campamento de refugiados en Gaza, censurado por un grupo de activistas por cuestionar la agenda y el método de fabricación de las soluciones definitivas del conflicto, me enfrentó a algo todavía más descorazonador: en New Jersey, como en otros sitios, me dijo, algunos grupos propalestinos determinan su relación entre ellos participando en reuniones conjuntas y organizando conferencias conjuntas que se basan en la proclama de soluciones al conflicto palestino-israelí: que si un estado democrático seglar, que si un estado binacional, que si dos estados, etc.
Éste es el telón de lo que voy a decir: no quiero poner vetos a nadie ni pretendo emprender una cruzada personal apoyando una solución contra las otras. Más bien quiero usar esto como una oportunidad para la reflexión, la introspección y la autocrítica. No es fácil admitir que el frente palestino, tanto en casa como en el extranjero, está cada vez más fragmentado y consumido y por tanto es más ineficaz que nunca.
Esto no tendría demasiada importancia si se tratase de otra cuestión pero cuando hablamos de una nación que se está enfrentando a una activa campaña de limpieza étnica en casa y a una campaña internacional de sanciones y boicot, la cuestión se presenta como un problema verdadero y urgente. Los palestinos de Cisjordania, sobre todo en las áreas invadidas por el formidable muro israelí de encarcelamiento, están perdiendo su tierra, sus derechos, su libertad y su sustento a una velocidad alarmante, sin precedentes en su tumultuosa historia de ocupación militar.
Los 700 kilómetros del muro, una vez que se hayan completado, fragmentarán todavía más la ya astillada Cisjordania. El proyecto de asentamientos de Israel que desde 1967 ha desfigurado Cisjordania con carreteras de circunvalación de uso exclusivo para judíos, con zonas militares y así sucesivamente para asegurar la viabilidad del esquema de colonización del país, divide o aísla áreas palestinas y convierte la solución de los dos estados o cualquier otra solución de las que se predican, en un intercambio de paz por territorios absolutamente inconcebible.
Gaza, la tierra que una vez Isaac Rabin deseó que se hundiera en la mar y que Israel se ha afanado por destrozar sin ser lo suficientemente tonto para asumir esa responsabilidad, con tal de que no sea parte de cualquier acuerdo global que incluiría Jerusalén y Cisjordania, mantiene su condición de «prisión a cielo abierto». Los palestinos allí están reducidos a refugiados hambrientos, lo que les ha abocado a la violencia y la discordia dando un espectáculo que Israel está propagando por el mundo como ejemplo de la falta de civilización de los palestinos y de su incapacidad para gobernarse.
El gobierno israelí rechaza insistentemente considerar a Jerusalén un problema que justifique negociaciones; nada de que hablar, según los funcionarios israelíes que ven Jerusalén como la capital indivisible y eterna de su estado. La cuestión vital hacia y en Jerusalén es cada vez más imposible para los palestinos de Cisjordania. Las propiedades cristianas y musulmanas de la ciudad siempre están amenazadas, señaladas como objetivos o profanadas.
El objetivo más reciente, el ataque a la mezquita de Al Aqsa, tenia la intención de sobrepasar la más exacerbada furia musulmana y remarcar la superioridad de Israel sobre los palestinos. Otros problemas mayores como los asentamientos, el agua, refugiados y fronteras, siguen atados a las decisiones unilaterales de Israel mientras que los palestinos están relegados al papel de desgraciados, sumisos y a menudo víctimas furiosas.
Si estos asuntos decisivos están ampliamente incontestados por un sólida y popular estrategia palestina, uno no debe sorprenderse si otros problemas como la necesidad de reestructurar progresivamente la fragmentada identidad nacional palestina, la necesidad de una poderosa, sostenida y articulada voz palestina en los medios de comunicación y un cuerpo influyente que una y encauce todos los esfuerzos palestinos por todo el mundo para servir a un conjunto claro de objetivos, estén recibiendo poca o ninguna atención en absoluto.
También debe reconocerse, por incómodo que esto pueda ser para algunos, que la experiencia democrática palestina está sucumbiendo rápidamente a las presiones israelíes, la intromisión estadounidense -tácita y además coordinada con otros gobiernos- y el díscolo frente palestino que ha sido impregnado durante décadas de exclusivismo ideológico, favoritismo y corrupción. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP), desde su formación por la Liga Árabe en 1964 y especialmente desde su reforma a principios de los setenta bajo la dirección palestina, fue considerada durante mucho tiempo la vanguardia de la lucha palestina como una lucha nacional -más que la mera cuestión de un problema humanitario que necesitaba reparación- por la libertad y los derechos.
Había, más o menos, un movimiento nacional que habló por y representó a los palestinos de todas partes. Este movimiento dio una gran relevancia a la lucha palestina que Yasser Arafat perdió o cedió voluntariamente en el césped de la Casa Blanca en septiembre de 1993, otra vez en El Cairo en mayo de 2004, una vez más en París, Sharm al-Sheikh, etc. Aparte de cortar repentinamente el proyecto nacional palestino reduciendo el territorio a las áreas autónomas, convertir a millones de palestinos en irrelevantes, principalmente a los refugiados esparcidos por el mundo, y degradar el status internacional de la OLP a una mera organización simbólica, Oslo dio lugar a un nuevo tipo de pensamiento entre los palestinos, que se ven a sí mismos como pragmáticos y cuyo lenguaje es el de la política real y la diplomacia.
Éste es el caso más grande y lamentable de autoderrota que además continúan difundiendo la mayoría de los círculos palestinos cuya nueva «estrategia» se limita a recabar fondos de países europeos que en el futuro sembrarán Cisjordania de ONG desorganizadas, sin programa ni agenda ni un propósito definido. Implicarse en estos proyectos inútiles es ineficaz, mientras que rechazarlos sin una alternativa clara puede ser frustrante o desmoralizador.
Un funcionario del círculo del presidente Mahmoud Abbas me reprendió una vez durante un largo viaje en avión defendiendo la escuela de Edward Said, cuyos seguidores, le dije, no hacían más que repetir como loros las críticas externas y refrenarse de «mancharse las manos de sangre» apoyando la construcción institucional de la Autoridad Palestina, etc. Semejante afirmación carece absolutamente de base; ninguna institución viable puede salirse de la escena actual, una amalgama de la ocupación más violenta y de corrupción interior consentida, si no alimentada, por Israel y por el gobierno de Estados Unidos.
Es verdad que no ha habido ningún intento colectivo palestino serio de reajustar las equivocaciones de Oslo e insuflar vida a la OLP. La Intifada fue una expresión popular de la desafección de los palestinos con Oslo y la ocupación, pero sólo apenas se puede considerar una estrategia sostenible. Ni un movimiento religioso como Hamás ni uno exaltado como Fatah son capaces de abordar este asunto en solitario ni están cualificados individualmente para alterar el rumbo palestino que parece estar moviéndose en un orden aleatorio.
De hecho el problema es mucho más que los meros altercados ideológicos o las riñas personales entre dos partidos políticos rivales; más bien es la expresión de un predominante fraccionamiento palestino que está consumiendo a los miembros de las diferentes comunidades palestinas sin tener en cuenta dónde están asentadas. Por todas partes, en ausencia de un enfoque único del problema, hay personas que pretenden llenar ese vacío ofreciendo sus propias soluciones al conflicto, una vez más sin ninguna seriedad ni coordinación y sin un distrito electoral de base ni en los territorios ocupados ni entre las principales concentraciones de población palestina en Líbano, Siria, Jordania, etc.
Otros, como los entusiastas de la Iniciativa de Ginebra, encuentran aceptable negociar una solución en nombre de los palestinos -sin ninguna directriz en absoluto- y obtener sumas de dinero para promover sus ideas, aunque toda la empresa corra por cuenta de unos individuos que no tienen el apoyo de los palestinos.
Oslo ha perdido su relevancia como tratado de paz, pero el individualismo que promovió entre los palestinos todavía prevalece; su legado fue la autoconservación a expensas del bien colectivo y creo que ningún partido palestino, ni siquiera Hamás, está inmunizado contra la suscripción de sus tentadores valores. Para evitar más desastres, los palestinos deben zanjar su fraccionamiento y dejar de pensar en relación con su lucha en términos de recursos, ideología (a veces tan flexible para adaptarse a intereses políticos) o interpretaciones religiosas. Tienen la necesidad urgente de adoptar una nueva estrategia colectiva que empuje a principios específicos que sólo pueden lograrse a través del acuerdo nacional general. Enarbolar las banderas ante los transeúntes y corear consignas proverbiales no nos llevará a ninguna parte. Las iniciativas individuales confunden todavía más las líneas palestinas. Sólo una estrategia consecuente, cohesiva y razonable que emane de los propios palestinos puede comprometer a la opinión pública internacional -con la esperanza de provocar la ruptura del sistema de patrocinio que une a Occidente, sobre todo a Estados Unidos, con Israel- y posiblemente reduzca la velocidad de las excavadoras del ejército israelí que actualmente cincelan Cisjordania en un sistema de cantones y prisiones de altas murallas.
En cuanto a los palestinos, creo que reformar y hacer revivir la OLP no es una opción, sino un imperativo. Apelo a los grupos que trabajan por una paz justa entre palestinos e israelíes a continuar dando énfasis y exponer las injusticias cometidas contra el pueblo palestino, resaltar, por todas partes, que la autodeterminación para los palestinos es un imperativo para esa paz justa y para continuar empujando por cambios gubernamentales serios en sus respectivas políticas; para obtener cualquier cosa se necesita presión, a través de boicoteos, campañas en los medios de comunicación, etc., pero hay que abstenerse amablemente de imponer soluciones al pueblo palestino quien, para evitar los errores del pasado debe ser el único artífice de su destino, cuya articulación para una paz justa se ha pasado por alto. Es un imperativo vital. Sin él no habrá ni paz ni justicia.
Original en inglés: http://peacepalestine.blogspot.com/2007/03/ramzy-baroud-articulating-just-peace.html
Ramsy Baround es un experto periodista arabo-estadounidense. Es el autor de The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle, (Pluto Press, London) y director de Eyewitness Accounts of the Israeli Invasion (2002). Es columnista habitual de varias publicaciones en lengua inglesa y árabe; jefe de redacción de PalestineChronicle.com y director del Departamento de Investigación y Estudios de Aljazeera.net English.
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.