Traducido para Rebelión por Segismunda Bross
Menachem Mazuz, el Fiscal general israelí, decidirá esta semana aumentar o disminuir el estrangulamiento a todo un pueblo. Desde que en junio el gobierno de Hamás, democráticamente elegido, asumiera el poder en la Franja de Gaza, un millón y medio de personas que viven en esa cárcel abarrotada y destruida del Mediterráneo, han sido castigados con el aislamiento del mundo. Gaza está rodeada de soldados armados y de alambrada de espino; no sale nada y prácticamente no entra nada.
¿El resultado? Las fábricas están cerradas. Alrededor de un 85% de las personas están desempleadas. En realidad, todos los proyectos básicos de construcción, incluido el de reparación del sistema de alcantarillado, están parados porque no hay hormigón. El precio de la harina ha subido alrededor del 80%. Los bancos están prácticamente en quiebra. La organización Save the Children afirma que la desnutrición, una vez desterrada a los peores campos de refugiados, está aumentando entre la población general.
Después pensaron en una nueva forma de castigo. Ehud Barak, el ministro israelí de Defensa, decidió cortar la luz. Alrededor del 60% del suministro eléctrico de Gaza proviene de Israel, así que Barak decidió cortar el suministro. La comida se pudrió en las neveras. El trabajo en los hospitales está a punto de cesar. El mensaje de Israel parece ser: ‘Dejémosles a oscuras’.
Este plan se detuvo cuando un montón de valientes organizaciones israelíes de derechos humanos apelaron al Fiscal general, aduciendo que los apagones eran ilegales. Lo está pensando. No obstante, se niega a detener el bloqueo en su conjunto y está barruntando planes para dejar a Gaza sin el suministro del diesel necesario para las ambulancias; el poco que queda se gasta en la actividad económica.
El gobierno israelí afirma que está implicado en este asunto debido a los cohetes Qassam que se lanzan desde Gaza en las inmediaciones de la ciudad israelí de Sderot. Pero el periodista israelí Gideon Levi ha demostrado que esos cohetes se disparan como represalia a los ataques israelíes contra los civiles de Gaza. [Levi] escribe: «[…] Cualquiera que tenga una visión honrada del desarrollo de los acontecimientos durante los dos últimos meses verá que los Qassams tienen un por qué: casi siempre se lanzan tras una operación de asesinatos de la IDF (Fuerza Israelí de Defensa), y de éstas ha habido muchas. La cuestión de quién empieza no es un asunto banal en este contexto. La IDF ha vuelto a matar y de forma generalizadaa. Y a su paso se ha incrementado el lanzamiento de Qassams«.
Una vez que esto se señaló, el gobierno israelí cambió a una táctica distinta. Afirma que su objetivo es presionar al pueblo palestino, para que se dé cuenta de su locura y se desembarace de Hamás. Pero imaginemos que los países árabes vecinos decidieran castigar a Israel por la elección de Ariel Sharon y Ehud Olmert rodeándolo con tanques y alambrada de espinos, disparando contra quien intentara salir, y arruinara la economía israelí. ¿Se sometería el pueblo israelí, expulsaría a Sharon y elegiría al partido de la paz de Me’eretz? No, por supuesto. Se habrían vuelto hacia cualquier partido de línea dura que prometiera luchar contra las mayores armas y contra los misiles más ruidosos. Los palestinos están haciendo exactamente lo mismo.
Siempre que intento explicar esto, me acuerdo de una joven de 19 años llamada Mirsat Massoud. El invierno pasado estuve en su casa en el campo de refugiados de Jaballya en Gaza. Ella no estaba. Se había inmolado hacía escasas semanas y yo quería entender por qué. Mientras el resto de los niños revoloteaba a nuestro alrededor, sus padres me explicaron que Mirsat había vivido toda su vida en este campo dañado, destruido, y que nunca había salido del claustrofóbico límite de Gaza.
Hijam, su madre, me dijo que cuando era pequeña solía despertarse con el sonido de los helicópteros Apache que sobrevolaban el campo. Cuando tenía 10 años vio como los soldados israelíes dispararon contra una familia que iba en su coche. «[…] Siempre estaba nerviosa», afirma Hijam. Pero al principio no cayó en extremismos. Se unió a Fatah e hizo campaña para que Mahmoud Abbas llegara a la presidencia. Pero para Mirsat fue una conmoción ver a Abbas tan humillado públicamente: ofreció negociaciones a Israel y un compromiso, y como respuesta Sharon lo insultó. Lo sintió como una humillación personal. Se unió a Hamás y a medida que los ataques contra Gaza se volvían más brutales, lo mismo le pasó a ella.
A las cuatro de la mañana del día que se inmoló -llevándose consigo un grupo de soldados israelíes- su padre se la encontró viendo la televisión y llorando. Nos cuenta: «[…] Sólo decía ‘ahora están disparando a escolares’. Sólo repetía eso, una y otra vez. Estaba muy agobiada». Un obús de la IDF había impactado contra un autobús escolar que llevaba a 20 niños de pre-escolar por Beit Lahia. El profesor murió delante de los niños, la sangre los salpicó. Dos adolescentes que iban por la calle andando al colegio también volaron en pedazos. «[…] Creo que eso fue lo que la llevó al límite», afirma su padre. «[…] Esa misma tarde se convirtió en mártir».
La madre de Mirsat intenta dar una imagen envalentonada de cómo está ‘orgullosa’ del acto de su hija. Por eso le pregunto si le gustaría que el resto de sus hijos fueran suicidas. Automáticamente, sin pensar, agarra fuerte al hijo que tiene a sus pies y murmura «No».
Cuanto más duramente ataca Israel a Gaza, más dura se vuelve la gente. Incluso el derechista Jerusalem Post – adalid de la estrategia del estrangulamiento- admitió esta semana que: «[…] No hay duda de que Hamás ahora [es] más fuerte que lo ha sido nunca». Este programa de castigo colectivo es un regalo para Hamás y para las organizaciones a su derecha más radicales aún. Castiga a los moderados y conseguirás radicales. Castiga a los radicales y conseguirás extremistas. Pero hay otro camino: terminar con el castigo colectivo e implicar a los representantes elegidos por el pueblo de Gaza; invitar a Hamás a la cumbre de «paz» de Annapolis en Maryland este mes; hablar.
Odio a Hamás, pero es el gobierno elegido y está haciendo a Israel una oferta honrada. Haniyeh lleva hablando en privado 20, ó 40, años de hudna (alto el fuego), a condición de que Israel se retire a sus fronteras legales de 1967. Cuarenta años es mucho tiempo. Si tuvieran cuatro décadas de desarrollo económico, sin estar aterrorizados por Israel, ¿Qué probabilidad hay de que en 2047 el pueblo palestino quiera continuar con la guerra para reclamar el resto de la Palestina histórica? Apenas lo desean hoy, como se puede deducir del hecho de que todos sus dirigentes elegidos están preparados, en la práctica, para aceptar la solución de los dos Estados, aquí y ahora, si Israel también quisiera.
Cuando salía de la casa, el padre de Mirsat me miró muy fijamente y me dijo: «[…] Quiero que mi hija sea el último suicida. Pero cuando nuestros hijos crecen así -hizo un gesto con la mano señalando el campo de refugiados- ¿Cómo pueden ser?»
Si la próxima semana el Fiscal general decide dejar a una nueva generación de niños palestinos en la oscuridad, asegurará la muerte futura de más civiles israelíes en el horizonte sangriento.
Fuente: http://comment.independent.co.uk/commentators/johann_hari/article3138336.ece