«Israelíes y palestinos deciden en Annápolis relanzar el proceso de paz». Este era el titular del pasado 26 de noviembre, sobre el inicio de la conferencia en que Israel, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), 16 regímenes árabes y los representantes de la UE corrían a aplicar con buena letra los dictados de Bush. El enésimo […]
«Israelíes y palestinos deciden en Annápolis relanzar el proceso de paz». Este era el titular del pasado 26 de noviembre, sobre el inicio de la conferencia en que Israel, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), 16 regímenes árabes y los representantes de la UE corrían a aplicar con buena letra los dictados de Bush. El enésimo encuentro internacional (más de un cuarto de siglo después de la Conferencia de Madrid que dio lugar a los acuerdos de Oslo) en que se habla de poner las bases para la creación de un estado palestino al lado de Israel. Pero el titular se escribía con letra pequeña esta vez, porque esta utopía ya no tiene ninguna credibilidad.
«En la promoción de la meta de dos estados, Israel y Palestina, que vivan juntos en paz y seguridad, acordamos la puesta en marcha inmediata de negociaciones bilaterales de buena fé, con objeto de concluir un tratado de paz que resuelva todos los temas pendientes, incluidos,los asuntos centrales sin excepción, según lo que se especifica en acuerdos anteriores», dice el texto pactado en Annápolis. Y, por si faltaba retórica, se hace referencia explícita al cumplimiento de la «Hoja de ruta», el plan que Bush promovió unos días después de empezar la invasión de Iraq, el 2003, plan en que las dos partes se comprometen a «cumplir con sus respectivas obligaciones». Baste recordar que por la parte palestina Abbas se compromete a «enfrentar el terrorismo y la incitación al terrorismo» para garantizar la seguridad de Israel política que hoy se traduce en el bloqueo criminal que hunde Gaza en la pobreza. Mientras que Olmert acepta el desmantelamiento de los puntos de control militar en los territorios ocupados palestinos (condición que su ministro de defensa, Ehud Barak desmintió dos días después de Annápolis) y detener la expansión de las colonias (pero a finales de diciembre se anunció que el presupuesto de Israel para 2008 incluye la construcción de 250 viviendas en el asentamiento de Maaleh Adoumim -Cijsordània-, 307 en Abu Gnaem y 500 en Mar Homa -Jerusalén Este). Por otra parte, sólo el mes pasado, 68 palestinos fueron asesinados y 450 detenidos por el ejército israelí. Y eso que hablan de paz…
Si el contenido del acuerdo ya es lo suficientemente caduco, no hace falta olvidar quién es el interlocutor palestino. Abbas, presidente de la ANP, participó en la conferencia sin el apoyo del parlamento palestino (su gobierno boicotea a Hamàs, que tiene la mayoría de la cámara, y una tercera parte de los diputados están encarcelados en Israel), sin la autorización del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina, y sin ni siquiera el visto bueno de la dirección de su propio partido, Al Fatah, que no se reunió para tomar una decisión. Un presidente palestino que se niega a dialogar con Hamàs, pero no tiene ningún problema para sentarse a una mesa con los representantes de un estado que cada día asesina indiscriminadamente a su pueblo, sitia sus ciudades, hace detenciones masivas y somete al hambre a un millón y medio de palestinos en Gaza. El aislamiento de Abbas se vio el mismo día de la conferencia, cuando los cuerpos de seguridad de la ANP reprimieron fuertemente las movilizaciones anti-Annápolis que se organizaron en las principales ciudades de Cisjordania (Ramallah, Jenin, Tulkarem, Nablús, Hebrón…), con el resultado de un muerto, 50 heridos y 300 detenidos. Los manifestantes cantaban consignas como «Abbas, abbas, no renunciaremos al derecho al regreso de los refugiados a cambio de dinero» o «Abbas, traidor». En Gaza, la manifestación reunió decenas de miles de personas, y Hamàs aprovechó la ocasión para recordar que no reconoce el estado de Israel. El papel de Abbas en Annápolis sólo ratificó que es un títere en manos del imperialismo y de Israel, para hacer el trabajo sucio reprimiendo a la oposición interna.
Gaza
En Gaza, la tensión sigue creciendo. El bloqueo hace la situación cada día más insostenible. Más de 800 enfermos críticos esperan la autorización de Israel para recibir tratamiento médico y sus familiares son sometidos a coacción por parte del GSS (servicios secretos israelíes, «shabac») para convertirse en informantes a cambio del permiso, según denuncia la ONG israelí «Médicos por los Derechos Humanos». El hambre y la miseria, que Israel utiliza impunemente con la complicidad de los EEUU, la UE, la ONU y Rusia (que apoyan un bloqueo impuesto por el resultado de unas elecciones al fin y al cabo democráticas) se desperdigan por la franja. Gaza, convertida en una gran prisión a cielo abierto, es una olla a presión y Hamàs, acorralado, responde intentando mantener el control a cualquier precio. Así la prohibición de manifestaciones, que acabó con el ataque a la manifestación de Fatah en el aniversario de la muerte de Arafat: la convocatoria era una clara provocación, y Hamàs cayó en ella a cuatro patas atacandi una movilización de masas. Pero este episodio tuvo mucho más eco que el hecho de que Fatah prohibiera la manifestación en Cisjordania del 14 de Diciembre, aniversario del establecimiento de Hamàs en este territorio, y que la reprimiera con las armas puestas por los EEUU en manos de Abbas. El enfrentamiento entre Hamàs y Fatah no es una guerra civil entre facciones, sino el resultado de la política de «divide y vencerás» del imperialismo e Israel, que ha comprado a un sector de la dirección de Fatah para servir a sus intereses.
¿Uno o dos estados?
Entre las organizaciones palestinas ha surgido un nuevo/viejo debate sobre el programa político, discusión que ha ganado resonancia con Annápolis. ¿Hace falta defender un estado palestino al lado de Israel? Un sector de la dirección palestina (y de la izquierda israelí) empieza a responder que no (1). El primer argumento es que ya hace más de veinte años que se intenta llegar a la solución de los dos estados, y que esto no sólo no ha traído ninguna solución para los pueblos, sino que ni siquiera ha permitido abrir un proceso capaz de acercarla. Se añade a ello que ignora la realidad política existente sobre el terreno, que deja sin esperanza a los árabes que viven dentro de Israel como ciudadanos de segunda, y que niega el legítimo derecho de regreso de los refugiados que fueron expulsados por la fuerza en 1948 con la constitución del estado de Israel, y los que se han tenido que exiliar en estos 60 años como consecuencia de la ocupación. La realidad es que la ficción política de una solución con dos estados sólo ha servido para preservar la hegemonía colonial de Israel. Pero más significativa parece una tercera idea al respecto: «presume una falsa paridad de poder y pretensiones morales entre el pueblo colonitzado y ocupado, por un lado, y el Estado colonizador y el ocupante militar por el otro».
Israel es un estado racista, producto artificial del colonialismo y su razón de ser es su papel de portaaviones armado del imperialismo en un territorio de tanto valor estratégico como Oriente Medio. Pero si acabar con un estado como este en Sudàfrica era una victoria de los derechos humanos y la democracia, en este caso se considera que este argumento es una violación de un derecho sagrado a la supremacía étnico-religiosa, que se presenta bajo el eufemismo del «derecho de Israel a existir como Estado judío». ¿Qué derecho tiene a existir un estado resultante de la usurpación de tierras por la fuerza armada del colonialismo, que hoy sigue aplicando un genocidio sistemático y que es una amenaza constante por todos sus vecinos? El único «derecho» aquí es el que viene de la fuerza. ¿Cómo se puede pedir a los palestinos que busquen la manera de «convivir en paz al lado» de este estado, en un territorio formado por bantustanes? Era lo mismo que durante décadas se pidió al Congreso Nacional Africano, y que la población negra de Sudàfrica rechazó no aceptando vivir en «ghettos» al lado de un régimen de apartheid.
No hace falta ni decir que esta reflexión es sobre el estado de Israel y no sobre la población judía. El problema no es la gente, sino el aparato militar, legal y político que desde hace 60 años no está al servicio del pueblo judío, sino del imperialismo. Un aparato que vive sólo del conflicto permanente y que nunca ha renunciado a su proyecto expansionista.
El camino de los dos estados no es una solución, sino una utopía reaccionaria. La única solución real es la consigna histórica de la lucha del pueblo palestino, a la cual renunció Arafat y que Abbas ni siquiera recuerda: un solo estado sobre el conjunto del territorio histórico de Palestina, un estado único, democrático, laico y no racista. Un estado donde puedan vivir quienes hoy se encuentran en la tierra histórica de Palestina y quienes fueron expulsados desde 1948, sin desigualdades étnicas o religiosas. Para conseguirlo, hace falta derrocar uno de los principales baluartes del capitalismo mundial, que invierte cada año miles de millones de dólares en mantener esta avanzadilla armada en un lugar clave. Por esto afirmamos que el estado de Israel no desaparecerá sin un proceso revolucionario. Una Palestina unificada, democrática, laica y no racista es necesariamente un proyecto anticapitalista. No decimos que no sea difícil, pero la solución de los dos estados es imposible.
(1)Declaración por un estado único de Madrid-Londres, 29/12/2007 en www.rebelion.org / Democracy, an existential threat? The Guardian 12/12/ 2007.