La sala es grande, de tal vez diez por cinco metros, y exhibe como única decoración una pequeña fotografía de un mártir que cuelga sin perspectiva de una de las paredes. Es un joven de unos 20 años a quien los soldados israelíes mataron en 2001, poco después de que se iniciara la segunda intifada. […]
La sala es grande, de tal vez diez por cinco metros, y exhibe como única decoración una pequeña fotografía de un mártir que cuelga sin perspectiva de una de las paredes. Es un joven de unos 20 años a quien los soldados israelíes mataron en 2001, poco después de que se iniciara la segunda intifada. El joven es el sobrino de Um Basam, una mujer palestina de 58 años que debe atender a las 66 personas de su familia que viven en la casa.
El suelo está cubierto de viejas esteras de colores, rotas o incompletas, de modo que antes de entrar en la sala, en la planta baja de un edificio de cuatro pisos, hay que descalzarse. Después, uno se sienta en colchonetas raídas que se han extendido en el suelo y que por la noche sirven de camas.
La familia de Um Basam, como la familia de su marido Kamal al-Taransa, de 60 años, son oriundas de un pequeño pueblo que estaba situado justo al norte de la ciudad israelí de Ashkelon, de donde fueron expulsados por los judíos en 1948.
Los Al-Taransa construyeron este edificio con lo que ganaron el padre y los hijos en tiempos mejores, cuando varios miembros de la familia estaban empleados en el sector de la construcción en Israel. Entonces había días en que cada hijo regresaba a Beit Lahiya, un pueblo al norte de Gaza, con 300 shekels, unos 50 euros. Así pudieron añadir un piso a otro hasta llegar a cuatro. Luego vino lo que vino y tuvieron que renunciar a seguir edificando la casa.
Ahora, la situación de la familia es penosa. No trabaja ninguno de los hijos, que son nueve, además de cuatro hijas. Durante todo el día vagan de un lugar a otro, salen y entran en la casa sin ningún negocio entre manos, y ven pasar el tiempo que día a día los convierte en más pobres.
Vivir de la ayuda
«Lo único que recibimos es una pequeña subvención del Ministerio de Asuntos Sociales. Con eso debemos pasar el mes. En realidad vivimos de la ayuda de parientes y vecinos», explica Um Basam.
Um Basam se casó a los 14 años. Entonces no existían métodos anticonceptivos y Um Basam trajo al mundo 13 hijos. Desde que se casó ha vivido momentos buenos y malos, confiesa, pero ninguno peor que el actual. En todo el mes noviembre la suma total del dinero que entró en la casa es el equivalente a 55 euros, una cantidad insuficiente para alimentar a las 66 personas que, entre hijos, nietos y otros parientes, forman su familia.»En Gaza no hay trabajo», explica Zuher, el tercer hijo de Um Basam. «La construcción se ha parado completamente a causa del embargo. Israel no permite que entre cemento ni materiales de obra, así que el caso de nuestra familia no es excepcional».
«La situación empezó a torcerse hace dos años, cuando Hamás venció en las elecciones palestinas», dice Zuher. «Los israelíes comenzaron a ponernos problemas y no dejaban entrar a casi nadie».
Hamás controla desde hace siete meses la franja de Gaza, donde arrebató el poder al partido Al Fatah de Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Nacional Palestina.»Cuando Hamas tomó la franja de Gaza, los israelíes cerraron completamente la frontera, y ahora nadie puede entrar o salir», continúa Zuher.
Um Basam saca de su bolso papeles que son recibos de las tiendas del barrio. Recibos de la panadería y del colmado, donde poco a poco la familia Al-Taransa ha ido acumulando deudas que espera pagar algún día, cuando lleguen mejores tiempos.
«En Gaza sólo los funcionarios de Hamás o de Fatah cobran salarios. El resto de la gente no tiene trabajo. Están como nosotros, viviendo de las ayudas de otras familias que tienen más recursos», cuenta Zuher.
Toda la familia Al-Taransa vive junta en el mismo edificio, lo habitual entre las familias palestinas. Se ayudan unos a otros y comparten el poco dinero que entra en la casa o la subvención del Ministerio.
Ni dulces ni tradiciones
Los niños de la familia acuden a una escuela regentada por la UNRWA, que es una agencia de la Naciones Unidas que atiende a las necesidades más urgentes de los refugiados palestinos. La escuela es gratuita.
Hace unos días, los musulmanes celebraron la fiesta de Aid al-Adha, la fiesta del Sacrificio, que conmemora la historia bíblica de Abraham e Isaac. Es tradición que las familias musulmanas se visiten unas en esta fecha, pero la familia Al-Taransa no vistió a nadie. «La costumbre es llevar dulces y regalos a las casas que se visitan, pero nosotros no tenemos dinero para dulces», se lamenta Um Basam.
«No perdemos de la esperanza de que Hamas y Fatah hagan las paces», añade la mujer. «Si lo consiguen mejorará mucho la situación de todas las familias que, como nosotros, no tienen nada que comer».