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Trípoli, la guerra que no cesa

Fuentes: El Mundo

  Una columna de humo asciende tras la entrada al barrio de Bab al Tebaneh, desierto por los combates. 23 de junio de 2008.- El barrio de Bab al Tabaneh, al este de Trípoli, se quedó anclado en la guerra civil de los años 80. La basura se amontona frente a los desvencijados edificios de clase […]

 

Una columna de humo asciende tras la entrada al barrio de Bab al Tebaneh, desierto por los combates.

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Una columna de humo asciende tras la entrada al barrio de Bab al Tebaneh, desierto por los combates.

23 de junio de 2008.- El barrio de Bab al Tabaneh, al este de Trípoli, se quedó anclado en la guerra civil de los años 80. La basura se amontona frente a los desvencijados edificios de clase baja, los pequeños y desabastecidos comercios que ofrecen café turco mantienen la estética de décadas atrás e incluso las armas de los combatientes que ocupan sus calles y disparan desde sus esquinas han pasado por varias guerras.

Porque en esta barriada suní, situada frente al barrio alauíes [secta chií] de Jabal Mohsen, el conflicto que desangró el Líbano entre 1975 y 1990 no terminó nunca, y los choques armados que sacudieron el país en mayo no hicieron sino exacerbar un odio antagónico que vuelve a ser dirimido por las armas.

Desde el domingo, los combates entre suníes y alauíes, situados unos frente a otros con la única separación de la calle Siria, principal línea de frente acosada por los francotiradores e inaccesible incluso para la Media Luna Roja, han dejado 10 muertos, todos civiles, y 45 heridos.

El fuego de kalashnikov y RPG era ayer incesante en esta aglomeración de calles densamente pobladas cuyas viviendas han sido ocupadas por milicianos o por aquéllos que tienen su casa más expuesta y carecen de otro sitio a dónde ir. Una enorme columna de humo, procedente aparentemente de una gasolinera atacada, ensombrecía aún más el ambiente antes de que el Ejército tratase de aplicar un enésimo alto el fuego que la población entiende como una tregua temporal.

Souad Abdel Hamid, de 70 años, ya ha perdido la cuenta de las veces que ha reconstruido su casa. «Está situada en plena línea de frente, así que siempre que hay combates le caen dos o tres cohetes», explica a gritos la anciana suní para imponer su voz al rugido de los lanzagranadas que, desde la vivienda donde se refugia, son lanzados por los milicianos contra sus vecinos alauíes.

El apartamento fue abandonado por sus legítimos propietarios, que huyeron a un lugar más seguro, y Souad y otros 16 ancianos lo tomaron en la madrugada del lunes, cuando los combates se intensificaron. Ahora comparten pasillo con jóvenes bien pertrechados que hostigan a sus vecinos alauíes a tiros. «Llevo residiendo 42 años en la calle Siria y no he visto más que guerras», se queja la anciana, que duerme en el suelo ante la falta de camas. «No podemos seguir viviendo así, pero ningún líder habla con honestidad. Creíamos que con el Acuerdo de Doha las cosas se arreglarían, y mire cómo estamos».

Los combates entre Bab al Tabbaneh y Jabal Mohsen ilustran a la perfección la fragilidad de la tregua libanesa. Nadie recuerda por qué comenzaron a disparar -aunque los suníes, próximos a la mayoría parlamentaria, acusan a los alauíes, prosirios y cercanos a la oposición liderada por Hizbulá, de lanzarles granadas- aunque tampoco importa: lo único claro es que la formación del Gobierno de unidad, que enfrenta a las facciones, sólo aliviaría una tensión que según un miliciano sólo acabará «cuando uno de los dos nos vayamos».

Soldados patrullando una calle después de los enfrentamientos en Trípoli. (Foto: REUTERS).

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Soldados patrullando una calle después de los enfrentamientos en Trípoli. (Foto: REUTERS).

Conflicto histórico

La rivalidad entre los suníes y alauíes libaneses de este pequeño distrito de Trípoli se remonta a los años 70, con la guerra civil, pero se exacerbó con la entrada de los sirios en el país. Entonces los alauíes de Jabal Mohsen, único reducto de esta secta en el país de los Cedros, se aliaron con Damasco, cuyo régimen pertenecen a esta rama del chiísmo, y aprovecharon para arremeter contra los líderes suníes, algunos salafistas, que les enfrentaron durante años.

Las masacres aún perviven en la memoria colectiva, y la mayor parte de los suníes que hoy combaten sobrevivieron a las cárceles sirias. El rencor nunca desapareció, más bien se agravó durante la crisis armada de mayo, cuando los enfrentamientos entre mayoría y oposición en Beirut tuvieron su réplica en estos barrios de Trípoli y amenazaron con extenderse a todo el norte.

«Los Acuerdos de Taif [que pusieron fin a la guerra en 1989] resolvieron todos los problemas menos la situación en este barrio», explica Sheij Bilal Dokmak, quien se proclama responsable militar de los suníes. Este conocido líder salafista -marxista en su juventud hasta convertirse al sunismo más radical- es respetado por los milicianos de Bab al Tabaneh, hombres de entre 15 y 55 años que se deslizan por los recovecos fortificados que comunican la barriada desde sus entrañas esquivando a los francotiradores alauíes, aunque no está siendo consultado en las reuniones para lograr un alto el fuego como el que ayer por la tarde permitió desplegarse al Ejército poniendo una tregua a los combates.

«No conocemos a todos esos que dicen negociar en nuestro nombre en televisión», se queja uno de sus hombres. «Somos parte de una guerra abierta. Cada vez que se gesta un acuerdo, nos usan para sacar réditos políticos. Da mucha pena que los líderes libaneses no sean capaces de crear un país unido», lamenta Seikh Bilal. «El nuestro es un conflicto político y sectario. Por supuesto que combatimos a los alauíes porque son más leales a Siria que al Líbano, pero es indudable que los partidos nos están usando. Si hay un acuerdo entre ellos, [los alauíes] recibirán órdenes de parar los combates», sigue el líder salafista.

Réditos políticos

Una nube de humo negro surge del barrio Bab el Tebaneh, en Trípoli. (Foto: EFE).

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Una nube de humo negro surge del barrio Bab el Tebaneh, en Trípoli. (Foto: EFE).

Como él, todos los suníes consultados opinan que Damasco está tras la ofensiva alauita para atemorizar a la mayoría y obtener concesiones para la oposición libanesa, próxima a Siria, en el Gobierno de unidad que se trata de formar. «Somos parte de la batalla de Beirut, y Doha sólo ha empeorado las cosas», corrobora Abu Akram, un combatiente de 55 años veterano de la guerra civil, aferrado a una antigua ametralladora. «Antes, durante la guerra civil al menos teníamos líderes y capacidad para combatir. Ahora no hay ningún político que nos represente, nos tenemos que representar y defender a nosotros mismos«.

Ese es uno de los grandes problemas de Trípoli: la ausencia de un liderazgo suní moderado que se preocupe por su población, económicamente muy deprimida y con una altísima tasa de desempleo. Los suníes, la gran mayoría, buscan protección en el salafismo y otras tendencias radicales del Islam, lo cual combinado con el alto número de armas presente en la zona hace temer lo peor. A falta de políticos, los clérigos se benefician del descontento e incluso se teme que Al Qaeda se extienda por la ciudad.

«Eso es propaganda, aquí no hay combatientes extranjeros aunque por supuesto que la ideología más extremista se ha extendido gracias a los combates con Hizbulá», explica Seikh Ali Taha, líder ‘espiritual’ de los combatientes salafistas, quien sin embargo descarta que el Líbano «se convierta en otro Irak».

Muchos analistas coinciden en que tendencias tan radicales como Al Qaeda o el salafismo promulgado por los seikhs citados está ganando la partida al sunismo moderado en Trípoli, cuyos habitantes denuncian que Al Mustaqbal, la principal formación suní encabezada por Saad Hariri, les ha «abandonado». «No queremos nada de Hariri, lo único que necesitamos es munición», dice Abu Akram, un argumento en el que uno de los ancianos que acompañan a Souada en su ruidoso refugio redunda en tono jocoso. «¡Que se queden con sus programas sociales y que nos den armas!».

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/blogs/orienteproximo/index.html