Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Después del totalmente previsible discurso de Netanyahu, los políticos y periodistas, como autómatas insensatos, han empezado a repetir el cansado mantra israelí de que los palestinos deben reconocer el derecho de Israel a existir. No importa el hecho que la OLP y la Autoridad Palestina se hayan plegado a esta ridícula exigencia, no sólo una, sino cuatro veces. Y no importa que Israel haya negado siempre el derecho de Palestina a existir, no sólo como nación, sino como personas que aspiramos a una vida digna en nuestra tierra natal.
¿A alguien le parece interesante que Israel sea el único país del planeta que va con esta cantinela insistente de que todo el mundo le reconozca su derecho a existir? Dado que nosotros, los palestinos, somos los desposeídos, ocupados y oprimidos, uno podría esperar que fuésemos nosotros quienes tuviéramos que hacer semejante demanda. Pero no es el caso. ¿Por qué? Porque nuestro derecho a existir como nación está claro como el agua. ¡Nosotros somos los nativos de esta tierra! Sabemos que tenemos este derecho. El mundo lo sabe. Por eso, Palestina no necesita que Israel ni ningún otro país reconozcan su derecho a existir. Somos los herederos legítimos de este territorio y se puede comprobar legal, histórica, cultural, e incluso genéticamente. Y como tal, la única legitimidad que Israel puede llegar a tener debe venir de que nosotros renunciemos a nuestra herencia, a nuestra historia y a nuestra cultura para dárselas a él. Por eso Israel insiste en que nosotros declaremos que tiene derecho a apropiarse de lo que siempre fue nuestro, desde casas, propiedades, cementerios, iglesias y mezquitas, hasta cultura, historia y esperanza.
Israel es un país que se fundó por europeos que vinieron a Palestina, en forma de bandas terroristas, que emprendieron una limpieza étnica sistemática de los palestinos nativos de sus hogares en el 78% de la Palestina histórica en 1948. Dichos palestinos y sus descendientes todavía languidecen en campos de refugiados. Israel intentó repetir la hazaña en 1967, cuando conquistó lo que quedaba de Palestina, pero entonces no pudo desalojar a los campesinos de sus hogares tan fácilmente. Esto sigue siendo cierto a pesar de los 40 años de violenta y opresiva ocupación militar de Israel en Cisjordania y Gaza. A pesar de las demoliciones de viviendas, confiscaciones de tierra, la construcción rapaz de colonias sólo para judíos, un sinfín de puestos de control militar, asesinatos extrajudiciales, bombardeos de escuelas, hospitales, centros comerciales y edificios municipales, asedios y negativas; a pesar de las violaciones masivas de los derechos humanos, arrestos y torturas de hombres, mujeres y niños indistintamente , la separación de familias, las humillaciones diarias; a pesar de las matanzas masivas, los palestinos seguimos aquí. Todavía resistimos. Todavía vivimos, amamos y tenemos hijos. En tanto nos es posible, reconstruimos lo que destruye Israel. ¡Éstos son derechos!
Los derechos son inherentes e intrínsecos, como el derecho a vivir con dignidad y ser dueños del propio destino. Un derecho humano es que no se persiga y se oprima a las personas por el hecho de pertenecer a una religión y no a otra. Que los israelíes simplemente se apropien de lo que pertenece a los palestinos no es un derecho. Es un robo. Que Israel corte la entrada de alimentos, medicinas y otros artículos básicos a la Franja de Gaza, causando desnutrición masiva, miseria y el desplome económico porque los palestinos eligieron a determinados líderes, no es un derecho. Es una afrenta a la humanidad. Que Israel vierta la muerte desde el cielo sobre la ya maltratada y hambrienta Gaza, asesinando a más de 3.000 seres humanos y mutilando a miles más en un solo mes, no es un derecho. Es un crimen de guerra. Que Israel haya empleado todos los métodos imperialistas para subyugar, humillar, quebrar y expulsar a toda una nación, compuesta principalmente por civiles desarmados, a causa de su religión, no es un derecho. Es una obscenidad moral. Que a cualquier judío de Europa, África, Asia, América y Australia se le permita la doble nacionalidad, una en su país nativo y otra en Israel, mientras los legítimos herederos se consumen como refugiados sin ciudadanía de ningún sitio no es un derecho. Es un insulto.
Estoy segura de que mis palabras se tergiversarán de alguna manera para dar a entender que abogo por arrojar a los israelíes «a la mar» o alguna otra estúpida afirmación. Por lo tanto, permítanme que me explique: Todos tenemos derecho a existir, a vivir, a ser dueños de nuestro destino y a no ser oprimidos por otros. Estos derechos son inherentes a todas las personas que viven en esta tierra: judíos, musulmanes o cristianos. Pero los israelíes no tienen derecho a crear determinadas demografías religiosas para originar la desaparición de los nativos. Ser un Estado judío [o musulmán o cristiano], donde los privilegios los acuerdan los que pertenecen a una religión determinada en detrimento de quienes no pertenecen a ella, no es un derecho.
Una nación que discrimina y oprime a quienes no pertenecen al grupo religioso, racial o étnico determinado no es una «luz de las naciones». Es una plaga. Y reconocer ese racismo como un derecho humano o nacional va contra todos los principios del derecho internacional. Desafía el sentido básico de que el valor de un ser humano no se debe medir por su religión más de lo que debe medirse por el color de su piel o por el idioma que habla.
Fuente: http://dissidentvoice.org/