El 4 de Abril de 1609 fue dada la orden Real de expulsión de los moriscos de España por Felipe III. Los andalusíes, que siglos antes habían profesado la religión islámica, fueron obligados a marcharse con lo que pudieran llevar en sus manos y cargar a sus espaldas. Con la rendición de Granada en […]
El 4 de Abril de 1609 fue dada la orden Real de expulsión de los moriscos de España por Felipe III. Los andalusíes, que siglos antes habían profesado la religión islámica, fueron obligados a marcharse con lo que pudieran llevar en sus manos y cargar a sus espaldas. Con la rendición de Granada en 1492 se inicia el proceso de genocidio contra este pueblo que tarda 120 años en ver la «solución final». Algunos afirman que unos 300.000 moriscos fueron expulsados, mientras que otros dicen entre 500.000 y 3 millones. Tomando como referencia la documentación existente, por ejemplo en el valle de Almanzora (Almería), de 16.000 personas fueron expulsadas 13.000. Esto supone el 81%, que fueron literalmente arrojados al mar: cargados en barcos y expulsados, además de torturados, esclavizados y asesinados. La mayoría murió de inanición o enfermedad, o de pena. Siendo necesarias repoblaciones con gentes procedentes del resto de la península y Europa.
A la expulsión de los moriscos le preceden más de 100 años repletos de ejecuciones, deportaciones internas, éxodos, ataques a aldeas, torturas, esclavización, confiscación de bienes, exigencia del pago de impuestos extras, y la mayor humillación posible sobre un pueblo al que se le niega cualquier manifestación de su existencia. A los moriscos les fue prohibida su manera de vestir (con sedas de colores), de hablar (algarabiya), de escribir (aljamiado), de comer (legumbres y frutas), de asearse (los baños árabes, y lavarse las manos antes de comer), de llamarse por su nombre, de tener cuchillos, de reunirse, de desplazarse, de tener libros árabes, de bailar zambras…, toda manifestación que recordase su cultura andalusí fue legalmente prohibida y regulada por los más inhumanos castigos.
Las operaciones se hacían con la ayuda de toda una red de edificios, castillos, espías, cardenales y el ejército, que en nombre de la Santa Inquisición, decretaban y ejecutaban las más horrendas condenas, torturas y crímenes. Los moriscos constituían un peligro contra la seguridad del Estado Católico de España, y era necesario castigarlos hasta acabar con ellos.
La violencia fue tal que no se ha conocido mayor crimen contra la humanidad en España. El propio imperio español se resintió de esta matanza, que implicó tales pérdidas que fueron el inicio de su caída del poder. Pero el genocidio fue perpetrado, y el 16% de la población de España fue asesinada. Cuatro siglos después poco interés tienen quienes lo ejecutaron en que se recuerde o estudie este crimen, que fue contra la cultura andalusí y todo su esplendor y riqueza, y contra quienes siempre habían vivido en su tierra.
El 15 de Mayo de 1948 fue aprobada la creación del Estado de Israel y con ella la Orden de expulsión de los palestinos que allí vivían. Más de 700.000 fueron expulsados de su tierra, y miles asesinados; La Nakba o el desastre palestino, el 85% de la población tuvo que irse con lo que podían llevar en sus manos y cargar a sus espaldas. Más de quinientas aldeas árabes fueron literalmente arrasadas y de ese éxodo actualmente más de 5 millones sobreviven repartidos por el mundo. Nuevas poblaciones han sido construidas sobre las ruinas de las aldeas árabes, rotuladas en hebreo eliminando de la memoria su nombre árabe original, y repobladas con personas de «sangre judía» que llegan de Centroeuropa, Estados Unidos o cualquier parte del mundo. La mayor parte de los palestinos actuales son «refugiados», y siguen reclamando su derecho a volver a su tierra de la que fueron expulsados.
Para aquellos que se pudieron quedar, el Estado de Israel emitió y sigue emitiendo órdenes basadas en ser un Estado Judío y sólo para «judíos». Se les restringe el movimiento por zonas, se les expropia, asesina, esclaviza, expulsa, humilla, golpea, se les encierra tras un muro, en campos literales de exterminio, se les bloquea el acceso al agua, a las medicinas, a la educación y se les bombardea con armas de destrucción masiva. Los palestinos son discriminados por su religión, su habla, sus apellidos, por su escritura, por sus nombres, por sus tradiciones, y por cualquier manifestación de su cultura palestina.
Las órdenes del sionismo son inapelables. Tienen instaurado todo un sistema de control y ocupación, incluyendo el uso legal de la tortura, secuestros, ejecuciones, expulsiones, expropiaciones… Disponen de todo un sistema de leyes, edificios, cárceles, muros, espías, y un ejército que ejecutan las más horrendas condenas contra los palestinos. La existencia de los palestinos pone en peligro la seguridad del Estado Judío de Israel, y es necesario acabar con ellos, incluso lanzando bombas de una tonelada en hogares donde se refugian las familias.
La violencia es tal que no se conoce Estado que haya incumplido más resoluciones de la ONU ni haya cometido más crímenes contra una población indefensa. El genocidio se está perpetrando, y poco interés tienen quienes lo están ejecutando que se conozca o queden pruebas de su ejecución; un crimen que es contra la cultura palestina y toda su riqueza, y contra quienes siempre han vivido en su tierra.
La Inquisición y el Sionismo representan una ideología que utiliza las más poderosas armas para exterminar a un pueblo previamente castigado, esclavizado, empobrecido y humillado; es decir ejecutan un proceso de genocidio. En nombre del catolicismo o del judaísmo, por orden de la Santa Inquisición o por la Organización Mundial Sionista, son las mismas estrategias, el mismo objetivo, y la misma excusa: la seguridad de un Estado, regulado y asentado sobre unas leyes de exclusividad religiosa basada en un principio de «pureza de sangre», y en ambas ocasiones contra un pueblo de cultura árabe.
Hace cuatrocientos años fueron exterminados los moriscos, hoy les toca a los palestinos; dos pueblos que comparten su lengua, escritura, tradiciones y formas de vida; y por desgracia el inmenso sufrimiento de un genocidio, por simplemente existir y haber nacido en su tierra. Ambos víctimas de un racismo de Estado, y que pocos denuncian a pesar de ser tan obvio.
María José Lera Rodríguez
Vicente Miguel Pérez Guerrero
Jesús Pedro Bergara Varela
Francisco Cuberos Gallardo
Luis Ocaña Escolar
Francisco José Gavira Albarrán