Entre el 22 de diciembre de 2008 y el 17 de enero del 2009 el mundo asistió a uno de los más crueles crímenes de guerra y de lesa humanidad cometido contra una población civil, tuvo lugar en la franja de Gaza. Allí, más de un millón y medio de personas fueron sometidas al más […]
Entre el 22 de diciembre de 2008 y el 17 de enero del 2009 el mundo asistió a uno de los más crueles crímenes de guerra y de lesa humanidad cometido contra una población civil, tuvo lugar en la franja de Gaza. Allí, más de un millón y medio de personas fueron sometidas al más ignominioso embargo por tierra, mar y aire, durante más de tres años, seguido de un bombardeo, sin que la comunidad internacional intercediera para poner fin a la agresión.
Varios meses después, y a la vista del rumbo de los acontecimientos en la región, así como a tenor de las diversas actitudes manifestadas por los actores tanto regionales como internacionales, con respecto al evento más grave, sin género de duda, desde la segunda guerra mundial, estamos en condiciones de analizar en profundidad y pausadamente lo acontecido. Observadores imparciales internacionales tales como el emisario del Secretario General de la ONU para Derechos Humanos entre otros, no dudaron en calificar lo ocurrido allí como un auténtico genocidio, un crimen de guerra y de lesa humanidad, no solo por el tipo de armas mortíferas y prohibidas utilizadas en la agresión con una intensidad nunca vista y contra una población civil asediada, hambrienta y desarmada, sino también por el bombardeo indiscriminado: escuelas, hospitales, ambulancias, sede de la Cruz Roja, de la UNRWA, etc. , a sabiendas de que se trataban de objetivos civiles y humanitarios internacionales tal como lo reconocieron recientemente varios militares israelíes que habían tomado parte en la contienda.
El objetivo de este análisis sin embargo no se circunscribe al evento en sí, sino que arranca a partir de ahí para descifrar el puzle, el entramado, o como se le quiera llamar, desde una perspectiva ¨panorámica¨ que lo situaría en un contexto geopolítico sin el cual, cualquier lectura sería sesgada e invitaría a una mayor confusión. De ahí, las preguntas serían: ¿por qué el ataque a Gaza?, ¿cuáles fueron los objetivos a alcanzar en lo inmediato y a largo plazo?, ¿cuál fue el rol de los actores principales tanto regionales como occidentales en la confección y durante la ejecución del plan?, ¿cuál fue el grado de su complicidad para con el plan y en qué punto se entrecruzó con la estrategia general para esa región? Dicho de otro modo, ¿qué tuvo que ver con el desbaratado plan Bush llamado New Grand Middle East? ¿Cómo interpretaríamos el papel complementario de organismos internacionales claves como la ONU, el Consejo de Seguridad y la OTAN? Y finalmente, ¿cuál fue el alcance, la repercusión e incidencia en el presente y en el futuro de dicho plan, sobre todo después de la llegada de OBAMA a la presidencia de EE.UU?
El fracaso de Israel en la guerra contra Hizbullah en el Líbano
Para empezar, y a fin de desgranar el enigma respondiendo a todos y cada uno de los interrogantes, conviene comenzar con la descripción de la situación de crisis interna del estado de Israel derivada de la fracasada guerra en julio del 2006 contra Hizbullah en Líbano. En dicha guerra, de 33 días, Israel cosechó un estrepitoso fracaso que repercutió muy negativamente en la estabilidad política y anímica del estado, creando una crisis gubernamental que fue agravándose hasta la fecha del ataque a Gaza. Además, la credibilidad del estado israelí y su superioridad militar quedó en entredicho, tal como evidenció la comisión Vinograd que investigó las responsabilidades del fracaso en Líbano.
El Gobierno israelí de unidad nacional, compuesto por Yahud Olmert del partido Kadima y su ministra de AA.EE Tzipi Livni y el partido laborista de Yahud Barak, afrontaba una situación insoportable. Las encuestas de opinión daban más votos a la extrema derecha representada por Netanyahu del Likud y Baituna de los ultraortodoxos. Esta situación aconsejaba emprender una guerra relativamente fácil y fulminante contra el gobierno de Hamas en Gaza, que podría contribuir no solo a recuperar parte de la credibilidad del gobierno y a garantizar el éxito electoral de Kadima, liderado por Tzipi Livni, en los comicios previstos para el mes de febrero del 2009 , sino que también inyectaría una dosis de aliento a las fuerzas armadas israelíes, sumergidas en un estado de depresión, sobre todo entre sus mandos, puesto que la guerra evidenció el fracaso de sus sistemas de comunicación y espionaje, supuso, por primera vez, la neutralización de sus tropas en tierra y demostró la ineficacia de sus tanques Mercaba y de sus aviones. Esta guerra tuvo tan gran repercusión en la sociedad israelí, que llevó a dirigentes israelíes fuera de toda sospecha, a cuestionar el futuro del estado de Israel, tal como lo manifestó el que fue presidente del mismo, Abraham Borge.
El gobierno israelí es socio y aliado de Estados Unidos y de Occidente y copartícipe en su estrategia global para Oriente Medio, auspiciada por Bush Jr. y basada en la guerra preventiva y total contra el terrorismo internacional que, acompañada por la doctrina nacida a partir del 11-S de 2001 , establecía el derecho de injerencia en detrimento del derecho y la legalidad internacionales. Fruto directo son las guerras de Afganistán e Iraq. Cabe recordar aquí que EE.UU está empantanado en los fangos de ambas plazas, sin que se vislumbre en el horizonte ninguna esperanza halagüeña para sus intereses. Es más, la primera potencia mundial ha cosechado una crisis económica y financiera estructural cuyo alcance está aún por ver y que arrastró a las economías mundiales así como al sistema capitalista de mercado a una situación de quiebra. Estados Unidos sigue empeñado en su objetivo final de crear un Gran Oriente Medio a través del sometimiento de los países de la región y el advenimiento de Israel como única potencia regional en torno a la cual giren todos los países «mini-estados». En este contexto se inscriben las amenazas vertidas por Estados Unidos e Israel contra los dos países principales del «eje del mal» de la región, Siria e Irán, como santuarios del terrorismo internacional en referencia a Hizbullah en Líbano y a las organizaciones palestinas, incluida Hamas. Y así, Israel llevó a cabo su fracasada guerra contra Hizbullah hace tres años a instancias de la administración Bush y los neo-conservadores y con el beneplácito de varias capitales occidentales así como de los países árabes llamados moderados, Jordania, Arabia Saudí y Egipto. El gobierno israelí quiso servir en bandeja a los republicanos norteamericanos un regalo de cara a su contienda electoral frente a los demócratas, pero al mismo tiempo poner una zancadilla a la política de Obama para que su política exterior tuviera en cuenta las líneas principales que no debía olvidar en caso de ganar las elecciones.
Gaza en este caso fue un objetivo fácil debido a varias razones. Primero, desde el punto de vista militar y topográfico era una tierra llana, sin obstáculos naturales, cercada por tierra, mar y aire y diezmada a lo largo de los últimos años por el embargo. Segundo, desde lo político, la división interpalestina creaba un clima propicio para lanzar el ataque. Presumían que su duración sería breve y que culminaría con la derrota definitiva de Hamas y la devolución de la administración de Gaza a la autoridad palestina de Ramallah, que sintonizaba con los propósitos de Israel en el marco del IIamado proceso de paz y que debería pagar un precio por dicho favor.
Por otro lado, los países árabes «moderados» y que habían de desempeñar un papel en la estrategia norteamericana, estaban atravesando una situación interna compulsiva, casi insoportable, máxime teniendo en cuenta que son regímenes autoritarios, ilegales e impopulares, aparte de tiránicos, que necesitaban desembarazarse de la cultura de la resistencia y de quienes la sustentan en la región, además de necesitar defender sus intereses, es decir, mantener sus regímenes y fueros.
Dicho de otro modo, los regímenes oficiales árabes, que vienen arrastrando las consecuencias del fracaso de sus planes políticos así como de su sostén ideológico, sobre todo a partir de la derrota en la guerra de los 6 días de 1967, estaban abocados a instalarse en la orilla contraria a los intereses de sus pueblos.
Son regímenes caracterizados por sus inercias, invadidos por la corrupción y sostenidos por los aparatos de represión, que no tardarían mucho en acercarse a las tesis de su «amigo-enemigo» occidental e israelí, hasta el punto de compartir, como vino registrándose desde 2006, las mismas inquietudes y apuntando a un solo enemigo: la cultura de la resistencia.
El fracaso de los planes políticos de los regímenes árabes
¿Por qué los regímenes oficiales árabes llegan a este grado de decadencia y pérdida del norte? ¿Cuáles son las etapas que atraviesan para llegar hasta este extremo? Las razones se pueden dividir en dos dimensiones:
1ª: La propia naturaleza de los regímenes árabe, su origen, estructura y desarrollo.
2ª: La evolución de los acontecimientos a escala mundial y el cambio drástico dado a partir de 1991.
Veamos cada una de las dimensiones.
Los regímenes oficiales árabes están compuestos por dos tipos de estados: el monárquico hereditario y el republicano de la burguesía nacional emanado de unos golpes de estado militares desde los tempranos años 50.
Mientras los regímenes feudales monárquicos no registran ninguna evolución en su estructura oligárquica medieval, salvo en la estética, siendo regímenes al servicio de los planes coloniales e imperialistas en la región, los regímenes de las burguesías nacionales militaristas desarrollan unas políticas soberanistas y de intento de estructuración sociopolítica y económica chocante con los planes hegemónicos de la metrópolis, como lo fueron los gobiernos de Nasser en Egipto, los partidos Baas en Siria e Iraq, el gobierno argelino, el libio y el yemení. Todos ellos emanados ya sea de golpes de estado contra las respectivas monarquías en Egipto, Libia, Yemen del Norte, Sudán, Siria e Iraq o el resultado de un proceso revolucionario anticolonial, como Yemen del Sur y Argelia.
No obstante, ambos sistemas tienen un denominador común: son estados-nación nacidos del plan colonial de partición trazado en 1916 por Gran Bretaña y Francia, como territorio heredado del imperio otomano durante la 1ª guerra mundial.
Hasta 1967, la trayectoria de los países árabes se caracterizaba por su rumbo hacia la construcción del estado moderno, técnicamente avanzado, basado en los pilares de una educación y unas reformas estructurales adecuadas y en el plano político, alcanzar una entidad política panárabe unida, cuya tarea principal sería complementar la independencia total del colonialismo y sus secuelas y en este contexto, resolver el problema central, la cuestión palestina. No es nada desdeñable el largo camino cruzado en esta dirección.
Pero la guerra de 1967 vino a demostrar las grandes carencias de la estrategia árabe frente a Israel y los planes hegemónicos norteamericanos para la región, llamada zona de intereses vitales, en referencia al crudo y a la seguridad e integridad del estado de Israel, impuesto en el corazón del mundo árabe, como base delantera y punta de lanza de dichos planes occidentales.
La estrategia occidental para la zona descansaba en tres pilares fundamentales desde la época colonial:
1.-Consagrar la división interárabe dando carta de naturaleza al estado-nación naciente de los planes de partición colonial a través de varios mecanismos:
a) La instalación de regímenes policiales y tribales en los estados que rodean a Israel, o sea Jordania y Líbano, y en los que albergan el petróleo, Arabia Saudí y los estados del Golfo.
b) Sabotear los planes de modernización y desarrollo sociopolítico y tecnológico, sobre todo en el aspecto militar, que perseguían el equilibrio con el poder israelí.
Así dinamitaron toda posibilidad de unión panarabista ; todas las resoluciones de las cumbres árabes encaminadas a tal fin quedaron en papel mojado.
2.-Evitar la democratización de estos países.
3.-La utilización de la religión como factor legitimador del régimen oligárquico y como instrumento a utilizar a conveniencia de sus intereses. Recordemos la guerra de los talibanes contra la presencia soviética en Afganistán.
Excedería el alcance de este texto detallar todos los planes occidentales que datan desde finales de la 1ª guerra mundial y sobre todo a partir de la creación del estado de Israel. Baste recordar la guerra tripartita de Suez en 1956 contra Egipto, la construcción de la alianza de Bagdad, el desembarco norteamericano en Líbano, la conspiración contra la unión egipcio- siria, todos ellos en 1958, la guerra de 1967, etc.
A partir de 1967 nacen, sin embargo, de las cenizas de la derrota, dos luces de esperanza: el surgir revolucionario palestino, la resistencia palestina, y la resistencia anticolonial en Yemen y los países del Golfo.
Este nuevo amanecer plantea nuevos desafíos y reaviva las estrategias occidentales para socavar y apagar cuanto antes estos focos revolucionarios. Estábamos en plena guerra fría. Los movimientos de liberación nacional antiimperialista brotaban en los tres continentes: Vietnam y Camboya en Asia; Angola, Sudáfrica, Mozambique, Zimbawe,… en África y en América Latina, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Uruguay entre otros.
En cuanto a Oriente Próximo, EE.UU y sus aliados occidentales, desde 1968, a raíz de la batalla de Al-Karamah en Jordania, entre la recién nacida resistencia palestina y el ejército israelí, comienzan a tomar en serio el nuevo desafío y activan de inmediato una estrategia de liquidación en connivencia con Israel y los regímenes afines en Jordania y Líbano, que culminó con los enfrentamientos en Jordania entre 1969 y 1971, sobre todo en septiembre de 1970, el ya famoso «septiembre negro», que acabó con la presencia física de la resistencia palestina en Jordania; ésta se instaló en Líbano, donde también se enfrenta con los mismos planes pero a manos de otros actores e instrumentos.
Lo mismo sucedió en 1973. La situación del Líbano, radicalmente diferente de la jordana, hizo fracasar temporalmente el plan de liquidación, pero pronto se activó la guerra civil libanesa (1975 – 1990) entre una mayoría de fuerzas progresistas aliadas de la resistencia y la derecha libanesa alimentada por Israel, Francia y EE.UU.
Esta guerra enlazó con el objetivo de allanar el camino a Israel para intervenir en Líbano, invasión que se realizó en tres etapas. La primera en 1978, cuando se lleva a cabo una incursión por tierra, mar y aire contra la guerrilla palestina y su aliado el movimiento nacionalista libanés; se logró ocupar un espacio de 8 km de profundidad en suelo libanés. Dicha incursión pretendía alcanzar tres objetivos:
1.- Intentar diezmar la fuerza de la resistencia y alejar el alcance de sus ataques de la frontera entre Líbano y el norte de Israel, creando una zona de seguridad para instalar una fuerza aliada libanesa encabezada por el líder de la extrema derecha, Saad Haddad, que capitaneó el llamado ejército del sur y también forzar la presencia de fuerzas de la ONU (Unifel) de acuerdo con la resolución 425 del Consejo de Seguridad de la ONU.
2.- Alcanzar objetivos de índole estratégica, como la ocupación de las colinas colindantes a la Bekaa y los altos del Golán, que cercan a Siria.
3.- Explotar las aguas del río Litani.
La segunda etapa en 1980. Otra incursión en colaboración con las fuerzas de Haddad y Lahd, amplió su adentramiento en suelo libanés a 12 km.
Y la tercera etapa en 1982. La invasión del Líbano alcanzó hasta Beirut, en una guerra sin cuartel en la que se hizo uso de todo tipo de armas y que recuerda los recientes ataques a Gaza. Israel logró sacar a las fuerzas de la OLP definitivamente del Líbano; éstas se dispersaron y trasladaron el cuartel general de Arafat a Túnez, un hecho que profundizó la división palestina, les alejó de cualquier posibilidad de aproximación a la frontera con Palestina y dejó a los campamentos expuestos al peligro, indefensos, como vimos en las matanzas de Sabra y Chatila.
Estas tres incursiones, como las anteriores en Jordania o en Líbano, contaron con el beneplácito de EE.UU y sus aliados que no dudaron en intentar sacar provecho de la situación e instalar cuarteles generales de los marines norteamericanos y de las fuerzas paracaidistas francesas en la capital libanesa para allanar el camino a un gobierno títere y llenar el vacío de poder creado después de la invasión. Un hecho que desembocó en la creación en 1982 de la resistencia nacional libanesa y un poco más tarde de Hezbollah, los cuales lideraron una resistencia tenaz que obligó a los americanos y franceses a abandonar Beirut no sin antes lanzar un bombardeo infernal. La resistencia se afianzó en todo el Líbano y logró derrotar a las fuerzas del ejército del sur, aliado de Israel y liberó en el año 2000 una parte importante del territorio ocupado hasta lograr la retirada definitiva de las fuerzas de ocupación israelí de todo la zona salvo el enclave de la Shabaa y una pequeña aldea, Algajar.
Desde 1982, los acontecimientos adquirieron un cariz dramático para la causa palestina. La salida del Líbano introdujo la dispersión de las fuerzas y organizaciones palestinas, creó divisiones y escisiones, sobre todo en la principal organización, Alfatah. Se libraron nuevos enfrentamientos en los campos de refugiados del Líbano contra fuerzas libanesas cuando Arafat intentó instalarse nuevamente en el norte del Líbano.
En 1985, Arafat firmó un acuerdo ignominioso con el gobierno jordano que, de prosperar, iba a significar el tiro de gracia a todo el proceso revolucionario palestino. Consistía en barajar la posibilidad de crear un estado confederado jordano-palestino, un viejo plan de Rabin y Hussein. Este plan pronto fracasó y de nuevo se vislumbró una luz de esperanza para los palestinos al celebrar en Argel el 16 Consejo Nacional de la OLP en el cual se recuperó la unidad. Un año después estalla la 1ª intifada, «de las piedras» que devuelve a la causa palestina su protagonismo y traslada el centro de la lucha al interior de Palestina.
La suerte de la región está unida a la suerte de Palestina.
Ahora, cabe aquí observar nuevamente el estado de las cosas en los otros frentes de la zona y ver de qué manera repercuten los acontecimientos, positiva o negativamente, en la causa de la resistencia y ver el grado de interconexión dialéctica entre la suerte de Palestina y la de la región. Si echamos la vista atrás vemos como, a mediados de los años 60, el nacimiento del movimiento de resistencia palestino fuerza la creación de la OLP por la Liga Árabe en 1964 y activa cambios positivos en varias plazas como Siria, Irak, Argelia o Yemen del Sur. Posteriormente, la derrota de 1967 crea un vacío que hace que la resistencia palestina se convierta en la alternativa viable y modelo a seguir para la inmensa mayoría de las masas populares árabes y el movimiento progresista de emancipación internacional. Un modelo que inquieta a Israel y a los países occidentales por lo que supone de contagio revolucionario que hace peligrar su estrategia en la zona y cuestiona la legitimidad de los regímenes derrotados. Sin embargo, la resistencia palestina intenta adaptarse a la situación creada a partir de la citada fecha y enarbola el slogan de la no injerencia en los asuntos árabes a fin de evitar cualquier confrontación en el futuro. Aun así, la activación del proceso de negociación árabe-israelí en base a la resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, enfrenta por primera vez a la OLP con los planes de la época, el «plan Rogers» en 1969.
La guerra de 1973 supuso la entrada de la propia OLP en la dinámica de las negociaciones políticas con Israel y la comunidad internacional. Arafat acepta en 1974 el plan Breznev, líder soviético, y el Consejo Nacional palestino nº 12, del mismo año, ratifica la postura de Arafat y aprueba un programa de 10 puntos que da lugar a la admisión de la OLP en la Asamblea General de las Naciones Unidas y el reconocimiento de la misma como único y legítimo representante del pueblo palestino.
Al mismo tiempo Sadat establece una tregua con Israel al término de la guerra y acata la estrategia del secretario de estado norteamericano, Henry Kissinger, «la paz por separado» y la doctrina del «paso a paso» que culminaría en 1977 con su visita sorpresa al Knesset israelí y emprende un proceso irreversible de desvinculación con la causa palestina y árabe lo que le conduce al aislamiento de la Liga Árabe y a la firma de los acuerdos de Camp David.
En este mismo sentido, en 1975 el régimen de Bagdad firma un acuerdo con el Sha de Irán sobre los problemas entre ambos países en un momento álgido en el que Iraq formaba parte del frente de rechazo e Irán era el más importante aliado de Occidente después de Israel.
Siria, por su parte, apostando por mejorar las condiciones de una solución pacífica en los Altos del Golán, utilizando todas las cartas a su alcance, interviene en Líbano en 1976 con la luz verde de la Liga Árabe y el consentimiento de EE.UU, como fuerza de disuasión y a favor de las fuerzas contrarrevolucionarias, para impedir la victoria de las fuerzas progresistas y democráticas, lo que supondría un obstáculo para sus planes.
Seguimos refrescando la memoria y evocando todos los elementos que componen la estrategia constante de EE.UU en la zona, calificada como zona de interés vital y estratégico en la región, para compararlos con los factores emergentes que entorpecen dicha estrategia y llegar a las conclusiones sobre la perspectiva de futuro y dibujar los actores y los escenarios probables.
Para cualquier análisis con rigor de lo que acontece en Oriente Medio, además de los criterios en común que se estipulan desde el punto de vista de la Ciencia Política, como metodología de análisis, habría que tener en cuenta dos factores diferenciados que son:
– La interconexión directa entre los distintos componentes geográficos de la zona, desde Palestina hasta Irán e incluso India y Pakistán (Oriente Medio) y la doctrina colonial o neocolonial norteamericana y occidental para la misma.
– El papel del estado de Israel en su origen y a lo largo de las diferentes etapas o periodos.
En referencia al primero de los criterios, la primera guerra del Golfo, Irán-Iraq, entre 1980 y 1987, resaltó nuevamente la cuestión de la seguridad para Occidente y las fuerzas locales a la par y condicionó los acontecimientos posteriores hasta nuestros días.
Estábamos en plena guerra fría cuando en junio de 1973, el que fuera secretario adjunto de estado norteamericano, Joseph Sisko, resaltó la importancia de la zona del Golfo calificándola como zona en la que EE.UU tiene intereses políticos, económicos y estratégicos muy importantes. Dichos intereses fueron clasificados y puntualizados en aquel entonces, prácticamente en las mismas fechas por el secretario adjunto de defensa norteamericano, James Nuis, de la forma siguiente:
a: Contener la fuerza militar soviética en sus fronteras de aquel momento.
b: Garantizar el acceso continuo al petróleo árabe.
c: Garantizar la libre circulación de barcos, buques de guerra y aviones norteamericanos hacia la zona o saliendo de la misma.
En cuanto al aspecto político, la prioridad norteamericana se encontraba en el conflicto árabe-israelí. En 1979, el también secretario adjunto de estado norteamericano para Oriente Medio, señalaba que «la cuestión palestina es una carga pesada que inquieta a todos los gobiernos del Golfo y condiciona las relaciones de EE.UU con los mismos». Ya entonces se percataban los americanos de que la ausencia de paz en Oriente Medio es la primera amenaza a la estabilidad de toda la zona. Decía: «El avance hacia la paz en el conflicto árabe-israelí afianzará la seguridad y estabilidad interna en el Golfo e introducirá una mejora cualitativa a nuestra relación global en la zona».
La suerte de la zona del Golfo estuvo y sigue estando íntimamente relacionada con lo que ocurre en el frente árabe-israelí. Aunque Israel intentó en principio, sobre todo cuando estalló la guerra Irán-Iraq, separar el conflicto de lo que acontecía en la zona, la realidad lo desmentía, no sólo por la integridad geográfica, étnica, cultural e histórica, sino también por la conveniencia de los propios intereses y el rol que Israel desempeña, que en caso de separarlo, mermaría su papel de «gendarme». ¿Cómo si no, se explicaría el ataque contra la central nuclear iraquí para fines pacíficos en 1980, comprada a Francia?
Es sobradamente conocida la importancia del petróleo de la zona. Los países del Golfo producen el 62% del crudo que se comercializa a nivel internacional, además de disponer de la más amplia reserva de petróleo y gas. Sin olvidar su calidad y bajo coste de extracción.
Sólo en 1979 EE.UU ganó más de 6 billones de dólares del petróleo de la zona, sin contar el inmenso mercado que representa para los productos y las armas occidentales.
En este sentido, Joseph Sisko estableció los tres elementos básicos que componen el concepto occidental en materia de seguridad energética:
1.- Garantizar la llegada de recursos energéticos de la zona.
2.- Controlar un techo de precios, a conveniencia de EE.UU y sus aliados.
3.- Garantizar las cantidades que se requieren en cada momento, así como evitar que la OPEP tenga soberanía determinante en política de precios.
Estos conceptos implican problemas de índole militar y de seguridad. Por eso, la política norteamericana en la región pasó por varias etapas.
A todas luces, la estrategia norteamericana consigue avances muy importantes. La neutralización de Egipto y, dentro de la ecuación del conflicto árabe-israelí, la guerra civil en marcha en Líbano, vive una luna de miel con Siria a partir de su papel en Líbano… Aún así, la marcha de los hechos en la zona guarda siempre alguna que otra desagradable sorpresa para Occidente; en este caso, el estallido de la revolución iraní en 1979 contra el Sha, capitaneada por el ayatollah Jomeini, que supone la caída de un pilar principal en la estrategia de seguridad de EE.UU en la zona. Es un nuevo factor que favorece objetivamente a la causa palestina que pronto tendría el respaldo político y moral de los nuevos dirigentes iraníes.
En el extremo occidental del mundo árabe, también Libia y Argelia son dos plazas fuertes en el frente de rechazo que se opone a la estrategia norteamericana.
Lógicamente, EE.UU no se queda quieta y activa todo su poderío político, diplomático y de seguridad para contrarrestar los nuevos reveses. Recordemos los episodios de injerencia e intentos de derrocar al nuevo régimen de Irán, así como de enfrentar a los países del frente de rechazo y la OLP.
En este contexto hemos de analizar los conflictos regionales surgidos entre Egipto y Libia en 1977, Argelia y Marruecos por el Sáhara occidental, la creación de las fuerzas de despliegue rápido en el Golfo, las ventas del siglo de armas inglesas, americanas y francesas en los países del Golfo y la instigación de un clima de confrontación entre Irak e Irán que desemboca en una guerra de 8 años entre los dos países vecinos que les desgasta en lo humano y económico y sobre todo, crea un clima de odio, de venganza y de divorcio que favorece la presencia directa de las fuerzas norteamericanas y las flotas atlánticas en la región.
Esta guerra sirvió también para que la industria militar occidental hiciera «su agosto». Además, desvió la atención sobre lo que ocurría en Israel para con los palestinos y en Líbano, en guerra civil. Israel prosigue cómodamente sus planes de hechos consumados: la anexión territorial, la invasión del Líbano, la guerra de 1982 bajo el nombre «paz en Galilea», la judaización de Jerusalén y los altos del Golán, y hace causa común con los fundamentalistas islámicos wahabíes que en 1989 entran en acción en Afganistán para contrarrestar el islam político antioccidental que representa Irán. De ahí nacen los árabes afganos, que años más tarde, participarían en toda la estrategia norteamericana en las guerras balcánicas. Es decir, frente a Irán, utilizan un islam fundamentalista suní y frente a la intifada, la lucha de los talibanes en Afganistán.
Todo esto ocurre en un marco de guerra fría que presagiaba un final dramático para uno de los polos, el soviético y con él, la causa de los movimientos de liberación nacional y progresista mundiales.
La caída de la URSS y el muro de Berlín, así como la intervención de la coalición internacional en el Golfo, bajo la excusa de liberar a Kuwait e imponer un bloqueo al régimen de Bagdad crea el clima propicio para los planes norteamericanos.
La estrategia imperial tras la caída de la URSS y perspectivas de futuro
La administración de Bush padre empieza a propagar sus planes de construir el nuevo orden internacional unipolar, dirigido por EE.UU y ejecutado por su brazo armado, la OTAN. En este contexto se celebra la conferencia de paz para Oriente Medio en Madrid en noviembre de 1991 donde, por primera vez, EE.UU explicita su propósito de convertirse en fuente legitimadora de las relaciones internacionales en detrimento de la ONU y el derecho internacional.
En 1993 se firman los acuerdos de Oslo entre la OLP e Israel que dan lugar a la creación de la Autoridad Nacional Palestina en los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza.
Desde 1991 hasta 2006, EE.UU emprendió un proceso de hegemonía que parecía imparable: impone el embargo a Iraq, instala su cuartel general en los países del Golfo y Arabia estrecha sus lazos con Egipto. En Europa, activa la guerra de los Balcanes, Kosovo, Bosnia y desarticula Yugoslavia y lanza veladas amenazas a Siria e Irán.
Sin embargo, el no avance en el frente palestino-israelí hacia la paz, desencadena la 2ª intifada. Por otro lado, Rusia no oculta su malestar por lo que sucedió en Yugoslavia y posteriormente en Chechenia y las ex-repúblicas soviéticas, donde, a todas luces, la OTAN tiende a extender sus influencias y acorralar a Rusia.
EEUU ve la necesidad de dar un paso más para llevar a cabo los planes del nuevo orden unipolar. El 11-S es la clave que pone al descubierto la doctrina de Bush hijo y los nuevos conservadores que inauguran su estrategia del derecho a la injerencia, la anarquía constructiva y el desprecio al derecho internacional que cristaliza en la guerra de Iraq y de Afganistán.
Hoy, EE.UU está empantanado en estas dos plazas sin visos de victoria, más bien se presagia una derrota muy dolorosa. Además, los EE.UU y, con ellos, el sistema capitalista entran en una crisis estructural, la peor desde la gran depresión de 1929.
El mundo asiste a un cambio muy acelerado en el mapa geoestratégico: las fuerzas emergentes (China, India, Brasil y Sudáfrica), el resurgir de Irán y Turquía como dos potencias regionales en Oriente Próximo y el nacimiento de una nueva América Latina.
Con toda seguridad, la estrategia de EE.UU antes mencionada y todo el sustento de la misma, dan síntomas de agotamiento y se encaminan hacia el desmoronamiento, agravado por los serios reveses en Iraq, Afganistán, Líbano y Gaza. Todo ello sienta las bases para un nuevo amanecer emancipador.
El fracaso de este plan, total o parcialmente, según cómo se mire, no ha de llevar a la falsa conclusión de que el plan norteamericano-israelí para Oriente Medio ha sido del todo derrotado; más bien ha sufrido un fuerte revés.
Esto explica el por qué el estado de Israel más derechizado insiste en la necesidad de que el mundo occidental y los actores árabes y palestinos reconozcan el carácter judío del estado hebreo como paso legitimador que le deje las manos libres para desentenderse de la legalidad internacional y allanar el camino para el destierro de 5 millones de habitantes palestinos de su tierra y dar carpetazo al derecho de retorno de otros 5 millones más de ellos.
El futuro es sombrío; no existe en el horizonte próximo ninguna esperanza para una paz justa y duradera a no ser que EE.UU, por arte de magia, obligue a Israel a dar su brazo a torcer y admita la creación de un estado palestino soberano e independiente. Aun así, no es, desde mi punto de vista, la solución al conflicto. El problema radica en la propia filosofía del estado de Israel como estado colonial y belicista que no se concilia con una solución democrática de gran alcance.
La solución, tarde o temprano, pasará por la creación de un solo estado democrático o binacional que requiere un cambio previo en la correlación de fuerzas en la región y que estará basado en una profunda transformación de los estados y de su realidad sociopolítica que sintonice con una nueva realidad de cooperación y unas nuevas reglas en las relaciones internacionales.
Los próximos meses, tal vez años, son cruciales y decisivos para ver hacia dónde se encamina el mundo: si hacia una paz justa y duradera que salvaguarde la estabilidad y la seguridad mundiales o al contrario, hacia una conflagración de alta intensidad y consecuencias difíciles de prever. Pero que nadie lo dude, no habrá paz en el mundo mientras no haya paz en Palestina.