Traducción de Atenea Acevedo
El fotoperiodista sueco Donald Boström ha sacado de sus casillas a Israel y a sus partidarios. El 17 de agosto, Aftonbaldet, el diario de mayor circulación en Suecia, publicó un artículo de la autoría de Boström con el título «Despojan a nuestros hijos de sus órganos».1
Las voces de siempre se levantaron de inmediato y exclamaron «antisemitismo» para afirmar que, una vez más, se incurre en el viejo libelo de sangre.2 Israel ha amenazado incluso con demandar a Boström. Este tipo de reacciones eran de esperarse. Un número infinito de mensajes electrónicos de odio ha llegado al buzón de Boström desde la publicación, amenazas de muerte incluidas. Lo más sorprendente es que Elisabet Borsiin Bonnier, embajadora de Suecia en Israel, condenó públicamente el artículo. Fue «tan desconcertante y atroz para los suecos como para los israelíes», afirmó la embajadora en un comunicado de prensa que posteriormente sería retirado al despertar críticas del Ministerio de Relaciones Exteriores y del gobierno suecos.
Además, el Primer Ministro Benjamin Netanyahu ha exigido al gobierno sueco que repudie el artículo, un acto que sería inconstitucional en Suecia. Las declaraciones del Ministro israelí de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, se las ingenian para llamar tácitamente la atención a (¡claro!) el Holocausto: «Es penoso que el ministerio sueco de exteriores no intervenga cuando se trata de un libelo de sangre en contra de los judíos, algo que nos recuerda la actitud de Suecia durante la Segunda Guerra Mundial: en ese caso tampoco intervino». (Exhorto a Lieberman, un racista en toda regla, a leer la excelente compilación de Lenni Brenner titulada 51 Documents: Zionist Collaboration with the Nazis/51 documentos: la colaboración sionista con los nazis).
Carl Bildt, contraparte de Lieberman en Suecia, rehúsa terminantemente ceder: «Como miembro del gobierno sueco que actúa en nombre la constitución de mi país debo respetar la libertad de expresión independientemente de las opiniones personales que pudiera tener». Su superior, el Primer Ministro Fredrik Reinfeldt, también declina hacer comentarios sobre el artículo. Bildt tiene programada una visita a Israel dentro de una semana, pero Israel amenaza con cancelar el viaje.
A pesar del alboroto, hay que decir que no se trata de la primera vez que Donald Boström hace públicas las sospechas del robo de órganos de cuerpos palestinos a manos de Israel. Un capítulo del libro Inshallah: konflikten mellan Israel och Palestina (Inshallah: el conflicto entre Israel y Palestina), editado por Boström y publicado por primera vez en 2001, está dedicado a lo sucedido a un joven palestino de 19 años. Incluye la foto que ahora publica Aftonbladet. Donald Boström decidió volver al caso después del arresto masivo de personas implicadas en el tráfico ilegal de órganos en Nueva Jersey, entre las cuales se encontraba un sorprendentemente considerable número de rabinos.
El origen del caso se encuentra en una visita a la aldea de Imatin en 1992. Boström fue testigo del asesinato a tiros de Bilal, el joven de 19 años cuyo cuerpo fue secuestrado y devuelto cinco días después. Lo habían abierto en canal: tenía puntos que iban desde el abdomen hasta el mentón. El siguiente relato fue tomado del artículo de Boström:
«Yo estaba en el área trabajando en la preparación de un libro cuando personal de la ONU, preocupado por los acontecimientos, se puso varias veces en contacto conmigo. Los que lo hicieron pensaban que realmente había tenido lugar el robo de órganos, pero no estaban en condiciones de hacer algo. Por cuenta de una compañía de televisión, anduve por ahí y hablé con una gran cantidad de familias palestinas en Cisjordania y Gaza, que dijeron que a sus hijos les habían robado órganos antes de ser asesinados. Uno de los ejemplos que vi en ese espeluznante viaje fue el de un joven lanzador de piedras, Bilal Achmed Ghanan (…)
Cuando Bilal estuvo suficientemente cerca, sólo tuvieron que apretar el gatillo. El primer tiro dio en su pecho. Según los aldeanos que presenciaron el incidente, luego le dispararon en cada pierna. Entonces dos soldados salieron corriendo de la carpintería y le dispararon una vez más en el estómago. Finalmente, lo tomaron por los pies y lo arrastraron por los 20 peldaños de la escalera de piedra de la carpintería. Los aldeanos dicen que el personal de la ONU y de la Media Luna Roja que estaba cerca y oyó los tiros llegó para atender a los heridos. La discusión sobre quién se ocuparía de la víctima terminó cuando la fuerza israelí cargó al gravemente herido Bilal en un jeep y lo condujo a las afueras de la aldea. Allí los esperaba un helicóptero militar que se llevó a Bilal con destino desconocido. Cinco días después lo devolvieron en la oscuridad, muerto y envuelto en tejido verde del hospital.
Cuando la columna militar que había recogido a Bilal del centro de autopsia Abu Kabir en las afueras de Tel Aviv se detuvo en el lugar de su sepultura, alguien reconoció al jefe militar israelí como capitán Yahya. «El peor de todos ellos», murmuró en mi oído el aldeano en la oscuridad. Cuando los hombres del capitán Yahya cargaron el cuerpo y cambiaron el tejido verde por uno de algodón ligero, los soldados eligieron a algunos de los parientes varones de la víctima para excavar el suelo y mezclar cemento.
Junto al ruido de palas se escuchaban las risas ocasionales de los soldados que bromeaban mientras esperaban para volver. Cuando bajaron a Bilal a la tumba, se descubrió su pecho y los pocos presentes repentinamente vieron el abuso al que había sido sometido. Bilal no era el primero en ser enterrado con un corte desde el abdomen hasta el mentón.
Las familias en Cisjordania y Gaza tenían la sensación de saber exactamente qué había pasado: ‘Usan a nuestros hijos como donadores involuntarios de órganos’, fueron las palabras que escuché de los parientes de Khaled en Nablus, de la madre de Raed en Jenin y de los tíos de Machmod y Nafes en Gaza. Todas las víctimas habían estado desaparecidas por varios días y habían vuelto a aparecer durante la noche, muertas y tras habérseles practicado una autopsia».
Boström fotografió el cadáver de Bilal. Lo habían enterrado sin abrirlo una segunda vez; por ende, no hay pruebas irrefutables de que se hayan robado sus órganos. Entonces, ¿la población palestina no hace sino propagar rumores antisemitas infundados? Las circunstancias señalan lo contrario. En 1992, 133 palestinos fueron masacrados a manos del ejército israelí. Bilal fue una de las docenas de víctimas cuyos cuerpos fueron abiertos. El discurso oficial israelí afirma que se hicieron análisis postmortem para determinar las causas de cada muerto. Pero Boström se pregunta cuál era la necesidad de realizar autopsias si la causa de la muerte era por todos conocida. A final de cuentas, el ejército israelí mató a Bilal a tiros y después secuestró el cadáver. ¿Para qué molestarse con una autopsia? La explicación israelí no tiene sentido. Boström tiene razón al exigir una investigación: el tráfico de órganos es un negocio sumamente lucrativo y no es inconcebible que los soldados del «ejército con más moral del mundo», como suele calificar Israel a su cuerpo armado, participen de alguna manera en este tipo de tráfico.
Donald Boström ha hablado con alrededor de 20 de las familias palestinas con algún ser querido que terminó en la misma situación que Bilal; tienen sus propias sospechas al respecto. Resulta entonces difícil asombrarse ante el hecho de que Boström no es la única persona en haber encontrado sospechas de robo de órganos. La Dra. A. Clare Brandabur, profesora del Departamento de Cultura y Literatura Estadounidenses en la Universidad Fatih de Estambul, Turquía, ha vivido y viajado mucho por Palestina. Su comentario después de leer sobre el caso fue el siguiente:
«Esta información encuentra eco en informes de palestinos en Gaza a los que pude acceder durante la primera Intifada. Cuando entrevisté al Dr. Haidar Abdul Shafi, director de la Media Luna Roja en Gaza, le mencioné los informes de tiroteos contra niños palestinos aun cuando no había ‘enfrentamientos’. Por ejemplo, un pequeño de seis años que entraba, solo, al patio de su colegio por la mañana con la mochila al hombro. Los soldados secuestraron al pequeño herido a punta de pistola y su cuerpo fue devuelto unos días después tras habérsele practicado «una autopsia en el Hospital Abu Kabir. Pregunté al Dr. Shafi si había considerado la posibilidad de que estos asesinatos se hubiesen perpetrado con fines de trasplante de órganos ya que, como lo señala Israel Shahak en su obra Historia judía, religión judía, no se permite tomar órganos judíos para salvar una vida judía, pero sí se permite tomar órganos de personas no judías para salvar vidas judías. El Dr. Shafi dijo que así lo había sospechado, pero no tenía forma de confirmar tales sospechas al no tener acceso a los registros del Hospital de Abu Kabir».3
La cosa no se queda ahí. La periodista palestina Kawther Salam, exiliada en Viena, se ha ofrecido voluntariamente para testificar en defensa de Boström si Israel cumple la amenaza de demandarlo. «El tema del robo de órganos palestinos es vox populi en Palestina», señala. Sus ojos vieron bastante durante los 22 años que trabajó como periodista durante la ocupación israelí:
«Fui testigo de cómo los vehículos militares y los soldados israelíes secuestraban cadáveres palestinos de las salas de urgencias los hospitales y en otras ocasiones vi a los soldados seguir a personas palestinas al cementerio y robarles los cuerpos de sus familiares antes de que pudieran enterrarlos. Esta vileza se hizo tan frecuente que mucha gente empezó a llevar los cadáveres de sus seres queridos asesinados para enterrarlos en su propio jardín, debajo de la casa o de un árbol con tal de no esperar por una ambulancia que los trasladara a la morgue».4
Las fuentes palestinas afirman contar con pruebas contundentes de robo de órganos.5 Aún no se determina la precisión de estas afirmaciones; sin embargo, la sospecha está lejos de ser novedad, ya que se ha manifestado durante décadas. Cuando Boström escribió acerca de Bilal y las sospechas respecto a lo que le habría pasado en su libro publicado hace 8 años la única respuesta fue el silencio. Además, no dice que haya un vínculo directo entre los palestinos asesinados y los perversos rabinos de Nueva Jersey (tal vez se trate de más de uno si consideramos la cronología). No obstante, después de las detenciones masivas, la gente se mostró más abierta a la idea de que, después de todo, Israel podría estar robando órganos palestinos. Boström esperaba que hubiera justicia para Bilal aun cuando hubiera pasado tanto tiempo.
Aparentemente, Israel está usando el artículo para transmitir un mensaje: Suecia es un país antisemita. Están decididos a presionar al gobierno sueco hasta que éste condene la «acusación del libelo de sangre». De repente el debate se vuelca al viejo tema del antisemitismo en lugar del asunto del terrorismo de Estado de Israel y sus políticas de apartheid en contra del pueblo palestino.
Actualmente circula una petición en línea en Israel en la que se hace un llamado a boicotear IKEA. Hasta ahora, 10,000 israelíes la han firmado. Huelga decir que IKEA no tiene nada que ver con el caso pero, ¿qué podría ser más sueco que IKEA? En el corto plazo, Israel podría desviar la atención de los temas más graves. A la larga, Israel sigue cultivando enemigos. Hubo una época en la que todo el mundo occidental apoyó a Israel. Hace mucho que esa época quedó atrás.
1. Aquí se encuentra la versión en inglés.
2. No olvidemos la vieja acusación antisemita según la cual los judíos envenenaban los pozos, algo que hoy es una realidad en Palestina.
3. Aquí se encuentran algunos de los artículos del Dr. Brandabur.
4. «Los secuestradores de cadáveres de Israel.»
5. «Agencia de noticias palestina ‘confirma’ la noticia sobre el robo de órganos«, Jerusalem Post en línea, 23 de agosto de 2009.
Fuente: The Organ Theft Affair (Dissident Voice)
Artículo original publicado el 27 de agosto de 2009
Kristoffer Larsson y Atenea Acevedo pertenecen a Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Atenea pertenece, además, al colectivo Rebelión. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.
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