Es lamentable que un engranaje institucional tan bien estructurado desde la base como el de la Cuba revolucionaria, se haya visto sometido no pocas veces a un entorpecedor funcionamiento vertical. Algún analista apuntaba recientemente que es como si estuviéramos frente a un guión suficientemente perfecto con una cuestionable puesta en escena. No fue tampoco -como […]
Es lamentable que un engranaje institucional tan bien estructurado desde la base como el de la Cuba revolucionaria, se haya visto sometido no pocas veces a un entorpecedor funcionamiento vertical.
Algún analista apuntaba recientemente que es como si estuviéramos frente a un guión suficientemente perfecto con una cuestionable puesta en escena.
No fue tampoco -como pudieran presumir algunos- una elección malvada. No puede obviarse que hemos sido un país sujeto a la tiranía de las circunstancias. No fuimos hasta ahora la nación que queríamos -la que ha dejado un rastro de sacrificios inmensos en aras de la justicia y la libertad-, sino la que se nos permitió levantar. El acoso metódico y persistente, agravado por distorsiones y errores internos, empañó el espacio entre el dibujo y lo que se pretendía.
Alguna vez medité en esta columna que los arrestados jóvenes rebeldes que bajaron de las montañas de la Sierra Maestra en medio de un terremoto de pueblo, dieron una dimensión inusitada a la conquista de la libertad y la justicia en los convulsos inicios de los años 60. Y lo hicieron cuando ya el estalinismo y otros traspiés habían mellado bastante el modelo socialista establecido en la Unión Soviética.
Agregué que el ideal llegado por vez primera al occidente del mundo, por intermedio de estos irreverentes y sorprendentes barbudos, confirió nueva energía al ansia liberadora de los pueblos. También al modelo político que en Europa del Este, años de culto a la personalidad, burocratismo, inercia y presiones para aniquilarlo habían desfigurado.
El socialismo, apunté, como referente de emancipación humana, ha tenido dos renacimientos de la mano de los revolucionarios cubanos dirigidos por Fidel. El primero tras el triunfo de la Revolución y la declaración de su carácter político, y el segundo, después del derrumbe del sistema en Europa del Este y la URSS.
La resistencia asombrosa del país ante el más grave golpe moral al socialismo y la más dura encrucijada de nuestra patria, fue como la flecha del valiente Robin Hood atravesando el escudo fukuyamista del fin de la historia, y como los maderos que, tomados por los movimientos sociales, reanimaron la llama de la reconstrucción de la izquierda en América Latina.
Pero la historia, muy a pesar de lo que presagiaron ciertos apologistas del capitalismo, no acaba. Aún la Revolución Cubana, y el socialismo y sus modelos construidos, tienen desafiantes pruebas por vencer, entre ellas la dependencia histórica de sus líderes, además de otras no menos retadoras.
No sería disparatado afirmar que desde la Cuba revolucionaria podríamos contribuir a gestar la tercera resurrección del socialismo. Ello podría pasar cuando casi no se apagan los artificios de las celebraciones por los 20 años de la caída del Muro de Berlín, y cuando desde la Venezuela Bolivariana se hiciera un llamado reciente a la conformación de la V Internacional Socialista.
Gran desconcierto debe haberse formado en el filosófico discernimiento de Francis Fukujama ante semejante noticia. ¿Qué son 20 años en el tiempo histórico?, se atormentará ahora el analista, observando como en un espacio tan «nano» su teoría puede consumirse, hasta convertirse en una fanfarronada, escandaloso anuncio de carroza que termina en mala parranda. «Los muertos que vos matasteis podrían empezar a gozar de buena salud», podría parafrasearse.
Si definitivamente podemos sortear los obstáculos y hacer que renazca de las cenizas este instrumento de la transformación mundial, sería prudente que en la puerta de entrada de la iniciativa se estampe una idea de Vladimir Ilich Lenin, cuya seña inspiradora de las internacionales también fue traicionada: «Sería ridículo presentar a nuestra revolución como una especie de ideal para todos los países, imaginando que ha hecho una serie de descubrimientos geniales e introduciendo gran número de innovaciones socialistas. Yo nunca he pretendido decir semejante cosa y afirmo que no lo diré nunca. Nosotros poseemos la experiencia de los primeros pasos de la destrucción del capitalismo en un país donde la relación entre el proletariado y el campesinado es particular. Nada más. Si nos hinchamos como pavos seremos el hazmerreír del mundo entero, no seremos más que fanfarrones».
Fuente: http://www.juventudrebelde.cu/opinion/2010-05-29/el-poder-horizontal/