Hay un segmento del alma humana que es intocable, inexpugnable. Los ideólogos del capitalismo -que son en definitiva los que establecen las estrategias culturales de la contrarrevolución-, a pesar del poder totalitario que ejercen sobre los medios de información, saben que hay barreras infranqueables. Son símbolos que se alojan en profundos pliegues interiores, que se […]
Hay un segmento del alma humana que es intocable, inexpugnable. Los ideólogos del capitalismo -que son en definitiva los que establecen las estrategias culturales de la contrarrevolución-, a pesar del poder totalitario que ejercen sobre los medios de información, saben que hay barreras infranqueables. Son símbolos que se alojan en profundos pliegues interiores, que se enraízan en la memoria, en la más íntima y afectiva y en la racional, y no pueden ser exterminados por la sistemática difusión de medias verdades o medias mentiras. Acuden entonces al mercado: venden el símbolo en versiones ligth, lo desnaturalizan, liman sus puntas de filo. Aún así, no siempre tienen éxito. Han sido infructuosos, por ejemplo, los intentos por domesticar el rostro amenazante del Che. Su presencia en prendas de vestir, en tatuajes, en afiches que los adolescentes cuelgan en las paredes de sus cuartos, son acciones combativas de resultados impredecibles, que no necesariamente siguen la lógica del mercado.
La Revolución cubana está llena de escollos como ese. Hace algunas semanas la gran prensa intentó manipular las palabras de Silvio -el más grande compositor cubano de canciones del siglo XX, según una encuesta popular que realizó la prensa nacional en los últimos días del milenio, pero también la Voz de la Revolución, su poeta-, para vender una exclamación cínica y falsa: ¡hasta Silvio se desilusiona! De nada valieron los desmentidos. Ahora, ante su éxito neoyorkino, los supuestos heraldos de la libertad de expresión se posicionan, cada uno en el papel asignado -lo que entienden por «diversidad», es la unánime defensa del sistema desde los cuatro ángulos del cuadrilátero-, para condenar o para escamotear el sentido de su vigencia en un «público en éxtasis que lloró, jaleó y coreó al cantautor que le brindó sus versos a la revolución cubana», según el contradictorio reportaje de Bárbara Celis para la corporación PRISA, aparecido en El País.
El título del reportaje no puede ser más absurdo -incluso si nos atenemos a pasajes del texto como el citado-: «Poesía sin revolución en el Carnegie Hall». Para justificar la sentencia, la autora separa lo inseparable y coloca sus propias palabras, para hacerlas creíbles, en boca de un salvadoreño, presuntamente ex revolucionario: «Silvio es poesía, es Latinoamérica, es el mundo, es nuestro. Es un maestro y cuando uno acude a escucharle eso es lo único que importa. Estoy seguro de que hoy aquí también hay gente en contra de la revolución y el comunismo pero está de acuerdo con la música». Afirmación que en todo caso involucra a aquellos cubanos que crecieron y enamoraron a sus primeras novias o novios en Cuba (experiencia que compartieron en sus países varias generaciones de latinoamericanos), escuchando sus canciones, y luego emigraron por motivos más económicos que políticos. Pero, ¿es posible amar al músico Silvio y disentir, al menos emocionalmente, de sus letras?
La periodista insiste en que Silvio no hizo declaraciones políticas durante el concierto -aunque agrega que dedicó una canción a los cinco cubanos antiterroristas presos en Estados Unidos, a quienes llamó héroes, «expresada de forma elegante y comprensible» dice, para sugerir lo «políticamente correcto» que fue-, pero no entiende que Silvio, en sus conciertos, nunca hace declaraciones políticas habladas; él las canta. Cada una de sus canciones es una declaración de fe revolucionaria. Su expresa alusión a los cinco héroes hizo que el Carnegie Hall «se viniera abajo», según la propia corresponsal de PRISA, pero para ella el aplauso no implicaba apoyo: «daba igual lo que Silvio cantara, hiciera o dijera: su público, que le dedicó una larga y emocionante ovación en cuanto pisó el escenario y no dejó de echarle piropos a lo largo del concierto, interrumpiéndole constantemente, estaba allí para declararle pleitesía a un héroe musical al que llevaban esperando treinta años». Esta es, por supuesto, la punta del cuadrilátero que intenta limarle el filo a Silvio, transformarlo de «cantautor» en «músico», dos palabras que no se contradicen, pero que conducen la mirada hacia diferentes escenarios.
Julio Valdeón reporta para El Mundo desde la misma esquina de su colega de PRISA, pero lo hace con más estilo. A diferencia de ella, no fue un escéptico observador, sino (por lo que se infiere de su entusiasmo) uno de los enamorados de su obra que acudieron a la cita. Sabe que Silvio «juega en la liga de los titanes». No siente la necesidad de justificar sus elogios musicales -sin duda, el cantautor es un gran músico, ¿quién lo duda?-, aunque a veces se exceda en el afán de reducirlo todo a música: «El grupo que lo acompaña exuda virtuosismo» escribe. «A veces, como en el caso de El necio [¡nada menos que El necio!] o La maza, espolvorea matices insospechados, imaginativos, golosos». Es válida su crónica, aunque se ciña a lo puramente interpretativo. Escribe lo único que puede escribir, si pretende que su periódico lo publique, y lo hace con dignidad.
Pero el cuadrilátero tiene otras esquinas. El Nuevo Herald sabe que el asunto no es reseñar el espectáculo: en Miami no se entenderían las sutilezas manipuladoras de la prensa española (ya no sé de qué país es El País, con tanto capital norteamericano y ahora italiano -de Berlusconi- que tiene PRISA) y la ciudad se siente agraviada. La noticia no puede ser por tanto el triunfo de Silvio, sino la manifestación callejera en su contra. Los ideólogos de la derecha no se tragan los comentarios edulcorados que intentan darle una bienvenida mediatizada al cantautor. Desde su blog bushista, Hernández Busto la emprende contra los diarios peninsulares, en especial contra Valdeón: «Crónicas entusiastas en El País y El Mundo» escribe, y comenta con sarcasmo: «Silvio es ‘poesía’, dicen; y hasta escriben una crónica ‘poética’, llena de cosas como ‘Traía al hombro su zurrón de canciones tremendas’ o ‘sus canciones, telúricas, han puesto banda sonora a un tiempo de rosas y fusiles.'» Las crónicas peninsulares desagradan a la contrarrevolución, que no se deja engañar: Silvio es la Revolución cubana y los aplausos y vítores que recibe son el resultado de su extraordinario talento y de su probada militancia revolucionaria. Su obra no es rosada, no puede ser asumida -sin traicionarla- por la izquierda sistémica, «civilizada», reformista; Silvio, su obra, es tan radical, tan revolucionaria, como el país donde nació, se formó y del que extrajo sus vivencias.
Fuente: http://la-isla-desconocida.blogspot.com/2010/06/el-triundo-de-silvio-en-nueva-york-y.html
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