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A ninguno de los dos estados se les aplica los mismos estándares que al resto de miembros de la ONU, pero son ellos quienes dictan acciones contra otros

EEUU e Israel, unidos contra la paz

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Si relacionamos toda la confluencia de noticias que hace unos días se produjo, arrojaremos inusitada luz en las causas del deterioro de la crisis que se vive en Oriente Medio, y más especialmente en Palestina e Irán. El 27 de junio, Haaretz hacía la observación siguiente en relación con las discusiones de la reunión del G-8 en Ontario: «Los dirigentes mundiales ‘creen absolutamente’ que Israel puede decidir emprender acciones militares contra Irán para impedir que consiga armas nucleares», citando una declaración hecha por el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi.

En efecto, Berlusconi continuó diciendo que «probablemente, Israel actuará de forma preventiva». Tanto se involucraron en esa creencia los representantes del G-8 que emitieron un comunicado «exigiendo a Irán que ‘respetara el imperio de la ley’ y ‘mantuviera un diálogo transparente’ sobre sus ambiciones nucleares». El tal comunicado seguía diciendo que Irán debería mostrar que se «compromete a cumplir el derecho internacional».

El 7 de julio, Newsmax, en un artículo titulado «Lieberman: US Prepared to Strike Iran to Stop Nuclear Weapons» afirma: «EEUU puede verse obligado a lanzar un ataque contra las instalaciones de armas nucleares de Irán si fracasan los esfuerzos diplomáticos y las sanciones económicas contra la República Islámica, dijo el Senador Joseph Lieberman el miércoles tras una reunión con funcionarios israelíes en Jerusalén».

El 11 de julio, Ali Asghar Soltaniyeh [embajador iraní ante la AIEA] dijo a Press TV que «unos cien países habían condenado a Israel en la conferencia de la Agencia Internacional de la Energía Atómica por no cooperar con la AIEA. El régimen sionista se ha negado a firmar el Acuerdo de No Proliferación [Nuclear] y se cree que el régimen tiene alrededor de 200 ojivas nucleares listas para ser instaladas en misiles de largo alcance y todo un arsenal de armas químicas y biológicas».

¿Cómo se entrelazan estas historias?

En primer lugar, los «líderes mundiales» del G-8, es decir, las ocho naciones más ricas del planeta, creen que Israel podría atacar preventivamente a Irán acarreando consecuencias no reveladas para los intereses de las economías y comunidades del mundo. Press TV añade que cien países, obviamente no todos ellos entre los más ricos, condenan la negativa de Israel a cooperar con sus vecinos para trabajar con la AIEA por un Oriente Medio más seguro donde ninguna de sus naciones posea armas nucleares. Y, finalmente, el Senador Lieberman ofrece que EEUU podría unirse a Israel como fuerza militar que actúa preventivamente. El factor de unión en las tres noticias es el Estado de Israel y su principal bastión: Estados Unidos.

En segundo lugar, cada uno cita a las Naciones Unidas considerándolas un operativo importante en cómo la potencial acción de Israel, o la de EEUU, afecta a los acontecimientos mundiales y por implicación a la legítima autoridad de la comunidad de naciones, por las consecuencias de las acciones de esos dos Estados. Nótese que los «dirigentes mundiales» exigen a Irán que «respete el imperio de la ley», «que mantenga un diálogo transparente» y que demuestre que «se compromete con el derecho internacional». El derecho internacional reside en la autoridad de las Naciones Unidas y en la Corte Penal Internacional, como se refleja en la Carta de las Naciones Unidas, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en los Convenios de Ginebra. Ni que decir tiene que la AIEA es un agente operativo de las Naciones Unidas responsable de supervisar los acuerdos relativos a las armas nucleares, incluido el acuerdo de no proliferación para controlar ese tipo de armamento en el Oriente Medio.

En tercer lugar, a pesar del aparente reconocimiento de las Naciones Unidas que suponen esos artículos, la realidad de lo que hacen, contra lo que afirman o dan a entender, sugiere que Israel no está obligado a respetar la ley, ni la necesidad de transparencia en relación con los acuerdos o el armamento ni está tampoco comprometido con el derecho internacional. Sólo Irán es objeto de condena como amenaza a la paz mundial y como nación que desafía las políticas y resoluciones de las Naciones Unidas. Así es como Lieberman observa respecto a la amenaza iraní: «Hay un amplio consenso en el Congreso de que se podría utilizar la fuerza militar si fuera necesario parar a Irán en sus esfuerzos por conseguir armas nucleares». Esto sugeriría que no son las Naciones Unidas las que deciden si Irán actúa de conformidad o no con las políticas acordadas por los estados miembros de las Naciones Unidas, sino el Congreso de Estados Unidos actuando en nombre de su estado-cliente: Israel.

A partir de estas observaciones se plantean dos importantes preocupaciones: ni a Israel ni a EEUU se les aplican los mismos estándares que al resto de las naciones miembros de la ONU, y que son Israel y EEUU quienes determinan cuáles son las acciones que pueden adoptar los Estados miembros de la ONU contra ambos. Estas son observaciones claras que están relacionadas. Como EEUU tiene poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, puede invalidar cualquier acción que los Estados miembros emprendan contra Israel o contra él mismo. Este es un problema estructural inherente a los poderes creados para las cinco naciones que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad. A nivel de procedimiento, poco pueden hacer la mayoría de las naciones para impedir que EEUU proteja al Estado israelí.

Ya que la Asamblea General de la ONU ha actuado a través de unas 160 resoluciones condenando las acciones israelíes, intentando que cumpla con la Carta y declaraciones de la ONU; y ya que el Consejo de Seguridad de la ONU ha actuado aproximadamente en treinta ocasiones para forzar algún cumplimiento, es obvio que la comunidad mundial ha intentado que el Estado de Israel cumpla las políticas y acuerdos de la ONU. Por tanto, uno podría concluir que la ONU ha tratado de mantener los mismos estándares con Israel que con otros Estados miembros, pero que se ha visto frustrada por el poder de veto de EEUU para hacer respetar sus políticas y el cumplimiento de las mismas.

Prácticamente durante los últimos sesenta años, Israel y EEUU han actuado como si fueran uno contra los deseos de los miembros de la ONU en todas las acciones relativas a Palestina y, más recientemente, a Iraq, Turquía e Irán. Actualmente, Israel quiere frenar las «ambiciones nucleares» de Irán, ambiciones que Israel ha determinado que existen a pesar de los resultados en sentido contrario de las investigaciones de la AIEA o de la realidad de que Irán ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear e Israel no. Pero todo lo que quiera Israel, EEUU se lo proporcionará, según Lieberman, incluidos los ataques preventivos contra un miembro legítimo de las Naciones Unidas que no ha realizado acción agresiva alguna ni contra EEUU ni contra Israel.

Israel, por otra parte, durante esos mismos sesenta años, ha atacado a Egipto, Jordania, Iraq, Siria, Líbano y Palestina, y continúa ocupando partes del Líbano, Siria y prácticamente toda Palestina. Resulta chocante que durante todo ese tiempo EEUU se haya mostrado vergonzosamente a sí mismo como el mediador para la paz en Oriente Medio. Nada podría estar más lejos de la verdad. El Congreso estadounidense y la Knesset israelí son gemelos siameses unidos por un cordón umbilical de dependencia a través de arterias entrelazadas de las líneas presupuestarias militares y corporativas que mantienen vivo el complejo, aunque alimenten a la fuerza a nuestros representantes con dinero sangriento.

Todo lo cual nos hace llegar a esta simple conclusión: Hay que suspender a Israel y EEUU del proceso de decisiones que determina la paz en Oriente Medio, dos Estados que siempre han actuado en contra de la paz en dicha región. Hay que tener en cuenta la realidad no las ilusiones. Tienen que mirar a través de los ojos de las víctimas, no a través de la óptica fracturada de los controlados medios de comunicación que no ofrecen otra percepción que la del Congreso de EEUU o la de los medios de comunicación internacionales bajo dominio israelí. Ya está bien del mantra de: Israel tiene derecho a defenderse y, por tanto, tiene que proteger las fronteras a su a su alrededor. Por tanto, tiene derecho a invadir el Líbano por el norte para asegurar que ningún cohete, misil o persona (terrorista) pueda entrar en Israel; tiene que bloquear el mar por el oeste para asegurar que nada entre en Israel (armas o terroristas) por aguas internacionales; tiene que confiscar territorio por la frontera oriental de norte a sur para asegurar que no entren en Israel armas o terroristas desde Jordania, a pesar de tener acuerdos con Jordania como vecino pacífico; y tiene que proteger la frontera con Egipto por el sur a pesar de tener una relación pacífica con esa nación.

La lógica sugeriría que la necesidad de protección de Israel y, por ello, su necesidad de adoptar esas agresivas medidas que roban la tierra a los otros, que violan el derecho internacional y crean hostilidad por toda la región podría aplicarse a cada uno de sus vecinos. Después de todo, es Israel quien tiene armas de destrucción masiva, aunque no revela esa realidad con transparencia, ha invadido con frecuencia a sus vecinos con el correr de los años y continúa ocupando y oprimiendo a los pueblos del Líbano, Siria y Palestina. Consideren lo que sucedería si Irán o Siria o Jordania o Egipto se movieran para reforzar sus fronteras respectivas aplicando las mismas tácticas que Israel. Líbano invadiría el norte de Israel, Egipto no cooperaría con Israel por el sur, Jordania llevaría a Israel a la Corte Penal Internacional para denunciar la ilegal adquisición de la tierra agrícola palestina más rica entregada por Jordania a los palestinos, y Siria trataría de obligar a Israel a que cumpliera las resoluciones de la ONU que exigen que le devuelva los Altos del Golán.

Consideren además el cordón umbilical que une a EEUU con Israel y los sesenta años de ausencia de paz transcurridos mientras cada uno de los sucesivos presidentes y Congresos actúan para llevar una paz viable a Oriente Medio. Eso no ha sucedido. ¿Por qué no? Lean el esclarecedor capítulo de Jeff Halper en «The Plight of the Palestinians: A Long History of Destruction», recientemente publicado por Macmillan. Ahí está contenida, de forma muy clara y para que todo el mundo pueda enterarse, toda la sórdida historia de engaños y dilaciones internacionales. EEUU hace lo que Israel quiere, como Lieberman elocuentemente muestra. La guerra inacabable es buena para la economía, al menos para la elite que la controla. El sufrimiento de los que destrozan con sus guerras es algo que no va con ellos.

Uno tan sólo tiene que considerar la expansión del ejército estadounidense por las naciones de Oriente Medio y la ubicación de instalaciones militares y bases aéreas que le facilitan el dominio por toda la región. Irán está literalmente rodeado de armas de destrucción masiva, las armas de destrucción masiva estadounidenses acompañan los deseos de Israel de extender sus fronteras hasta conseguir «el Gran Israel», mucho más allá de las fronteras señaladas por la Resolución 181 de la ONU de noviembre de 1947, fronteras proporcionadas por una antigua deidad que le sirvió a Abraham de agente inmobiliario, y la amenaza a Irán y a todas las demás naciones del Oriente Medio brilla como el fósforo blanco y es igual de peligrosa y amenazadora para la vida. Son EEUU e Israel quienes actúan desafiando a sus vecinos y causando estragos en el mundo.

Así, pues, ¿qué debería hacerse? Todo lo anterior sugiere una posibilidad. En noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 181 que dividía el Mandato de Palestina en dos partes, una para un Estado israelí y otra para los palestinos. A pesar de la realidad de procedimiento de la ONU, esta resolución se endosó sin que tuviera el apoyo del sector político de la ONU: el Consejo de Seguridad. Esto sugeriría que la Asamblea General tiene poder implícito para actuar sin la acción concurrente del CSNU y, consiguientemente, sus Estados miembros pueden aprobar resoluciones. Ya que Israel ha sido quien se ha beneficiado de este proceso, apenas podría objetar hoy nada si la Asamblea General de la ONU aprobara una resolución que estableciera un cuerpo de recomendaciones a los miembros, excluidos EEUU e Israel, hasta alcanzar una Resolución que obligue eficazmente a una solución justa frente al ilegalmente desmantelado plan de partición aprobado en 1947.

Si tal órgano diera prioridad a las resoluciones aprobadas por sus miembros desde 1948, reconocería que Israel tiene que devolver todos sus saqueos territoriales, aproximadamente el 31% de su ilegal posesión actual del 86% de la tierra original que el Mandato de Palestina le adjudicó en virtud de la Resolución 181. Esto daría entonces una contigüidad que haría viable al Estado palestino. O bien, Israel y los palestinos podrían decidir vivir juntos en un solo Estado con igual ciudadanía y derechos para todos. Si la mayoría de los Estados miembros de la AGNU aprobaran la resolución ofrecida por su comité, podríamos tener a la vista una solución a la crisis. Por otra parte, si el Gobierno israelí rechazara esta oferta, se encontraría aislado de la comunidad mundial y sujeto a cualesquiera que fueran las sanciones que decidiera aplicarle la ONU.

Comprensiblemente, no todas las resoluciones aprobadas desde 1948 han sido favorables a los palestinos. También ellos quedarían sujetos a las decisiones tomadas por el nuevo comité que decidiera el destino de la crisis israelí-palestina. En pocas palabras, la ONU tendría que eliminar eficazmente del proceso de paz a esos dos Estados que son uno solo, como ellos mismos afirman, «inquebrantables» en sus deseos e intentos y, consecuentemente especialmente descalificados para ser árbitros del destino de los palestinos o del de cualquier otro Estado del Oriente Medio. Para conseguir esto, los pueblos del mundo deben apreciar la realidad del Oriente Medio a través de los ojos de quienes sufren el poder destructivo que les inflingen EEUU e Israel.

Cada uno de los principios en los que se asientan los EEUU, desde la Declaración de Independencia hasta la Carta de Derechos y la Constitución, clama contra las acciones de Estados Unidos e Israel cuando perpetran una serie despiadada de ataques, invasiones y guerras contra los pueblos de Afganistán, Iraq, Pakistán, Palestina y, ahora, Turquía e Irán. Esa declaración reconoce el poder de los lobbies israelíes en nombre de su Estado-cliente, Israel, que es más que cómplice de la forzada dominación de EEUU en el mundo. Nadie puede ser testigo del enorme control logrado por Israel sobre el Congreso estadounidense, donde casi 400 representantes y 100 senadores votan al unísono apoyando la destrucción israelí del Líbano, su invasión de Gaza y el asesinato de ciudadanos turcos. El pueblo estadounidense no controla ya a su Gobierno; se ha convertido en un Estado-cliente de una potencia extranjera.

Ya es hora de que los ciudadanos estadounidenses exijan a su Gobierno que respete el derecho a la vida, que no la destruya arbitrariamente a través de mercenarios y aviones no tripulados, que rechace las guerras de engaño perpetradas por supuestos amigos, que busquemos la reconciliación con las naciones que hemos destruido y, finalmente, que se retire el apoyo a la nación canalla que es Israel, que ha desgajado a EEUU de la comunidad de naciones, volviéndole vulnerable ante quienes le utilizan para sus propios fines, convirtiéndose de nuevo en una nación del pueblo y para el pueblo, no una nación de elites que utilizan al pueblo induciéndole miedos y fobias a fin de manipularle y poder tenerle bajo control.

Prácticamente todos los miembros de las Naciones Unidas comprenden esta realidad como prueban las anteriores cuestiones abordadas. Cada vez está más claro que a Israel y su cómplice, el Congreso estadounidense, les importan una higa los derechos de otras naciones, que lo único que les preocupa es el fomento de su acción agresiva contra las proclamas de Irán -un proceso que es prácticamente espejo virtual de lo que llevó a la guerra contra Iraq-; la comunidad mundial debe enfrentarse a la realidad de que EEUU no puede controlar a Israel ni sus propias políticas. Por tanto, la ONU debe asumir su responsabilidad respecto a todos sus Estados miembros y resolver un conflicto que viene asolando al mundo desde hace más de sesenta años. Es hora ya de que la ilusión dé paso a la realidad.

Willliam Cook es profesor de inglés en la Universidad de La Verne en el Sur de California.

Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/2010/1008/op1.htm

rCR