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El orgullo de la resistencia y los hijos del colonialismo

Fuentes: Rebelión

«Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que detrás del nombre algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca». Con una diferencia de sólo uno o dos párrafos un articulista utiliza conceptos contrapuestos para referirse al mismo objeto: Israel. No sabemos […]

«Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que detrás del nombre algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca».

Con una diferencia de sólo uno o dos párrafos un articulista utiliza conceptos contrapuestos para referirse al mismo objeto: Israel. No sabemos si lo hace por simple descuido, atropello o porque el mismo desprecio que profesa por los palestinos lo profesa por los lectores. Si nos aplicamos en el concepto, parias podrían ser los palestinos, excluidos y despojados, ante cuyo sólo nombre el articulista parece sentir una náusea atávica que le impide nombrarlos.

El silencio ante los hechos del colonialismo sionista en Palestina hace imposible no recordar el doble discurso que alimenta los escritos de algunos articulistas. Para aprehender buena parte de la política de usurpación del Estado de Israel se obligan a abrevar en las aguas del discurso oficial para no perderse el próximo cóctel con pergamino. Sin embargo se desnudan en la cobarde inacción del intelectual dormido que prefiere unirse a la caterva de asesinos de la ultraderecha sólo por empatía mitológica y abandonando sus principios. La opinión pública no es hipócrita y no olvida la desgracia de este mundo -a la cual Israel aporta una porción importantísima-, intenta no contentarse con la retahíla del propio ombligo israelí y mira también por los derechos inalienables de los otros.

La conmoción internacional que ha causado el asalto xenófobo al barco turco de ayuda humanitaria para Gaza, no proviene ni nace de los prejuicios. Es una reacción natural que hunde sus raíces en las tradiciones y la historia de la miseria humana más vergonzante. Ni una ni otra han desaparecido, Israel se encarga de recordárnosla todos los días. Y eso es lo sorprendente, y es precisamente lo que conmueve a la opinión en todos los rincones del planeta. Que aquellos que han hecho un leitmotiv del genocidio europeo de sus antepasados durante la Segunda Guerra, lo perpetúen en la práctica cotidiana y lo prolonguen esta vez como verdugos blandiendo una Biblia.

El apetito voraz de Israel por los bienes ajenos es una virtud que no explican las guerras. Y aquéllo que Israel no puede obtener lo destruye. Las agresiones externas lograron ser por un tiempo una buena justificación para el coloniaje sionista de Palestina. Sin embargo hoy, el proyecto de colonización integral de los territorios ocupados, continúa sin obstáculos ni amenazas posibles por ejército extranjero alguno. Israel sigue practicando lo que nunca dejó de hacer: la expulsión a la fuerza de los palestinos, la destrucción y robo de sus bienes y la práctica del terror como herramientas del desalojo de su tierra natal.

El reciente informe de Amnistía Internacional «Demoliciones israelíes de viviendas palestinas», así como el «Informe Goldstone», movilizan una vez más a repensar las gastadas muletas utilizadas para dar salvoconducto a las permanentes violaciones de los derechos humanos practicadas por Israel. Aquí, como en tantas otras ocasiones, queda de manifiesto el espantoso historial que en esta materia detenta este Estado.

Es imposible que la gente se ocupe de recordar las bondades de Israel mientras Israel se ocupe de maltratar a un pueblo. Hagan ustedes las comparaciones que quieran, la Alemania nazi en Polonia, los estadounidenses en Vietnam, la Sudáfrica del apartheid y desde hace más de sesenta años los israelíes en Palestina. Sus excelentes instituciones académicas, que hoy padecen de un boicot, lo mismo que sus deliciosas naranjas cultivadas en la tierra arrancada a los nativos de Palestina, no pueden desviar nuestra atención de la peste que han sembrado en Oriente Próximo.

Israel es el único país del mundo que no ha dejado de crecer, esto es si excluimos a Holanda que aún le sigue ganando metros al mar, mientras los israelíes les siguen ganado metros a los palestinos. El pillaje de coloniaje al que se han dedicado los sionistas es una bandera que los identifica ante la comunidad internacional.

La frase inicial, sacada de contexto -claro está- ilustra, de todas formas, una de las esencias más tiernas que alguien pueda lograr por su identidad. Cualquiera de nosotros lo puede reconocer de inmediato asomándose en la experiencia de la resistencia palestina frente al ninguneo racista de Israel o sus apologetas vernáculos.

La misma emoción, carencia y fortaleza que expresaba Primo Levi, autor de la referencia, frente a sus carceleros nazis, hoy la levantan con orgullo los palestinos frente a sus carceleros israelíes. Ellos tienen algo que compartir con nosotros y algo que enseñarl a los hijos del colonialismo, aquellos analfabetos apátridas que sólo pueden sentirse seguros destruyendo tierra ajena y levantando muros de contención que les perpetúen el despojo y les tranquilicen el sueño: que la tierra se vive y se siente y no te la otorga ningún pasaporte regalado.

* El autor es analista

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR