Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Las políticas del Presidente estadounidense Barack Obama pueden bien ser para los palestinos las más lesivas hasta ahora de su historia, superando incluso las políticas derechistas del Presidente George Bush. Hasta aquellos que advertían contra el manifiesto optimismo que acompañó la llegada de Obama a la Casa Blanca, deben ahora sentirse sorprendidos al ver hasta dónde es capaz de llegar el Presidente de Estados Unidos para apaciguar a Israel, todo bajo la peligrosa lógica de necesitar que el llamado proceso de paz siga adelante.
El ex diplomático encargado de la paz en Oriente Medio, Aaron David Miller, exponía en Foreign Policy que «cualquier avance que se produzca en el espantosamente doloroso mundo de las negociaciones árabo-israelíes es importante». Afirmaba además: «El gobierno de Obama se merece un gran reconocimiento por mantener a bordo a israelíes, palestinos y a estados árabes clave en tiempos muy complicados. El Presidente de EEUU se ha hecho cargo de este problema y no está dispuesto a darse por vencido, un requisito fundamental para el éxito».
Pero, ¿a qué precio, Miller? ¿Y no piensas que el éxito de una de las partes puede también significar el fracaso más miserable y total para la otra?
La Secretaria de Estado Hillary Clinton habría dedicado ocho horas a intentar persuadir al Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu de que aceptara uno de los sobornos más generosos jamás otorgados a una potencia extranjera. El acuerdo incluye la venta de aviación militar de combate estadounidense por valor de 3.000 millones de dólares (además de los miles de millones de los paquetes de ayuda anual), un veto general ante cualquier Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pudiera considerarse desfavorable para Israel y la eliminación de Jerusalén Oriental de cualquier ecuación de congelación de asentamientos (exonerando así la ilegal ocupación de la ciudad y la limpieza étnica en curso). Pero incluso más peligroso que todo lo anterior es «una promesa escrita estadounidense de que ésta será la última vez que el Presidente Obama le pida a los israelíes que paren la construcción de asentamientos a través de los canales oficiales».
Significativo. Logro. Éxito. ¿Son esos realmente los términos adecuados para describir este último y desgarrador escándalo? Incluso el término «soborno», que se utiliza de forma abundante para describir la generosidad estadounidense, no es del todo adecuado aquí. Los sobornos han definido la relación entre la siempre generosa Casa Blanca y el colaboracionista Congreso para ganarse el favor del siempre exigente Israel y su cada vez más beligerante lobby en Washington. No es el concepto de soborno el que debería conmocionarnos sino la magnitud del mismo, y el hecho de que lo ofrezca un hombre que se definió a sí mismo como trabajador por la paz (y que cuenta con un certificado en tal sentido, por cortesía del Comité del Premio Nóbel de la Paz).
Igualmente impactante es el magro rendimiento que Obama espera obtener a cambio de los dólares que tanto les cuesta ganar a los contribuyentes estadounidenses. Según el Atlantic Sentential, no va a conseguirse más que «una mísera ampliación de tres meses en la moratoria en los asentamiento que expiró originalmente a finales de septiembre».
Reconociendo desde el principio que todo eso no son sino «maniobras a medio plazo», Noah Feldman, al escribir en el New York Times, plantea la pregunta siguiente: «¿Puede Obama triunfar donde tantos otros no pudieron?» Precede su respuesta con esta frase: «Desde luego, Israel y la Autoridad Palestina no le van a poner las cosas fáciles».
¿De verdad, Feldman?
El Presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas, cuyo mandato expiró hace tiempo ya, debe estar viviendo los momentos más humillantes y difíciles de su no tan distinguida carrera. En un determinado momento confió en que la llegada del Presidente Obama le ahorraría a él y a su Autoridad nuevas vergüenzas. Imaginando que el Presidente se pondría del lado de su «moderada» posición, se lo jugó todo a la carta de Obama, pujando incluso contra el gobierno democráticamente elegido por los palestinos en los Territorios Ocupados. Llegó hasta a parar una investigación internacional de los crímenes israelíes en la reciente guerra de Israel contra Gaza para no frustrar al gobierno de Netanyahu o para no molestar las sensibilidades favorables a Israel en el Congreso de EEUU.
Así fue, Abbas trató de aparecer en ocasiones como un dirigente de carácter firme y en quien se podía confiar. Pidió una oportunidad para reflexionar sobre la reanudación de las conversaciones de paz, condicionando su aceptación a las acciones que Israel nunca lleva realmente a cabo, buscando finalmente la ayuda de la Liga Árabe, una acosada y silenciada organización sin mandato político alguno.
¿Cómo podía Abbas y su Autoridad ponerle las cosas «difíciles» a EEUU, Sr. Feldman? ¿Estaría dispuesto cualquier gobierno que se respetara a acordar concesiones que se hacen en su nombre sin la más mínima oportunidad siquiera de ofrecer su propia aportación? Eso es exactamente lo que la Autoridad Palestina ha hecho una y otra vez con Abbas.
Y sin embargo, todavía hay muchos israelíes que no están contentos con el trueque. Carolina B. Glick, escribía en el Jerusalem Post al describir la congelación de construcciones en los ilegales asentamientos judíos en Cisjordania: «Es una infracción discriminatoria impresionante sobre los derechos de propiedad de ciudadanos respetuosos con la ley». Tuvo la arrogancia de considerar la lamentable moratoria como equivalente a «renunciar a la tierra».
En cuanto al importante acuerdo de los F-35, es «sencillamente extraño», sostuvo, porque después de todo «Israel necesita los F-35 para defenderse de enemigos como Irán».
Alucinante. EEUU entrega generosamente los derechos palestinos a Israel en bandeja de plata, y la mentalidad de la extrema derecha, que ahora rige la política dominante y la sociedad israelí, lo encuentra inaceptable.
Pero aparte de esta arrogante respuesta israelí y de los intentos de los medios estadounidenses para encontrar lo positivo en el último escándalo de Obama, tenemos que plantearnos una pregunta. ¿Qué sucede ahora que Obama ha mostrado finalmente que no es diferente de sus predecesores, que EEUU ha perdido el control de su propia política exterior en Oriente Medio, y que, francamente, Netanyahu ha demostrado ser más resistente, más firme y con más recursos que el presidente estadounidense?
¿Es que vamos a seguir discutiendo siempre lo mismo, una y otra vez, o ha llegado ya definitivamente la hora de que los palestinos tengan sus propias ideas al margen de EEUU? ¿Pueden los árabes finalmente aventurarse a buscar otros socios y aliados en la región y en el mundo que comprendan la conexión entre paz, estabilidad política y prosperidad económica? Quizá es el momento para estrechar relaciones con Turquía, para extenderle la mano a Latinoamérica, para pedir responsabilidad a Europa y para tratar de entender y comprometer a China.
Las últimas elecciones estadounidenses han demostrado que toda la exagerada propaganda alrededor de Obama ha llegado a su fin en los mismos EEUU. Uno puede confiar tan sólo en que palestinos, árabes y sus amigos comprendan por fin que todo era efectivamente un espejismo, y antes de que sea demasiado tarde.
Ramzy Baroud (www.ramzybaroud.net) es un columnista internacionalmente reconocido y editor de PalestineChronicle.com. Su libro más reciente es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Store» (Pluto Press, London), disponible ya en Amazon.com.
Fuente: http://arabnews.com/opinion/