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La guerra contra Cuba atormentó a Hemingway

Fuentes: Granma

La periodista y escritora irlandesa Valerie Danby-Smith, secretaria particular de Hemingway en los últimos años de vida del laureado premio Nóbel de 1954, fue testigo excepcional de las presiones del gobierno del general Eisenhower para obligarlo a salir de Cuba. Su presencia estorbaba a la justificación de la operación bélica que ya se había decidido […]

La periodista y escritora irlandesa Valerie Danby-Smith, secretaria particular de Hemingway en los últimos años de vida del laureado premio Nóbel de 1954, fue testigo excepcional de las presiones del gobierno del general Eisenhower para obligarlo a salir de Cuba. Su presencia estorbaba a la justificación de la operación bélica que ya se había decidido para ahogar a la Revolución.

Ernest había vuelto en marzo de 1959 a la Isla que abandonó en 1957, tras un registro practicado por la policía de Batista en su acogedora finca la Vigía, de 61 000 m2 en San Francisco de Paula, a 24 km de La Habana. Al New York Times manifestó su simpatía por el proceso guerrillero. Ya en La Habana, el argentino Rodolfo Walsh, escritor y uno de los fundadores de Prensa Latina relata que lo interceptó en el aeropuerto de La Habana e hizo el reportaje más corto de su vida. Hemingway decía: «Vamos a ganar. Nosotros los cubanos vamos a ganar -y agregaba-. I’m not a yankee, you know«. (1) Valerie, quien años después adoptaría el apellido Hemingway al casarse con Greg -uno de los hijos del autor de El viejo y el mar-, llegó al aeropuerto de Rancho Boyeros de La Habana el 27 de enero de 1960. Su impresión fue muy agradable. Anotó que era imposible pasase inadvertido, la gente se apiñaba a su alrededor. Su cuerpo robusto, con unos pantalones cortos de color caqui y una camisa a cuadros de manga corta, los mocasines marrones y la cara redonda y enmarcada por la barba.

La joven irlandesa fue acomodada en el espacioso alojamiento contiguo a la residencia en sí, que había servido a huéspedes tan ilustres como Gary Cooper, Luis Miguel Dominguín, Ava Gardner, Antonio y Carmen Ordóñez, Jean Paul Sartre, Errol Flynn, Spencer Tracy y muchos otros.

Algunos visitantes se sentaban ciertos días a la semana en la bien servida mesa de Ernest y Mary. Entre ellos cenaba los jueves Philip W. Bonsal, embajador de Estados Unidos, con quien Hemingway hablaba ampliamente de su país, que representaba «una conexión directa con su tierra natal. Ernest seguía con avidez todo lo que sucediera en su país natal». (2)

Pero desde meses antes, diciembre de 1959, ya el presidente Eisenhower había aprobado el documento de la CIA redactado por J.C. King, oficial encargado de la América Latina en la División del Hemisferio occidental, que recomendaba derrocar a Fidel Castro. El 18 de enero de 1960, once días antes de que llegase Valerie a Cuba, en Washington era designado J. D. Esterline como jefe de un grupo interno creado por Allen Dulles para dirigir el llamado Proyecto cubano, que no dejaba ningún eslabón suelto.

Consecuente con el Proyecto de la CIA, en esa primavera, es decir, entre marzo y mayo, «apareció un jueves Bonsal con el semblante muy serio. Le trajo a Ernest un mensaje importante, aunque informal, de Washington D.C. El gobierno estadounidense empezaba a plantearse muy seriamente la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba. Hemingway era ciudadano norteamericano, pero también era residente en Cuba, y seguía siendo el expatriado más conspicuo y relevante de la isla a todos los efectos. Lo que Washington deseaba de él era no solo que pusiera punto final a su residencia en Cuba, sino también que diera abierta manifestación de su desagrado con el gobierno de Castro y el régimen cubano.

«Ernest protestó, aquella era su casa, era un escritor, no veía que hubiera motivo para cambiar su forma de vida, su vida misma, su manera de ganársela», (3) testimonia Valerie Danby. Ella recuerda como su jefe y amigo manifestó a Bonsal una lealtad incondicional a Estados Unidos. El embajador estuvo de acuerdo con todo, pero agregó que en Washington veían las cosas de modo distinto y podría verse obligado a afrontar represalias. Se exponía a ser catalogado de traidor.

Único testigo del diálogo -con excepción de Mary, la esposa de Hemingway-, Danby anota que este hizo como si no se lo hubiese tomado en serio, pero a medida que pasaban los días, se dio cuenta de que la amenaza de perder su casa y todo lo que representaba, empezó a tener un gran peso en su ánimo.

Al comenzar el nuevo año el embajador los visitó y les comunicó con tristeza que había sido convocado a Washington, pues el gobierno de Eisenhower había roto las relaciones entre ambos países, el 3 de enero de 1961, 17 días antes de dar posesión a Kennedy, quien confesó no había sido consultado. Bonsal dijo tener la sensación de que Hemingway tendría que elegir entre su país y su tierra de adopción, con claridad y de forma notoria. La tristeza asomó a los ojos de Ernest según Valerie.

Poco después Hemingway recibió la visita del conocido periodista Herbert Matthews, quien le contó que «el New York Times retocaba sus reportajes para que Castro saliera menos favorecido; en algunos casos llegaba a recortar sus artículos o a no publicarlos». (4 )

Valerie notó un creciente desánimo en Hemingway. Lo atribuyó a «la inquietante certeza de que la situación política de Cuba y sus consecuencias traerían consigo un futuro plagado de incertidumbre» (5) o a los problemas de visión que comenzaron en España y empeoraban su salud. Todo se complicó más después de su primer encuentro personal con Fidel Castro en ocasión del Torneo de Pesca de la aguja, que ganó el propio Fidel y las fotos de Ernest entregándole el trofeo fueron profusamente publicadas en todas partes.

Las relaciones entre los dos países continuaron empeorando. Hemingway tuvo que revisar sus cada vez más reducidas opciones, la soga se estaba tensando. El resto fue tarea de los servicios secretos de Estados Unidos, el 25 de julio de 1960 los Hemingway dejaron vacía la finca La Vigía.

Notas:

 

(1) Rodolfo Walsh. www..elortiga.org. Los que luchan y los que lloran. Prólogo

(2 ) Valerie Hemingway. Correr con los toros. Santillana Ediciones Generales. 2005. Madrid, pp 131

(3) Ibid. pp 132

(4) Ibid. pp 144

(5) Ibid. pp 155