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En respuesta a la carta de John Brown

Desconocimientos, dudas y algunas precisiones

Fuentes: Rebelión

Inicia John Brown su «Respuesta a Salvador López Arnal» [1], comentando que no cree que «la cosa haya que tomársela tan a la tremenda, de manera tan personal y apasionada». Tiene razón; pido disculpas por el apasionamiento y la personalización. Más vale, prosigue, «que consideremos con serenidad y recíproca benevolencia algunos de los motivos de […]

Inicia John Brown su «Respuesta a Salvador López Arnal» [1], comentando que no cree que «la cosa haya que tomársela tan a la tremenda, de manera tan personal y apasionada». Tiene razón; pido disculpas por el apasionamiento y la personalización. Más vale, prosigue, «que consideremos con serenidad y recíproca benevolencia algunos de los motivos de la tremenda impotencia de la izquierda tradicional ante la crisis y la ofensiva del capital actualmente en curso». No acabo de captar bien la acotación «tradicional», que acaso pueda hacer pensar en la solvencia de una izquierda no tradicional», sea lo que sea lo que designe esta noción, pero el asunto apuntado por JB es de enorme de interés. Sobre todo si pensamos no sólo en la descripción de la situación sino en cómo incidir praxeológicamente para su transformación.

JB hace una precisión sobre el uso de la noción «laborismo». Admitámosla, no es punto esencial. Para no ocultar mi opinión, más allá de la corrección de la clasificación y del taxón usado, yo no creo que pueda hablarse actualmente en el ámbito europeo, o incluso en términos más globales, de organizaciones eurocomunistas. No conozco ninguna fuerza política que se haga eco de esa tradición, por lo demás, poco duradera, ni nadie que teorice a partir de ese «legado teórico», legado en el que curiosamente la influencia de un pensador como Althusser, bien o mal leído, no fue marginal. Añado que tampoco creo que existan organizaciones socialdemócratas operativas (el PSOE, por ejemplo, innecesario es decirlo, no lo es, ni tampoco claro está las fuerzas que se reconocen, si es el caso, en la tercera vía). La llamada «Izquierda europea» no puede calificarse como tal, en mi opinión, sin ningún matiz incorporado.

Lo del estalinismo es otra cosa. La vindicación, sin duda real, políticamente existente si bien minoritaria, de la figura de Stalin, se centra más bien, según creo, en aspectos de ese período histórico -triunfo tras sacrificios impensables, y no siempre recordados, de la URSS, y los países aliados, en la lucha contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial; defensa de un Estado obrero rodeado de mil peligros y acedios- que en procedimientos criminales, asesinatos, persecuciones y atmósferas terribles Si en Katyn pasó lo que a veces se afirma (hago hincapié en el condicional), no hay vindicación de Katyn por ninguna fuerza comunista digna de ese nombre como tampoco la hay de los terribles asesinatos de Trotsky y Bujarin.

Para todas las organizaciones que JB incluye bajo la categoría «laborismo», «el trabajo es el horizonte insuperable de la condición humana». No lo creo, no creo que eso sea así aunque rebajemos la consideración a horizonte esencial o a finalidad muy importante. La reivindicación, que tampoco sé si es fundamental, «del establecimiento del pleno empleo y la recuperación del Estado del bienestar» tiene su fundamento en cuestiones praxeológicas: es una forma de defender a los ciudadanos-trabajadores (mejor formulado: de defendernos, sin pensar en externalizaciones organizativas) y, especialmente, a sus sectores más desfavorecidos y menos organizados. ¿Acaso la izquierda, laborista o no, autónoma, revolucionaria o de nueva construcción, no debe defender la economía pública, la sanidad pública, la enseñanza pública y otras conquistas obreras en vías de extinción por aniquilación diseñada? El desmantelamiento del estado del bienestar y la pérdida masiva de puestos de trabajo no tienen nada que ver, en mi opinión, con que la izquierda, laborista o no, haya insistido o no haya insistido en esos dos temas. Afirmar que «estos hechos tozudos no parecen inquietarla», que no parecen inquietar a la izquierda es injusto, sea el referente de ese injusto juicio valorativo la izquierda, la laborista o la otra.

Hoy, afirma JB, con lo que nos encontramos «no es con un obrero fabril con un contrato fijo y un marco de derechos negociados colectivamente y reconocidos por un Estado regulador y planificador, un obrero que trabaja con un tiempo de trabajo y un lugar de trabajo definidos, sino con un estallido de las formas de trabajo y contractualidad». Tiene razón. Pero nadie -incluida la izquierda, la laborista o la que no lo es- ignora esta situación que, por otra parte, no es nueva. Tiene en España unas dos décadas de existencia. El catálogo de las situaciones precarias, señala JB, como el del Don Giovanni mozartiano que canta Leporello es abierto. «Seguro que escarbando un poco podemos decir que «en España son ya 1003 (mille e tre…)», afirma. Seguramente. También la izquierda laborista es mozartiana en eso (y en muchas más cosas desde luego).

JB recuerda a continuación que «antes de que el movimiento obrero descubriera su arma fundamental, la huelga, tardó décadas en encontrarla y en nombrarla como una práctica coherente: antes tuvo la tentación de romper las máquinas o de asesinar a los patronos». No estoy seguro que históricamente haya existido siempre y en toda circunstancia esa ruptura de procedimientos, esas discontinuidades tan marcadas. Pero es muy probable que hoy, como señala con acierto JB, estemos «ante una fase parecida a esos momentos iniciales de la clase obrera fabril» y que tengamos que inventar nuevas formas de resistencia. No veo que de ello se infiera, como creo que infiere JB, que la huelga tradicional sea «como cínicamente recordaba Sarkozy «invisible»». La acción de los controladores, abonada y manipulada sin duda por los poderes del Estado, y numerosos paros de la huelga del 29-S plantean alguna duda a esa afirmación. La proposición «sólo la huelga general universal, la huelga metropolitana que bloquea los flujos de comunicación y de transporte puede resultar visible y dañina para el capital» me parece que se aproxima a un maximalismo, alejado años-luz hoy por hoy de la capacidad política y sindical de la izquierda laborista o no laborista europea. Aunque, si no fuera ese el caso, si mi pesimismo político me traicionara, seguiríamos pensando en términos no muy alejados de lo que ha considerado la tradición. La huelga general, no sé si universal, de finales de los ochenta consiguió los objetivos que JB señala.

Cuando afirmé, como recuerda JB en su afable carta, que «cuando los trabajadores van a la huelga no lo hacen por no trabajar sino por hacerlo en condiciones dignas. Aspirando a ser tratados como seres humanos, no como piezas de un mecanismo diabólico e injusto», además de intentar transmitir el sentimiento de personas próximas angustiadas, quería recordar un pasaje de Francesc Layret que sirvió de lema a Comisiones Obreras, cuando Comisiones abonaba prácticas sindicales muy distintas a las que luego ha abonado y practicado, y que ahora parece desear revisar o transformar. Tiene razón desde luego JB cuando afirma que para muchos, que no para todos, un «muchos» sin precisión sociológica, «ya no se trata de ser explotados (trabajar) en condiciones «dignas» o «humanas», sino de no trabajar bajo un patrón (o un Estado) y para el capital». De eso se trata desde luego, pero no parece que sea un punto de la orden del día.

El trabajo social difuso tiene la ventaja de mostrar a diario a millones de personas, prosigue JB, «la perfecta inutilidad productiva del capital y de su Estado. El capital es hoy exclusivamente parasitario y el Estado no es un límite para el capital, sino el último de sus baluartes». No acabo de ver que esa afirmación se muestre tan a las claras ante millones de personas diariamente. Sea como sea, de ahí infiere JB, «que el actual renacimiento marxo-kantiano de discursos neosocialistas de defensa del Estado de derecho como defensor de la sociedad frente al capital sólo pueda conducir a un callejón sin salida». No estoy seguro de entender bien la referencia de ese «renacimiento marxo-kantiano» ni tampoco veo claramente la corrección de la inferencia que JB apunta. Gente más competente que yo en este punto otorgarán luz crítica a esta consideración.

Los objetivos de los trabajadores integrados en el «trabajo social difuso» no son el pleno empleo, afirma JB para concluir, «que saben imposible y no consideran deseable, sino una renta de ciudadanía independiente de cualquier prestación laboral asalariada, el libre acceso a los comunes productivos, que es el otro nombre -comunista- de una libertad de emprender efectiva, el libre acceso a bienes públicos como la sanidad y la enseñanza y la progresiva gestión social de estos bienes al margen del capital y del Estado». Todos ellos son objetivos de transición hacia una sociedad sin clases y sin esclavitud salarial, afirma JB, y ninguno de ellos se recoge en los programas de la izquierda laborista. La renta básica que cita JB puede ser eso, y puede ser también otras cosas muy distintas. Pero no hay objeción alguna a la importancia de esas finalidades que cita, sea cual sea nuestra consideración de ellas, incluso si pensamos que no son tan claramente objetivos de transición hacia el comunismo. Lo que creo injusto es afirmar que ninguno de esos objetivos se recoge en los programas de la izquierda laborista. Se recogen, claro está, aunque sean, hoy por hoy, papel, letra impresa, sin traslación praxeológica.

JB no cree que actualmente «la forma partido sea útil ni necesaria, pues está demasiado ligada a la lógica de la representación». Hay que pesar en otra cosa señala. Yo no creo que la forma partido sea hoy muy homogénea: también el partido como el ser de dice de formas muy diversas. Creo entender las problemas que pueden acechar, y acechan, a esa estructura organizativa en muchas de sus variantes, pero no estoy tan seguro de que hoy por hoy no sea aún útil y necesaria. Podemos buscar otras formas mejores desde luego. De hecho, los movimientos sociales se organizan siguiendo otras formas y procedimientos, pero, en lo que me alcanza, no veo qué otras formas podemos vindicar que garanticen permanencia organizativa y superen todos los vicios de esa forma tradicional de la izquierda laborista o no laborista (aunque es cierto en que esta última los intentos de renovación han sido más frecuentes). Siento no puedo ayudar mucho en este punto sabedor, por otra parte, que hay experiencias y reflexiones de interés que merecen nuestra atención. Cito, olvidándose de muchos nombres, a Joaquín Miras, Joan Tafalla, Jordi Torrent Bestit, Alejandro Andreassi, Nando Zamorano y a las gentes de Espai Marx como un colectivo, con enorme y arriesgada experiencia política, del que se puede aprender mucho en este y en otros ámbitos. Por ejemplo, en el concepto praxeológico de democracia y en el republicanismo radical de la tradición marxista.

Un fuerte abrazo para John Brown y gracias por su interés, y por la argumentación y el tono de su carta.

PS. Reparando un olvido. Uno de los artículos de JB, no puedo precisar cual, se iniciaba con unas inolvidables palabras, que no deberían ser olvidadas, del primer ministro español de facto, el señor Pérez Rubalcaba. Venían a decir más o a menos, espero hacer acuñado bien el enunciado en mi memoria, que quien echaba un pulso al Estado lo perdía siempre. Así de calculadores, fuertes y chuletas son. Tras ver lo sucedido con los controladores, y en miles de casos más, y comprobar la actitud gubernamental «insurgente» ante las ofensivas y deseos insaciables de los «mercados» y los dicterios imperiales, el comentario del señor vicepresidente produce risa…y océanos de llanto. Sin contradicción en ambos sentimientos.

Nota:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=118412

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