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Hamlet en Tahrir

Fuentes: Fortress Europe

Traducido por Gorka Larrabeiti

¿Ser o no ser? Tercer día de nuestro viaje a El Cairo. Duodécimo día de la revolución que quiere derrocar la dictadura de Mubarak, que hoy ha dimitido de la dirección del partido gubernamental, el Partido Democrático Nacional, junto con los dirigentes y su hijo Gamal, al cual se daba por sucesor de su padre hasta el 24 de enero. El primer ministro, Omar Suleimán, antiguo jefe de los servicios secretos, acaso creía que con esta contrapartida ya iba a bastar para que desalojaran la plaza Tahrir, pero se equivocaba por completo. También ayer miles y miles de personas ocuparon el lugar que se ha convertido en símbolo de la revuelta. Esta es la crónica de la jornada.

Llovizna en El Cairo. El agua borra las pintadas, brochazos de negro y azul con borde blanco, que habían hecho en el asfalto los muchachos de la plaza Tahrir. ‘Amr sonríe, mientras uno de los artistas se cabrea con la gente que sigue pisando sin darse cuenta el eslogan recién pintado. «Una escena semejante era imposible antes: no teníamos libertad para decir lo que pensábamos. Estoy contentísimo aunque sea sólo por esto. Estoy orgulloso de estar aquí». Llegó hace tres días; estudia Derecho en la Universidad de El Cairo. Menú, archivo, vídeo. Me enseña en el móvil las imágenes de su primer día en Tahrir, el miércoles pasado, el día de los camellos, dice bromeando. Luego se pone serio. En la pantalla del teléfono se ve a un grupo de chavales que levantan del suelo a un hombre que ha perdido el sentido y se lo llevan deprisa gritando: «Está muerto, le han disparado a la cabeza los francotiradores que estaban en las azoteas del edificio de detrás del museo egipcio». Lo mataron delante de sus ojos. ‘Amr no lo conocía, pero ese día se quedó en la plaza hasta tarde; luego se quedó a dormir en las tiendas. Al despertarse, se dio cuenta de que no se iría nunca ya de allí. Han pasado tres días: «De aquí no nos movemos hasta que no se vaya Mubarak».

Al lado de ‘Amr y de los grafitis hay otro chico. Atrae las miradas de todo el mundo porque lleva la boca sellada con una cinta  de adhesivo blanco que dice: «No hablo hasta que Mubarak vaya a juicio». Tiene los ojos vidriosos de haber llorado mucho. Se expresa mediante gestos. Acerca los índices de sus manos y los golpea uno contra el otro, hace como que empuña un fusil y luego se pasa los dedos estirados por el gaznate. Aprieta en la mano uno de las dos bufandas que lleva. La aprieta con toda su alma, una lágrima le baja por la mejilla. Mataron a su hermano, nos explica ‘Amr. Ocurrió el miércoles pasado. Tenía 33 años y se estaban manifestando juntos. Fue un francotirador, desde el edificio de detrás del museo egipcio. Una bala le pegó en la cabeza. Murió en el acto. Shahid, mártir. Uno de los 350 que se calcula que han muerto desde el principio de la revolución el pasado 25 de enero. También por rendir honor a su recuerdo, de esta plaza no se moverá nadie hasta que caiga el régimen.

El señor Mohamed piensa lo mismo. Se ha acercado porque le ha entrado curiosidad al oír una conversación en inglés. Es profesor de inglés, vive en Tanta, 100 km. al norte de la capital, pero vino aposta a Tahrir para estar en este momento crucial. «Creía haber venido de lejos -comienza diciendo- pero luego he conocido a uno en silla de ruedas que ha venido de ¡Asuán!». Para él, estar en la plaza es cuestión de vida o muerte. La dictadura debe terminar. Me cita primero a Chebbi, el poeta tunecino de Tozeur, cuyos famosos versos he oído tantas veces estos días. «Si un día el pueblo elige la vida, no cabe duda de que el destino se doblegará a su voluntad». A continuación, pasa al Hamlet de Shakespeare. En parte porque quiere hacer alarde de su conocimiento de la literatura ingles, en parte porque son las mejores palabras. «To be or not to be, ser o no ser, este es el problema», dice. Entonces, reflexiona un segundo, y añade. «En realidad no hay elección. Hoy deberíamos parafrasear el Hamlet y decir. To be or not to be. Mejor decir: To be or to be killed. Ser o ser asesinado. Porque nosotros de aquí nos vamos sólo si nos matan».

Es el efecto de la fuerza que transmiten la plaza y sus ritos. Todo comienza con la entrada en Tahrir. Del lado del puente sobre el Nilo siempre hay mucho follón. Los militares hacen el primer filtrado, incitados por el pueblo que canta: «As-shabab wa al-geish iad wahda«, «el pueblo y el ejército son una sola mano». Luego se pasan otros cuatro controles de documentos y otros tantos cacheos, que realiza el servicio de orden organizado por los jóvenes de la plaza, hasta que finalmente se entra en este largo pasillo humano de unos cien metros, entre dos filas paralelas de manifestantes que aplauden a los recién llegados mientras repiten las consignas de la plaza por la libertad y el fin de la dictadura. La plaza está abarrotada también hoy. No tantos como ayer, pero seremos unos cien mil. Bajo el minipalco que se montó hace unos días con megafonía y todo, ondean banderas y más banderas de Egipto. Tres franjas. Una roja, una blanca y una negra. En la blanca alguien ha dibujado en azul una media luna y una cruz, símbolos del islam y del cristianismo. Porque hoy en esta plaza están todos unidos para acabar con el régimen sin distinciones de religión o clase.

Sucede que te puedes encontrar con profesores que escoba en mano barren para mantener el lugar limpio, niños vagabundos que pululan entre la muchedumbre vendiendo paquetes de cigarrillos y hogazas de pan, chicas que graban con su blackberry lo que sea para postearlo luego en twitter, y a su lado viejos desdentados que improvisan discursos. También hay extranjeros. Extranjeros que no son periodistas, quiero decir. Viven en El Cairo por trabajo o por estudios y vienen a la plaza a mostrar su solidaridad. ‘Amr está asombrado: «Nunca habría creído que los extranjeros nos respaldaran en la lucha. Todo el mundo está mirando lo que hacemos. Estoy más que contento. Finalmente somos libres de expresarnos».

Entre tanto, cae la noche en este duodécimo día de protestas en Egipto. Después de las grandes manifestaciones de anteayer en todo el país, de Suez a Alejandría, de Port Said a Damieta, de Asuán a Mansura, hoy la jornada ha transcurrido más tranquila. Por los barrios se ven menos barricadas, y los grupos de vecinos que controlan el acceso a las calles ya no están armados con cuchillos de carnicero como ayer, sino sólo con buenos palos. Parece que el gran miedo de una nueva ola de violencia ha pasado de momento. Será que la llovizna de todas las tardes se lleva poco a poco el hollín de las calles defendidas a sangre y fuego la semana pasada. O será que el movimiento se siente más fuerte después de las dimisiones de Mubarak, de su hijo, el supuesto sucesor hasta hace dos semanas, y de toda la dirección del partido.

Desde luego que se ven por ahí señales de la guerrilla de los días anteriores. Los cajeros destrozados, gasolineras destruidas, escaparates hechos añicos y la fachada gris de la sede del Partido Nacional Democrático de Mubarak ennegrecido por el incendio del primer día de enfrentamientos. Pero hay un detalle que da a entender lo que han cambiado las cosas. En la plaza Tahrir, detrás de las barricadas montadas contra los ataques de los baltagiya, los bandidos a sueldo de Mubarak, han desaparecido los montones de piedras acumuladas como munición para responder en caso de ataque. Había piedras amontonadas por todas partes, piedras de todos los tamaños. Mirando bien, no es que hayan desaparecido. Esos montones sencillamente han adoptado una forma y se han convertido en lemas. Lemas escritos con piedras dispuestas en fila, una detrás de la otra, como si fueran teselas de un mosaico postmoderno sobre el asfalto de Tahrir. Los hay en inglés: Get Out, Go to Hell. «Largo. Vete al infierno». Y en árabe: Irhal! Irhal! «Largo». También hay uno escrito al contrario, de izquierda a derecha en lugar de de derecha a izquierda. Abajo pone: «A lo mejor así se entiende».

Todavía me dura en la cara la sonrisa por ese eslogan cuando un soldado del puesto de control a la salida de la plaza, durante el cacheo me encuentra en el bolsillo una cuartilla que había cogido por la calle. Se lo pasa a un colega que lo dobla en dos y lo rasga. Mamnu’a, dice. Prohibido. Es como un pellizco que te despierta de un sueño. Más allá del umbral de la alambrada comienza la normalidad, el abuso de poder, el silencio cómplice. En una palabra, el pasado. Porque el futuro que acabo de dejar atrás, está en la plaza Tahrir. Está en los ojos bañados en lágrimas del pequeño Aziz, un niño de dos años con el que me he encontrado cara a cara, a quien su papá llevaba a hombros en la aglomeración de la entrada a la plaza esta tarde. La gente apretaba por todas partes para entrar, cantando los eslóganes de la revolución. Y el chavalito estaba asustado. «No tengas miedo», le decía el padre sonriendo. Delante de él, otro padre agarraba a su hijo adolescente del hombro. Poco falta. El pueblo ha decidido. To be or not to be.

Fuente: http://fortresseurope.blogspot.com/2011/02/amleto-tahrir.html#more

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.