La salida a la crisis egipcia exige que Mubarak se vaya cuanto antes al exilio, acompañado de sus íntimos, desde su hijo Gamal, heredero frustrado, hasta su mano derecha, Suleimán, que no se corta un pelo a la hora de decir que el país no está preparado para la democracia. El historial del vicepresidente al […]
La salida a la crisis egipcia exige que Mubarak se vaya cuanto antes al exilio, acompañado de sus íntimos, desde su hijo Gamal, heredero frustrado, hasta su mano derecha, Suleimán, que no se corta un pelo a la hora de decir que el país no está preparado para la democracia. El historial del vicepresidente al frente de los servicios secretos le desacredita como piloto de una transición consensuada con una oposición a la que recibió en una sala dominada por un gran retrato del «faraón».
La dictadura agoniza. No tiene futuro el empecinamiento de Mubarak por aguantar hasta septiembre. Tras dar la falsa impresión de que perdían fuelle, las protestas volvieron el martes más fuertes que nunca, espoleadas por la insuficiencia de las ofertas de Suleimán, el balance de la represión (297 muertos, según Human Rights Watch) y los datos de la fortuna de Mubarak (entre 13.000 y 30.000 millones de euros). Mañana, día festivo musulmán, promete marcar otro hito.
La plaza Tahrir es el símbolo y corazón de la revuelta, que ya se proyecta también hacia la sede del desacreditado Parlamento. Tahrir es, además, el escaparate del nuevo Egipto, casi una utopía, a construir sobre las cenizas de la dictadura: un espacio de solidaridad, tolerancia interreligiosa, limpieza y buena organización. Un pacífico desafío capaz de mantenerse hasta lograr sus objetivos, empezando por la caída de Mubarak. Ni el desalojo violento, con una matanza como la de Tiananmen, garantizaría la supervivencia del rais, al que incluso Obama, su gran aliado estratégico, exige que escuche la voz de su pueblo.
Ya no sirven medias tintas como las promesas de reformar la Constitución (hace falta una nueva) o revisar los resultados de las legislativas (un pucherazo descomunal). Hay que partir de cero. Será un proceso arriesgado: por las amenazas a la estabilidad, porque estará lleno de trampas y por la falta de tradición democrática en el mundo árabe. También por el temor, que los Hermanos Musulmanes minimizan, a que se implante un régimen islámico como el de Irán, que empezó con una revuelta similar contra el sha, pero que luego exterminó a comunistas y otros opositores y que, en 2009, reprimió a sangre y fuego las protestas tras unas elecciones fraudulentas.
No será, pues, una transición fácil, pero los egipcios son capaces de hacerlo bien, y se han ganado el derecho a intentarlo.
* Luis Matías López es periodista
Fuente: http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/1188/que-se-vaya-mubarak-y-que-suleiman-le-acompane/