Desde que hace varias semanas comenzaron las protestas en el mundo árabe se han ido sucediendo los acontecimientos y algunas situaciones parecen indicar que el rumbo que en un primer momento podían haber adquirido las revueltas ha podido variar sustancialmente. Desde que en Túnez y Egipto prendió la esperanza, luego frustrada, de que un cambio […]
Desde que hace varias semanas comenzaron las protestas en el mundo árabe se han ido sucediendo los acontecimientos y algunas situaciones parecen indicar que el rumbo que en un primer momento podían haber adquirido las revueltas ha podido variar sustancialmente. Desde que en Túnez y Egipto prendió la esperanza, luego frustrada, de que un cambio profundo podía tener lugar en aquellos estados las cosas han cambiado. La salida de los dictadores Ben Alí y Mubarak no trajo consigo la ansiada transformación, y a día de hoy en esos estados se mantienen los pilares esenciales de un régimen gestado por los citados dictadores y sus aliados.
Posteriormente los aires de cambio saltaron hasta la península arábiga, con Yemen y Bahrein como principales protagonistas. La situación en el primero de ellos sigue pendiente de un hilo, y son cada vez más las voces que señalan el peligroso precipicio hacia el que está siendo empujado Yemen de la mano de su presidente Salih, mientras que las protestas pacíficas de la población de Bahrein han sido brutalmente acalladas (las denuncias de estos días de Amnistía Internacional o de Human Rights Watch así lo atestiguan) por parte de la cleptócrata monarquía del pequeño archipiélago, eso sí con la ayuda militar de sus vecinos sauditas y con el beneplácito de Occidente.
Posteriormente hemos visto como la actividad mediática, política y finalmente militar de las potencias occidentales se han puesto en marcha para acabar con el régimen de Gadafi en Libia, aplicando el consabido doble rasero (unos dictadores son «malos» y otros no) y mostrando una absoluta carencia de ética. Y en los últimos días, la atención parece que está centrándose también en lo que ocurre en Siria, otro de los objetivos «históricos» de EEUU y sus aliados. Como bien señalaba un reputado analista internacional, no es casualidad que los tres estados mediterráneos que no tienen relación con la OTAN (Siria, Líbano y Libia) se hayan convertido durante años en la «lista negra» de la alianza militar citada.
Las protestas y la coyuntura siria no son equiparables a la de otros estados de la región, aunque algunos no dudan en utilizarlas para sacra provecho, y al mismo tiempo emprender una campaña hacia un «cambio de régimen», como recientemente han defendido públicamente importantes voces de la esfera neo-con de Estados Unidos. Hace varios días que la detención de varios menores por realizar pintadas en la ciudad de Der´aa, cercana a la frontera con Jordania, provocó las protestas locales en ese lugar y en las vecinas Jassem e Inkhil, una región mayoritariamente sunita y donde la estructura tribal es muy fuerte.
Posteriormente también tuvieron lugar protestas en Baniyas, donde la polémica en torno a escuelas mixtas y algunos rumores en torno a contratos eléctricos (de los que se benefician una familia ligada al antiguo viceprimer ministro sirio, Abdul halim Khaddam, hoy en el exilio y enemigo declarado del presidente Bashar al-Asad) provocaron manifestaciones de protesta. Por su parte, las pequeñas manifestaciones de damasco tenían relación con asuntos mercantiles y en demanda del fin de la corrupción. Esas piezas dispersas han servido para que algunos intenten impulsar una supuesta coordinación opositora para poner fin al régimen de Bashar al-Asad, al tiempo que esos mismo medios ocultan las impresionantes manifestaciones que en apoyo al mismo han tenido lugar en diferentes ciudades sirias.
Siria vivió en los años ochenta algunos acontecimientos que pusieron en peligro la continuidad del sistema: la rebelión de los Hermanos Musulmanes, la enfermedad del entonces presidente, Hafez al-Asad, y las ansias de poder del hermano del actual presidente, Rif´at, responsable de la masacre de Hama en 1982 y actualmente disfrutando de un lujoso exilio en Londres. No obstante, tras superar esos momentos delicados, y con una oposición doméstica debilitada, Siria entró en una fase de cierta estabilidad, a pesar de que algunos auguraban la rápida desintegración de régimen, sobre todo a la sombra de los acontecimientos internacionales de esos años (desaparición del espacio soviético, I Guerra del Golfo o el conflicto entre Israel y Palestina).
La llegada al poder de Bashar abrió nuevamente el espacio para las especulaciones, y sobre todo muchos apuntaron a la «supuesta incapacidad» de este médico que nunca había demostrado tener ansias políticas. Desde un primer momento el nuevo dirigente sirio supo maniobrar y jugar sus cartas. En primer lugar, se ha ido rodeando de una red de colaboradores (familiares, parte de la nomenclatura, consejeros y amigos, y otras fuerzas dentro del régimen) que le han aportado seguridad y capacidad de actuación.
En segundo lugar parece que se ha decantado por los miembros de la nueva guardia frente a los de «la vieja guardia». Durante los últimos años de su mandato, su padre comenzó a alejar del poder a algunos miembros de ésta, y posteriormente el propio Bashar hizo lo propio con otros miembros de «los viejos tiempos» (con retiros incentivados, purgas o exilios forzados). De esa manera, también potenció el acceso al círculo de colaboradores de nuevos cuadros del partido Ba´th, la «segunda generación» de los aparatos de seguridad y militares, algunos hijos de miembros de la vieja guardia y con titulados en occidente que eran sus amistades antes de alcanzar el cargo presidencial.
En su discurso inaugural señaló la necesidad de «modernizar» el país y tolerar una «crítica constructiva» (un guiño hacia algunos sectores de la oposición), al tiempo que insistía en la determinación de luchar contra la corrupción e impulsar la transparencia. Al mismo tiempo añadió que el camino que debe tomar Siria no es el que algunos quieren marcar desde occidente, en base a experiencias y sistemas ajenas a «nuestra experiencia, cultura, historia y civilización».
Los pilares del poder actual en Siria se sustentan entre otros en el sistema de apoyos que se han tejido durante estos años y en los poderosos aparatos de seguridad y militares. Una compleja red de lazos familiares, estructuras del partido Ba´th, junto a otros poderes regionales y comunales, así como algunos miembros militares y económicos de la vieja guardia, han contribuido a mantener firme el sistema actual de Siria. Evidentemente a todo ello, al igual que en otros países de la región, el papel de los militares y del abanico de aparatos de la seguridad también han sido claves.
También ha desempeñado un papel muy importante el partido Ba´th. La ideología del mismo ha calado profundamente en amplios sectores de la población que a día de hoy siguen indetificándose con los mismos. A pesar de que algunos de los principios ideológicos han ido poco más allá de la plasmación teórica, todavía la apuesta por la unidad el conjunto de la nación árabe; la libertad ante el imperialismo y el colonialismo; el secularismo; el socialismo «particular», basado en las tradiciones árabes; o la modernidad, la igualdad de géneros o los derechos humanos siguen pesando en el país.
Frente a ello encontramos una oposición dividida. Son diferentes agentes y sectores, que al igual que en otros estados de la región, mantienen agendas e ideologías muy dispares, con escaso eco entre la población local, y sujetos a una férrea vigilancia y represión por parte del régimen. Por un lado nos encontramos con la oposición islamista, en torno a los Hermanos Musulmanes (HM) que tras la brutal persecución de los años ochenta han tenido que mantener una postura más pragmática y moderada, abandonando oficialmente la lucha armada. Al mismo tiempo, ya en tiempos de Hafez al-Asad, éste logró un acuerdo con los dirigentes de Arabia Saudita, logrando de éstos el final de toda colaboración con los HM, a cambio de permitir la apertura de más mezquitas y otros centros religiosos, que han permitido que en Siria se comiencen a ver en los últimos años manifestaciones en el vestir ligadas al islamismo saudita (aunque no son algo generalizado) y al mismo tiempo posibilitó al régimen un cierto control sobre esa esfera religiosa y política.
En los últimos años, al hilo de la coyuntura internacional, se ha venido detectando también la presencia de organizaciones jihadistas o militantes de las mismas, así como algunos clérigos que defienden esas tendencias. De hecho, en torno a los incidentes de estos días algunas fuentes locales señalan la presencia de grupos armados ajenos a la población local que buscarían el enfrentamiento con las fuerzas policiales, así como algunos discursos incendiarios por parte de algún clérigo originario de Qatar.
En segundo lugar, encontramos también sectores opuestos al presidente entre miembros del propio régimen y sobre todo entre algunos de la «vieja guardia» que todavía conservan un cierto poder e influencia pos sus lazos militares o familiares y tribales. La pérdida de peso en el organigrama del país, las críticas hacia el presidente Bashar, las viejas rencillas o la propia crisis económica son algunos factores que pueden movilizar a estos sectores. A todo ello cabría añadir además la situación que se ha reflejado tras la situación del Líbano, donde el affaire al-Hariri ha puesto nerviosos a más de uno.
Otro sector está formado por la llamada sociedad civil, donde encontramos desde los partidarios de una intervención extranjera para acabar con el régimen, los llamados «internacionalistas», y que desde su exilio presionan para esa fórmula, hasta los que apuestan por una serie de reformas que permitan algunas mejoras políticas y sociales, los llamados «gradualistas». La diversidad de este sector impide lograr una acción común, pero en su mayor parte se declaran nítidamente contrarios a cualquier apoyo hacia la política «imperialista de EEUU o de sus aliados».
Finalmente otro actor opositor importante lo representa la minoría kurda, perseguida y excluida en su mayor parte de la mayor parte de los derechos básicos. Los acontecimientos en Turquía o Iraq han incentivado en ocasiones las demandas kurdas locales y la respuesta del régimen siempre ha sido la violencia y la represión contra este pueblo. Mientras que otras minorías, como los drusos, ismaelitas o cristianos han logrado un estatus especial en Siria (fruto de las alianzas forjadas por Hafez al-Asad), jugando un importante papel en el ejército las dos primeras y en la economía la tercera, los kurdos siguen siendo ciudadanos de segunda clase.
La fotografía actual de Siria presenta claroscuros. El apoyo a la causa palestina, su rechazo a la ingerencia imperialista en la región, el respeto hacia algunas minorías religiosas, el secularismo (frente al auge del hunismo wahabita y jihadista de la región) e incluso un cierto balance social (sobre todo si lo comparamos por ejemplo con Egipto) son aspectos que se valoran de forma positiva.
Sin embargo junto a esos logros convive una situación que puede considerarse negativa. El deterioro económico, donde un conjunto de factores se alinean contra el régimen (la producción petrolera, la crisis agrícola ligada a las sequías y al control del agua, los movimientos migratorios hacia las ciudades, el desempleo), los problemas medioambientales (desertificación, polución, deforestación), a lo que se une además los problemas de vivienda, agravado por la llegada masiva de refugiados iraquíes.
Además se está produciendo una relativa pérdida del control de las regiones periféricas, unido tal vez a la ambigüedad de la autoridad, ya que todavía las estructuras tradicionales y locales tienen su peso social; existe también una corrupción caótica (frente a la anterior que algunos consideraban como «organizada»), y sobre todo no hay visos de acuerdos con la oposición, ni con la progresista ni con la minoría kurda.
El peso en la escena internacional es una carta a favor de Siria. El importante papel que ha venido desempeñando Siria en la región, con alianzas clave (Irán, China o Rusia), el apoyo a la causa palestina (que sigue generando importantes simpatías dentro y fuera del país), su injerencia en Líbano, su postura firme ante Israel (con los altos del Golán por medio), o los acuerdos recientes con Turquía e Iraq, e incluso con Arabia Saudita, le confieren un protagonismo clave a Siria.
Por ello no debe extrañar las declaraciones de Hillary Clinton, apuntando que el presidente sirio es un «líder diferente» a la hora de compararlo con otros dirigentes árabes (aunque no deberíamos ser tan ingenuos como para olvidar «las ganas» que EEUU puede tenerle a Siria), o el apoyo reciente que ha recibido de los dirigentes tan dispares de Qatar, Turquía, Kuwait, Arabia Saudita, o de otras fuerzas en Líbano o Palestina.
El papel internacional de Siria se ha visto en los últimos años, apoyándose en uno u otros para mantener su liderazgo y centralidad. Así, «es el principal interlocutor en Líbano, juega un papel central en los procesos de paz en Palestina, se apoyó en Irán para contrarrestar la amenaza de Iraq o rechazar a Israel, y busca el apoyo económico y político en sus relaciones con Arabia Saudita también».
De momento parece poco probable que Bashar al-Asad siga el camino de Mubarak o Ben Alí, ya que todavía cuenta con el respaldo de buena parte de la población siria, y algunos le consideran «como pare de la solución y no el problema». Pero no debemos perder de vista tampoco las maniobras que diferentes actores pueden estar gestando para lograr un objetivo común, que Siria se una a la lista de «cambio de régimen» para producir un nuevo equilibrio en la región.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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