Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Pude asistir al encuentro de la oposición siria que se celebró los días 8-9 de octubre en Suecia, en un lugar cercano a la capital, Estocolmo. Un conjunto de hombres y mujeres activistas que actúa en Siria y en el extranjero se unieron a importantes personalidades del Comité de Coordinación Sirio (llegadas desde Siria para la reunión) en presencia del miembro más importante del Consejo Nacional Sirio (CNS), su presidente, Burhan Ghalioun.
Los organizadores de la conferencia me habían invitado a hablar sobre el tema de la intervención militar extranjera en la actual situación siria. Mi aportación fue acogida con interés y me pidieron que la pusiera por escrito. Prometí hacerlo pero una apretada agenda me había impedido hasta ahora cumplir mi promesa.
Después, en estos últimos tiempos, se nos ha echado encima la avalancha de eventos acaecidos en el escenario sirio, así como la agudización del tono de la discusión acerca de la intervención militar y la militarización de la crisis, que fueron los dos temas de mi charla en Suecia. Esos desarrollos me urgieron a cumplir mi promesa antes de que fuera demasiado tarde. Por tanto, voy a elaborar aquí los puntos de vista que expresé en Suecia actualizándolos con comentarios sobre los hechos más recientes relacionados con el tema.
Mi aportación a la conferencia de octubre estuvo precedida por una pregunta que uno de los asistentes dirigió a Burhan Ghalioun acerca de su posición, o la posición del CNS, ante las peticiones de intervención militar en Siria. Ghalioun contestó que ese tema estaba fuera de discusión porque no había ningún país, por el momento, que quisiera que hubiera una intervención militar en Siria y, por tanto, «cuando nos veamos frente a esa coyuntura, será cuando adoptemos la posición adecuada».
Empecé a hablar haciendo hincapié en que la oposición siria debe definir una postura clara sobre la cuestión de la intervención militar extranjera, ya que es evidente que tal postura tendría gran influencia en si tal intervención debería o no producirse. Las reticencias respecto a una intervención directa que vemos hoy por parte de los estados occidentales y regionales podrían cambiar mañana si se incrementaran las peticiones de intervención por parte de la oposición siria.
Fue la petición del Consejo Nacional Libio de una intervención militar internacional a principios de marzo lo que preparó el camino para una solicitud similar por parte de la Liga Árabe y la consiguiente resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Si la oposición libia se hubiera opuesto a una intervención militar directa en cualquiera de sus formas (en vez de oponerse solo a una intervención sobre el terreno y solicitar apoyo aéreo como fue lo que hicieron), la Liga Árabe no habría buscado la intervención ni tal acción hubiera recibido la sanción de las Naciones Unidas.
Libia y los costes de la intervención militar extranjera
En mi charla, tuve muy en cuenta las lecciones de la experiencia libia al ser uno de los que habían participado en las discusiones sobre la misma. Como la inmensa mayoría del pueblo árabe, expresé mi comprensión por el hecho de que los rebeldes libios se vieran obligados a apelar al apoyo exterior para evitar la masacre absoluta que podría producirse si las fuerzas de Gadafi lograban asaltar los baluartes del levantamiento en Bengasi, Misrata y otras zonas, ya que los rebeldes carecían de medios militares en aquellos momentos para poder repeler un ataque así.
Le atribuimos toda la culpa a Gadafi por crear las condiciones para una intervención exterior mientras advertimos a los rebeldes libios contra cualquier ilusión respecto a las intenciones de las fuerzas militares que estaban ostensiblemente interviniendo en su nombre. En efecto, la intervención militar extranjera en el estado libio tuvo lugar con el alto precio que puede resumirse como sigue:
- El precio político inmediato de la intervención extranjera permitió que Gadafi pretendiera que él representaba de alguna forma la soberanía nacional y tildara a los rebeldes de agentes del imperialismo occidental. Esto influyó en un segmento, aunque limitado, de la sociedad libia.
- El precio político más alto que se pagó fue que las potencias interventoras se esforzaron por secuestrar la toma de decisiones de los rebeldes libios. No se detuvieron al acabar el ataque contra los baluartes del levantamiento ni al impedir que Gadafi usara su potencial aéreo. Fueron mucho más allá destruyendo las fuerzas aéreas libias (los estados occidentales, especialmente Francia y Gran Bretaña, estaban impacientes por vender armas a la Libia post-Gadafi), así como una parte importante de la infraestructura libia y de los edificios oficiales (los estados occidentales, junto con Turquía, empezaron a competir por el mercado de la reconstrucción libia incluso antes de que el régimen de Gadafi hubiera caído). Las potencias occidentales se negaron a proporcionar a los rebeldes libios lar armas que urgente e insistentemente les habían pedido para poder liberar ellos mismos su país sin la intervención exterior directa. Solo les entregaron las armas (Qatar y Francia) en las últimas etapas de la batalla. Estas limitadas aportaciones de armas aceleraron la caída del régimen de Gadafi después de que se hubiera alcanzado un punto muerto desde hacía tiempo.
- El objetivo de las potencias occidentales era imponerse ellas mismas como participantes principales en la guerra contra el régimen de Gadafi para poder controlarlo todo. Querían ser ellas quienes trazaran la hoja de ruta para la Libia post-Gadafi e incluso establecieron un comité internacional a este propósito. También intentaron durante un tiempo llegar a un acuerdo con la familia de Gadafi a espaldas del Consejo Nacional Libio. Como consecuencia, el destino de Libia se estaba trazando más en Washington, Londres, París y Doha que en la misma Libia antes de la liberación de Trípoli. Sin lugar a dudas, ese deseo de los estados occidentales de controlar la situación en Libia después de Gadafi era tremendamente ilusoria, como nos temíamos. Sin embargo, esto ha provocado ya en Libia un inmenso caos, agravado por la intromisión exterior, ya sea occidental o regional.
Siria: Entre Libia y Egipto
Sin embargo, la impresión que prevalece actualmente es que la intervención extranjera impidió el aplastamiento del levantamiento libio que, de haber ocurrido, habría terminado con el proceso revolucionario por toda la región árabe. La intervención posibilitó que los rebeldes libios liberaran su país de las garras de su brutal dictador a un coste que palidece en comparación con el precio pagado por los iraquíes en su liberación del régimen tiránico de Sadam Husein mediante una invasión extranjera. La ocupación de Iraq está finalmente terminando tras ocho años miserables, durante el curso de los cuales el país ha tocado fondo pagando un precio material y humano exorbitante tan solo para enfrentarse ahora a un futuro oscuro y amenazador.
El resultado de este contraste entre Libia e Iraq es que, mientras el ejemplo segundo resultaba totalmente repulsivo a los ojos de los sirios, el ejemplo libio ha instilado en muchos el deseo de emularlo. Esto se reflejó en el incremento de solicitudes de intervención militar internacional tras la liberación de Trípoli, hasta el punto de que se llamó a la movilización del 28 de octubre «El Viernes de la Zona de Exclusión Aérea».
Sin embargo, se equivoca profundamente quienquiera que imagine que el escenario libio podría repetirse en Siria. La oposición siria debe ser consciente de que el coste de permitir una intervención militar extranjera en Siria (frente a la intervención indirecta proporcionando armas) será mucho más alto que en el caso de Libia por varias razones, la más importante de las cuales podría resumirse del siguiente modo:
La situación militar en Siria es muy diferente de cómo era en Libia. Este país se caracteriza por la presencia de centros urbanos separados a menudo por inmensas franjas de territorio casi desértico. En tales circunstancias, el potencial aéreo es esencial, sobre todo porque las áreas controladas por los rebeldes libios estaban casi vacías de partidarios del régimen. Por tanto, el régimen acudió al poder aéreo en su ofensiva contrarrevolucionaria, y el apoyo aéreo exterior fue por ello muy eficaz para proteger las áreas rebeldes y limitar el movimiento de las fuerzas del régimen fuera de las zonas habitadas, todo eso a un coste relativamente limitado para la vida civil. En cambio, la densidad de la población siria es mucho mayor que la de Libia y lo mismo ocurre con la mezcla de opositores y partidarios del régimen, que impide que el régimen sirio pueda hacer un uso extenso de los ataques aéreos. Por tanto, una zona de exclusión aérea sobre Siria tendría beneficios muy limitados si permaneciera como zona de exclusión aérea en el sentido más estricto, o tendría devastadoras consecuencias de muerte y destrucción si adoptara la forma de una guerra aérea total contra el régimen como sucedió en Libia. Ya que las capacidades defensivas del ejército sirio son mucho más importantes que las de las fuerzas de Gadafi, la escala e intensidad de los combates sería mucho mayor en Siria, por no mencionar que el régimen sirio no está aislado como estaba el de Gadafi y cualquier intervención militar exterior en Siria podría por tanto incendiar la región entera convirtiéndola en un conjunto de polvorines.
Mientras tanto, ninguna ciudad siria se enfrenta en estos momentos al peligro de una masacre a gran escala como ocurrió en Bengasi, o incluso a un destino comparable al de la ciudad siria de Hama en 1982, cuando el régimen de Asad pudo aislarla del resto del país.
La fortaleza del levantamiento sirio subyace en que ha adquirido una gran extensión y al hecho de que los rebeldes no cometieron el error de levantarse en armas, lo cual, de haber sucedido, habría debilitado en gran medida el momentum del levantamiento popular y hubiera permitido al régimen eliminarlo más fácilmente.
Los rebeldes sirios han confiado hasta ahora en formas de lucha como las protestas nocturnas y las manifestaciones del viernes (no por razones religiosas sino porque el viernes es el día festivo oficial y es difícil que el régimen pueda impedir que la gente se reúna en las mezquitas) para que la mayoría de los participantes no se exponga. Esta clase de manifestaciones de estilo guerrilla es el método adecuado cuando un levantamiento popular se enfrenta a una brutal represión por parte de una fuerza militar abrumadora.
A diferencia del régimen caricaturesco de Gadafi, que hace años dio un giro a favor de establecer una fuerte cooperación económica, de seguridad e inteligencia con diversos estados occidentales, el régimen sirio, a los ojos de EEUU, es aún un obstáculo a sus proyectos en la región, ya que está aliado con Irán y Hizbollah y sostiene a una amplia gama de fuerzas palestinas opuestas a la capitulación perseguida por EEUU.
Reconocer esta realidad no sugiere en modo alguno que uno deba por tanto abstenerse de apoyar las demandas de democracia y derechos humanos del pueblo, ya sea Siria o Irán. Sin embargo, es necesario tener en cuenta la forma en que actúa la oposición iraní, que rechaza completamente la intervención militar extranjera en los asuntos de su país y defiende su derecho a desarrollar energía nuclear frente a las amenazas israelíes y estadounidenses que tratan de impedirlo afirmando que Irán está desarrollando armas nucleares.
La oposición siria critica correctamente el oportunismo del régimen, citando su intervención en el Líbano en 1976 contra la resistencia palestina y el Movimiento Nacional Libanés, así como cuando se unió a la coalición dirigida por EEUU en 1991 contra Iraq. Aquellos que critican la doblez del régimen sirio respecto a la causa nacional no deben acreditar la afirmación de ese régimen de que está combatiendo a los «agentes» de las potencias occidentales pidiendo la intervención militar de esas mismas potencias occidentales. La oposición nacional no debe permitir que el régimen puje más alto en la defensa de la causa nacional y debe comprender que como el territorio sirio está parcialmente ocupado por Israel, con el apoyo de los estados occidentales, no debe buscar ayuda en los enemigos de Siria ni en sus opresores. Si esas potencias llegan a intervenir lo que van a tratar de hacer es debilitar estratégicamente a Siria al igual que debilitaron a Iraq.
Derrocar a un régimen, sin que importe de qué régimen se trate, es un objetivo estratégico en el cual los medios difieren según cada caso y cada país. La estrategia dependerá de la estructura del régimen que los revolucionarios traten de derrocar.
Vamos a considerar, por ejemplo, la diferencia entre los casos de Egipto y Libia. En Egipto, el ejército regular es una institución que era, y sigue siendo, la columna vertebral del régimen. El poder de Mubarak emanaba y se apoyaba en el ejército, pero no llegó a hacerlo «suyo». Esto hizo que el levantamiento popular se cuidara bien de mantener neutral al ejército para derrocar al régimen. Esta estrategia tuvo éxito aunque alimentó las ilusiones entre las masas de que el ejército como institución, con sus mandamases, podría ser un servidor desinteresado del pueblo. En lugar de reforzar la conciencia crítica del pueblo y de los soldados y advertirles de que esos mandamases del ejército lucharían por preservar sus privilegios y control sobre el estado, las principales fuerzas del movimiento de la oposición han contribuido actualmente a extender las ilusiones entre las masas. El resultado es que la revolución egipcia se ha quedado incompleta; en realidad, hay tantos elementos de continuidad en el régimen egipcio como elementos de cambio, cuando no más.
En Libia, por otra parte, Gadafi había disuelto la institución del ejército y lo había reestructurado en forma de brigadas vinculadas con su persona a través de lazos tribales, familiares y financieros. Por tanto, fue imposible confiar en la neutralidad del ejército, y mucho menos en que se fueran a poner del lado de la revolución; más aún, era inevitable que la forma de derrocar al régimen libio fuera derrotando a sus fuerzas armadas, es decir, mediante la guerra. Ya que el desequilibrio de fuerzas militares entre las fuerzas de Gadafi y los prácticamente desarmados rebeldes era abrumadora, era inevitable la entrada de un factor externo en la ecuación, bien armando al levantamiento (el mejor escenario) o a través de la participación directa en la guerra entre los rebeldes y el régimen ocupando el país (el peor escenario) o bombardeando a distancia sin invadir, como sucedió. El resultado es que el cambio en Libia es mucho más profundo que en Egipto debido al colapso general de las instituciones del régimen de Gadafi. En la actualidad, Libia es un país sin estado, i.e. sin un aparato que monopolice las fuerzas armadas y nadie sabe cuándo allí podrá reconstruirse un estado o algo que se le parezca.
Por tanto, ¿en qué aspectos se ajusta Siria a esta ecuación estratégica? En la actualidad, estaría en algún lugar entre los casos egipcio y libio. En Siria, como en Libia, el régimen se ha rodeado de Fuerzas Especiales vinculadas a él por lazos familiares, por secta religiosa y privilegios. Es preciso derrotarlas si se quiere que el régimen caiga. A este respecto, el comandante del Ejército Libre Sirio, el Coronel Riyad al-As’ad, tenía razón cuando le dijo a Al-Sharq Al-Awsat (5 noviembre 2011) que «está soñando cualquiera que piense que el régimen sirio caerá pacíficamente».
Sin embargo, debido a que Israel ocupa un trozo de su territorio, Siria, a diferencia de Libia, tiene también un ejército regular basado en el servicio militar obligatorio de los hombres jóvenes, cuyos soldados y oficiales de bajo rango reflejan la composición del pueblo sirio del que sus filas emanan. Por tanto, uno de los principales objetivos de la estrategia de la revolución siria debe ser poner a las filas del ejército sirio del lado de la revolución.
El papel del ejército en la estrategia de la oposición
Si el levantamiento sirio hubiera estado encabezado por un liderazgo con una mente estratégica (y aquí vemos los límites de las «revoluciones de Facebook»), habría tratado de extender las redes de la oposición entre el ejército aunque insistiendo en que los soldados no deberían desertar individualmente o en pequeños grupos sino en cifras lo más numerosas posibles. En ausencia de liderazgo y estrategia, soldados y oficiales han empezado a desertar por sí mismos de forma desorganizada. El alcance de las deserciones se ha ido ampliando en los dos últimos meses y continúa haciéndolo. Esas deserciones han confundido a la oposición política, y algunos han criticado a los desertores por amenazar con desviar el levantamiento de su senda pacífica mientras otros acogen bien esa actuación a la vez que les piden que no vuelvan sus armas contra el régimen. Esta última es una propuesta suicida de la que los soldados desertores harán bien en burlarse.
La tarea estratégica de ganarse a los soldados sirios del lado de la revolución no debería entrar en contradicción con las manifestaciones populares y su naturaleza no violenta. De nuevo, el caso sirio combina elementos de las experiencias libia y egipcia, i.e. muchedumbres de manifestaciones pacíficas junto a enfrentamientos militares. La no violencia de las manifestaciones populares fue, y sigue siendo, un componente básico del momentum del movimiento y de su carácter masivo, incluida la participación femenina. Ese momentum es en sí un factor decisivo para incitar a los soldados a rebelarse contra el régimen.
Por tanto, el mayor dilema estratégico en Siria es cómo combinar la pacífica movilización de masas con la expansión de la oposición del ejército y la confrontación armada, sin la cual ni se podrá derrotar nunca a las fuerzas del régimen ni este caerá. Así es, a menos que uno cuente con que algunos oficiales de alto rango de la cima de la jerarquía del régimen se vayan del país y esto obligue a la familia gobernante a escapar a Irán. Si esto llegara a suceder, Siria acabaría en una posición similar a la de Egipto, donde ha caído una pieza de lo alto de la pirámide sin que esta llegue a venirse abajo en su totalidad.
En cuanto a una intervención militar directa en Siria, ya sea en forma de invasión o limitada a un bombardeo desde lejos, llevaría a poner fin a las deserciones del ejército sirio que unirían filas en una confrontación que convencería a los soldados de que lo que el régimen viene afirmando desde el comienzo del levantamiento, i.e. que se enfrenta a una «conspiración exterior» que quiere subyugar a Siria, ha sido cierto todo el tiempo. Las peticiones formuladas por Riyad al-As’ad, del Ejército Libre Sirio (en la entrevista citada antes) de una intervención internacional para «la aplicación de una zona de exclusión aérea o marítima en Siria» y de crear «una zona segura en el norte de Siria que pudiera administrar el Ejército Libre Sirio» son, en el mejor de los casos, una prueba de falta de visión estratégica entre el liderazgo del levantamiento sirio. También son producto de una mezcla de carencia de visión de futuro y de reacción emocional ante la perversidad del régimen que lleva a algunos de sus opositores a confiar en lo que podría provocar una gravísima catástrofe histórica en Siria y en toda la región.
Aquellos que desean la victoria del levantamiento del pueblo sirio en aras a la libertad y la democracia de forma que sea posible fortalecer la patria en vez de socavarla, deben definir una posición de la mayor claridad posible sobre estas fatídicas cuestiones. No es posible simplemente ignorarlas en nombre de la unidad contra el régimen, porque el destino de la lucha y de todo el país depende precisamente de esos planteamientos.
Gilbert Achcar es Profesor de Estudios para el Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Escuela de Estudios Africanos y Orientales (SOAS, por sus siglas en inglés) de Londres.
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