Al finalizar la llamada Guerra Fría y posiblemente con el propósito de buscar un nuevo enemigo que le permitiera al imperio continuar sus guerras para la dominación mundial, sus ideólogos elaboraron la teoría del «choque de civilizaciones», que en la práctica se ha traducido en una guerra contra el mundo árabe-islámico. La aplastante maquinaria mediática […]
Al finalizar la llamada Guerra Fría y posiblemente con el propósito de buscar un nuevo enemigo que le permitiera al imperio continuar sus guerras para la dominación mundial, sus ideólogos elaboraron la teoría del «choque de civilizaciones», que en la práctica se ha traducido en una guerra contra el mundo árabe-islámico.
La aplastante maquinaria mediática en manos de los EE.UU. y sus aliados de Occidente, no han detenido, especialmente a partir del ataque a las Torres Gemelas de New York, la campaña antiárabe y antislámica. El propio presidente George W. Bush, después de este suceso, calificó de «cruzada», la lucha que habría de llevar contra los terroristas, haciendo recordar a muchos la historia de las acciones militares llevadas a cabo por los cristianos contra los musulmanes entre los siglos XI al XIII, para conquistar el Cercano Oriente.
Se ha machacado sobre la opinión pública, de forma constante, con los conceptos de «terrorismo árabe» o «terrorismo islámico», como si los pertenecientes a esta nacionalidad o creencia fueran los únicos terroristas que existen en el mundo. Al terrorismo cometido por otros, no se les pone apellido, no existe por lo tanto «terrorismo cristiano» ni «terrorismo judío», aun cuando sean creyentes de estas religiones o los países donde predominan las mismas, quienes cometan crímenes y atrocidades que conlleven esta categoría.
Por supuesto, en ningún caso o en muy pocos de ellos, se trata de acciones motivadas por razones religiosas, por lo que no es aceptable, en mi opinión, calificar de esa forma a unos u otros. Los crímenes cometidos por el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, posiblemente por alemanes de fe cristiana, eran puro terrorismo y lo llevaron a cabo contra judíos, gitanos y mucho más contra los comunistas. Nadie los calificó como «cristianos terroristas», ni siquiera como «fascistas terroristas». A nadie se le ocurriría esperar actualmente que la prensa lo haga cuando se bombardean pueblos en Afganistán, Paquistán o Libia. Tampoco se califica de «terrorismo judío» cuando los de esta fe masacran al pueblo palestino en Gaza. Pero es evidente que la propaganda occidental ha levantado prejuicios y discriminación hacía los musulmanes y hacía su valiosa cultura, pues el Islam, más allá de ser una fe religiosa, es también todo un sistema cultural, una forma de vida.
La guerra contra Irak, del inicio de la cual en estos días se cumplirán nueve años, destruyó cuantiosos valores culturales, no solo importantes para los pueblos islámicos, sino para toda la humanidad. En Bagdad tuve el triste privilegio de ser testigo del saqueo y la destrucción de los museos; el bombardeo de edificios y monumentos que eran reliquias históricas; el incendio de lugares donde se archivaban documentos que constituían parte de la memoria primaria de los pueblos; vi arder el Teatro Nacional y el bombardeo de la Casa de la Sabiduría, entre otros lugares patrimoniales… Se intentaba con ello destruir la cultura con la certeza de que esta constituye el cimiento de la nación.
Pero no se detuvieron en eso. Durante los nueve años de ocupación de Irak, han desarrollado una campaña sistemática de asesinatos de intelectuales, científicos, profesores universitarios, técnicos y personas vinculadas a la enseñanza y la actividad intelectual. Cientos o posiblemente miles de ellos han sido asesinados en un criminal intento de hacer retroceder la cultura del país a la edad de piedra y con la conciencia de que esta es el escudo de la nación. Haciendo esto, propician la forma más fácil de dominarla y destruirla.
Hay noticias de que en Afganistán y ahora más recientemente en Libia, países con menos desarrollo cultural que el que existía en Irak, han ocurrido también agresiones contra el patrimonio cultural de sus pueblos. Las bombas y los misiles «inteligentes» que utilizan, en contradicción con ese moderno y macabro calificativo, parecen ser portadores de la incultura, que proviene a la vez de la «cultura del odio», de quienes deciden su lanzamiento.
Ahora un peligro tremendo se cierne sobre Siria, otro país amenazado con ser bombardeado para defender los «derechos humanos». Siria es también considerada como una de las principales «cunas de la civilización humana». Damasco, su capital, junto con Jericó en Palestina, se consideran los asentamientos humanos más antiguos, con más de siete mil años de existencia permanente. La parte antigua de la ciudad, conservada con extremo celo, atesora edificios y monumentos que son patrimonio de la humanidad, incluso de inestimable valor para la religión cristiana.
En el territorio sirio, abundan las huellas de los primeros cristianos, de los apóstoles. Damasco se conoce en árabe con la palabra Sham, con la que fue bautizada por ser el nombre del segundo hijo de Noé, el del arca y el diluvio. Se considera que en diferentes lugares del territorio sirio estuvieron en algún momento de la historia y dejaron sus huellas: Abraham (quien es Ibrahim para los musulmanes); San Pedro; el profeta Muhammad (Mahoma); el apóstol Lucas; y la Virgen María, entre otras destacadas personalidades religiosas.
El gobierno sirio, en un país donde alrededor del 80% de su población es islámica, ha sido ejemplo de tolerancia y ha practicado una ejemplar política de convivencia religiosa. En el barrio cristiano de Damasco, bastante extenso por cierto, así como en pueblos y aldeas donde es mayoritaria esta religión, rige el calendario cristiano y el domingo es el día festivo de la semana, no el viernes, como establece el calendario islámico.
Existen por todo el territorio sirio importantes huellas de antiquísimas civilizaciones y culturas, reinos que florecieron en distintos momentos de la historia: Mari, por ejemplo, en el noreste, en el valle del Éufrates; Palmira, ciudad capital de la reina Zenobia, en medio del desierto; Ugarit, en la costa, donde se encontró el que se considera primer alfabeto, que con 30 letras cuneiformes es considerado un salto para el desarrollo cultural de la humanidad.
Ahora se quiere dar otro zarpazo contra la cultura árabe en Siria, que es simiente de la cultura de la humanidad. Representantes del oscurantismo y el sectarismo se quieren imponer por la fuerza destructiva del imperio estadounidense y sus aliados, con intereses de dominación mundial.
Es necesario también que desde las filas de los intelectuales se levante bien alto la voz para tratar de impedir la intervención extranjera y la agresión; se respete el derecho soberano del pueblo sirio a decidir sobre sus asuntos; y se aliente la negociación pacífica para que puedan resolver sus problemas internos.
Defendiendo la paz, también defendemos la cultura.
Fuente original: http://www.lajiribilla.co.cu/2012/n567_03/567_05.html