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Entrevista a Manuel Cañada sobre el libro La huelga más larga (I parte)

«Lo más relevante de aquella lucha fue su capacidad para situar la reivindicación no en el salario sino en el control de la contratación y del destajo»

Fuentes: Rebelión

Manuel Cañada trabaja actualmente de educador social en un IES de Extremadura. Forma parte, en condición de afiliado, del PCE, IU y CGT, aunque su tiempo de militancia, como él mismo señala, lo dedica fundamentalmente a un colectivo por los derechos sociales que lleva el nombre de «La Trastienda». * Le pregunto en primer lugar […]

Manuel Cañada trabaja actualmente de educador social en un IES de Extremadura. Forma parte, en condición de afiliado, del PCE, IU y CGT, aunque su tiempo de militancia, como él mismo señala, lo dedica fundamentalmente a un colectivo por los derechos sociales que lleva el nombre de «La Trastienda».

*

Le pregunto en primer lugar por la autoría del libro. Joaquín Vega, la Asamblea de yeseros y escayolistas y usted mismo. ¿Quién fue Joaquín Vega? ¿Quiénes forman la asamblea de yeseros y escayolistas?

Joaquín Vega fue un extraordinario dirigente obrero y el auténtico inductor y protagonista de este libro. Fue militante comunista, primero del PCPE y después del PCE, pero, sobre todo, un sindicalista enorme. Era la antítesis del dirigente sindical de despacho. Sabía que la fuerza de los trabajadores emana de la lucha unitaria y no de la finta y el apaño compartiendo mesa y mantel con el patrón. Era un militante insobornable: pudo atornillarse al cargo, como tantos otros, y sin embargo volvió a pegar yeso, danzando de una obra a otra. Además, era una persona de calidad excepcional, vitalista, leal y generoso. Recordaba a los legendarios militantes anarquistas y comunistas de los años 20 y 30: despreciaba el dinero y el peligro hasta extremos temerarios.

La Asamblea de yeseros y escayolistas de Badajoz es la forma final que acaba adoptando la organización del movimiento de estos dos gremios. Tras la huelga de 1988, permanecieron diez años integrados en la estructura de CCOO, y luego, a raíz de la ruptura con el sindicato, crearon la Asamblea que se mantiene hasta nuestros días.

En la publicación, queríamos destacar la autoría colectiva del libro. El texto se nutre de entrevistas individuales y colectivas realizadas entre 2005 y octubre de 2011. Y además pretendíamos evitar, en la medida de lo posible, que los trabajadores pasasen de sujeto de la huelga a mero objeto de la narración.

¿De qué huelga habla La huelga más larga? Puede describirla brevemente.

Fue una huelga que duró cinco meses, desde el 10 de agosto de 1988 hasta el 4 de enero de 1989. Durante los últimos tres meses, la huelga fue indefinida. Al principio de la movilización, las demandas obreras tenían que ver con el precio del metro y con el pago de «los derechos» (las vacaciones, las pagas, la ayuda familiar…), pero a lo largo de la huelga, la centralidad reivindicativa giró hacia la limitación del destajo y el control de la contratación. La larga duración del pulso obedeció tanto a la radicalidad de las demandas obreras como a la existencia de una fuerte organización patronal que había cimentado su poder sobre la derrota de la huelga general de la construcción en 1978. Ésta, fue otra extraordinaria huelga indefinida (52 días), pero que se saldó con la división sindical y la percepción de fracaso.

Más tarde le pregunto sobre esto último. Tras la presentación, el libro se abre con una mariana de Francisco Moreno Galván cantada por José Menese. ¿Quién fue Moreno Galván? ¿Quién es José Menese? ¿A qué cauce tienen que volver «las agüitas» de las que nos habla el cante?

Francisco Moreno Galván fue un poeta y pintor de Puebla de la Cazalla. Es el autor de gran parte de las letras interpretadas por José Menese, uno de los grandes cantaores flamencos de las últimas décadas. Ambos son dos extraordinarios creadores, que han pagado con el ostracismo y el olvido su compromiso comunista. Muchos de los cantes de Moreno Galván-Menese son auténticas joyas que condensan, con sobriedad, sabiduría popular y rebeldía jornalera.

Este cante con el que se abre el libro es una crítica a la historia dominante y, al tiempo, el enunciado de un futuro de liberación. Creo que en la letra, que hace mención a los rótulos de las calles, plagados de «reyes, roques, santos y frailes», se alude a un cauce, a un tiempo histórico que es el de la Segunda República. Pero además parece que resonara en él también, de forma vaga, la idea de «comunismo primitivo», otro orden, otro tiempo desterrado pero aún sobreviviente en la memoria. Son los ecos de un cierto milenarismo, una constante en la historia del movimiento obrero y campesino, según historiadores como Hobsbawn. El propio Manuel Sacristán quizás apuntaba en esta misma dirección cuando en algún momento definió el marxismo como una «religión obrera».

Entre otros autores, cita usted con frecuencia y admiración a Walter Benjamin. ¿Qué destacaría usted de sus tesis de filosofía de la historia?

Walter Benjamin es uno de los pensadores marxistas más incisivos y útiles para entender el capitalismo contemporáneo. Pero, al mismo tiempo, es un completo desconocido para la inmensa mayoría, incluso en los ambientes militantes. Parafraseando una de sus afiladas y apremiantes tesis, cabría afirmar que el conformismo de la Academia está a punto de subyugar al Benjamin revolucionario, convirtiéndolo en un fetiche culturalista. El sagaz estudioso de los misterios de la mercancía ha sido transformado en un bohemio coleccionista. El comunista sin partido, es empaquetado como evanescente esteta, como producto delicatesen sólo al alcance de los gourmets de rarezas ideológicas.

«En los terrenos que nos ocupan, sólo hay conocimiento a modo de relámpago. El texto es el largo trueno que después retumba». En el Libro de los Pasajes, se recoge este aforismo de Benjamin, como pórtico de sus reflexiones sobre teoría del conocimiento. Así son también sus tesis de filosofía de la historia. Son relámpagos, astillas, mónadas de pensamiento que integran epistemología, historia, literatura y teoría de la revolución. Son iluminaciones talladas con precisión artesana, compactas y vibrantes, que nos evocan la fuerza y la capacidad aprehensiva del Manifiesto Comunista.

Las tesis de Benjamin son una enmienda a la totalidad del historicismo, pero también a la socialdemocracia y al marxismo economicista y determinista. «Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que están nadando a favor de la corriente», afirma en uno de sus latigazos. Esta milonga de que la historia está de nuestro lado ha acompañado y acompaña aún nuestros discursos y fantasías militantes. No hemos dejado de recitar, con distintos formatos, este cuento menesteroso. Unas veces hemos dictaminado que la clase trabajadora era la clase ascendente, otras hemos repetido aquello de la historia absolutoria; Pablo Milanés le puso música y letra hermosas a este optimismo insensato: «La historia lleva su carro / y a muchos los montará / por encima pasará de aquel que quiera negarlo»… En las tesis, Benjamin se está dirigiendo sobre todo a los marxistas y les está reprochando su miopía, que repitan como loros la doctrina del infalible progreso, justo cuando ante sus ojos se alza la colosal catástrofe que representó el nazi-fascismo.

La crítica al concepto de progreso, que según él debería ser consustancial al materialismo histórico, es otro de los filones más actuales de este hermoso texto. El fetichismo del progreso ha empapado nuestros análisis, se ha convertido también en discurso dominante en nuestro campo. Décadas después, desde el escarpado ecológico, Sacristán iluminará otras consecuencias de esa idolatría progresista, subrayando el potencial destructivo de las fuerzas productivas.

Las empezó a llamar productivo-destructivas.

Exacto. Por otro lado, Benjamin representa una ruptura con las categorías convencionales de la historia, una alteración de los usos del pasado. «Definiciones de conceptos históricos fundamentales: la catástrofe: haber desaprovechado la oportunidad; el instante crítico: el status quo amenaza permanecer; el progreso: la primera medida revolucionaria», se puede leer en El libro de los pasajes. Benjamin subvierte el tiempo lineal, la «sólida continuidad de la historia». La cita secreta entre sucesivas generaciones de oprimidos trastoca la relación entre pasado y presente. Y la historia se llena de «tiempo del ahora», los momentos rupturistas del pasado pasan a ser «momentos del presente mismo», y en ellos se enciende «la chispa de la esperanza» contemporánea.

La historia debe ser, según Benjamin, redención y reivindicación de los oprimidos de todas las épocas. Y ahí es donde se anudan materialismo histórico y milenarismo, marxismo y mesianismo. Volvemos de ese modo, sin pretenderlo, al final de la respuesta anterior.

Sí, pero es un excelente complemento.

Para acabar: en mi opinión, este texto es una lectura imprescindible para quienes deseen vacunarse contra el corporativismo histórico o para quienes estén interesados en lo que se ha dado en llamar «memoria histórica». Pero, mucho más allá, a las Tesis de filosofía de la historia, podría aplicársele una de las características que Italo Calvino atribuía a los libros clásicos: «Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo». Estimo que las tesis de Benjamin deberían ser un material de «obligada» lectura para los militantes anticapitalistas, un escrito que circulara en las escuelas de debate y formación, pues constituye una extraordinaria referencia para encarar nociones como materialismo histórico, fascismo, progreso o revolución.

La historia dominante es una historia naturalizada. ¿Qué significa esa afirmación que usted ha comentado críticamente en más de una ocasión? ¿Cómo consigue esa carta de naturaleza?

La historia dominante, como la ideología dominante en su conjunto, se impone como paisaje, como atmósfera que envuelve nuestra vida cotidiana. El nombre de las calles, las esculturas urbanas, los calendarios, las celebraciones y conmemoraciones… la historia del poder cristaliza como tradición de todos, como naturaleza social. A aquel camino senderista lo bautizan como Ruta del Emperador; éste otro museo de arte contemporáneo como Reina Sofía; la parada del metro, Núñez de Balboa; el paraninfo universitario, Ramón Areces… Son sólo algunos signos externos de hasta qué punto el santoral de las clases dominantes impregna los espacios cotidianos, adquiriendo además el marchamo de patrimonio común y de «historia objetiva».

Junto a los medios de comunicación, los sistemas educativos tienen un papel crucial en la conformación de ese «sentido común histórico». A modo de ejemplo, invito a la lectura de los libros de la asignatura de Historia que se utilizan en Bachillerato para explicar el final del franquismo y la transición española. En ninguno de los textos que he podido ver se habla de los cinco fusilamientos de noviembre de 1975 o de las decenas de asesinatos a cargo de la policía en manifestaciones durante esa década.

Hay alguna excepción pero tiene razón en general. ¿Qué considera más esencial de la lucha obrera que describe en su libro? ¿El éxito alcanzado? ¿Su radicalidad? ¿La participación?

El éxito de la huelga de los yeseros no reside en la duración y dureza del pulso, ni siquiera en que abriese un ciclo de luchas en el sector de la construcción, acabando con el síndrome de derrota, tras el fracaso del 78. En mi opinión, lo más relevante de esta lucha es su capacidad para saltar las bardas de la rutina sindical, situando la reivindicación no en los aspectos del salario sino en el control de la contratación y del destajo.

Como ya subrayara Marx, el destajo es la organización del trabajo que más interesa al capitalista. Divide a los trabajadores en función de su edad, de su destreza, de su grado de sumisión o rebeldía… En unos casos, hace que el trabajador se vea a sí mismo como una larva de capitalista y en otros muchos, siembra en él la ilusión individualista de que tiene un lugar bajo el sol al margen del grupo… Institucionaliza la competencia entre los trabajadores y, de este modo, el capitalista saca más beneficio económico pero, sobre todo, más dominio, más obediencia obrera, más poder, en definitiva.

Esta huelga apuntó a la raíz. Los trabajadores eludieron las añagazas que suelen funcionar en estos casos (incremento del precio por metro o pieza) y adoptaron dos mecanismos de control del destajo. Uno de ellos, de autorregulación: fijación de un tope de metros máximo a respetar por cada trabajador. Y otro, de limitación del poder patronal: se incluyó en el convenio la obligatoriedad de contratar al 50% de los trabajadores mediante oferta genérica. Al final, el pulso derivó en el control del 100% de la contratación. A partir de ese momento, quedaba cancelada una de las reglas de oro del capitalista, la decisión de quién trabaja y quién no trabaja.

Esta forma de enfrentarse a la precariedad, desde la raíz, cuestionando uno de los instrumentos fundamentales del dominio patronal, el mercado de trabajo, es quizás una de las principales lecciones de esta larga huelga para el presente. Hoy, son innumerables las empresas y sectores en las que se trabaja a destajo. Por supuesto, no sólo en la construcción o en el campo. Es moneda corriente en sectores de la industrial, el telemárketing o incluso en los medios de comunicación. Hace pocos días me contaban que en una de las principales agencias de prensa, aquí en Extremadura, pagan a 7 euros la noticia.

Creo que no sólo en Extremadura.

Sí, claro. La importancia y vigencia de esta huelga podría resumirse en torno a tres palabras: Precariedad, Asamblea, Anticapitalismo. O dicho de otro modo: organización desde la precariedad, democracia obrera y necesidad de inscribir las luchas concretas en un horizonte y estrategia anticapitalistas.

Lo dejemos aquí por ahora. Te pregunto a continuación sobre un concepto que está de moda, el de memoria histórica

De acuerdo, como mejor estimes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.