Traducido del inglés por J. M.
Lo que sigue es la traducción de un discurso pronunciado por el destacado autor israelí Sami Michael en una conferencia pronunciada en Haifa en junio de 2012. Se trata de un cri de coeur [grito del corazón, N.del T] lleno de amor y de dolor.
Nacido y criado en Irak, el Sr. Michael era un activista político y miembro del Partido Comunista. Cuando se ordenó su detención en 1948 huyó al vecino Irán. Al no poder volver a Irak, emigró a Israel en 1949. Después de trabajar como ingeniero y como periodista para el periódico en árabe Al Itihad, con sede en Haifa, se convirtió en un aclamado novelista que ha sido nominado para el Premio Nobel de Literatura. Sigue siendo un activista de derechos humanos y hoy es el presidente de ACRI, la Asociación para los Derechos Civiles en Israel.
Durante muchos años el Sr. Michael se describió a sí mismo como no sionista, aunque sí patriota israelí. Se identifica con orgullo como judío árabe e iraquí.
En su controvertido discurso del mes pasado, afirmó que era demasiado mayor para emigrar, pero envidiaba a los que podían hacerlo. Aunque insiste en que sigue siendo un ciudadano patriota, ya no siente que Israel pueda ser su patria espiritual: le ha dado la espalda a los «valores humanistas y a los derechos de la humanidad». Afirma que el racismo, el fanatismo religioso y la ocupación están destruyendo el Estado, y que corremos peligro de perder todo.
Conocí al Sr. Michael en su apartamento de Haifa en el verano de 2006 durante lo que Israel llama la Segunda Guerra de Líbano y Líbano llama la Guerra de Julio, cuando acompañé como traductora a un periodista europeo. Esa entrevista fue interrumpida un par de veces por la sirena que anunciaba la llegada de cohetes. En mi entrada de blog acerca de la reunión coloqué un pequeño video clip del Sr. Michael hablando en árabe. Viéndolo ahora tengo la sensación de que seis años son mucho, mucho tiempo. Toda una vida. Resulta extraño decirlo acerca de una reunión que tuvo lugar en tiempos de guerra, pero creo que él era más optimista entonces. Yo estoy bastante segura de que lo era.
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Israel es el Estado más racista del mundo industrializado
Por Sami Michael
Nací en 1926 en una generación que está desapareciendo gradualmente. Muy pocos recuerdan el colapso y la catastrófica caída del segundo imperio más grande del mundo. Francia, la gran potencia mundial que había construido la Línea Maginot, la más perfecta línea diseñada en la historia de la defensa, que tenía a su disposición un poderoso ejército, fuerza aérea y naval, fue vencida en sólo tres semanas ante nuestros atónitos ojos. Esto no sólo fue un shock, sino que desde entonces mi mundo se ha vuelvo más fracturado. Conceptos como la permanencia, una realidad que se autoentiende y una vida estable han sido descartados de mi diccionario personal, aunque han adquirido un lugar central en el léxico israelí sagrado y sirven como una Línea Maginot virtual. Puede que lo que voy a decir sea duro, pero para mí es una campana de alerta para mis compatriotas y por eso he optado por decírselo en la lengua materna de mis hijos y nietos.
Israel es el único Estado que se estableció después de la Segunda Guerra Mundial y que desde los albores de su existencia se convirtió en un éxito asombroso. Podría ser un modelo para los muchos países que emergieron del dominio colonial y que todavía no han logrado sus sueños. ¿Cómo es posible que, al cabo de sólo unas pocas décadas, este mismo Israel se encuentre inmerso externamente en un conflicto irresoluble y fracturado internamente casi en estado de parálisis? Creo que la respuesta radica en el hecho de que Israel nunca se ha atrevido a enfrentarse directamente a los tres problemas básicos que lo han acompañado desde el principio de su existencia: su lugar en el mundo árabe, las diferencias sociales y raciales, y la división laico-religiosa.
La cultura dominante en Israel siempre ha dirigido sus ojos a Occidente. Pero, como siempre, este Occidente mide la existencia tanto de Israel como de otros países en términos de beneficio económico y valor estratégico. Los colonos europeos de Argelia, Zimbabwe y Sudáfrica perduraron más tiempo que el asentamiento sionista en Israel. El dominio que los hombres blancos tenían de Sudáfrica se convirtió en una potencia impresionante, pero cuando el orden de prioridades cambió en el mundo pareció que el muro de apoyo de Occidente era una ilusión pasajera, traicionera y engañosa. De hecho, el Estado de Israel es producto de la intercesión judía tradicional. Cuando los padres del sionismo en Europa lograron el apoyo para el establecimiento de un Estado judío utilizaron el argumento de que la entidad que se iba a crear extendería una ola de la avanzada cultura europea por Oriente Medio. Este enfoque arraigó en la conciencia israelí y hasta ahora Europa es la Meca espiritual para un gran sector de la intelectualidad israelí, especialmente para aquellos escritores considerados formadores de opinión pública. En mi opinión, este es uno de los profundos conflictos internos en la idea sionista. La ideología sionista surgió en contra del contexto del antisemitismo europeo, aunque los padres del sionismo se prestaron voluntarios a servir como agentes de esa misma cultura que había alimentado el odio a los judíos. Por lo tanto, resulta que quienes apoyan este enfoque consideran las generaciones de antisemitismo, la expulsión de España y las atrocidades de la Alemania nazi como si hubieran ocurrido en otro planeta, en una era imaginaria.
Como resultado de un continuo autolavado de cerebro, Europa se mantiene en la mente de muchos israelíes como un faro cultural y una fuente de inspiración para una sociedad ilustrada. Orgullosamente nos retratamos ante nuestros propios ojos y ante los de nuestros simpatizantes en Europa como la firme cabeza de puente para la cultura europea en un mundo atrasado y hostil. En una extrema ignorancia histórica, los padres del sionismo no eran conscientes de los horrores de la conquista europea en el mundo árabe, desde el Golfo Pérsico hasta el océano Atlántico. No creo que por congraciarnos con la cultura europea nos hayamos ganado la admiración de Europa, pero sin lugar a dudas nos hemos ganando el odio de los pueblos árabes, como agentes al servicio de un peligroso enemigo y como perpetradores de la ocupación en nombre de este mismo enemigo. Los pueblos árabes han pagado un precio muy alto para eliminar la ocupación europea. Su lucha les costó muchas víctimas, pero en el sentido formal han logrado la independencia. Por lo tanto, pueden perdonar los errores del pasado causados por la conquista europea, pero mientras exista Israel, no puede declarar su victoria final sobre la ocupación europea.
Desde el mismo día en que fue establecido el Estado de Israel ha demostrado lo bien basada y lógica que es la desconfianza de los árabes en nosotros, desde la identificación de Israel en la década de 1950 con los pecados de los franceses en Argel, pasando por la participación de Israel con los ejércitos de Gran Bretaña y Francia en 1956 contra Egipto por la nacionalización del Canal de Suez y terminando con nuestro entusiasmo activo en la conquista de Irak, por no hablar de nuestra conquista directa y colonización de Gaza y Cisjordania. Israel, una diminuta isla, se ha convertido en una marca de vergüenza en la orgullosa frente de los pueblos árabes. Esos son los pueblos que borraron todos los elementos extranjeros que habían tratado de participar en la región y que vencieron a los mongoles, a los cruzados y a la ocupación europea.
Los antecedentes históricos de la región y la situación actual de Israel como una isla solitaria generan ansiedad en el corazón y pensamientos pesimistas. Me referiré a los problemas más importantes, los que me quitan el sueño.
El racismo
El racismo y las profundas brechas sociales son graves problemas que han existido en Israel desde sus primeros días hasta ahora. Herzl, el visionario del Estado, creció en Austria y se convirtió en una gran figura mundial. En su condición de periodista entró en contacto con diversas culturas. Por el contrario, los que materializaron su visión estaban influenciados principalmente por una mentalidad de gueto del este de Europa. La mayor parte de los judíos del este de Europa estaban centrados en sí mismos y padecían opresión, aislamiento y pogromos. Posiblemente por esta razón, el judío ve una fuente de peligro en su vecino y en quienes son diferentes de él. A diferencia de la lengua hablada por los judíos de países árabes e islámicos, la lengua hablada por los judíos del este de Europa era completamente diferente de la hablada en la sociedad que los rodeaba. El yiddish era la forma aceptada de comunicación entre las diversas comunidades exiliadas en el este de Europa. Por otra parte, los judíos no sabían mucho sobre el Oriente árabe y los judíos árabes. Pero los judíos de los países árabes estuvieron abiertos a la cultura árabe tanto durante su edad de oro como en su decadencia, desde una próspera Andalucía y el glorioso Imperio abasida hasta los oscuros días bajo el dominio otomano. No hubo contacto entre los judíos del gueto y los judíos de los países árabes. En la visión del habitante del gueto, el judío hablaba el Mama-Loshen, el yiddish. Por otro lado, el árabe judío disfrutaba de libertad de movimientos y era consciente de que existían otros judíos en el mundo que eran diferentes de él por el idioma y las costumbres, aunque no conocía a los aislados judíos del gueto.
El encuentro entre los judíos de los países árabes y los del este de Europa se produjo en la Tierra de Israel, y fue traumático y estuvo cargado de sospechas. Los judíos del este de Europa fueron los primeros en establecerse en Palestina y dejaron su huella en el carácter espiritual, cultural y político del nuevo Estado, a pesar de que eran pocos en número cuando se estableció el Estado. Llegué a Israel en 1949 y el número de documento de identidad que recibí fue el 733.440, lo que significa que en aquel momento el Estado tenía menos de tres cuartos millón de judíos. Había habido cierta expectativa de que después del Holocausto y la fundación del Estado grandes olas de migración de esos judíos que habían sufrido los abominables crímenes de Europa inundaría el nuevo Estado. Hubo una amarga decepción entre los miembros veteranos del «Viejo Yishuv» (el organismo de judíos residentes en Palestina hasta 1948). Los judíos de Europa no llamaron a las puertas del Estado judío. Al mismo tiempo, en 1948 una ola de represión se abatió sobre los judíos de los países árabes en venganza por la derrota de sus ejércitos. Hasta entonces los judíos habían gozado de una espectacular y floreciente presencia en el mundo árabe. Se aprovecharon de sus contactos con el mundo exterior y enriquecieron cultural y económicamente a sus respectivos países árabes. Se concentraban en las ciudades más grandes y, por lo tanto, tuvieron una importante influencia en países que eran principalmente agrícolas. Por ejemplo, más del 20% de los residentes en la capital iraquí, Bagdad, eran judíos. Esta era una situación rara en el mundo. Pero tras el establecimiento del Estado de Israel, se volvió imposible la existencia de los judíos en Irak, como en otros países árabes. Casi todos los judíos de esos países afluyeron al nuevo Estado como refugiados. A ojos del «Viejo Yishuv» estos judíos no eran muy diferentes del derrotado enemigo árabe. Hablaban su lengua, habían adoptado sus costumbres, tenían la piel oscura como ellos e incluso ponían nombres árabes sus hijos. El «Viejo Yishuv» los consideraba primitivos e inferiores, similares a los enemigos a los que habían vencido en el campo de batalla. El choque fue enorme. Un líder del «Viejo Yishuv» expresó la frustración que sentían diciendo: «El Estado fue fundado para un pueblo y otro pueblo vino a establecerse en él».
Hasta hoy, más de sesenta años después de que se estableciera el Estado de Israel, no se ha reparado esta ruptura. Mentalmente adopta la forma de racismo y socialmente expresa la brecha entre los estatus. Qué extraño es que estos dos grupos de población, tan diferentes el uno del otro hasta el punto de distanciarse en su orientación, hayan alimentado tan cuidadosamente esta brecha. Los izquierdistas de salón (y vale la pena señalar que en Israel los izquierdistas nunca han salido del salón) repudiaron a los judíos del este tratándolos de «materia prima» consumible o en la jerga comunista de la época, de «lumpen proletariado». Y ello a pesar del hecho de que los inmigrantes procedentes de Egipto, Líbano y Bulgaria, y en especial de Irak, trían un historial impresionante en el Partido Comunista de sus países de origen. La dirigencia comunista en Israel trata a estos inmigrantes con una arrogancia descarada. A principios de la década de 1950 había campos de inmigrantes en los cuales el 20% de sus habitantes votaba al Partido Comunista en la Knesset. Ninguno de ellos fue promovido a una posición importante en el partido. El Comité Central del Partido Comunista estaba y sigue estando todavía hoy más «purificado» de judíos mizrahíes que en cualquier otro grupo dirigente del Estado. La sospecha y la arrogancia hacia las comunidades mizrahíes fue una sólida barrera impenetrable en las filas del Partido Comunista.
El racismo se filtró en muchas otras esferas y aumentó vergonzosamente las diferencias sociales. Hasta hoy en día en la mayoría de las instituciones estatales importantes, y especialmente en las de carácter académico y cultural, somos testigos de una falta de representación de los que vinieron de los países árabes. La izquierda israelí ha adoptado este enfoque y continúa con su política racista que en realidad equivale a un suicidio político simbólico por su parte, al rendirse a sí misma un insignificante culto elitista en la sociedad israelí. La otra fortaleza del racismo es la comunidad judía ultraortodoxa en Israel. Así pues, si la izquierda israelí muestra su racismo con circunspección y utiliza tácticas de negación para ocultarlo, el bloque ashkenazi haredi (ultraortodoxo) muestra su versión del racismo de manera abierta y descarada. A ojos de los haredim (ultraortodoxos), los judíos mizrahíes no eran sino un peligro para su existencia. Los judíos mizrahíes no eran extremista en su fe. Su práctica religiosa se había desarrollado en el contexto de Islam como una práctica pragmática y creó una amplia red de relaciones culturales y económicas con la clase dirigente política islámica. La feroz competencia entre los autoritarios admorim (líderes religiosos) y las sectas rivales extremistas no existía en Oriente. En Irak, Siria, Líbano y Egipto la clase dirigente religiosa judía mostró indulgencia hacia los que predicaban el cambio y el progreso dentro de la comunidad judía.
Además, esta clase dirigente no se anquilosó sino que inició regulaciones halájicas (de las leyes religiosas judías) que reflejaban cambios en el tiempo, lugar y nuevas condiciones. Los haredim ashkenazíes consideraban que esto ponía en peligro su existencia y, por lo tanto, trataron a los pragmáticos judíos mizrahim como proscritos e impuros. Durante generaciones adoptaron una fe sectaria violenta y agresiva, y desde dentro de sus fortalezas aislacionistas dirigieron sus dardos racistas contra las comunidades mizrahíes sin freno ni vergüenza. Incluso se mantuvo en un aislamiento racista dentro de sus enclaves en Israel a los judíos mizrahíes que habían renunciado a sus tradiciones pragmáticas para unirse a la ultraortodoxia asquenazí y adoptado sus estrictos códigos. Hace dos años me vi obligado personalmente a llevar a cabo una manifestación individual en Tel Aviv contra la horrible manifestación de racismo en la escuela Emmanuel, donde se había establecido un muro de separación en el patio de la escuela para evitar el contacto entre las niñas askenazíes «puras» y las niñas mizrahíes «impuras». Esta misma escuela obligaba a llevar uniforme, pero el color elegido para los alumnos de ashkenazíes era diferente al de los mizrahíes.
En el camino a la escuela en Bagdad durante los días en los que la Alemania nazi estaba en el poder me encontré con pintadas en la pared: «El judío es de una raza inferior» y «Hitler está destruyendo los gérmenes». Estas consignas llegaron a Irak directamente desde Berlín. Al cabo de setenta años, estas palabras siguen horadándome el alma. Según la racista doctrina haredi aquí en Israel, mis hijos y nietos, que tienen un mezcla de herencias iraquí-rusa-franca-polaca-holandesa, también tienen que estar detrás del muro junto con otros cientos de miles de niños. No voy a negar que este extraño muro ha invadido mis pesadillas. Dediqué mi juventud a luchar contra las influencias del racismo europeo y especialmente el racismo basado en la religión, el color o el origen. Un tercio de mi pueblo murió por esta causa. En la lejana Bagdad, mis amigos tanto judíos como no judíos y algunos de ellos muy queridos, pagaron con sus vidas la lucha contra este maldito racismo.
¿Cómo hemos arrastrado esta enfermedad racista hasta nuestros hogares aquí? Cuán horrible es darse cuenta de que un pueblo que pagó un precio terrible en sangre durante el siglo pasado debido a un muro racista alzado a su alrededor podía permitir que se construyera un muro tan despreciable dentro de su patria.
Sabemos muy bien cuándo ocurrió esta atrocidad y dónde. Recordamos bien el precio que nuestro pueblo ha pagado por los muros y la separación según el color. En mi opinión, esto es un sacrilegio que tuvo lugar en una escuela judía, que afirma enseñar la Sagrada Torá. Si algún otro país hubiera establecido semejante muro ofensivo, nosotros como judíos habríamos salido a protestar enérgicamente contra de él. Y aquí, en Israel, la mayoría de la izquierda guardó silencio. La clase dirigente no movió un dedo. La Corte Suprema de Justicia decretó que había que eliminar el muro. Sin embargo, los que lo erigieron anunciaron a viva voz que iban a continuar con su política, aunque ello implicara ir a la cárcel.
Ahora, con el colapso de la falsa izquierda en Israel y el ascenso al poder de la derecha en general y de la derecha haredi en particular, la brecha racista se ha convertido en un hecho casi aceptable. El racismo se está arraigando gradualmente en la sociedad israelí con el fortalecimiento político de la derecha religiosa. El racismo se dirige a los judíos de los países árabes e islámicos, a los inmigrantes de Etiopía y Rusia, a los ciudadanos árabes de Israel, a los palestinos en los territorios ocupados, a los refugiados y los trabajadores migrantes, a los gays y la lista sigue. La creciente ola de racismo sigue aumentando alentada por los miembros de la Knesset y del gobierno, tanto a través de infames declaraciones públicas como de la legislación de draconianas leyes antidemocráticas contra los forasteros, los extranjeros y las organizaciones de derechos humanos. En cualquier caso, Israel puede enorgullecerse de tener el dudoso título de ser el Estado más racista del mundo desarrollado.
La religión y el Estado
El individuo -o el Estado- que adopta un texto religioso como guía espiritual y documento certificado que otorga los derechos de propiedad no pueden permanecer laico por mucho tiempo. Con el empoderamiento de la fuerza electoral de los judíos haredi, tanto ashkenazi como mizrahi, la estructura sociopolítica se ha vuelto extremadamente complicada. El empoderamiento de los haredi, al igual que el empoderamiento de los colonos, surgió del invernadero del sionismo laico. Ben-Gurion aprobó los partidos religiosos cuando predicó obsesivamente sobre la conciencia judía. Se le dio una importancia crucial a la Biblia, incluso para los maestros de literatura. Con los años, de una elección a otra, el partido Likud aumentó la influencia del extremismo, ya que estaba dispuesto a pagar cada vez más para hacerse con el control del gobierno. Los haredim no pudieron resistir la tentación y tendieron sus manos para tomar su parte del pastel sin respetar las instituciones laicas del Estado, como los tribunales de justicia, el ejército y los valores democráticos en general. Así pues, Israel un pionero según los parámetros internacionales en fomentar que las facciones religiosas participaran activamente en el marco de los partidos políticos. Al hacerlo, trajo la destrucción tanto a la religión como a las normas de la vida democrática y política.
El bloque religioso ha ganado poder e influencia, no por su vitalidad y originalidad conceptual, sino simplemente gracias al corrupto soborno político pagado para formar parte de dudosos gobiernos de coalición. El distanciamiento por parte de la izquierda de las bases y de las personas así como su arrogancia desempeñó un papel no desdeñable en este deterioro. La inestabilidad de la situación de la seguridad y la destrucción del imposible sueño de alcanzar la paz al mismo tiempo que continuaba la ocupación también han llevado a cada vez más gente a creer que sólo un milagro o la misericordia del cielo nos puede salvar de la catástrofe. Habría que recordar que a pesar de su supremacía militar, en los últimos cuarenta y cinco años Israel no ha ganado una victoria decisiva en el campo de batalla, ni siquiera contra milicias ordinarias. Después de cada enfrentamiento se crearon comisiones de investigación para examinar las causas del fracaso. Cuando un tanque o una campaña son una respuesta insuficiente, entonces florece la tendencia a la creencia mesiánica. El conflicto nacionalista entre Israel y el mundo árabe se ha ido convirtiendo gradualmente en una confrontación religiosa entre el judaísmo y el Islam. Estamos viviendo en una época gloriosa de la halajá judía (ley religiosa), lo mismo que de la ley sharia islámica. Año tras año las murallas de la democracia y el Estado laico se están desintegrando ante nuestros ojos bajo la persistente presión del nacionalismo religioso.
Hace varios años, Salman Rushdie escribió que hay dos Estados teocráticos en el mundo, Irán e Israel. Mientras tanto, la lista ha ido creciendo a consecuencia de la decepcionante «Primavera Árabe» que había sido la esperanza de los jóvenes laicos y fracasó volviéndose en su contra. En su libro Los Versos Satánicos Rushdie escribe: «Algo no está bien en el mundo espiritual de este planeta […] Hay demasiados demonios dentro de los seres humanos que dicen creer en Dios». Mi amigo AB Yehoshua afirma que los judíos pueden ser normales sólo en Israel. Pero yo creo que el visionario laico de este Estado se está revolviendo en su tumba viéndolo abandonar voluntariamente su destino en manos de demonios anormales. Bibi Netanyahu llegó a la sede del gobierno en alas de un eslogan haredi: «Bibi es bueno para los judíos», es decir, bueno para los haredim, con la intención de destruir la democracia laica y de establecer un Estado teológico represivo. La marcha triunfal del nacionalismo religioso es a la vez impresionante y aterradora. Miles de graduados en educación superior están huyendo de Israel cada año y prefieren llevar una vida anormal, en los términos de AB Yehoshua, en países lejanos aunque más normales. Me dan envidia, pero soy demasiado viejo para experimentar una vez más el trauma del migrante y por lo tanto prefiero permanecer como un extraño en mi propia tierra.
La ocupación
La ocupación es una verdadera catástrofe para Israel. El Gran Israel y el entusiasmo por la conquista para controlar y asentarse en el mismo corazón de la densa población palestina son una marea arrolladora que golpea el corazón del sionismo, el cual se considera a sí mismo progresista, laico y socialista. El término «Gran Israel» no surgió en el partido Likud o en una yeshiva de judaísmo religioso nacional, sino que fue acuñado en el kibutz Ein Harod por poetas, escritores e intelectuales, casi por la corriente más pura de laicismo moderado. El conflicto israelo-palestino es el principal factor de la formación de la imagen de Israel en sus diversos aspectos políticos, culturales y económicos. Con los años, la izquierda y la derecha polarizaron sus posiciones hasta que crearon dos ilusiones opuestas que sólo tienen un frágil asidero en la realidad. La izquierda describe a los árabes como ángeles inocentes, víctimas de la brutal agresión israelí. La derecha alimenta un odio ardiente por los árabes, como si fueran monstruos desbocados. Es comúnmente sabido que en todos los conflictos prolongados ambas partes se brutalizan. Un destacado poeta afirmó una vez: «Ehud Barak es despreciable; debería echarles los tanques encima y acabar con ellos con ametralladoras». Este poeta pertenece al campo cuerdo que aparentemente está buscando una solución pacífica. Por supuesto, sabe que nuestras ametralladoras ya han disparado miles de millones de balas de todo tipo en las últimas décadas sin efecto alguno. Por tres veces hemos convertido el Sinaí en un cementerio para los soldados egipcios. Hemos arrasado Beirut hasta sus cimientos y lo hemos conquistado. Hemos devastado al ejército jordano. Durante los últimos cuarenta y cinco años hemos arrojado a la cárcel a casi todos los intelectuales de la resistencia palestina. Por cada judío asesinado en las últimas tres generaciones por lo menos diez palestinos perdieron la vida. Nuestros armamentos casi se agotaron en 1973 por todos los asesinatos que cometimos en el ejército egipcio y sin los abastecimientos aéreos norteamericanos nos habríamos quedado con los cañones de los rifles vacíos. Un niño en los campos de refugiados que viven en la pobreza extrema está dispuesto a morir como un héroe. No tiene nada que perder. ¿Cuántos hijos podemos ofrecer que estarían dispuestos a suicidarse y morir como héroes?
Muy pocas personas han condenado las espantosas declaraciones del Ministro de Exteriores Avigdor Lieberman en Israel y fuera de ella. Sin embargo, Lieberman tiene razón al afirmar que expresa en voz alta lo que otros piensan. No nos engañemos a nosotros mismos, la cultura en Israel ya se ha vuelto no menos envenenada que las tendencias extremas en el Islam. Desde el jardín de infancia hasta edad avanzada se han llenado las almas de nuestros hijos con la pesada carga del odio, la desconfianza y la aversión al extranjero y a los diferentes, especialmente los árabes. La sensata voz de la cultura se está desvaneciendo. Los autores del libro fascista Torat HaMelech [«La Torá del Rey»], que aboga por el asesinato de árabes, se libraron de cargos criminales por incitar al racismo y la violencia. El Fiscal General archivó el expediente en su contra y, por lo tanto, se permitió la venta de este libro odioso. En el Israel de hoy van brotando los primeros retoños del fascismo espiritual y cultural. Un vociferante escritor reclutado por la clase dirigente exige que para los estudios de literatura solo se elijan aquellos libros que promueven el ethos sionista. Irónicamente, hay episodios humorísticos incluso mientras nos sumergimos en las profundidades. En un pequeño pueblo cerca de Haifa, el presidente del consejo religioso dio orden a la biblioteca pública de encerrar todas las obras laicas en una habitación cerrada a la que sólo pudiera acceder el lector curioso con cita previa y durante un periodo limitado de tiempo. En esta casa-prisión espiritual se ha sellado la boca del poeta que quería usar una ametralladora para asesinar a los árabes y los libros escritos por los escritores de la clase dirigente también se están cubriendo de polvo. También mis propios libros.
Todavía me defino como un patriota israelí, pero el Israel que se está deteriorando gradualmente, dando la espalda a los valores humanistas y a los derechos de la humanidad, no puede ser mi patria espiritual.
La palabra «siempre» es una ilusión
Casi dos terceras partes del territorio de Israel es tierra desierta inadecuada para la agricultura tradicional. Es un país pobre en recursos naturales. Sin embargo, es uno de los pocos Estados fundados después de la Segunda Guerra Mundial que se levantó rápidamente hasta llegar al estatus de país floreciente. Gracias a la diligencia de sus habitantes y a su ingenio se han desarrollado una agricultura sofisticada, una alta tecnología y unos conocimientos médicos de renombre. Israel se encuentra entre los países líderes en el mundo en muchos campos. No por casualidad ha ganado varios premios Nobel en diversas disciplinas. A pesar de todos estos logros, todavía permanece en un difícil período de tiempo. A lo largo de la historia una cultura u otra está destinada a ser aniquilada y no siempre por acontecimientos dramáticos, como la derrota total en la guerra o colosales desastres naturales. Factores banales llevaron al declive y muerte de entidades gigantes como la Grecia antigua, la civilización egipcia temprana, el Imperio Romano, el Imperio Otomano, la supremacía blanca en Sudáfrica y el asentamiento de Francia en Argel. Sólo los que carecen de previsión y de un pensamiento profundo esgrimen palabras altisonantes, como «siempre», «eternamente» y «generaciones sin fin».
Creo que el judaísmo también está en un estado de profunda crisis conceptual y espiritual tras la destrucción de todas las ideologías. Desde un punto de vista espiritual, la religión de Israel se ha deteriorado al nivel de los cementerios, la adoración de ídolos y el extremismo oscuro. Parece como si el liderazgo religioso hubiera retrocedido varios siglos hasta el mundo de la superstición y la ignorancia flagrante. La religión que había sabido cómo fluir al tiempo que desarrollaba la vida a través de figuras brillantes como Maimónides ahora necesita desesperadamente unos dirigentes que lleven a cabo reformas fundamentales. La misma crisis está afectando también a los dirigentes políticos. Están aflorando a la superficie oportunistas de nivel mínimo y es desgarrador ver cómo las personas toleran, e incluso perdonan, a unos dirigentes corruptos y engañosos que impiden el paso a los líderes progresistas de la talla de Abba Eban y Moshe Sharett.
Graves peligros existenciales amenazan a Israel si los dirigentes actuales no tienen la sabiduría de entender que Israel no se encuentra en las pacíficas regiones del norte de Europa sino en el turbulento centro de un atormentado Oriente Medio. No tenemos ningún lugar en Oriente Medio en el futuro ya que nos hicimos detestables a sus ojos después de haber machacado día y noche que ellos son detestable para nosotros. Así que es absolutamente nefasto. Si no encontramos una solución aparte de la ametralladora y el tanque (que ya hemos visto que no sirven de nada contra un niño descalzo con una piedra en la mano) podemos perderlo todo. El Estado de Israel es susceptible de convertirse en un fenómeno pasajero como el Primer Templo y el Segundo Templo.
La terrible tragedia es que nuestros vecinos se encuentran en la misma pésima situación, no tienen un Gandhi y nosotros ni siquiera un mini-Roosevelt.
Fuente original: http://972mag.com/author-sami-michael-israel-is-the-most-racist-state-in-the-industrialized-world/52602/
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