Traducción para Rebelión de Loles Oliván.
Durante los primeros meses de 2011 y de los levantamientos árabes viví en Jordania mientras llevaba a cabo estudios de investigación. Presté mucha atención a las repercusiones de la Primavera Árabe en aquel país y me sentí muy frustrada por la falta absoluta de atención, o peor aún, por el desprecio de los acontecimientos políticos que allí tenían lugar. Son incontables las veces que he oído la frase: «Pero en Jordania no pasa nada» o «no pasará nada en Jordania». En respuesta, pregunto aquí: ¿Cuándo algo es algo?
En 2012, los acontecimientos en Jordania empezaron a llamar más la atención de los académicos expertos en Oriente Próximo de Estados Unidos y de sus medios de comunicación. Los analistas políticos que escriben para foros como el canal de Oriente Próximo de Foreign Policy y de Al-Yasira empezaron a reconocer finalmente que Jordania estaba presenciando ciertas transformaciones sociopolíticas bastante importantes. Sin embargo, salvo pocas excepciones, este tipo de análisis concluía con la afirmación de que en Jordania pocas cosas cambiarían al final.
Muchos de los académicos con quienes he discutido sobre Jordania expresan escepticismo sobre los acontecimientos políticos. Al describir algunas de las más importantes transformaciones socio-políticas de Jordania en conferencias, en reuniones o en conversaciones con colegas, la respuesta típica ha sido: «Pero, ¿ha habido algún cambio real?». Cuando las protestas continuaron en Jordania y no pudieron ignorarse completamente empecé a escuchar: «Pero, ¿existe una oposición unida?», «¿Qué es lo quieren los manifestantes? ¿Realmente quiere un cambio?»; o: «¿Hay alguna alternativa?» Como mi frustración ha ido en aumento por el coro del «pero no pasa nada en Jordania», he dado muchas vueltas a lo que subyace en tales análisis miopes.
Como jordana-estadounidense y como antropóloga que ha llevado a cabo una investigación etnográfica en Jordania durante más de diez años, he descubierto que los términos del análisis que se reproduce continuamente para la profundamente problemática Jordania se sitúan en dos frentes principales. En primer lugar, se encuentra la restitución de un conjunto de categorías y binarios que simplifican significativamente las realidades de la vida socio-política jordana. Esas simplificaciones se derivan en buena medida de la dependencia de vagas nociones sobre tribus y tribalismo sobre las que se construye el binario más importante, aquel formado por los denominados «jordanos orientales» [originariamente del territorio Jordano], que se definen tópicamente como «las tribus», y los jordanos palestinos, que en esta configuración son, por defecto, «no tribales». La utilización liberal de las «tribus y el tribalismo» para caracterizar a Jordania elude la verdadera labor de comprensión de cómo las relaciones parentales funcionan en la vida de las personas y cómo ello ha cambiado y sigue cambiando.
La segunda cuestión que surge en el discurso sobre Jordania es la norma por la cual se mide el cambio político significativo, y este es un tema mucho más amplio que el de Jordania y el academicismo sobre Jordania. Me parece que en el análisis político de los acontecimientos de la región persiste un supuesto por el que, en ausencia de levantamientos y cambio de régimen, no sucede nada relevante. ¿No hemos aprendido nada de los acontecimientos de los últimos dos años? Los científicos sociales luchan en la actualidad por entender cómo y por qué se desarrollaron los levantamientos en Egipto, Túnez, Bahréin, Siria y otros lugares. Pero lo que sucedió en Egipto y en Tahrir no surgió de la nada. El trabajo de creación de mecanismos organizativos, de construir el valor frente a la represión, de creación de redes, se ha venido desarrollando desde hace mucho tiempo, mientras académicos como Joel Beinin y Asef Bayat señalaban incluso teorías sobre el autoritarismo persistente (transformadas ahora en la persistencia de la monarquía) que dominaban el análisis político.
De hecho, incluso cuando Jordania estalló en protestas extendidas en la noche del 13 de noviembre, protestas importantes, amplias y cada vez más violentas, uno de los primeros análisis que se escribieron antes incluso de que concluyera la jornada, se titulaba «¿Y Jordania por qué no?». En muchos aspectos este artículo me pareció un soplo de aire fresco porque en lugar de reforzar la caracterización dominante sobre los jordanos como inherentemente incapaces de cualquier tipo de transformación social o política debido a su naturaleza «tribal» y a la fractura jordanos/palestinos, el autor señala al papel de Estados Unidos y a los acontecimientos regionales en la conformación de las posibilidades políticas.
Sin embargo, en una semana en la que las protestas (mantenidas desde enero de 2011) aumentaron de manera significativa en lo que los jordanos están llamando la «Revuelta de noviembre», ¿por qué escribir un artículo sobre lo que no está sucediendo en Jordania? ¿Cuál es la forma y el ritmo del cambio político que tiene que ocurrir para que justifique un reconocimiento de «suceso» o acontecimiento importante? ¿Con qué vara se mide lo importante? ¿Y quién lo mide? ¿Se necesita un cambio de régimen para argumentar que lo que hay en marcha son transformaciones políticas importantes?
Al menos desde 2008 he percibido un cambio palpable en la indignación dirigida contra el régimen. Estaban, por supuesto, aquellos que de siempre se han opuesto al régimen y están contra los monarcas y contra la monarquía, pero lo que emergió en 2008 fue una sensación creciente de que una clase de elites estrechamente vinculadas al régimen estaban robando los recursos del país con el pretexto de la privatización mientras la mayoría de los jordanos luchaban sumidos por el peso del aumento de los precios de los alimentos, del combustible y de los productos básicos. La combinación de esta intensificación de la crisis económica y la creciente indignación por la corrupción era tangible en 2008. Las importantes acciones obreras que se llevaron a cabo a partir de 2006 y que han aumentado de manera exponencial desde enero de 2011 también formaban parte de esta imagen. Jordania ha visto asimismo cómo han aumentado los casos de violencia en los campus universitarios, entre clanes en diferentes regiones, e incidentes de violencia contra la policía.
Y luego vinieron los levantamientos árabes. Esos acontecimientos de 2011 propulsaron y aceleraron a fuerzas que ya operaban en Jordania y que lo venían haciendo desde hacía tiempo. Los jordanos ya no tenían miedo a protestar…; ya no pedían permiso para concentrarse, manifestarse, o hacer huelga. Los ciudadanos ya no tenían miedo de criticar al gobierno y cada vez se sentían menos disuadidos por las líneas rojas que rodean la crítica a la familia real a pesar de las detenciones destinadas a proteger esas líneas rojas.
Las transformaciones políticas no son juegos de suma cero. Para cualquiera que esté familiarizado con Jordania, los acontecimientos de los últimos días -y la indignación dirigida contra las instituciones de gobierno y contra el rey- no son ninguna sorpresa. Esto se estaba esperando. Aunque es impredecible por el momento lo que vaya a ocurrir y aunque es comprensible que los jordanos teman que la violencia aumente, me pregunto si los analistas políticos van a seguir afirmando que en Jordania han cambiado poco las cosas. Independientemente de lo que suceda en los próximos días, muchas cosas han cambiado. Se ha ido cambiando. De hecho, el cambio, un producto inevitable de la constante dialéctica poder/resistencia que caracteriza a la política diaria, es una constante en la vida social, incluso aunque no cuente como «algo» en los debates políticos de Estados Unidos. Mucho se ganaría si nos centrásemos en lo que ha sucedido y en lo que está sucediendo en lugar de en lo que no.
Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/8451/when-is-something-something-jordan’s-arab-uprising