Contrariando las encuestas, los resultados provisorios de las elecciones legislativas han sido un cimbronazo para la política israelí. A pesar de su triunfo el actual primer ministro Netanyahu pierde poder y se abren interrogantes sobre la formación del futuro gobierno. Nuevo escenario Con una participación del 66,6%, superando ligeramente la de 2009 y logrando ser […]
Contrariando las encuestas, los resultados provisorios de las elecciones legislativas han sido un cimbronazo para la política israelí. A pesar de su triunfo el actual primer ministro Netanyahu pierde poder y se abren interrogantes sobre la formación del futuro gobierno.
Nuevo escenario
Con una participación del 66,6%, superando ligeramente la de 2009 y logrando ser la más alta de los últimos 14 años, los resultados provisorios dan una escasamente favorable victoria al bloque de partidos de derecha, ultraderecha y ultrareligiosos. Encabezados por la alianza del actual derechista primer ministro «Bibi» Netanyahu del Likud y su ultraderechista ex ministro de exteriores Avigor Lieberman de Israel Beitenu con 31 escaños, 11 menos que en la pasada legislatura y lejos de la performance esperada cuando en octubre pasado las encuestas le otorgaban más de 40. La nueva figura de la ultraderecha, Naftali Bennett líder del partido ultranacionalista Hogar Judío, también cosechó un resultado menor al pronosticado, obteniendo 12 escaños a pesar de ser la estrella de una opaca campaña electoral. Igualmente, con su discurso en defensa a ultranza de la colonización y expansión sobre los territorios palestinos, incluso recibiendo el apoyo del asesino de Yitzhak Rabin, Yigal Amir, le ha sacado votos al actual primer ministro. Las bancas de Bennett serán claves en la próxima legislatura en la formación de la colación de gobierno.
La nueva formación de centro Yesh Atid (Hay Futuro), un partido con un programa absolutamente vago encabezada por el periodista Yair Lapid y al igual que él sin ningún político con experiencia en su lista, ha dado la sorpresa entrando en la Knesset (Parlamento) con 19 diputados, cuando las encuestas le auguraban tan sólo 12, el logro se debe a que levantó al laicismo como su bandera, de esta forma relegó al Partido Laborista a la segunda posición con 15. Todos los demás partidos se mantienen o caen.
En total, y desgranando más los resultados: la derecha y ultraderecha nacionalista tiene 42 escaños; los partidos religiosos ultraortodoxos (Shas -sefardí- y Judíos Unidos de la Torá -askinazies-) 18 escaños; mientras la llamada «izquierda» (Meretz) y el centro israelí (Yesh Atid, Laborismo, Hatnuá y Kadima) alcanza 48 escaños. Por su parte los partidos que representan a los palestinos del 48 (aquellos que sobrevivieron a la limpieza étnica y tienen ciudadanía israelí) mantiene su porcentaje histórico de 9 escaños. El sistema político israelí otorga una sobre-representación a los partidos con escasos pero significativos escaños, al hacerlos indispensables para la formación de las coaliciones de gobierno, poder con que vienen contando desde hace décadas los partidos de los ultraortodoxos que poseen un peso demográfico creciente. Los partidos palestinos no cuentan para ninguna posible coalición.
Las identificaciones políticas en Israel no deben leerse literalmente sino correrse un paso a la derecha, lo que se llama centro en realidad es centro-derecha, lo que se llama izquierda debe ser centro-izquierda, pero esto exclusivamente en cuanto a la política interna mientras que existe una total uniformidad con respecto a la defensa de la identidad sionista que debe conservar el Estado, por tanto las diferencias en torno a la cuestión palestina (Muro del apartheid, colonización, segregación, negociaciones) son de grado y de método pero no de fondo. Como afirma Gilad Atzmon: es hora de desechar la terminología «derechas» e «izquierdas» para la realidad política israelí, todo es una competición vacía entre diferentes discursos judeocéntricos.
Se impone la realidad social ¿pero cambiará la agenda?
Los israelíes dicen estar desencantados. No pareció preocuparles que la paz con los palestinos no apareciera como prioridad en casi ningún programa de los partidos, tampoco en los del centroizquierda. La economía, la identidad judía y las tensiones entre los distintos grupos sociales, así como la seguridad frente a las amenazas exteriores en especial para la colación gobernante, han sido los principales temas de campaña. Estas elecciones no han logrado entusiasmar aunque finalmente la concurrencia electoral se elevó y sobre todo entre los votantes de los distritos contrarios al gobierno, esto puede explicar la novedad. La mitad de la sociedad israelí ha votado a partidos que abogan por el fin de los privilegios de los haredim, los ultraortodoxos, tema central en la campaña de Yesh Atid, que ha sabido aprovechar el resentimiento de la clase media secular que ve como el Estado carga con la asistencia social de la dependiente y creciente comunidad ultraortodoxa, exenta además del servicio militar obligatorio.
Al calor de la «primavera árabe» las calles de Tel Aviv albergaron a los indignados israelíes y multitudinarias movilizaciones sociales, inclusive con dos personas inmoladas, en lo que pareció un profundo movimiento contra la política neoliberal seguida por el gobierno de Netanyahu, periodo en el cual se ha expandido la brecha entre ricos y pobres. Finalmente las movilizaciones decrecieron, lo que parecía encaminado a cuestionar la política económica y el costo de un Estado de ocupación y expansionista, fue diluido tanto por lemas que azuzaban la unidad nacional y así como por quienes focalizaron los problemas en el costo de la financiación del estilo de vida de los ultrareligiosos, con familias ultranumerosas, en las que el padre no trabaja y se dedica al estudio de los textos sagrados gracias a las subvenciones estatales. El lema electoral de Lapid y los sectores medios es «el reparto igualitario de la carga del Estado» que se traduce en obligar a los ultraortodoxos a alistarse, al parecer esta sería la mágica solución de los problemas.
La agenda de la seguridad que alentaba la campaña de «Bibi» fue relegada a favor las preocupaciones sociales, los sondeos previos no percibieron este castigo al gobierno y la búsqueda de nuevas representaciones políticas: estrellas de televisión como Lapid o exitosos empresarios como Bennet contra las viejas figuras que no dan soluciones. De esta forma los votos de centro y la «izquierda» consiguieron hacer sombra al conjunto de partidos de derecha y religiosos. Con este avance, al primer ministro le resultará difícil prescindir de ellos.
El presidente, como es tradición, encargará al partido con mayor cantidad de votos formar gobierno obligando a Netanyahu a una ardua tarea, tendrá que decidir si forma una gran coalición de Gobierno con los partidos de centro o si opta por una combinación de fuerzas más extremistas y ultrareligiosas consideradas como sus «aliados naturales». Para la primera opción Yair Lapid se mostró predispuesto, lo cual da todo un indicio sobre la ambivalencia de sus posiciones centristas. En tanto para la segunda las cuentas son estrechas.
Cualquiera sea la elección, la agenda belicista del primer ministro no se modifica, y tras conocer su victoria anunció: «El Gobierno que formemos se basará en tres grandes principios; el primero de todos, la fortaleza militar frente a las grandes amenazas que afrontamos. El primer desafío ha sido y sigue siendo impedir que Irán logre armas nucleares», ha dicho Netanyahu en Tel Aviv.
Aunque el discurso se mantenga incólume, hay que recordar que estas elecciones fueron anticipadas dado que Netanyahu con el anterior parlamento no pudo aprobar un presupuesto con altos recortes sociales; el déficit del Estado el año pasado fue de casi 6.000 millones de euros. Pasar el presupuesto es la primera necesidad y lo que obligará al primer ministro a formar una amplia coalición, como ya anunció que es su intención. Ante estaposibilidad los analistas están divididos, algunos ven incompatible una coalición que reúna a los que proclaman la necesidad de reanudar las estancadas negociaciones con los palestinos junto a aquellos que anuncian la necesidad de la anexión directa de los territorios y la negación de cualquier tipo de Estado palestino; o de aquellos que proclaman un estado más laico junto con los ultraortodoxos que defienden sus beneficios. A pesar de todo no es tan difícil de imaginar una coalición integrada por el Likud-Beitenu, Hogar Judío y otros partidos ultraortodoxos, sin excluir la adhesión de los centristas de Yesh Atid y del grupo de Livni. Esta unión sumaría de 75 a 80 diputados y sería quizá la más derechista de la historia del Estado de Israel.
Los palestinos ausentes de la campaña
Durante la campaña electoral la líder laborista, la popular Shelly Yachimovich, no ha hablado para nada de la ocupación y los palestinos. De hecho, la cuestión palestina ha pasado casi completamente desapercibida y solo Tzipi Livni, ha sacado el tema de volver a las negociaciones. Esta circunstancia revela que la mayoría de los israelíes se sienten satisfechos con la situación. La constante expansión colonial en los territorios ocupados ha sido asumida por el grueso de la población como algo natural y el que ni siquiera la «izquierda» aborde la cuestión indica que las cosas continuarán por el mismo camino. Aunque la posibilidad de una tercera intifada esté presente, la mansedumbre de Mahmud Abá da tranquilidad. La pasividad de la comunidad internacional perpetúa el deterioro de la situación. Las recientes críticas del presidente Barack Obama a Netanyahu no parecen tener repercusión aunque el aislamiento y repudio internacional por las políticas del Estado Israelí sea cada vez mayor; será porque resulta impensable que Obama se atreva a presionar a favor de un cambio.
Para los palestinos existe el sentimiento de que los partidos y la sociedad israelí han dejado de considerar acuciante el asunto palestino. Opinan que en Israel, Palestina ya ni siquiera es un problema, absorto el país en la amenaza procedente de Irán y en su situación económica. Los políticos israelíes están destruyendo sobre el terreno la solución de los dos estados con la construcción de más asentamientos, la anexión de Jerusalén y aislando la ciudad cada vez más. Para Firas Shomali, residente de Belén de 41 años: «Esto no es sólo un problema de Netanyahu, es un problema de la sociedad israelí en general (…) No hay esperanza. Los asentamientos no van a parar de crecer, y seguirán devorando nuestra tierra, nuestra agua, nuestra electricidad e incluso nuestro aire». «Allí en Israel, ya no les importamos», explica Tarifi Ayman de 40 años en una tienda en el centro de Ramala. «No quieren ver una Palestina independiente. Pero nosotros miramos al futuro, y vamos a seguir luchando por ella. Y vamos a seguir persiguiendo la creación del Estado de forma uniltareal, con o sin Israel». Estás palabras dadas al cronista de El País contrata con las de Johnatan Shedboon, de El Hogar Judío. «Para mí no hay diferencia entre Tel Aviv y Judea y Samaria (Cisjordania, territorios palestinos). Todo es Israel. La gente ha entendido que después de Oslo, de Gaza, de todos los intentos, la solución de los dos Estados no es viable. Tenemos que quedarnos con todo el país», explica. Como él, son muchos los israelíes que se han dejado seducir por la derecha y que no creen que vaya a haber un acuerdo con los palestinos en un futuro próximo.
El régimen de apartheid que pesa sobre los palestinos también se expresó en las elecciones, estaban habilitados para votar 5.9 millones de judíos, pero de los 6.1 millones de palestinos que viven bajo leyes Israelíes sólo lo pudo hacer 1.8. En «la única democracia de Medio Oriente» (elogiada y apoyada por todos nuestros gobiernos) 1 de cada 3 personas gobernadas por Israel no tuvo ni tiene derecho a votar.
Por Gabriel f. López -Docente universitario en Hist. Contemporánea e Historia de Asia-
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