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Egipto al rojo vivo

A dos años de la caída de Mubarak, crisis política y movilización de masas

Fuentes: www.ft-ci.org

Se cumplen dos años desde aquel 11 de febrero de 2010 en que un gran levantamiento obrero y popular, con epicentro en la histórica Plaza Tahrir, derribó a Mubarak, el siniestro dictador y aliado de los yanquis. Ahora, Egipto ingresa en el tercer año desde que comenzó la «Primavera Árabe», bajo el signo de la […]

Se cumplen dos años desde aquel 11 de febrero de 2010 en que un gran levantamiento obrero y popular, con epicentro en la histórica Plaza Tahrir, derribó a Mubarak, el siniestro dictador y aliado de los yanquis. Ahora, Egipto ingresa en el tercer año desde que comenzó la «Primavera Árabe», bajo el signo de la continuidad del proceso revolucionario: Dos meses de grandes y extendidas protestas, pese a la feroz represión, vienen enfrentando al intento del presidente Mursi de aplicar duras medidas de ajuste exigidas por el FMI, concentrar el poder en sus manos e imponer una Constitución de tinte islamista que recorta las libertades democráticas conquistadas por las masas. La aguda crisis política deja al descubierto el debilitamiento del gobierno de Mursi a poco más de medio año de haber asumido, y más aún, arroja una sombra sobre las perspectivas del régimen de «transición democrática» (es decir de desvío contrarrevolucionario) pactado con los militares y el imperialismo, en la variante «islamista moderada» que Mursi pretende consolidar. Está en curso una dura prueba de fuerza, cuyos actores principales son de un lado Mursi, apoyado por las FF.AA. y el imperialismo; y por el otro las masas obreras y populares que defienden lo que consideran conquistas, aunque bajo la influencia de la oposición burguesa que se monta en su movilización para presionar a Mursi y evitar el riesgo de un desborde de masas que ponga en peligro el desvío. Los acontecimientos que se suceden en Egipto no sólo muestran al proceso revolucionario en su complejo desarrollo, sino que junto con la conmoción política y las multitudinarias protestas que provocó en Túnez por estos mismos días el asesinato de un dirigente opositor, vienen a confirmar que continúa abierto el profundo proceso de lucha de clases a nivel regional iniciado con la «Primavera Árabe», pese a las intervenciones y maniobras imperialistas (desde Libia a Mali), la trampa de las «transiciones a la democracia» y el desangre y empantanamiento en las guerras civiles (Siria). En Egipto, la dinámica de la actual coyuntura de enfrentamiento es de gran importancia para las perspectivas revolucionarias en el país, clave estratégica de la revolución en el mundo árabe, que es hoy también su principal laboratorio.

La movilización

Desde los primeros días de diciembre, se ha venido desarrollando un nuevo ciclo de movilizaciones de masas, uno de los más importantes desde la caída de Mubarak (comparable sólo a la gran oleada de manifestaciones y huelgas de septiembre-noviembre de 2011, que forzó a retirarse al gobierno militar del CSFA [1] y ceder elecciones), con la particularidad de que su carácter eminentemente político enfrenta a la gran mediación con que la reacción cuenta para desviar el proceso revolucionario: el «islamismo moderado» de los Hermanos Musulmanes (HM) en el gobierno, radicalizando sus consignas hasta hacer sentir cada vez con más fuerza el grito de que Mursi se vaya. Un sinnúmero de manifestaciones tuvieron lugar en estos dos meses, enfrentando a la represión policial y militar y a las bandas de matones de los HM. Unos 60 muertos, numerosos heridos y detenidos, en medio de escenas de salvaje represión y torturas, incluyendo las agresiones sexuales a mujeres manifestantes como método represivo, dan cuenta de la violencia del régimen. Pese a ello, las multitudes de jóvenes, trabajadores, mujeres, sectores de clase media y populares, llenaron una y otra vez la Plaza Tahrir y otros sitios en El Cairo, Alejandría y muchas otras ciudades, llegando a sitiar el Palacio Presidencial.

Un elemento notable fue la explosiva extensión de las protestas a las ciudades a lo largo del estratégico canal de Suez. En Port Suez, Port Said e Ismailía, durante los últimos días de enero los enfrentamientos con las fuerzas represivas se sucedieron con decenas de víctimas, desafiando el estado de emergencia declarado en esas ciudades y obligando a un gran despliegue militar con tanques en las calles. Decenas de locales de los HM han sido destruidos. Edificios del gobierno en Mahalla, Tanta y Kafr el Zayat fueron sitiados. El 8/02 en Kafr el Sheikh los manifestantes rodearon la sede del gobernador (islamista), enfrentándose con la policía. En el gran centro industrial de Mahalla, los trabajadores declararon que desconocían la autoridad de Mursi.

El viernes 8/02, en la Plaza Tahrir, a la que nuevamente acudían miles de manifestantes, una gran pancarta llamaba a la solidaridad con el pueblo tunecino, movilizado en esos mismo días contra el gobierno islamista y proimperialista de Dzhebali. Una vez más, los gritos de «¡Fuera el régimen!», «¡Fuera los líderes!» («Yasqut, yasqut hokm el morshed») se hicieron sentir mientras se repetían los choques con la policía, pese a los pedidos de calma de la oposición burguesa.

El programa de Morsi y el respaldo imperialista

Morsi enfrenta su hora más difícil desde que asumió el gobierno, presentándose como el primer presidente civil surgido de elecciones y contando con la amplia base social que le proporcionaban los HM. Después de algunos duros forcejeos, pactó con los militares, garantizándoles la impunidad, autonomía en el manejo de su enorme complejo de intereses (ayuda norteamericana, empresas, manejo del presupuesto, estructura de mandos, etc.) y el rol de institución «custodia» del régimen y garante de los acuerdos con Israel y el imperialismo. El papel reaccionario de Mursi en la crisis de Gaza, tras la visita de Hillary Clinton, habilitó un pacto más profundo, ganando el sostén y reconocimiento de Estados Unidos como pieza clave para construir un régimen estable, fundado en la colaboración entre el islamismo moderado y las Fuerzas Armadas, al estilo de Turquía. Apoyándose en este respaldo, Mursi intentó avanzar en su política de ajuste, represión y concentración bonapartista de poderes, presionado por las condiciones de la crisis económica.

El derrumbe de las reservas internacionales y el deterioro general de la situación económica han empujado al gobierno Mursi a solicitar ayuda a Washington, a Europa y a las petromonarquías (Qattar ofreció 2.500 millones de dólares). Tras largas negociaciones pactó un paquete de préstamos con el FMI por 4.800 millones de dólares, cuya contrapartida es la aplicación de un duro «ajuste». El intento de eliminar subsidios a productos básicos como el pan y los combustibles y elevar los impuestos para una serie de bienes de consumo fue uno de los detonantes de las protestas. La devaluación de la libra egipcia significó un golpe adicional para la población, cuando más de un tercio de los egipcios sobrevive con dos dólares o menos al mes y hay una grave desocupación, sobre todo entre la juventud, aún la que ha podido estudiar.

Por otra parte, el curso bonapartista de Mursi va más allá de las relaciones de fuerza creadas por el levantamiento revolucionario de 2011. Además, al implicar un papel dominante para las corrientes islámicas en el marco de la nueva Constitución, abre contradicciones con los partidos laicos de oposición, así como el rechazo de sectores medios, ya no sólo obreros, juveniles y populares, que ven amenazadas los espacios de libertad democrática conquistados a tan alto precio en el levantamiento contra la dictadura, rechazan el papel reservado al Ejército, así como la represión y la dura legislación contra las huelgas y los sindicatos independientes.

Desnudada su debilidad, Mursi intentó maniobrar, retrocedió parcialmente en algunas medidas (pero manteniendo en pie su plan) y debió recostarse en el Ejército, cediéndole atribuciones extraordinarias en la represión así como un mayor rol en los intentos de diálogo con la oposición, confirmando a su manera que el verdadero árbitro del régimen son las FF.AA. El Ejército mantiene su apoyo al gobierno, aunque manteniendo su juego propio. El Ministro de Defensa y jefe de las FF.AA., Gral. Abdul Fatah al-Sisi, advirtió que «El conflicto en curso entre varias fuerzas políticas podría llevar al colapso del Estado y amenazar el futuro de las generaciones por venir», en lo que puede ser leído tanto como una advertencia ante la profundidad de la crisis, reclamando a «todas las fuerzas políticas» que encuentren una salida a los «problemas políticos, económicos, sociales y de seguridad» del país [2], como una velada amenaza de que el Ejército podría intervenir si la situación no puede ser controlada.

El rol de la oposición burguesa «laica»

Desde la prensa imperialista se intenta presentar la oposición de los sectores burgueses que encabezan el «Frente de Salvación Nacional» como la alternativa de la «democracia» frente al islamismo de Morsi y los HM. Sin embargo, el-Baradei (liberal y pro-occidental ex funcionario de la OIEA -agencia Internacional de Energía Atómica- y premio Nobel), Amro Mussa (que encabezó a la reaccionaria Liga Árabe y estaba estrechamente ligado a Mubarak), junto con ellos el nasserista Hamdeen Sabbahi, quieren fortalecer la pata laica del régimen de desvío para contrapesar a la pata islamista «moderada» hoy en el gobierno. Lamentablemente se han sumado a su carro el Movimiento 6 de Abril y otros sectores prestigiados por su papel en la «Primavera egipcia». El FSN, con su acusación a Morsi y los HM de «traicionar a la revolución» busca utilizar las movilizaciones, convocando a los «viernes de liberación» y los llamados a Plaza Tahrir, como un factor de presión para obligar al gobierno a negociar y «respetar las reglas del juego» como dicen sus voceros. Los puntos centrales que reclama el FSN son conformar un «gobierno de unidad nacional», puesto que según sus voceros un sólo sector «no puede dirigir el país, sino que es necesaria una asociación verdadera para administrar los asuntos del Estado», y aceptar la revisión de los aspectos en disputa de la nueva Constitución de corte islamista, aunque, estrechamente ligados al empresariado egipcio, no se oponen a lo esencial del programa económico de Mursi.

Baradei ha insistido en que «Necesitamos un encuentro inmediato entre el Presidente, los ministros de Defensa e Interior, el partido dirigente, los salafistas y el Frente de Salvación Nacional para dar urgentes pasos para detener la violencia e iniciar un diálogo serio» [3]. La diferencia de fondo con Morsi radica en que ven peligroso un curso bonapartista que, chocando con las aspiraciones democráticas de las masas y la resistencia a las medidas de ajuste, termine por provocar un nuevo estallido revolucionario. Muestra de su temor a esa posibilidad fue el acuerdo del 31/01 para «renunciar a la violencia» promovido en la Universidad islámica de Al Azhar, por el Gran Imán al Tayeb (del clero suní), y firmado por representantes del oficialista PJL (Partido Justicia y Libertad, expresión política de la Hermandad Musulmana), del FSN y otras corrientes. Por supuesto, tal llamado no afecta a la represión oficial, pero ilustra la disposición opositora a encarrilar las protestas para que no deriven en un levantamiento, aunque amenace sumarse a las consignas contra Mursi coreadas con creciente fuerza por los manifestantes. Esa adaptación al candente clima de las calles y plazas da cuenta de la agudización de la crisis política, tanto como de la necesidad de la oposición de interponerse a la posibilidad de que los sectores movilizados abran una perspectiva abiertamente revolucionaria al movimiento obrero y popular.

El desgaste de Morsi y las perspectivas

El gobierno apuesta a desgastar la movilización mediante una combinación de represión, maniobras y retrocesos tácticos, mientras mantiene lo esencial de su plan, y trata de encaminar la crisis hacia nuevas elecciones legislativas a celebrarse en abril. Pero esto significa jugar con fuego, en los límites de una crisis política muy aguda y ante un movimiento de masas que una vez más emerge con una acelerada experiencia política, particularmente entre sectores juveniles y obreros de vanguardia. La coyuntura desnuda la debilidad estratégica de Mursi para estabilizar un nuevo régimen y poner fin al proceso revolucionario, a pesar del sostén de los militares, de la gran burguesía y del imperialismo. Sin embargo, Mursi cuenta aún con el amplio aparato político, cultural y asistencial de la Hermandad Musulmana, y mantiene una cuota no desdeñable de base social. Y trata de hacer valer el chantaje del miedo a una mayor desestabilización que abra las compuertas a la irrupción de los explotados. Y aprovecha cada hecho, como la reciente cumbre de la Organización de Cooperación Islámica en El Cairo (donde mantuvo un inédito encuentro con el presidente iraní Ahmadinejad) para recomponer su imagen. Está aún por verse cómo se resolverá la actual prueba de fuerzas, que a fín de cuentas, se dirime en las calles. El aniversario del levantamiento contra Mubarak ¿traerá movilizaciones superiores, o puede empezar a decaer el nivel de las protestas? Está por verse. Entre tanto, parece muy poco probable que Mursi pueda escapar a las consecuencias del altísimo costo político que supone este enfrentamiento. Entre tanto, la crisis política se ve fogoneada por la movilización de masas, y al mismo tiempo, abre nuevas brechas para que ésta se desarrolle.

Los trabajadores en escena

Los trabajadores son un factor activo en el actual ciclo de protestas, como lo han venido mostrando en los centros de Mahalla, el Canal de Suez o Alejandría. El gran centro industrial textil de Mahalla, con más de 20.000 obreros, se ha convertido en uno de sus focos más avanzados y politizados en la lucha contra el régimen. Desde la caída de Mubarak la clase trabajadora egipcia ha protagonizado miles de conflictos, incluyendo huelgas nacionales de algunos sectores, y avanzado en la formación de nuevos sindicatos, e incluso comenzando a recuperar métodos de lucha avanzados como los piquetes o las ocupaciones de fábrica (como en la gran planta de Pirelli en Alejandría en julio de 2012), lo cual no es poco teniendo en cuenta que para muchos trabajadores, se trata de sus primeras experiencias de acción colectiva tras décadas de dictadura. No sólo sectores como los maestros, médicos y trabajadores de la salud han realizado paros importantes, sino también del transporte, como los conductores de buses de El Cairo. Significativamente, la agitación obrera y los procesos de organización parecen crecer en centros estratégicos de la industria, el transporte y los servicios, sea en las grandes plantas estatales (textiles, cemento, aluminio, etc.) como en las filiales de transnacionales (la mencionada Pirelli, servicios petroleros Schlumberger y otros) y los portuarios del Canal de Suez y Ain Sokhna [4]. La vieja Central sindical ligada a la dictadura por décadas, pese a que sigue siendo reconocida y sostenida por el Estado, ha perdido influencia y se ha desprestigiado. En muchos sectores han surgido nuevos sindicatos ligados a las luchas. La Federación Egipcia de Sindicatos Independientes (FESI) «declara 160 sindicatos de empresa, 25 sindicatos generales y 290 comités sindicales, y casi 2 millones de afiliados» [5] . También se ha formado el Congreso Obrero Democrático Egipcio (CODE), un desprendimiento menor de la anterior. La fuerza de la clase obrera egipcia empieza a manifestarse en su creciente participación en la escena nacional.

Fatemah Ramadan, vicepresidenta de la FESI y parte de la izquierda sindical, escribió que «El modo de salir de esta complicada situación está en manos del movimiento sindical» (…) «Si el movimiento alcanza un elevado nivel de organización y cohesión, el pueblo confiará en él y podrá desempeñar un importante papel en el avance de la revolución». En verdad, la llave de la situación política la tiene la clase obrera, que debe luchar por la hegemonía en el movimiento contra Mursi y el régimen. Ramadan añade: «Ahora tenemos claro que las manifestaciones por sí solas no pueden provocar el cambio al que aspiramos. Únicamente las protestas y las huelgas de los trabajadores/as pueden obligar al régimen en el poder a cambiar sus políticas y responder a las reivindicaciones del pueblo». Pero esto no es suficiente para garantizar la derrota de Mursi y el régimen, que por otra parte no van a cambiar su plan ni «responder a las reivindicaciones del pueblo» [6]. La mejor forma de impulsar la lucha actual y unificarla es la preparación de una huelga general de masas, en lo que el paro de 24 horas decretado por los sindicatos tunecinos el 8/02, a pesar de sus límites, muestra un primer antecedente.

Los sindicatos independientes no representan aún a la mayoría de la clase obrera egipcia, pero sí son influyentes en sus sectores más combativos. Una política sistemática de agitación por la huelga y de preparación, impulsando instancias de coordinación local y nacional democráticas para unir a los miles de centros obreros, barriadas populares, sectores juveniles, etc. y la autodefensa para enfrentar a la represión estatal, tanto como a los matones de la HM; podría abrir el camino a la realización de la huelga general, para asestarle un golpe decisivo al régimen. Sería también la mejor forma para que el movimiento obrero, que al actuar disperso en las actuales movilizaciones no imprime todavía de manera decisiva su sello de clase, pueda pasar, con sus métodos y organizaciones, a centralizar y dirigir la alianza obrera, campesina y popular contra la reacción y el imperialismo.

Además de los procesos de organización sindical existe una incipiente tradición de autoorganización en el surgimiento de los Comités populares durante el levantamiento contra Mubarak. Este tipo de organismos para la lucha, creados espontáneamente, tuvo una existencia fugaz y dispersa, y tendieron a desaparecer pronto. Sin embargo, algunos Comités parecen haber sobrevivido en los barrios pobres, como formas de organización para la lucha por demandas locales y de agrupamiento de la juventud. La lucha actual demandaría recoger estas experiencias y su resurgimiento en el combate contra Mursi y sus medidas. Pero eso reclama también una perspectiva política superior, como la que podría brindar la huelga general.

Esa perspectiva es inseparable de la ruptura de toda confianza o ilusión en la oposición burguesa. Los Baradei, Mussa o Sabbahi temen tanto a los trabajadores y son tan enemigos de sus intereses y demandas como los islamistas o los militares. Es necesario superar esas direcciones, apuntando a que en la lucha la clase obrera pueda ganar la más amplia independencia respecto al régimen burgués y sus representantes, pues es la única clase que puede aglutinar y conducir al pueblo oprimido y explotado, disputando su dirección a las corrientes pro-burguesas y al oscurantismo religioso y abriendo el camino a una salida revolucionaria, obrera y popular.

Un programa para desarrollar la revolución

Un programa de acción del movimiento obrero debería recoger las demandas democráticas de todo el pueblo, dirigiéndolas no sólo contra el gobierno de Mursi y los islamistas con su Constitución (que reconoce entre sus principios la sharia), sino contra el conjunto del «régimen de desvío» y la trampa de la «transición democrática» para enterrar el proceso revolucionario. De hecho, las demandas de «pan, libertad y justicia social y dignidad humana» levantadas por la Primavera egipcia permanecen sin respuesta y no puede esperarse solución a ellas de los representantes de la clase dominante, sean islámicos, liberales o militares. Sólo como parte de un programa de acción obrero, para que la crisis la paguen los capitalistas y se aseguren esas justas demandas, podrán ser realizadas.

En este sentido, sería necesario ligar al programa de la movilización y la huelga general, partiendo del reclamo de que se vaya Mursi y contra su reaccionaria Constitución, digitada por los islamistas en connivencia con los militares, la lucha por una Asamblea Constituyente Revolucionaria, es decir, por una Asamblea Constituyente verdaderamente libre y soberana, no sujeta a la custodia de los militares, los imanes ni las instituciones heredadas de la dictadura mubarakista que reorganice la sociedad y el país desde sus cimientos, en la que representantes libremente electos puedan debatir y decidir sobre los grandes problemas, desde la ruptura con el imperialismo y con el Estado de Israel, el no pago de la deuda externa y el rechazo al FMI, la expropiación de las transnacionales y de los terratenientes, salario digno y trabajo para todos, plenos derechos de organización para los trabajadores, el fin de todas las formas de opresión sobre la mujer, las demandas de los pobres urbanos, etc.). Para asegurar una Asamblea así, la garantía estaría en un Gobierno provisional de las organizaciones de masas que conduzcan la lucha. Esta consigna, articulada con las de desarrollo de la auto-organización de masas (en el camino de Consejos obreros y populares) y de armamento de los trabajadores (hacia milicias obreras y populares) contribuiría poderosamente a acelerar la experiencia política de las masas y acercarlas a la convicción de que sólo imponiendo revolucionariamente un gobierno obrero y popular y tomando el poder a través de sus propias organizaciones democráticas para la lucha podrán garantizar la resolución íntegra y efectiva de las tareas democráticas y nacionales que son el motor de la revolución egipcia, abriendo el camino para la construcción socialista y la unidad en una Federación de Repúblicas Socialistas de toda la región.

Notas

[1] Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas

[2] Discurso del Gral. al-Sisi. Www.terra.com; 29/01/13.

[3] Declaraciones de El Baradei del 31/01/13.

[4] Datos tomados de: http://www.industriall-union.org; www.rebelion.org; http://www.equaltimes.org; www.egyptindependent.com

[5] http://www.fiteqa.ccoo.es, informe del 24/09/2012

[6] «Los sindicatos son la respuesta a los problemas de Egipto». En www.equaltime.com


Fuente original: http://www.ft-ci.org/article.php3?id_article=6120