Traducido del inglés para Rebelión por LB
Uno de los debates privados más interesantes y prolongados que he sostenido en mi vida lo mantuve con el brillante doctor Nahum Goldmann. El tema: las iniciativas estadounidenses de paz.
Fue un debate desigual, por supuesto. Goldmann era más de 28 años mayor que yo. Mientras que yo era un simple editor de una revista de noticias israelí él era toda una figura internacional, nada menos que presidente de la Organización Sionista Mundial y del Congreso Judío Mundial.
A mediados de los años 50, hallándome yo a la búsqueda de alguna personalidad que pudiera desafiar la asfixia que imprimía David Ben-Gurion a la oficina del primer ministro, pensé en Goldmann. El hombre tenía la estatura necesaria y les caía bien a los sionistas moderados. No menos importante, sus opiniones eran claras. Desde el primer día de la creación del Estado de Israel propuso que Israel se convirtiera en una «Suiza del Oriente Medio», con una posición neutral entre los EEUU y la Unión Soviética. Para él, la paz con los árabes era absolutamente esencial para el futuro de Israel.
Lo visité en una suite de lujo en el clásico hotel jerusalemita King David. Vestía una bata de seda y cuando le lancé mi propuesta respondió: «Mira Uri, me gusta la buena vida: los hoteles de lujo, la buena comida y las mujeres hermosas. Si desafiara a Ben-Gurion todo eso desaparecería. Su gente me vilipendiaría como lo hacen contigo. ¿Por qué iba a arriesgar todo eso?»
Iniciamos también una discusión que solo concluyó con su muerte, unos 27 años después. Él estaba convencido de que los EEUU querían la paz entre nosotros y los árabes y que un gran esfuerzo de paz estadounidense estaba a la vuelta de la esquina. No se trataba de una mera esperanza abstracta. Me aseguró que acababa de reunirse con responsables políticos del más alto nivel y que sus informaciones procedían de la más alta autoridad, directamente de fuentes estadounidenses de primera mano, por así decir.
Goldman también fue un revelanombres empedernido. Se reunía regularmente con las más importantes personalidades políticas de EEUU, de la Unión Soviética y de otros países, y nunca dejaba de mencionarlas en su conversación. Por lo tanto, habiéndole sido asegurado por parte de los presidentes, ministros y embajadores estadounidenses en activo que los EEUU estaban a punto de imponer la paz a israelíes y árabes, me dijo simplemente: Espera y verás.
Esta creencia en una paz impuesta por los estadounidenses ha perseguido al movimiento pacifista israelí durante décadas. En vísperas de la próxima visita del presidente Obama a Israel, programada para el mes que viene, [dicho movimiento] vuelve a levantar su fatigada cabeza una vez más.
Ahora va a suceder por fin. Al inicio de su segundo mandato Barak Obama se desprenderá de las vacilaciones, temores e incompetencias que marcaron su primer mandato. El AIPAC ya no podrá aterrorizarlo otra vez. Un Obama nuevo, fuerte y decidido emergerá, derribará todas las cabezas y forzará a los líderes a acordar la paz.
He aquí una convicción muy típica y muy conveniente. Nos libera de la obligación de hacer por nosotros mismos algo impopular o audaz. También resulta muy reconfortante. ¿Que la izquierda sionista es débil e inerme? Tal vez, pero tenemos un aliado que hará el trabajo. Es el mismo razonamiento del niño que se enfrenta al matón que lo hostiga, amenazándole con llamar a su hermano mayor.
Esta esperanza ha sido aniquilada sin cesar, una y otra vez. Los presidentes estadounidenses van y vienen, cada uno con su respectivo séquito de consejeros judíos, funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado y embajadores. Y nunca ha pasado nada.
Obviamente, ha habido iniciativas estadounidenses de paz a espuertas. Desde el «plan Rogers» de Nixon hasta el acuerdo de Camp David de Carter sobre la autonomía palestina hasta los Parámetros de Clinton y la hoja de ruta de Bush, ha habido un montón de ellos, cada cual más convincente que el anterior. Y luego vino el de Obama, el hombre nuevo, enérgico y decidido que obligó a Benjamin Netanyahu a interrumpir durante varios meses la empresa colonizadora y luego… bueno, luego no pasó nada.
Ni iniciativa de paz ni sandías, como decimos en hebreo (tomando la expresión de los árabes). La temporada de sandías es muy corta.
Lentamente pero sin pausa, incluso Goldmann empezó a desesperar del espejismo de la intervención estadounidense.
En nuestras conversaciones tratamos de descifrar el código de ese enigma. ¿Por qué, por el amor de Dios, no hicieron los estadounidenses lo que dictaba la lógica? ¿Por qué no presionaron a nuestro gobierno? ¿Por qué no hicieron una oferta que nuestros líderes no pudieran rechazar? Resumiendo: ¿por qué no pusieron en marcha una iniciativa de paz eficaz?
No podía ser favorable a los intereses nacionales estadounidense desarrollar una política que convirtió a EEUU en objeto del odio de las masas de todo el mundo árabe y de la mayoría del mundo musulmán. ¿Acaso no comprendían los estadounidenses que estaban socavando a sus clientes en todos los países árabes aunque esos gobernantes se lo repitieron hasta la saciedad en cada reunión?
La razón más obvia era el creciente poder del lobby pro-israelí desde comienzos de los años 50. Solo el AIPAC cuenta ahora mismo con más de 200 empleados en siete oficinas en los EEUU. Casi todo el mundo en Washington DC le tiene un pánico cerval. El lobby [pro-israelí] puede destronar a cualquier senador o diputado que despierte su ira. Miren lo que está pasando ahora mismo con Chuck Hagel, quien se atrevió a decir lo impensable: «¡Soy un senador estadounidense, no un senador israelí!»
Los dos profesores, Mearsheimer y Walt, se atrevieron a decirlo: el lobby pro-israelí controla la política estadounidense.
Pero esta teoría no es del todo satisfactoria. ¿Qué pasa entonces con el espía Jonathan Pollard, encarcelado de por vida [por espiar para Israel] a pesar de la enorme presión israelí para liberarlo?
¿Puede realmente una potencia mundial ser inducida por un pequeño país extranjero y por un poderoso grupo de presión nacional a actuar durante décadas en contra de sus intereses nacionales fundamentales?
Otro factor que se menciona a menudo es el poder de la industria armamentística.
Cuando yo era joven no había nadie más despreciable que los Mercaderes de la Muerte. Aquellos días hace tiempo que quedaron atrás. Actualmente los países -incluido Israel- se jactan de vender armas a los regímenes más despreciables.
Los EEUU nos suministran enormes cantidades del armamento más sofisticado. Es cierto que muchas de esas armas nos llegan como regalo, pero eso no altera el cuadro. A los fabricantes de armas les paga el gobierno de los EEUU como si se tratara de una especie de plan de obras públicas tipo New Deal apoyado con entusiasmo incluso (y sobre todo) por los republicanos. Cuando se suministran armas a Israel algunos países árabes se ven obligados a adquirir enormes cantidades para sí mismos, pagando por ellas un ojo de la cara. Ejemplo: Arabia Saudita.
Esta teoría, que alguna vez fue muy popular, tampoco es completamente satisfactoria. Ninguna industria es lo bastante poderosa como para obligar a un país a actuar durante medio siglo en contra de sus propios intereses generales.
Luego está el argumento de la «historia común». Los EEUU e Israel son tan parecidos, ¿no es cierto? Ambos han desplazado a otras poblaciones y viven anclados en la negación. ¿Hay mucha diferencia entre la Nakba nativo-americana y la palestina? ¿Entre los pioneros estadounidenses y los sionistas que echaron raíces en el desierto y construyeron un nuevo país? ¿Acaso ambos no se apoyan en el mismo Antiguo Testamento y creen que Dios les ha dado su tierra (tanto si creen en Dios como si no)?
¿Acaso nuestros colonos, que están creando un nuevo Salvaje Oriente en los territorios ocupados, no imitan el Salvaje Oeste de las películas estadounidenses? Hace unos días la televisión israelí mostró a un tal Avri Ran, autoproclamado «soberano» de Cisjordania, aterrorizando tanto a palestinos como a colonos, arrebatando tierras sin mirar a quien pertenecen, diciéndole al ejército a dónde tiene que ir y qué debe hacer, despreciando abiertamente al gobierno de Israel y a todos los demás, y convirtiéndose en multimillonario en el proceso. Puro Hollywood.
Pero todo eso puede aplicarse también a Australia (país con el que ahora mismo estamos a la greña), a Canadá, a Nueva Zelanda y a los países de América del Sur. Sin embargo, no tenemos ese tipo de relación con ellos.
Noam Chomsky, el brillante lingüista, tiene otra respuesta: Israel es un mero lacayo del imperialismo norteamericano que sirve sus intereses en esta región. Una especie de portaaviones insumergible. No acaba de convencerme la explicación. Israel no participó en el ataque de EEUU contra Irak, por ejemplo. Si el perro americano menea la cola israelí, casi tan cierto es que la cola mueve a su vez al perro.
Ni Goldmann ni yo dimos con una respuesta satisfactoria a este enigma.
Ocho meses antes de su muerte recibí de él inesperadamente una sorprendente carta. Redactada en alemán (idioma en el que nunca conversábamos) en un papel con su sello personal, era una especie de disculpa: yo había tenido razón siempre, no había motivo para esperar ninguna iniciativa de paz estadounidense, la causa de ello seguía siendo inexplicable.
La carta está fechada el 30 de enero de 1982, cinco meses antes de la sangrienta invasión de Ariel Sharon en el Líbano previamente aprobada por Alexander Haig, el entonces Secretario de Estado, y, presumiblemente, también por el presidente Reagan.
La carta era una respuesta a un artículo que yo había escrito unos días antes en la revista que editaba por aquel entonces, Haolam Hazeh, y en la que preguntaba: «¿Los estadounidenses realmente quieren la paz?»
Goldmann escribió: «Yo mismo me he hecho varias veces esa pregunta. Aunque no hay que subestimar la falta de sabiduría de estadista de los encargados de la política exterior estadounidense… Podría escribir un libro entero demostrando que los Estados Unidos quieren seriamente la paz, y otro libro demostrando que no la quieren».
Mencionó el temor estadounidense ante la penetración soviética en el Medio Oriente y el convencimiento de los EEUU de que la paz es imposible sin la participación de Rusia. También reveló que un diplomático ruso le había dicho que había habido un acuerdo ruso-estadounidense para convocar una conferencia de paz en Ginebra, pero que Moshe Dayan había incitado a los judíos estadounidense a sabotearla. Los rusos estaban muy enojados.
Lanzando nombres a diestro y siniestro, resumió con estas palabras: «Aunque no estoy muy seguro de ello, yo diría que en estos momentos se produce una combinación de incompetencia diplomática estadounidense por un lado, y de miedo a la participación de Rusia en la paz por otro, a lo que se suma el miedo interno del lobby pro-israelí, (que incluye) no sólo a judíos, sino también a gente (no judía) como el senador (Henry «Scoop») Jackson y a otros. (Todas éstas) parecen ser las razones de la falta total de comprensión y resultados de la política estadounidense en Oriente Medio, por la cual Israel pagará caro en el futuro».
Exceptuando lo relativo al declive de la influencia rusa, todas y cada una de esas palabras son válidas hoy en día, 31 años después, en vísperas de la visita de Obama.
Una vez más muchos israelíes y palestinos depositan su esperanza en una iniciativa de paz estadounidense, lo cual ejercerá presión sobre ambas partes. Una vez más el Presidente niega que exista ninguna intención en ese sentido. Una vez más los resultados de la visita probablemente serán desilusión y desesperación.
De momento no hay sandías en el mercado. Tampoco una verdadera iniciativa estadounidense de paz.
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1361630726/