He dejado pasar unos días para escribir de Aruca. Sí, sobre Francisco González Aruca, un cubano de nacimiento, y «americano por amor a Anita, mi mujer americana. ¡Es que uno enamorado…!» El empresario y periodista Aruca murió el pasado 6 de marzo, en Denver, Colorado, de un ataque al corazón mientras dormía. Tenía apenas 72 […]
He dejado pasar unos días para escribir de Aruca. Sí, sobre Francisco González Aruca, un cubano de nacimiento, y «americano por amor a Anita, mi mujer americana. ¡Es que uno enamorado…!»
El empresario y periodista Aruca murió el pasado 6 de marzo, en Denver, Colorado, de un ataque al corazón mientras dormía. Tenía apenas 72 años. «Si los terroristas y mafiosos de Miami no me han matado aún, es porque la muerte me quiere agarrar en la cama», me dijo la última vez que nos encontramos. Fue en Bruselas, creo que en 2007. El comentario me lo hizo en un restaurante, al que yo lo había llevado a cenar luego de qué él me confesara: «Ya di la conferencia que me pidieron en esta Universidad, contesté 40 preguntas, ahora ayúdame a fugarme que no estoy para más debates con intelectuales. Vamos a reírnos de cosas importantes. Se me arruga la cara de tenerla tan seria.» Como yo estaba de acuerdo con él, pues lo saqué por la puerta trasera, y terminamos cenando en un restaurante griego.
Entre cucharadas y vinos propuso hacerme una entrevista para su programa en Radio Progreso, de Miami. El problema es que yo también quería entrevistarlo. Por las vías normales no nos pusimos de acuerdo sobre quien entrevistaba al otro, entonces pedimos otra botella de vino e hicimos un compromiso: al que le tocara el último trago sería el entrevistado. Me ganó, pero creo que con trampa. No hubo entrevista, pues estábamos en un tal ataque de risa por las anécdotas que decidimos olvidarnos de ello.
Desde que supe de su muerte estuve tratando de calcular cuántas veces pudimos hablar seriamente de temas políticos, en las cuatro veces que nos encontramos (dos en Miami, una en Cuba y otra en Bruselas). No sumé una hora.
Cuando lo encontré la primera vez en Miami, creo que en 1997, me recibió en su casa. Era inmensa, rodeada de altos muros, cámaras de seguridad, un hermoso césped y piscina. A los pocos minutos ya intercambiábamos chistes y anécdotas, como si fuéramos viejos conocidos. Debido al ambiente que él mismo estableció, me permití provocarlo. Le pregunté si era cierto lo que decían en Miami, que Fidel Castro le había financiado semejante casa: «Trata de que Anita no te escuche, pues se le acaba lo calmada que es, y como mínimo te bota de aquí, pero antes te tumba los dientes, y yo no te voy a defender», me dijo en voz baja.
Aruca, de estudiante y viviendo en Cuba, fue contrarrevolucionario. «Es que yo conspiraba contra el comunismo. Yo era de izquierda, pero producto de una educación católica. A nosotros nos habían enseñado los jesuitas que el comunismo era intrínsecamente perverso. Esa era la frase.» Y me contó la anécdota que rompió el formalismo de la entrevista, y la «culpable» de que después casi nunca pudiéramos hablar seriamente:
«Que quede en claro que yo era un contrarrevolucionario de izquierda. Por eso, un día, conspirando en Cuba, conversaba con un amigo. Y éste era, más o menos, el diálogo. Yo le preguntaba:
– Oye, ¿estamos en contra de la reforma agraria?
– No, aunque de pronto los detalles no nos gustan, pero es necesario que el campesino tenga tierras.
– ¿Estamos en contra de la nacionalización de empresas americanas?
– No, los americanos ten í an mucha influencia aquí y eso había que pararlo.
– ¿Estamos en contra de la reforma urbana?
– No, los alquileres no hay que pagarlos.
– Entonces , ¿¡por qué estamos conspirando!?
– Porque esto es comunismo, ¡chico!
– Coño, verdad, ¡si no fueran comunistas estaríamos con esta gente! (1)
El 5 de enero de 1961 Aruca cayó preso, y condenado a 30 años de cárcel. No duró mucho encerrado, pues se fugó. «Cuando regresé a Cuba en 1978, dentro de una propuesta del gobierno de Cuba conocida como «Diálogo», Raúl Castro quiso saber cómo me les había escapado. Entonces le conté. Es que como soy tan bajito, y en esa época era flaquito y más feíto que ahora, me entraron una ropa, me la acomodé y pasé por la puerta como si fuera un adolescente que hacía visita. Luego me metí a la embajada de Brasil, Cuba dio el salvoconducto y me fui.» Antes de llegar a Miami pasó por Ecuador y Colombia.
No supe si en ese tiempo ya se reía tanto, lo cierto es que sí tenía metas claras para avanzar en la vida. En vez de quedarse en Miami soñando con tumbar la revolución, en 1963 se marchó a Washington a estudiar a la Georgetown University. Lo que ganaba trabajando en hoteles no le alcanzaba para sobrevivir y estudiar, por tanto acudió a préstamos estatales. Al obtener el título de economista en 1968 debía 10 mil dólares. Dos años antes se había casado con Ann Potts.
«Yo no sé qué me vio Anita, porque feo sí era. Y además insistía en quererme. Pues sólo por amor se hace lo que ella ha hecho. Imagina que con unos amigos y siete mil dólares creamos en Nueva York una empresa de viajes hacia Cuba: Marazul Charter. Eso fue en 1979, en plena guerra fría. ¡Una locura! Y Anita ahí. Lo peor vino en 1986: trasladamos la oficina al mismo centro de la mafia y la contrarrevolución: Miami. Creo que ella estaba más loca que nosotros, pues no puedo decir que me siguió: me empujó.»
En Miami ningún medio de prensa hispano quiso pasar la publicidad de Marazul. «Por puro miedo, o por ser contrarrevolucionarios.» Entonces Aruca decide alquilar un espacio en Radio Unión, y el empresario también se vuelve comentarista político. «Había necesidad de crear opinión, que la gente recibiera un mensaje diferente al que envenenaba a esa ciudad. Entonces llegaron toda clase de insultos y amenazas, hasta que atentaron contra las cuatro sedes de la empresa.» Aruca no se amedrenta, y por el contrario abre otro espacio en Radio Progreso, en 1991. «Hubo un tiempo en que andaba con guardaespaldas, pero decidí que no era justo que los asesinaran conmigo en un atentado. Por eso decidí andar solito, aunque acompañado de una pistola como esta.» Y me muestra un arma que más parecía una mini-metralleta. «No puedo decir que han hecho algo contra mí. Aunque sí, un día quisieron atentar contra mi integridad de manera indirecta: un «borracho» se tropezó voluntariamente conmigo y me derramó una cerveza. Yo me quedé tranquilo ante la provocación. Aunque luego me llegó una preocupación: qué iría a decir Anita cuando sintiera ese olor a alcohol sobre mi ropa.»
En el 2006 nos encontramos en La Habana durante un acto público. Charlábamos animadamente de cualquier tema lejano a la política, cuando él se dio cuenta de que habían varios altos dirigentes cubanos a nuestro lado. Entonces Aruca cambió bruscamente el tema para preguntarme mientras los miraba: «¿Cuántos micrófonos y cámaras te tienen en el hotel?» «No me he dado cuenta, pero creo que no hay», le respondí. Y pasó a contar a toda voz y con estruendosas risas, que cuando había regresado en 1978 se había hospedado en el Habana Libre. «Y caí en cuenta de que en frente de mi cama había un espejo grande. Yo me levanté y empecé a inspeccionarlo. Le hablaba, le pedía a alguien que dejara de estar mirándome porque en calzoncillos debía de ser horrible.»
En Bruselas, la última vez que compartimos anécdotas, me dijo casi al oído: «te van a botar de Francia por traicionarlos, por estar tomando vino griego. Pero tranquilo, yo no lo diré. Cuenta con mi discreción. Eso sí, tú debes guardarme otro secreto: yo no sólo tomo ron cubano. Cuando se me va acabando la última botella de ron cubano que logro entrar de contrabando a Estados Unidos, compro ron de un país centroamericano que también es muy bueno. Pero guárdame el secreto pues si lo cuentas quizás no me dejen entrar de nuevo a Cuba.»
Entonces se murió Aruca, después de haber dado batallas con corazón y piel de héroe en la capital mundial de la intransigencia, de la contrarrevolución y de la mafia. Batallas por la verdad. Uno de sus tres hijos, Daniel, recordó las palabras pronunciadas por Aruca al describir su vida: «Si muero mañana, sé que he vivido una vida plena y que duré mucho más de lo que nadie esperaba.»
El ex presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, Ricardo Alarcón escribió sobre él: «Quizás algunos piensen que desapareció allá lejos en el corazón de un país que no era el suyo. Se equivocan. Volvió a romper sus ataduras para avanzar libre y sonriente hacia el sol. Aunque él no quisiera sospecharlo Francisco González Aruca era un gigante. Y, algo que Aruca sí sabía, él era nuestro, y con nosotros, con su pueblo, con su Patria, irá siempre.» (2)
Al leer esas letras de Alarcón, me dije que ya podía romper el secreto de que a veces tomaba ron no cubano, pues al fin y al cabo por todas las orillas que rodean a Cuba lo iban a dejar entrar. Conmigo es que ha quedado mal: en este mundo ya no nos encontraremos para probar ese ron, como nos lo habíamos ofrecido.
Chao Aruca.
NOTAS:
- H. Calvo Ospina y Katlijn Declercq . » Disidentes o Mercenarios «. Vosa – Sodepaz , Madrid, 1998.
- http://progreso-semanal.com/
ini/index.php/cuba/6669-aruca- siempre
(*) Hernando Calvo Ospina es periodista y escritor colombiano, residente en Francia y colaborador de Le Monde Diplomatique. Su página web: http://hcalvospina.free.fr/
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