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La revolución de la desobediencia

Fuentes: Rebelión

El triunfo de la revolución en Cuba en 1959 significó el primer caso de acto sostenido de desobediencia al imperio que haya logrado resistir exitosamente las represalias de éste. Ello revela -a falta de cualquier otra explicación o teoría razonable- la razón de la agresividad, intensidad y persistencia en el tiempo de la política de […]

El triunfo de la revolución en Cuba en 1959 significó el primer caso de acto sostenido de desobediencia al imperio que haya logrado resistir exitosamente las represalias de éste. Ello revela -a falta de cualquier otra explicación o teoría razonable- la razón de la agresividad, intensidad y persistencia en el tiempo de la política de Estados Unidos contra este pequeño archipiélago del Caribe.

Cuba ha logrado resistir cualquier cantidad de agresiones del Gobierno estadounidense: invasiones con mercenarios como la de Bahía de Cochinos, actos terroristas contra aviones de pasajeros, buques mercantes, hospitales, escuelas, hoteles y otras áreas de población civil, así como más de 600 atentados contra Fidel Castro y otros líderes de la revolución y el más largo bloqueo económico, financiero y comercial que haya sufrido una nación en la historia. Todo ello junto una sostenida campaña difamatoria en los medios corporativos estadounidenses y de todo el mundo.

El triunfo de los cubanos sobre la tiranía de Batista por medio de la lucha armada popular impulsó a patriotas de muchos países del continente a asumir ese camino en aras de la liberación de sus países del yugo extranjero.

Pero, bajo la batuta de Estados Unidos y con asesoramiento de expertos militares de la superpotencia, las tiranías militares de Latinoamérica reprimieron cruelmente ese accionar inspirado por la victoria de los cubanos. Torturaron , asesinaron y desaparecieron en las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo a decenas de miles de jóvenes revolucionarios, o sospechosos de serlo, sin juicio previo.

La Operación Cóndor, el más desmedido operativo de las dictaduras latinoamericanas en esos años, fue diseñado e impulsado por la CIA en su carácter de organización clandestina global para practicar el terrorismo de Estado contra los movimientos populares latinoamericanos. Fue un plan de inteligencia y coordinación entre los servicios de seguridad de los regímenes militares en Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia, pero sus efectos criminales se hicieron sentir en todos los países de la región.

Paradójicamente el papel de las fuerzas armadas en la represión popular en función de los intereses de las oligarquías, estimuló no pocas actitudes dignas en los cuarteles por oficiales y soldados que promovieron en las filas militares ideas patrióticas revolucionarias en aras de revertir la indignante situación.

Luego vendría un período en el que estas dictaduras militares al servicio del imperio, desprestigiadas en su gestión de gobierno, debieron ceder espacios a procesos de la llamada «democracia representativa» con la pretensión de que los partidos oligárquicos tradicionales recuperaran sus anteriores posiciones de control y subordinación a Washington para continuar implementando el esquema de globalización neoliberal que habían iniciado en el continente por medio de las tiranías.

Las luchas callejeras y las contiendas electorales que vinieron con el repliegue de los militares a los cuarteles sirvieron de marco para que los pueblos impusieran la fuerza de su número por sobre las fortunas de las oligarquías.

La desobediencia ante los dictados de Estados Unidos, que Cuba no dejó de practicar ni un solo segundo desde 1959 como afirmación de su independencia, se vio estimulada por los éxitos de la revolución bolivariana que, a su vez, fertilizaron el terreno para una proliferación que hoy abarca a la mayoría de las naciones latinoamericanas y caribeñas.

Con las motivaciones para el enfrentamiento al imperialismo siempre vigentes y la revolución cubana firmemente demostrando la factibilidad de romper el mecanismo del fatalismo geopolítico de sometimiento a Estados Unidos, en Venezuela el joven comandante Hugo Chávez, inspirado en los ideales libertarios e integracionistas de Bolívar -tras fracasar en un levantamiento armado- adoptó la estrategia política que las circunstancias demandaban y, con un programa de gobierno de alto contenido social, triunfó en tres sucesivos comicios presidenciales posteriores.

La llegada al poder en los años iniciales del Siglo XXI de varios gobernantes populares, partidarios de la autodeterminación de sus países y de la integración regional como recurso fundamental para hacerla viable, determinó el surgimiento de diversos proyectos integracionistas que desembocaron en la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) como nueva organización hemisférica, excluyente de Estados Unidos y Canadá, como alternativa para la Organización de Estados Americanos (OEA) dominada por Estados Unidos.

H a sido éste el momento culminante de un proceso que podría llamarse «la revolución hemisférica de la desobediencia».

Para llegar a él ha habido que recurrir a variados métodos de lucha pero el objetivo final sigue siendo el de lograr una América Latina verdaderamente democrática, independiente, con identidad regional propia y el máximo de justicia social.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.