Recuerdo cómo en marzo o abril de 2011, bastantes activistas declararon que no estaban nada contentos con como había terminado la primavera árabe, y sobre todo la revolución egipcia (en el caso de reconocer que fuera una revolución). Y recuerdo como tuve que insistir una vez tras otra que una revolución no consiste en un […]
Recuerdo cómo en marzo o abril de 2011, bastantes activistas declararon que no estaban nada contentos con como había terminado la primavera árabe, y sobre todo la revolución egipcia (en el caso de reconocer que fuera una revolución). Y recuerdo como tuve que insistir una vez tras otra que una revolución no consiste en un par de semanas de grandes movilizaciones y todo solucionado; que son procesos largos y complejos, incluso contradictorios. Sobre todo, que a la revolución egipcia aún le quedaba mucho recorrido.
Las reacciones ante los acontecimientos de la última semana en Egipto demuestran que las confusiones, acerca de cómo funcionan las revoluciones, no han desaparecido.
El pasado 30 de junio, una cantidad increíble de gente -según las versiones más fiables, 17 millones de personas, en ciudades por todo el país- salió a la calle para exigir la dimisión del Presidente Mursi, de los Hermanos Musulmanes. Ante la negación de éste a escucharlos, al final la cúpula militar lo echó, igual que hicieron con Mubarak el 11 de febrero de 2011. Igual que entonces, tuvieron sus propios motivos para hacerlo.
Esta vez, es cierto, las contradicciones son aún mayores que entonces. Ahora, una pequeña minoría de manifestantes son feloul, seguidores del viejo régimen de Mubarak. Aún más importante, y problemático, es el hecho de que un sector de los propios revolucionarios, liderado por el naserista de izquierdas Hamdin Sabahi, acepte esta colaboración. Es una tragedia, porque el propio Hamdin fue un activista destacado de los movimientos por la democracia bajo la dictadura de Mubarak.
Pero las contradicciones son inherentes a cualquier movimiento masivo. En Turquía, las recientes protestas han incluido a sectores importantes de kemalistas, nacionalistas turcos, defensores de las décadas de gobiernos autoritarios que masacraron al pueblo kurdo. Incluso han intervenido fascistas en toda regla. Con el movimiento 15M en el Estado español, sabemos que algunos fascistas intentaron participar en algunas ciudades, mientras que militantes de UPD de Rosa Díez lograron bastante protagonismo en la Puerta del Sol.
Ante estas contradicciones, no sirve tomar una foto fija, nombrar a los dirigentes que aparecen en ella y consultar sus programas.
La cuestión que debemos plantearnos es cuál es la dinámica de la revolución que sigue en marcha. En este sentido, me decepciona el reciente artículo del normalmente magnífico Santiago Alba Rico, «Egipto, la izquierda y el golpe de Estado». Santiago tiene toda la razón al (volver a) rechazar la tendencia de gran parte de la izquierda occidental de ver todo lo ocurrido en Oriente Medio en términos de «laicos (buenos) vs islamistas (malos)». Comenta que «un cierto sector de la izquierda -árabe y mundial- cuando hay revoluciones las llama conspiraciones y cuando hay conspiraciones considera que, entonces sí, ha llegado la verdadera revolución». Otra vez, tiene toda la razón. Hemos visto como sectores de la «izquierda» apoyan a brutales dictadores y dan la espalda a movimientos populares, cuando así lo dictan los intereses de unos regímenes supuestamente antiimperialistas.
Así que no se trata de demonizar a los islamistas, ni de tener ilusiones en los feloul o en el ejército («¿laicos?»). Pero los hechos son los hechos.
Bajo la presidencia de Mursi, la inmensa mayoría de la población egipcia no ha visto las mejoras que esperaba, ni respecto a la democracia ni mucho menos a las condiciones de vida y justicia social. El régimen, más allá de reavivar la retórica de «solidaridad con nuestros hermanos palestinos», no ha roto con el Estado israelí ni mucho menos con EEUU. Estaban hartos y se han rebelado… otra vez.
¿Qué debía hacer una izquierda revolucionaria consecuente en Egipto? ¿Aconsejarles que tuvieran más paciencia y que diesen más tiempo a Mursi y a sus políticas neoliberales? ¿Advertirles que si se rebelaban, los únicos posibles beneficiaros serían los militares? Parece que es lo que piensa Santiago, cuando dice: «A mi juicio, lo más revolucionario que se puede hacer en estos momentos en Egipto, y en todo el mundo árabe, es tratar de construir un Estado de Derecho democrático mientras se trabaja a medio plazo -gramscianamente- en un proyecto contrahegemónico basado en el descontento social.»
Es casi la misma lógica que la que dice que el pueblo sirio debe aguantar la dictadura de Assad jr.; una lógica a la que en ese caso Santiago ha logrado (¡y cómo!) resistirse. (La ironía es que muchos de los que condenan la rebelión siria ahora cantan las bondades de la movilización social en Egipto.) Tengo poco en común con los que justifican las matanzas de Assad; con Santiago, seguro que de aquí a nada volveré a quedarme impresionado por sus análisis.
Pero por ahora, yo me quedo con lo que están diciendo y haciendo mis amigos y amigas del grupo Socialista Revolucionario en Egipto.
Celebran la caída de Mursi, como un logro de los millones de personas en la calle. Advierten contra cualquier ilusión en el ejército. Tuvieron que hacer lo mismo tras la caída de Mubarak; mucha gente no lo entendió entonces, pero después vieron que tenían razón. Estoy seguro que volverá a pasar. Denuncian los abusos de los militares: «hay que ser coherente a la hora de oponerse a todas las formas de abuso y de represión a la que los islamistas están siendo sometidos en forma de detenciones y cierres de canales de televisión y periódicos; lo que les sucede hoy a los islamistas les pasará mañana a los trabajadores y trabajadoras y a las izquierdas.» También forman parte activa, como lo han hecho desde hace tiempo, de los grupos de intervención contra el acoso sexual y las violaciones en la Plaza Tahrir.
Pero lo que el grupo revolucionario no hace es lamentar la caída de Mursi, ni oponerse a la nueva ola revolucionaria. Totalmente al contrario, forman parte de ella, ayudando a llevarla adelante, ayudándola a aprender de cada nueva lucha y experiencia. Intentan impulsar la organización de base, en los barrios y sobre todo en los lugares de trabajo.
Por encima de todo, insisten en una cosa: «Corresponde a las fuerzas revolucionarias de hoy el unificar sus filas y presentarse como una alternativa revolucionaria convincente para las masas. Una alternativa a las fuerzas liberales, que están en ascenso hoy sobre los hombros de los militares, y a las fuerzas del Islam político, que han dominado durante décadas sobre amplias franjas de la población.»
Porque el reto real en Egipto, igual que en el Estado español, es éste. No limitarse a quejarse ante las limitadas opciones ofrecidas por los dirigentes existentes, sino crear una alternativa creíble, capaz de conectar con las masas. En este sentido Santiago tiene razón al hablar de un «proyecto contrahegemónico basado en el descontento social». Pero el descontento social explota por doquier y exige urgencia. No se puede esperar durante décadas para crear las alternativas perfectas (pero irrelevantes). La alternativa se debe crear con urgencia, entre todas las fuerzas disponibles y dispuestas a hacerlo; la única condición es que nos basemos, no en un u otro dirigente y en su programa perfecto, sino en la lucha social desde abajo: popular y, sí, contradictoria.
PD: Acaba de llegar otro artículo de Santiago. Otra vez, comparto algunas cosas, y otras no. Con lo que discrepo directamente es con su título, habla del suicidio de la revolución; lo que implica que ésta está muerta. Yo, en cambio, opino que está muy viva.
Santiago Alba Rico, «Egipto, la izquierda y el golpe de Estado»: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20130704/411577/es/Egipto-izquierda-golpe-Estado
Sameh Naguib, grupo Socialista Revolucionario, «Egipto: cuatro días que estremecieron el mundo»: http://www.enlucha.org/site/?q=node/18879
Santiago Alba Rico, «Egipto: el suicidio de la revolución»:
http://www.cuartopoder.es/tribuna/egipto-el-suicidio-de-la-revolucion/4793
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