Entre los múltiples factores que explican la permanencia de la revolución y el socialismo en Cuba durante más de medio siglo, a pesar del bloqueo y la agresión militar, económica, política, ideológica y cultural ininterrumpida de Estados Unidos, la potencia imperialista hegemónica en el ámbito mundial, y no obstante haber desaparecido el bloque socialista encabezado […]
Entre los múltiples factores que explican la permanencia de la revolución y el socialismo en Cuba durante más de medio siglo, a pesar del bloqueo y la agresión militar, económica, política, ideológica y cultural ininterrumpida de Estados Unidos, la potencia imperialista hegemónica en el ámbito mundial, y no obstante haber desaparecido el bloque socialista encabezado por la extinta Unión Soviética, destaca el trabajo denodado y eficaz de sus servicios de inteligencia y contrainteligencia.
Precisamente en la URSS, el GRU (Glavnoe Razvedyvatelnoe Upravlenie), o Directorio Principal de Inteligencia, fue creado en 1918 por orden del Consejo Militar Revolucionario de la joven revolución rusa con el objetivo de coordinar las acciones de las agencias de inteligencia del ejército en formación. Vladimiro Lenín, como dirigente principal del Partido Bolchevique y jefe de gobierno, participó en su establecimiento con la tarea de obtener toda la información económica, política y militar que fuera de las fronteras de la URSS, tuviera una significativa importancia para su defensa. Su trabajo fue vital durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente a través de sus redes en Europa y Japón, dirigidas respectivamente por Leopoldo Trepper y Richard Sorge. El triunfo de los ejércitos soviéticos en Stalingrado, que fue el principio del fin del régimen nazi, no hubiera podido ser posible sin la vasta información proporcionada por las redes de la llamada «Orquesta Roja» operando en Bélgica, Francia, Alemania y Suiza, principalmente.
En Cuba, los organismos de inteligencia y contrainteligencia se crean durante la lucha insurreccional contra Batista, con el Servicio de Inteligencia Rebelde, el Departamento de Inteligencia del Ejército Rebelde, pero es en 1961 que se establece el Departamento de Seguridad del Estado, dentro del Ministerio del Interior, encargado de proteger la nación y el proceso revolucionario, con el pueblo y junto al pueblo, de la acción contrarrevolucionaria de un gobierno que hace del terrorismo, política de Estado.
En un pequeño museo de la ciudad de La Habana dedicado al MININT, es posible conocer en detalle la heroica lucha llevada a cabo para neutralizar los centenares de planes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para atentar contra la dirigencia cubana, en especial contra el compañero Fidel Castro, así como la extraordinaria labor de los agentes cubanos infiltrados en la mafia contrarrevolucionaria para alertar sobre los arteros ataques y sabotajes contra Cuba.
La famosa serie de la televisión cubana «En silencio ha tenido que ser», basada en hechos reales, da cuenta de los sacrificios y la abnegación de quienes a riesgo de sus vidas y su libertad, y pasando incluso frente a familiares y amigos como desafectos y traidores, optaron por esa difícil tarea del compromiso revolucionario.
El Tribunal Internacional Benito Juárez que sesionó en México en abril del 2005, con el ejemplo del Tribunal Russell-Sartre, que juzgó los crímenes de guerra de Estados Unidos en Vietnam, destacó que tan sólo en seis meses, entre octubre de 1960 y abril de 1961:
«la CIA introdujo 75 toneladas de explosivos en 30 misiones clandestinas áreas y 45 toneladas de armas y explosivos en 31 infiltraciones marítimas. Se realizaron durante este periodo 110 atentados dinamiteros, se colocaron 200 bombas, se descarrilaron 6 trenes, se provocaron 150 incendios en fábricas y 800 incendios en plantaciones y, se paralizó por una semana el funcionamiento de la Refinería de combustible en Santiago de Cuba. («Sentencia del tribunal Internacional Benito Juárez sobre los actos de agresión del gobierno de los Estados Unidos contra el pueblo y el gobierno de Cuba», copia personal).
Este tribunal, que condenó a Estados Unidos por genocidio comprobado, documentó una política sistemática y permanente de terror por el gobierno estadounidense contra Cuba que incluye secuestro de aeronaves, bombardeos desde aviones y naves marítimas, apoyo de bandas contrarrevolucionarias, respaldo militar, logístico y de inteligencia a la fracasada invasión de mercenarios a Playa Girón; ataques con armas biológicas que introdujeron la fiebre porcina africana y el dengue hemorrágico; bloqueo económico, comercial, financiero y tecnológico, incluyendo medicinas; favorecimiento de la migración ilegal para fines de desestabilización, en suma: guerra económica, comercial y financiera; subversión política interna; guerra psicológica, radioeléctrica; agresiones armadas y acciones encubiertas; robo de cerebros y estímulos a la emigración ilegal. El Tribunal hizo notar que mientras Estados Unidos ha declarado la guerra contra el terrorismo, cobija y otorga protección a reconocidos y confesos terroristas, como Luis Posada Carriles y Orlando Bosch.
Por su parte, Estados Unidos no puede probar un solo acto de agresión militar, acciones encubiertas, o de cualquier naturaleza beligerante, llevados a cabo por el gobierno de Cuba en su territorio. Por el contrario, la misión de los agentes cubanos estaba encaminada a infiltrar organizaciones armadas de mercenarios para evitar que se cometieran precisamente más actos terroristas y acciones ilegales tanto en Cuba, como en Estados Unidos. El FBI, en lugar de detener a quienes se disponían a cometer delitos tipificados por las leyes estadounidenses, apresa a la red de antiterroristas que los señalaron.
En ningún momento los agentes de Cuba hicieron trabajos de inteligencia que configurara el delito de espionaje, ni se les incautó documentos clasificados o secretos que pudieran dañar la seguridad nacional de ese país. La acusación de conspiración para cometer espionaje tampoco se sostiene porque los agentes no se propusieron tal actividad. Como afirma Lázaro Barredo Medina en Granma,
«Cada día apare cen mayores evidencias de lo que aconteció aquel sábado 12 de septiembre de 1998 (cuando se llevó a cabo la detención de los Cinco) en Miami obedeció más a la conspiración de oficiales del Buró federal de Investigaciones (FBI) con la mafia terrorista anticubana, que a la protección de la seguridad nacional de los Estados Unidos.»
Leonard Weinglass, abogado de los 5 y fallecido en el 2011, concluía lo siguiente:
«Los Cinco no fueron juzgados por violar la ley norteamericana, sino porque su trabajo centró la atención en aquellos que, precisamente, lo hacían. Al infiltrarse en las redes criminales existentes, de manera abierta, en la Florida, desnudaron la hipocresía de la oposición al terrorismo, de la cual Estados Unidos tanto se jacta.»
Las aberraciones jurídicas del juicio de los Cinco son ampliamente conocidas y refieren a la violación de las normas propias e internacionales del debido proceso y tratamiento de prisioneros, a castigos crueles e inhumanos, como confinamiento durante meses en aislamiento completo, prohibición y obstáculos para visas y visitas de familiares y amigos, y sobre todo, resoluciones y sentencias no fundadas en ordenamientos jurídicos sino en razones políticas de un Estado que no respeta el derecho internacional ni sus propios preceptos legales.
La narración novelada en torno a los Cinco héroes del escritor brasileño Fernando Morais, Los últimos soldados de la guerra fría , muestra de manera magistral el temple de estos revolucionarios y las vicisitudes de su infiltración en las organizaciones terroristas del exilio cubano. Asimismo, y como contraste, este escrito desnuda la calaña de personajes que contratan estas organizaciones para llevar a cabo las acciones armadas en Cuba, desclasados y delincuentes de varias nacionalidades.
Como he venido reiterando en estos años, lo insólito del caso de los Cinco ha sido la propia conducta del gobierno cubano, que asumiendo la relación política y organizativa con sus combatientes contra el terrorismo en suelo estadunidense reconoció a los Cinco e inició, conjuntamente con todo el pueblo, una campaña por su liberación que muy pronto alcanzó un perfil planetario. La moral de una dirigencia revolucionaria se mide porque no abandona a sus presos y muertos. El reconocimiento oficial de los cinco héroes, prisioneros en las cárceles del imperio por llevar a cabo trabajo de inteligencia en el seno de los grupos terroristas apoyados, entrenados y financiados por el gobierno de Estados Unidos, es un acto de justicia y de alto valor moral por parte del gobierno cubano, reiterando que Cuba ha hecho de la ética, política de Estado.
En el otro polo equidistante, la ratificación de las condenas de los Cinco héroes, la negativa a reponer el proceso, constituyen una venganza del grupo gobernante de Estados Unidos por la firmeza de los agentes cubanos en sus convicciones patrióticas, revolucionarias y socialistas durante estos 15 años; es un castigo adicional al gobierno y al pueblo de Cuba por los más de 50 años de existencia de la revolución cubana. Los cinco héroes son herederos meritorios de ese pueblo y de esa revolución, exponentes de la dignidad y el decoro martianos.
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