Nadie puede dudar de la importancia de Egipto y la influencia que puede ejercer sobre la situación política, especialmente en el norte de África y el Medio Oriente, a pesar de haber sido sumergido en la penumbra durante muchos años, por los gobiernos proimperialistas de Sadat y Mubarak. Hace tres años, cuando comenzó la mal […]
Nadie puede dudar de la importancia de Egipto y la influencia que puede ejercer sobre la situación política, especialmente en el norte de África y el Medio Oriente, a pesar de haber sido sumergido en la penumbra durante muchos años, por los gobiernos proimperialistas de Sadat y Mubarak.
Hace tres años, cuando comenzó la mal llamada «primavera árabe», Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, aunque hipócritamente hablaban de democracia, libertad, respeto a los derechos humanos, etc., hicieron todo lo posible por salvar a este último dictador, quien incondicionalmente les había servido durante casi 30 años de ejercicio del poder. Pero la presión de las masas en las calles, obligó a la dimisión del gobernante pocos días después, el 11 de febrero del 2011. Entonces trataron de salvar lo que podían del régimen, con el Mariscal Hussein Tantawi, comprometido con la misma política de Mubarak y tan corrupto como este, colocado al frente del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
Pero el pueblo egipcio no aceptó la jugada yanqui y continuó presionando desde la Plaza Tahrir y otros lugares, hasta lograr que se celebraran elecciones, en las que por primera vez fue elegido por mayoría relativa, un candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi, favorecido también por el voto de castigo de aquellos que no querían un presidente «mubarakista». Este, aunque prometió gobernar para todos los egipcios, no lo hizo, y durante su breve periodo de gobierno, redactó una constitución favoreciendo las posiciones de su organización y promoviendo a sus cuadros para asegurarse en el poder, posiblemente asesorado desde Turquía, cuyo gobierno islámico moderado es frecuentemente citado como ejemplo de democracia moderna por los gobernantes de Washington. Con su homólogo en el gobierno en Ankara, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, el cual había recorrido una inteligente trayectoria para ir ocupando poco a poco casi todas las posiciones del Poder, los Hermanos Musulmanes egipcios establecieron una alianza y una estrecha colaboración.
Sobre esta base, no son pocos los que consideran que los Estados Unidos, estimándolo tal vez como un mal menor, habían pactado, utilizando además el dinero y la influencia de algunos de sus poderosos socios del Golfo, establecer unas relaciones mutuamente ventajosos con las fuerzas musulmanas que iban llegando al gobierno en la región.
La política sectaria del gobernante egipcio, provocó sin embargo, una nueva ola de levantamientos y protestas populares, que apoyada por el ejército y fuerzas políticas independientes, culminó en junio de 2013, con el derrocamiento de la Hermandad Musulmana y la prisión de Mursi y sus principales colaboradores. Una nueva constitución fue aprobada por voluntad popular el pasado mes de enero y se inició un nuevo periodo de transición hacia elecciones presidenciales, que deben celebrarse en los próximos meses.
El derrocamiento del gobierno de Mursi provocó el desconcierto en Washington y en otras capitales de países miembros de la OTAN, especialmente en el gobierno de Ankara, quien exigió se adoptaran medidas para reponer en el poder a los Hermanos Musulmanes. Estados Unidos sin embargo, se abstuvo de calificar el hecho como «golpe de estado», pues ello podría condicionar legalmente sus relaciones futuras con el nuevo gobierno de El Cairo, aunque han demandado la liberación del presidente depuesto. Los aliados del Golfo adoptaron cautelosas posiciones, pues la mayoría de estos países no permiten la existencia de partidos y organizaciones políticas, ni aun siendo islámicas, y por esta razón mantenían cierta desconfianza con el gobierno de la Hermandad en El Cairo, que se conoce ha trabajado clandestinamente para crearlas. El rey Abdala de Arabia Saudita, acaba de declarar el pasado 7 de marzo, a la Hermandad Musulmana como una organización terrorista. El gobierno egipcio por su parte, prohibió la presencia y actividad de HAMAS en su territorio.
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Por otro lado, ante la incertidumbre creada, desde Washington parece practicarse la política del garrote y la zanahoria, tal vez persuadidos de que el gobierno de los militares, al cual han suministrado durante muchos años una subvención de unos 3 mil millones de dólares anuales, ahora congelada, terminará sometiéndose a sus intereses. Sin embargo, existen señales de que estas aspiraciones no parecen fáciles de alcanzar, a pesar de que deben estar intentándolo por todos los medios y sus servicios especiales y los de sus aliados, principalmente Gran Bretaña y Francia, deben estar trabajando intensamente en El Cairo.
El mariscal Abdel Fatah Al Sisi, ministro de defensa y nuevo hombre fuerte del régimen, quien será candidato, con opciones casi seguras de ser elegido como presidente en las próximas elecciones, ya está haciendo campaña política presentándose como el nuevo salvador de Egipto y como futuro líder no solo de Egipto, sino del mundo árabe, como sucesor de Gamal Abdel Nasser y ya ha invitado a los hijos de este, para acompañarlo en las conmemoraciones por el 43 aniversario de su muerte. La prensa estadounidense hace tiempo había informado de análisis muy críticos hechos por este, cuando se desempeñaba como Jefe de la Inteligencia, debido al apoyo incondicional que Washington le prestaba a Israel y por su parcialidad a favor del estado judío. Más recientemente, habían trascendido declaraciones realizadas por el mariscal, criticando la guerra que la OTAN llevó a cabo en Libia para derrocar a Muammar El Gadafi.
Al Sisi, respondiendo al congelamiento de la ayuda económica y militar estadounidense, intercambió delegaciones con Moscú, las cuales fueron integradas por él como ministro de Defensa y por el Canciller. En las conversaciones, celebradas en ambas capitales, se acordó el inicio del suministro de armamento ruso a las fuerzas armadas egipcias y la colaboración entre ambas instituciones armadas. Existe una base para que se avance en un buen entendimiento entre ambos países: la oposición al desarrollo de regímenes de corte islámico en la región.
Paralelamente a la situación en Egipto, se viene produciendo un interesante proceso de luchas y contradicciones entre los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, han retirado sus embajadores de Qatar y aprobado sanciones contra este país. El Consejo de Ministros de Egipto manifestó su apoyo a estas decisiones y decidió que su embajador tampoco regrese a Doha, acusando a este país de inmiscuirse en los asuntos internos de los otros.
Al parecer, la marcha de los acontecimientos militares en Siria, que se extienden con una tendencia favorable al gobierno de Bashar Al Assad, está influyendo también en el incremento de estas contradicciones. Se ha informado de la destitución ─respondiendo a una solicitud de Washington─, del jefe de la Inteligencia saudita, príncipe Bandar Bin Sultán, quien como responsable mayor de esta guerra sucia, había asegurado la rápida toma de Damasco. No solo se equivocó en esto, sino que en su incapacidad provocó una guerra interna entre grupos y bandas de terroristas islámicos que debilitó y desacreditó aun más la oposición siria. Arabia Saudita participa del plan de destruir a quienes considera sus oponentes chiitas o pro-iranios en la región (Iraq, Siria, Hizbulá) como vía de debilitar a Irán, a quien considera su principal enemigo. En este objetivo coincide con Israel y Estados Unidos. Ahora trabaja para captar a Egipto como posible principal aliado y piensa que con su enorme poder financiero pueda influir en la futura política del nuevo gobierno de El Cairo.
Como podemos apreciar la situación se presenta bien complicada. Al parecer, en las próximas elecciones los sauditas apoyarían al Partido ANNOUR, organización salafista enfrentada a los Hermanos Musulmanes. Mursi en un discurso antes de su destitución, había declarado su apoyo a la guerra contra el gobierno de Damasco, lo cual fue rechazado por el Consejo de las Fuerzas Armadas, que se opuso a que fuerzas islámicas tomaran el poder en Siria, posiblemente razonando que una guerra similar se podría estimular contra el casi seguro futuro gobierno de los militares en El Cairo. Una alianza o colaboración circunstancial entre Arabia Saudita y un gobierno de los militares egipcios, a pesar de que puedan mantener algunas contradicciones, posiblemente sería conveniente para ambos.
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Entre las corrientes nasseristas egipcias, así como otros sectores políticos con intereses aun contradictorios, parece predominar el criterio de que Al Sisi es la persona capaz de restablecer la estabilidad e impedir la anarquía, devolviendo a Egipto un papel respetable en el mundo árabe y en un escenario internacional que tiende a favorecer un nuevo ordenamiento multipolar. Los datos disponibles confirman también que existe consenso dentro de la cúpula militar, para llegar de nuevo al gobierno a través del mencionado mariscal. No obstante, pensamos que no se debe esperar, si en definitiva Al Sisi llega a la presidencia, una actitud de abierta confrontación, y más bien actuaría, por lo menos en una primera etapa, de forma cautelosa y neutral, evitando nuevos enemigos y procurando alcanzar la estabilidad y el apoyo necesario para enfrentar los grandes desafíos que constituyen la situación económica interna y los graves problemas sociales derivados de esta, así como la seguridad ciudadana.
Existe una apreciación entre las fuerzas nacionalistas y de izquierda en el mundo árabe, a favor de que Al Sisi es la alternativa disponible para evitar la vuelta de los Hermanos Musulmanes, y que pueda llevar a Egipto por un camino más independiente, fuera de la hegemonía de los Estados Unidos.
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