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Siria

La lengua traicionada

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

Las palabras herían, y la lengua era el medio de comunicación, lucha y monopolio de la lógica. Así hemos vivido nuestra relación con la lengua: leemos, escribimos, escuchamos y hablamos para sentir que estamos vivos, pues la vida se cuela en los conceptos de la lengua, se asienta en las letras y sonidos y hace […]

Las palabras herían, y la lengua era el medio de comunicación, lucha y monopolio de la lógica. Así hemos vivido nuestra relación con la lengua: leemos, escribimos, escuchamos y hablamos para sentir que estamos vivos, pues la vida se cuela en los conceptos de la lengua, se asienta en las letras y sonidos y hace de las palabras un medio para unir, comunicar y llegar.

Pero desde que hemos descubierto que la traicionamos y que los ingentes sacrificios que el pueblo sirio ofrece y ha ofrecido están amenazados de no servir para nada, y que la tragedia siria -que es la más grande en la historia contemporánea de los árabes- ha sido apuñalada por la espalda, nos preguntamos por la utilidad de las palabras.

Es la revolución traicionada: no es lógico que a lo largo de tres años hayamos pasado de una boda de sangre popular siria, que prendió uno de los más grandes levantamientos populares de nuestra historia, a este adulterio que convierte la sangre siria derramada en un trapo bajo los pies de los dictadores. Y cuando la traición, la indiferencia y la impotencia ganan, la lengua es la segunda víctima, porque las palabras se agotan, los valores se destruyen y los significados se desvanecen.

No sé exactamente qué esta pasando sobre el terreno en Siria porque las noticias sobre los enfrentamientos son contradictorias. ¿Yabrud cayó o fue entregada? ¿El Castillo de los Caballeros de Homs quebró o fue traicionado? ¿Quién lucha y cómo? Todo comenzó como una lucha, pero lo que sé es que hay una mentira que comienza a difundirse, que es que la lucha en Siria se dirime entre el fundamentalismo y el régimen, y que la revolución fue un error porque los manifestantes salieron de las mezquitas, y que el punto al que ha llegado al convertirse en una lucha entre corrientes fundamentalistas militarizadas por un lado, y el régimen despótico aliado con otro fundamentalismo militarizado era inevitable.

Esta mentira pretendidamente inocente no tiene nada de inocente, más que en el caso los alegatos de inocencia de algunos intelectuales que tiemblan de pánico ante la gente y que resultan repugnantes. No, el camino seguido por la revolución siria no era inevitable, ni es el resultado de una falta de madurez democrática del pueblo sirio, sino resultado de la confluencia de una serie de factores que solo pueden llamarse de una manera: traición.

No voy a detenerme en la traición occidental a la revolución, porque quien se encomendó al apoyo estadounidense o era un ignorante o era tonto. Al imperio estadounidense nunca le interesó la liberación de los pueblos, sino que, por el contrario, le interesaba humillarlos y destruir su voluntad, especialmente en el Levante árabe donde los intereses estadounidenses confluyen con los israelíes hasta el punto de complementarse. En cuanto al viejo continente europeo, está mayor y ya no rejuvenece más que con la nostalgia de un tiempo colonial pasado, sin interesarle más que confirmar que la independencia nacional paralizó sus misiones de introducción de la civilización a pueblos retrasados y bárbaros.

En cambio, si me detendré en dos traiciones:

La primera es la ilusión que invadió las mentes de algunos, de que la intervención extranjera llegaría seguro, y que el modelo libio se repetiría en Siria. Esta ilusión ha provocado la debilidad de los líderes opositores y que no se hayan tomado con seriedad la revolución como una lucha siria, ya sea en el nivel de la organización o en el nivel del diseño de programas políticos claros. Así, han metido a la revolución en luchas sin sentido y la han hecho dependiente de los regímenes árabes del Golfo, que no ven en la revolución más que un medio para vengarse de la creciente influencia iraní. Esta ilusión no es un grave error político, sino una traición en el más amplio sentido de la palabra, porque ha metido la lucha popular en una serie de esperanzas que han provocado sucesivas frustraciones, permitiendo el desplome de las iniciativas populares que habían creado los comités y después la experiencia del ejército libre.

La segunda traición es la regional, árabe y turca, cuyas promesas de apoyo no eran más que ilusiones porque no se atrevían a superar el límite puesto estadounidense y porque estaban interesados en colarse en la revolución y romper sus filas, destruyendo su sueño de democracia por medio de la creación de fuerzas militares fundamentalistas que no tardaron en destruir la experiencia del ejército libre y convertirla en despojos. El régimen logró aprovechar esto haciendo uso de su experiencia con los fundamentalistas y Al-Qaeda en Iraq.

Estas dos traiciones no habrían tomado esta triste forma si no hubiera sido por la incomprensión por parte de las élites seculares, izquierdistas y liberales de su papel en la etapa de transformación de la revolución pacífica en un levantamiento armado, siendo esta incomprensión un tercer tipo de traición.

No se recurrió a las armas por decisión, sino como reacción popular espontánea al salvajismo del aparato de represión. Esta es la realidad del inicio de la toma de las armas, y cualquier otra versión que no vea más que una conspiración no sirve más que para tergiversar la lucha popular siria. Sin embargo, la triste ausencia de esas élites en el levantamiento armado abrió un gran boquete por el cual se colaron los fundamentalismos del Golfo y de Al-Qaeda, hasta dominar casi por completo la acción armada y empezar a imponer sus agendas particulares.

Puede que encontremos justificaciones a esta insuficiencia e incapacidad, como decir que cuatro décadas de represión habían bastado para destruir toda forma de régimen político futuro, o que la brutalidad de la represión del régimen de los servicios secretos era tal que impedía la conformación de toda forma organizativa, o que el núcleo del ejército libre no tenía ayuda económica ni logística. Todas ellas son relativamente válidas, pero no bastan, porque debe reconocerse que la izquierda, que dio un salto cualitativo adoptando los valores de la libertad política liberal, necesita una reedificación radical. Y ello ha de ser liberándose de la constricción de una realidad dominada por el balbuceo y que deja la práctica a un lado, sin estar dispuesta a abandonar las posturas de la clase media. Mientras, los nuevos valores culturales no encuentran más lugar para desarrollar su acción que las redes sociales tras el desplome de la actividad de los comités locales bajo la represión.

Esta izquierda liberal, o este izquierdismo liberalista debe cambiar, antes de que sea tarde, su postura ante la lucha y delimitar su discurso contrario a la intervención extranjera, sea iraní, rusa, de milicias, del Golfo, estadounidense o israelí. Del mismo modo, las sospechosas llamadas a aliarse con Israel que hace la política estadounidense deben ser condenadas y desechadas, porque esta traición recetada no es más que una invitación al suicidio.

En mitad de toda esta traición, hay que afirmar lo innegable:

No hay vuelta atrás, porque atrás no encontraremos más que la muerte.

No es posible mantener a la dinastía Asad en el poder, pase lo que pase.

Sobre estas dos afirmaciones debemos reconstruir nuestra lengua, que ahora se parece más al silencio, a lo largo de este extenso camino adoquinado de sangre, destrucción y lágrimas.

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