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Notas para el debate sobre la situación en Medio Oriente

Fuentes: Viento Sur

¿Cuál es la responsabilidad del imperialismo americano? Pocas veces nos encontramos ante una situación tan dramática y complicada para descifrar, ante una situación nueva, en la que toda la región se encuentra sumergida en la guerra y el caos. Una región en la que predominan la emergencia de la barbarie encarnada por el Daesh (Estado […]

¿Cuál es la responsabilidad del imperialismo americano?

Pocas veces nos encontramos ante una situación tan dramática y complicada para descifrar, ante una situación nueva, en la que toda la región se encuentra sumergida en la guerra y el caos. Una región en la que predominan la emergencia de la barbarie encarnada por el Daesh (Estado Islámico), la fragmentación de Estados como Irak, Siria y Libia (¿será Líbano el próximo?) y poblaciones masacradas por un régimen dictatorial como en Siria. Una región actualmente sometida a la intervención occidental.

La intervención actual de los imperialismos occidentales no se puede comparar a la intervención de 2001 en Afganistán o en 2003 en Irak en la que se conquistaba el territorio, se perseguían objetivos económicos como el petróleo y se intervenía con tropas terrestres sobre el terreno. Parece que no existe un plan preestablecido para la intervención actual, que no están definidos los objetivos de guerra, que se ha intervenido precipitadamente. Es cierto que la situación va a evolucionar y que el encadenamiento de las devastaciones que se vayan produciendo modificarán las políticas de unos y otros.

La responsabilidad histórica y política de los EE UU y de las potencias occidentales es enorme. Por otra parte, en una perspectiva a largo plazo, la expansión de la barbarie de corrientes como el Daesh y Al Qaeda, también encuentran una explicación en el fracaso o la quiebra de los regímenes nacionalistas árabes. La invasión americana en Irak de 2003 destruyó el país y desestabilizó toda la región. Ahora bien, actualmente, el análisis de la situación y la política que se deriva de ella no se puede reducir a la denuncia del imperialismo occidental. La situación actual no se puede comprender sin tener en cuenta la imbricación de múltiples conflictos y guerras que se acumulan a la intervención occidental y el juego de potencias mundiales, como Rusia, o regionales, como Arabia Saudí, Irán o Turquía.

Señalemos algunos de ellos:

· La fragmentación del Estado iraquí y los conflictos entre su gobierno corrupto dominado por los chiitas y el Daesh que aglutina a una parte de las tribus sunitas y a fragmentos del antiguo ejército de Saddam Husein. Conflicto que adquiere una tercera dimensión con el ataque de los yihadistas contra los kurdos y sus organizaciones.

· En Siria, la guerra entre la dictadura de Bachar el Assad y las facciones islamistas entre las que se encuentra el Daesh pero también el ASL (Ejército libre sirio) es expresión de la dinámica de la rebelión popular inicial,que aunque debilitada continúa existiendo aún en una serie de ciudades y pueblos. También hay que señalar las maniobras de la dictadura con el Daesh o al Nostra (Al-Qaeda) en sus intentos para quebrar la rebelión democrática.

· Las intervenciones y maniobras de potencias regionales como Arabia Saudí, Qatar o Turquía, que han armado a los yihadistas e incluso, directamente, a las bandas del Daesh contra el régimen sirio. Régimen que, por otra parte, cuanta con el apoyo de Irán y de las milicias de Hezbollah. Milicias que en más de una ocasión le han salvado el pellejo.

· La agresión israelí contra la banda de Gaza, fruto de la extrema derechización de la política y de la sociedad israelí. Las organizaciones de los colonos representan la punta de lanza de esta extrema derecha sionista. El rechazo del gobierno israelí a cualquier negociación y a compromisos serios con los palestinos forma parte del caos contrarrevolucionario de la región.

Esta conexión de los conflictos es el resultado de la intervención destructora de las potencias imperialistas pero, también, del debilitamiento y pérdida de peso de los imperialismos en la región, que ofrece más autonomía y espacio a las múltiples fuerzas contra-revolucionarias.

Hagamos memoria sobre la presencia y la fuerza del imperialismo americano desde principios de los años 90 hasta finales del 2000 en toda la región, con los puntos fuertes de la intervención en Iraq y Afganistán, y comparémosla con la situación actual.

Los EE UU han retirado la parte fundamental de sus tropas de Irak y están comprometidos en la retirada en Afganistán tras una derrota política y militar. Un retroceso que ha adquirido un eco mayor como consecuencia de las rebeliones democráticas en los años 2010. Esta derrota provocó las dudas y los cambios de posición del imperialismo que hemos conocido en este último período: intervención indirecta en Libia, donde los gobiernos de Francia y del Reino Unido se situaron en primera línea; frecuentes cambios de posición sobre Egipto (apoyo a Mubarak, después a los Hermanos Musulmanes y ahora a Sissi); vacilaciones en torno a Siria, donde Washington, si bien denuncia el régimen, se ha preocupado en no debilitarlo para que pueda contener las aspiraciones democráticas de su pueblo y, también, la presión islamista.

Más en concreto, el rechazo de las potencias occidentales a ayudar a la rebelión democrática es una de las razones mayores de ha dado alas a los yihadistas, primero en Siria y luego en Irak.

Actualmente, en esta galaxia de contrarrevoluciones, el monstruo bárbaro del Daesh se ha convertido en un monstruo muy importante, muy numeroso y demasiado armado para las potencias imperialistas: va demasiado lejos en el genocidio de las minorías (como los yazidis/1, los kurdos o los cristianos); va demasiado lejos en sus pretensiones de ocupar posiciones territoriales en Irak y Siria y en el acaparamiento de zonas petroleras. Se hace necesario contenerlo, debilitarlo y destruir sus capacidades militares. Por ello, tanto las potencias occidentales como las potencias regionales más importantes, cada una por razones diferentes, ha decidido intervenir.

Pero el enemigo de los pueblos no está solo en la intervención occidental sino también en la otra potencia imperialista, Rusia, que apoya al régimen sirio. Y también en el resto de potencias regionales -los países del Golfo- y los regímenes corruptos de la región. De todos modos, actualmente el peligro más importante es el Daesh, ese concentrado «islamo-fascista» de la barbarie en la región, aún cuando, seguramente, esta caracterización resulte parcial. Para definir nuestra solidaridad con los pueblos de la región y, en particular, con sus pueblos oprimidos -sirio, kurdo- es preciso denunciar todas estas «contra-revoluciones», todos estos enemigos y no callarse frente a los «bárbaros» o tratar de explicar sus actividades criminales únicamente como fruto de la intervención imperialista occidental. Ellos tienen una responsabilidad específica que decenas de miles de víctimas sufren en su propia carne.

¿Un Medio Oriente en el que dominan las contra-revoluciones?

La intervención occidental y la de las potencias de la región se explican fundamentalmente en función de la necesidad de aplastar «el monstruo Frankeistein» que escapa al control de sus progenitores: Arabia Saudí, Qatar y otros regímenes de la región. Pero para comprender esta situación, desde el desarrollo del Daesh hasta «estas nuevas iniciativas» imperialistas, es necesario analizar la situación en la que se encuentran las «revoluciones árabes». La noción de proceso revolucionario a largo plazo no debe llevarnos a escatimar el análisis de la coyuntura actual. Aún cuando se producen movilizaciones parciales y huelgas dispersas e incluso surgen nuevas movilizaciones como en Yemen, es obligado constatar que la situación actual está polarizada por una confrontación entre la «dictadura militar» y las «fuerzas islamistas» e, incluso, por enfrentamientos entre «facciones inter-islamistas» como en el caso de Libia. Ahora bien, la situación también está determinada, desgraciadamente, por el enfrentamiento entre la dictadura militar de Sissi y los Hermanos Musulmanes en Egipto, por la guerra del dictador Bachar contra una rebelión actualmente hegemonizada por los islamitas en Siria, por el desmembramiento del Estado iraquí entre chiitas, sunitas y kurdos. Y en estos enfrentamientos, las fuerzas que dominan son las de la contra-revolución, sea militar o islámica. Es también el reflujo de los procesos revolucionarios el que explica el momento escogido por Israel para intervenir en Gaza. El único país que escapa a una confrontación de este tipo es Túnez, aún cuando no haya que subestimar lo que representan fuerzas islamistas como Enhada. Túnez, que estuvo en el origen de las revoluciones árabes, ha podido, gracias a las movilizaciones populares sociales y democráticas y a la existencia de un movimiento obrero, de un movimiento sindical importante (a saber, la UGTT), contener a los islamistas. Un proceso revolucionario debe ser analizado a largo plazo; por ello, aún cuando sea falso hablar del «invierno islamista o militar» tras haber anunciado «la primavera árabe», es innegable que la situación actual muestra un impasse, e incluso una involución, del proceso y que no se puede entender la configuración actual sin analizar los fracasos de los procesos revolucionarios.

¿Qué solidaridad?

Está claro que nuestro opinión no puede quedar reducida sólo a la lectura de la intervención americana. A diferencia de las corrientes neo o post-estalinistas o a corrientes como el chavismo en América Latina, nuestra posición jamás ha estado guiada por la defensa de un bloque de Estados contra otro, por el campismo. Nuestro punto de vista parte de los intereses sociales y de la defensa de los derechos de los pueblos oprimidos. Desde el principio de la rebelión popular en Siria, hemos rechazo cualquier visión «campista» que, en nombre de la lucha contra el imperialismo occidental, nos lleva a apoyar a Bachar al Assad junto a rusos e iraníes. Desde el principio hemos intentado construir la solidaridad con el pueblo sirio contra la dictadura. Por ello hemos rechazado convocar manifestaciones sólo contra el imperialismo americano en las que podíamos encontrarnos con numerosos partidarios del régimen de Assad.

Nuestra posición debe partir de la solidaridad con la lucha de los pueblos y, en particular, de los pueblos oprimidos: los pueblos de Siria, Irak y del Kurdistán que luchan contra la dictadura de Assad y las bandas armadas del Daesh. En la crítica situación actual, el objetivo es salvar esas vidas humanas y a esas sociedades.

Denunciamos la intervención imperialista porque su objetivo no es ayudar a los pueblos sino defender sus propios intereses estratégicos, económicos, políticos y militares en la región. Los ataques americanos, que comenzaron sobre objetivos militares en zonas poco habitadas, comienzan ya a provocar víctimas entre los habitantes de ciertos pueblos sirios. Más aún, los rebeldes sirios y las fuerzas del PKK denuncian que, en determinadas zonas, no se da ninguna intervención militar con el fin de proteger a la población. Pero más allá de todo eso, cualquier intervención extranjera no hace mas que el juego al Daesh que se presentará como el defensor de los árabes sunitas contra Occidente. Por ello, no damos ningún apoyo a ninguna intervención militar extranjera que no esté disociada de los intereses imperialistas. Debemos rechazar al mismo tiempo y sin ninguna ambigüedad tanto al Daesh, como la dictadura de Bachar al Assad y todas las fuerzas reaccionarias de la región.

En sentido inverso, debemos impulsar por todos los medios nuestra solidaridad con los pueblos víctimas de la barbarie. Esto pasa por la ayuda política, humanitaria, material y militante a los pueblos y a las organizaciones progresistas que lo exijan: actualmente, los sectores democráticos de la rebelión siria y de la resistencia kurda. Nuestra política ha de consistir en ofrece a los pueblos de la región los medios para que obtengan la autodeterminación, lo que exige el rechazo de toda subordinación al imperialismo. Esta solidaridad pasa también, aquí y ahora, por la denuncia del racismo y de la islamofobia. Y el rechazo de la «unión nacional» que da cobertura a las políticas imperialistas.

Así pues, ¿podemos apoyar la posición de los sectores progresistas sirios o kurdos que solicitan ayuda a nuestros gobiernos? Nuestro criterio es el de salvar vidas humanas y defender los derechos de los pueblos. Sin duda alguna.

Trotsky, en un texto titulado «Aprender a pensar. Una sugerencia amistosa a amigos ultraizquierdistas» escribía:

«En épocas de paz ¿el proletariado rechaza y sabotea todos los actos y medidas del gobierno burgués? Incluso durante una huelga que abarca a toda una ciudad, los trabajadores toman medidas para garantizar el envío de comida a sus propios distritos, se aseguran de tener agua, que no sufran los hospitales, etc. Tales medidas no son dictadas por el oportunismo en relación a la burguesía sino que conciernen a los intereses de la misma huelga, a la simpatía de las masas de la ciudad, etc. Estas reglas elementales de la estrategia proletaria en tiempos de paz conservan también todo su rigor en tiempos de guerra.

Una actitud irreconciliable contra el militarismo burgués no significa nunca que el proletariado entre en lucha contra su propio ejército «nacional» en todos los casos. Al menos, los obreros no interferirían a los soldados que estuviesen extinguiendo un incendio o rescatando gente ahogada durante una inundación; al contrario, ayudarían hombro con hombro a los soldados y fraternizarían con ellos. Y el problema no es exclusivamente para casos de calamidades naturales. Si los fascistas franceses intentasen hoy un golpe de Estado y el gobierno de Daladier se encontrase forzado a movilizar sus tropas contra los fascistas, los trabajadores revolucionarios, mientras mantienen su completa independencia política, lucharían contra los fascistas al lado de estas tropas. Así, en numerosos casos, los obreros se ven forzados no sólo a permitir y tolerar, sino a apoyar activamente las medidas prácticas del gobierno burgués.

En realidad, en el noventa por ciento de los casos, los obreros ponen el signo menos donde la burguesía pone el signo más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza hacia ella. La política del proletariado no se deriva, de ninguna manera, automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral).» ( Léon Trotski, 20 de mayo de 1938)

Esta cita un poco larga tiene el interés de mostrarnos que, en cada ocasión, es necesario realizar el análisis concreto de la situación concreta. Nuestro «sello» es el de recordar en cada ocasión las responsabilidades del imperialismo, la desconfianza frente a su política, la necesidad de una política independiente de los movimientos sociales o de los movimientos de liberación nacional, pero en la relación de fuerzas actual y frente a la barbarie, puede haber «un diez por ciento» de ocasiones en el que estamos obligados a poner el «mismo signo» que nuestros gobiernos.

En cualquier caso, lo esencial es construir un movimiento de solidaridad independiente que rechace tanto las intervenciones militares imperialistas como la barbarie del Daesh. Dotar de todos los medios a la autodeterminación de los pueblos de la región, una tarea que debería asumir un movimiento obrero y progresista digno de ese nombre. Sin embargo, la situación actual del movimiento obrero europeo hace difícil esta actividad que, por otra parte, es indispensable. Incluso a contra-corriente, y a pesar de nuestras débiles fuerzas, debemos actuar en esa dirección.

Fuente original: http://www.vientosur.info/spip.php?article9433