i»Y pensé de nuevo, como he pensado siempre, que para sacudir la opresión y la barbarie, todos los medios y todas las ocasiones son buenas…» Máximo Gómez El General Máximo Gómez Báez nació en la República Dominicana, pero, sin embargo, fue un cubano autóctono por su participación extraordinaria en las luchas por la independencia de […]
i»Y pensé de nuevo, como he pensado siempre, que para sacudir la opresión y la barbarie, todos los medios y todas las ocasiones son buenas…» Máximo Gómez
El General Máximo Gómez Báez nació en la República Dominicana, pero, sin embargo, fue un cubano autóctono por su participación extraordinaria en las luchas por la independencia de Cuba. De ahí que se le concediera la condición de ciudadano cubano por nacimiento una vez constituida la República de Cuba.
Conocido con el sobrenombre de Generalísimo por su trayectoria y General en Jefe del Ejército Libertador Cubano en la Guerra del 95, nació en Bani el 18 de noviembre de 1836. Su muerte se produjo en La Habana, Cuba, el 17 de junio de 1905.
Gómez, jefe de la primera carga al machete en la guerra independentista de los Diez Años, fue, sin duda, un genio militar que junto a otro grande como Antonio Maceo, libró las principales batallas contra el ejército español, y sus hazañas estratégicas están inscritas en forma indeleble en la historia militar cubana. La célebre invasión de Oriente hasta Occidente junto a su Lugarteniente General Antonio Maceo, constituye un hito supremo del arte militar de Cuba y el mundo. Su figura también alcanza igual realce en el campo de las ideas políticas, ligadas a la historia de Cuba, pero también proyectadas a la esfera social de su tiempo, que aún hoy en día mantienen plena vigencia en el mundo contemporáneo.
Gómez, Mayor General en la guerra de los Diez Años iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en 1868, y General en Jefe y Generalísimo del Ejército Mambí en la guerra de independencia de 1895, liderada por José Martí, es un paradigma del patriotismo e internacionalismo cubano.
Se cuentan y han escrito muchas historias ocurridas durante las guerras de independencia de Cuba. Son episodios que deben atesorarse en la memoria como parte de una riqueza espiritual de la más preciada que tiene un pueblo.
Uno de estos hechos ocurrió al concluir la Guerra de los Diez Años, producto del Pacto del Zanjón. Con él llegaba una paz amarga y dolorosa para todos los combatientes que durante diez años se empeñaron en una lucha terrible por alcanzar la independencia para su tierra. Al cabo de la jornada tenían que deponer sus armas sin ver realizados sus sueños.
En esas tristes circunstancias, se efectuó la entrevista entre el jefe español Martínez Campos, artífice del proceso de paz, y el jefe cubano Máximo Gómez. Por primera vez se veían aquellos jefes que durante años, sólo se conocieron a través del humo de los combates y los ríos de sangre de los dos ejércitos.
El general español, desde su sitial de vencedor, pensó comprar o seducir con dinero, para sus planes futuros, al aguerrido general cubano que se proponía ir al destierro y abandonar la tierra en que se había forjado tantos sueños de gloria y que había sido teatro de tantas amarguras y dolor.
El Capitán General español y su estado mayor, impecablemente vestidos, se encuentran en un sitio de Camagüey con el general Gómez y sus ayudantes, vestidos lastimosamente con sus ropas viejas y raídas.
Después de las presentaciones ceremoniales, Martínez Campos dio riendas sueltas a su efusividad.
-Pida, pida por esa boca, porque excepto la mitra del Arzobispo, todo se lo puedo dar.
Ante los argumentos de Gómez de que terminada la guerra, nada quedaba ya por hacer en Cuba, Martínez Campos esbozó sus propuestas.
-¿Cómo? Usted no debe irse; yo necesito hombres como usted para la obra de la reconstrucción del país y consolidar la paz. No es posible que vaya usted a su país con esa ropa miserable. Yo le puedo prestar la cantidad que necesite y luego me la pagará usted cuando quiera y pueda.
El general Gómez se puso de pie entonces, y con él toda la grandeza que cabía en aquel hombre bravío, y le expresó:
-General, no cambio yo por dinero estos andrajos que constituyen mi riqueza y son mi orgullo: soy un caído, pero sé respetar el puesto que ocupé en esta Revolución, y le explicaré. No puedo aceptar su ofrecimiento, porque sólo se recibe, sin deshonor, dinero de los parientes o de los amigos íntimos, y entre nosotros, General, que yo sepa, no hay parentesco alguno. Y, por otra parte, es ésta primera vez que tengo el honor de hablarle.»
Muchos años después volverían a encontrarse, no ya personalmente, sino al frente de los dos ejércitos enemigos, que nuevamente entraban en contienda.
Gómez, el general que no había aceptado dinero ni ofertas del enemigo, que le hubiera envilecido, había aceptado, sin embargo, el ofrecimiento hecho por Martí varios antes del inicio de la nueva guerra: «Yo ofrezco a Ud., sin temor a negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres… Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios, y yo vengo confiado a pedir a Ud. que venga a ayudar a Cuba a conquistar su libertad, con riesgo de su muerte…»
Años después, Gómez relató en forma conmovedora su visión de los fenómenos sociales, que fue descubriendo en la Cuba colonial. He aquí su relato: «Cuando ocupamos a viva fuerza aquellos bateyes ocupados por los españoles, aquellas casas palacios, con tantos portentosos laberintos de maquinarias, con todo aquel conjunto de producción, de comodidades y de lujo y hasta de cultura, cuando yo vi todo eso le confieso a Usted que quedé abismado y hubo un momento que hasta dudé de la fuerza de los principios que sustentaba la Revolución… Más continué como tenía que hacerlo, y bien pronto se operó en mi ánimo y en mis juicios un cambio… Cuando llegué al fondo, cuando puse mi mano en el corazón adolorido del pueblo trabajador y lo sentí herido de tristeza, cuando palpé al lado de toda aquella opulencia, alrededor de toda aquella asombrosa riqueza, tanta miseria material, tanta pobreza moral; cuando esto vi en la casa del colono, y me lo encontré, embrutecido para ser engañado, con su mujer y sus hijitos, cubierto de andrajos y viviendo en una pobre choza, plantada en la tierra ajena, cuando pregunté por la escuela y se me contestó que no la había habido nunca y cuando entramos en pueblos… no vi absolutamente nada que acusara cultura ni aseo moral, ni pueblos limpios, ni riquezas limpias, ni vida acomodada…; entonces yo me sentí indignado y profundamente predispuesto en contra de las clases elevadas del país…,
Se me representó la Edad Media… y pensé de nuevo, como he pensado siempre, que para sacudir la opresión y la barbarie, todos los medios y todas las ocasiones son buenas…»
Esta vocación de Gómez para la lucha a favor de la gente humilde del pueblo quedó recogida en este relato de José Martí:
«Como en la sala del baile me acogiese con su amigo el caminante a la ventana, a que se apiñaba el gentío descalzo, volvió el General los ojos a una voz de cariño de su amigo y dijo, con voz que no olvidarán los pobres de este mundo: ¡Para ellos trabajo yo!»
Años después, liderando Gómez la guerra libertadora de Cuba, escribió: «Las armas, el parque, todo lo debemos en su mayor parte, al trabajo honrado, al desinterés y abnegación de los pobres tabaqueros, de los humildes, de los que tendrán algún día puesto principal entre los grandes de esta tierra.»
Estos han sido sueños convertidos en realidad tras una lucha dura y larga del pueblo cubano. ¡Honor y gloria a Máximo Gómez Báez en ocasión del nuevo aniversario de su nacimiento!