El presidente de los Estados Unidos Donald Trump declaró en una reunión al margen de la Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de la ONU en Nueva York el 24 de septiembre de 2019, refiriéndose a los resultados de las elecciones de la Knesset, que «nuestra relación es con Israel«[1], lo que […]
El presidente de los Estados Unidos Donald Trump declaró en una reunión al margen de la Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de la ONU en Nueva York el 24 de septiembre de 2019, refiriéndose a los resultados de las elecciones de la Knesset, que «nuestra relación es con Israel«[1], lo que es, efectivamente, muy real.
Y lo es no sólo porque no sea una relación con individuos, o porque sea meramente una relación que nace de los intereses comunes entre las transnacionales que se encuentran entremezclados. Lo es porque ambos, a pesar de ser tan distintos – los Estados Unidos, un país grande y poderoso, que surge a partir de la colonización británica de América, e Israel, una entidad pequeña, que surge artificialmente de un acuerdo de la ONU -, tienen un a historia semejante. Los dos nacen de la colonización – y el primero, además, de las guerras internas y el esclavismo -. Los dos, igualmente, son producto de la ocupación de las tierras de los habitantes y/o tribus indígenas, de las masacres de éstos últimos y la limpieza étnica, así como de la expansión de su territorio a expensas de apoderarse de las riquezas de los otros pueblos al servicio de las transnacionales que son las que determinan la historia de los saqueos de otros. Sus políticas también son similares pues responden a los mismo intereses y necesidades, los del sionismo. La de Estados Unidos, sobre todo a partir de la década del 80 del siglo pasado. Y la de Israel, desde siempre, por constituir su base terrenal primaria.
En ambos impera a la altura de hoy, por ende, la misma ideología. Una ideología que nació de la interacción entre los intereses religiosos, representados en el evangelismo pre-milenarista, y los intereses geopolíticos del Imperio Británico con los del gran capital financiero judío (como los Rothschild, Warburg, Morgan y otros) que, asentado ya en Europa, se establece y se expandió a su vez, desde mediados del siglo XIX, en Estados Unidos, y los intereses del naciente etnonacionalismo judío[2] – asociado al surgimiento del sionismo como movimiento político, también desde esa fecha.
Una ideología exclusivista y racista que promueve, al margen y por encima del resto de los mortales, un sistema de pensamiento que busca imponer los intereses materiales de aquellos que detentan el poder para obtener rentabilidad y hegemonía, lo que implica no sólo «dominar», sino también perpetuar sus intereses de forma que sus aliados los perciban como intereses comunes, y se subordinen a ellos, aún a costa de los intereses de sus propios pueblos.
No es casual por ello que sea Estados Unidos el país que más ha apoyado y financiado a Israel en todos los sentidos, hecho que, precisamente, imprime un carácter unívoco, engañoso, a dicha relación. Esa entidad, no obstante actuar con inusitada violencia y con total desprecio por las normas y leyes internacionales, así como aparentar y dar a entender que es poseedora de un poder incontrastable e invencible, es sólo parte del problema. El sionismo, fusionado con el imperialismo, no sólo ha logrado convertir a Israel en el gendarme norteamericano en el Medio Oriente, sino que ha horadado y corrompido la sociedad norteamericana, subordinando prácticamente a Estados Unidos, que debería ser un gran país, en función de sus intereses.
El plan para apoderarse del Medio Oriente, debilitarlo y dividirlo es de ambos
El Medio Oriente constituye una región de vital importancia para los Estados Unidos tanto por sus recursos naturales, como por su posición estratégica, jugando su dominio un papel central en el mantenimiento de su hegemonía. El plan para apoderarse del Medio Oriente surge en medio de la Guerra fría, momento en que la región medio oriental se convierte en uno de los importantes escenarios de tensión y confrontación de un mundo bipolar. Y es un plan que, compartido con Israel, se ha valido de distintos «medios» para lograr sus fines.
El primer momento
En efecto, el plan surge en un mundo en el que los sionistas, luego de la guerra de 1967, refuerzan su poder, intentando la destrucción de la mayor parte de Palestina, afianzando la ocupación y configurando condiciones para imposibilitar el desarrollo independiente palestino en el plano económico y político. Y momento en que los Gobiernos árabes, en el marco de una aparente unidad sostenida por la doctrina panárabe y su basamento étnico cultural, brindan apoyo condicionado, y se esfuerzan por manipular, acercar a sus intereses y representar la lucha palestina, que resurge y se reorganiza.
En ese primer momento, que abarca más o menos el período que va desde finales de la década del 70 del siglo pasado, hasta alrededor de la mitad de la primera década del siglo XXI, el medio para llevar a la práctica ese plan fue, ante todo, las fuerzas de defensa israelí, siendo estas fuerzas las empleadas p ara realizar la invasión al Líbano del 2006 y, también, las utilizadas de forma paralela desde el 2004 contra los palestinos en la Franja de Gaza.
El mito de la superioridad militar del «invencible» Israel fue roto, sin embargo, hace trece años, cuando Hezbollah, partido político militar del pueblo libanés, no sólo resistió la invasión de que era objeto su país por parte de los sionistas, armados, financiados y totalmente apoyados por los Estados Unidos, sino que resurgió de la guerra intacto y gozando aún de un mayor apoyo entre la masa del pueblo.
Esa invasión sionista al Líbano, no obstante, no fue un acto aislado, ni algo que se intentaba por primera vez. La misma fue una acción, delineada ya en el informe que, en 1996, se elabora bajo la dirección de Richard Perle, prominente consejero de Defensa de Bush, dirigido al estrenado entonces primer ministro sionista Benjamín Netanyahu para asegurar, en las «nuevas condiciones», el «reino» sionista [3]. E igualmente, en el llamado Plan Yinon [4], plan sionista para debilitar y dividir el Medio Oriente publicado en 1982, se preveía invadir el Líbano y dividirlo en pequeños estados según las religiones allí existentes. Resultados que obtuvieron parcialmente durante las invasiones masiva de Israel al Líbano en 1978, y en la de junio de 1982. En la Franja de Gaza, a pesar de ser el ejército sionista uno de los ejércitos del mundo mejor armado, también allí fue derrotado por los combatientes de la resistencia. Y no logró ningún objetivo ni político ni militar tampoco ni en el 2008 ni en el 2014. Más, como siempre, para dar muestras de su poderío la emprendió contra la población, bombardeando y asesinando civiles a mansalva.
Mientras esto sucedía, el ejército norteamericano y la CIA, claro está, eran utilizados para asegurar el dominio de Estados Unidos en América Latina – sólo hay que recordar (obviando las anteriores) las intromisiones y golpes de estado en Bolivia 1971, Uruguay, Chile 1973, Argentina 1976, El Salvador 1979, Granada 1983, Panamá 1989, Nicaragua 1990, Perú 1992, Haití 2004 y Honduras 2009 -. Y, por supuesto, para intervenir en otras partes del mundo – Afganistán 1979-1989, 2001; Irak 1991-2003, 2003-2011 -.
Paralelo a ello, emplean también grupos terroristas asociados a movimientos mal llamados islamistas, funcionales al imperialismo – como los Hermanos Musulmanes y los muyahidines afganos -, y/o apoyan la creación de nuevos grupos – Al Qaeda, Talibanes, etc -, que son reactivados con la desaparición de la URSS y el campo socialista europeo, dirigiéndolos en particular contra Rusia, pero también a China. Y prolifera el empleo, además, en el antiguo espacio exsoviético y en las exrepúblicas socialistas, de la intervención indirecta – las llamadas, de forma genérica, «revoluciones de colores» o «golpes suaves» -, estrenadas hace unos 30 años con las revoluciones de terciopelo en Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania, la bulldozer en Yugoslavia, la Naranja en Ucrania y la revolución de las Rosas en Georgia, y también los Golpes suaves en Polonia, RDA y Hungría. Así como la asistencia a otras fuerzas militares en sus tareas – como al ejército sudafricano, junto a Israel, en la guerra de Angola y a las Fuerzas de Defensa del Líbano durante la Guerra civil 1975-1990 de ese país [5].
No por casualidad se escribía en ese mismo año 2006:
… Entonces con apoyo norteamericano, Israel lanzó su última ofensiva. Con un aumento domestico en los Estados Unidos para la salida de Irak, la clase gobernante esta esperanzada en que el militarismo israelí en la región disminuya la opinión popular antiguerra. Israel, por su parte, trata de atraer más a los Estados Unidos y a los otros poderíos con el propósito de hacer cumplir más aun el statu quo imperialista. Generalmente, con el crecimiento de las luchas antiimperialistas, Israel y los Estados Unidos estaban esperanzados que un despliegue renovado de su poderío militar atemorizaría a las masas hasta alcanzar la sumisión [6] . Pero no fue así.
Un segundo momento
Es a raíz de la derrota sionista en el Líbano que los Estados Unidos deciden re-dirigir la utilización de los grupos terroristas, apoyando la creación de organizaciones, como el Estado Islámico, las cuales comienzan a ser empleadas por Washington y sus aliados como arma de balcanización. O sea, para desmembrar los países árabes e islámicos , particularmente del Máshreq medio oriental (la parte más oriental o Levante que incluye a países tales como Líbano, Irak, Siria, Irán, Jordania, Palestina histórica y otros), y destruir sus estructuras, con el fin, entre otros, de que no pudieran oponerse, ni prescindir de Estados Unidos, ni de Israel. Con este nuevo medio se inaugura, podría decirse, un segundo momento en la búsqueda del objetivo de plan sionista-norteamericano, al cual se incorporan como sujetos activos las ricas monarquías de Arabia Saudita, Qatar, Bahréin, siendo éstas las que dan el apoyo financiero y logístico [7]. Todo esto en el marco de una nueva estrategia de «guerra a la sombra», donde los aliados de Estados Unidos juegan el papel ejecutor a cuenta de éste, que sigue teniendo el liderazgo.
Ya para el año 2017, sin embargo, puede apreciarse el alcance de la derrota sufrida por ese plan. Y es así dado que, a pesar de que entre el 2010 y el 2017 se aplicaron de forma conjunta todos los medios – empleo de tropas norteamericanas en Irak, Afganistán y Siria; fuerzas de defensa israelí en Gaza y Siria; golpes de estado e intervenciones indirectas durante la Primavera Árabe; la guerra de Libia; guerra de drones y bombardeos masivos en Yemen, Pakistán y Somalia; el apoyo y uso táctico de las organizaciones terroristas -. A pesar de todo ello, no pudieron lograr sus fines. Ese plan ha sido prácticamente derrotado en Irak y en Siria. Por cierto, no porque Trump haya convencido a los sauditas para que no apoyaran a los terroristas, sino, ante todo, por la heroica resistencia de ambos pueblos, y el apoyo brindado a ellos por otros pueblos como el ruso y el iraní.
Tercer momento
Retomar el objetivo del plan exigió tanto a Israel como a Estados Unidos, entonces, modificar los medios. Más aún si se tiene en cuenta que las condiciones externas en que el plan se desarrolla han cambiado a su vez de forma importante y también lo ha hecho el equilibrio de fuerzas. El triunfo de Trump en las elecciones del 2016, con el considerable apoyo de los evangélicos blancos – que votaron por él en un 81 por ciento en las elecciones del 2016 -, propicia y facilita las condiciones necesarias para ello.
Por ello, siguiendo las tendencias de las condiciones políticas internas, alrededor de los «medios» empleados para llevar el plan a la práctica se producen, más que cambios – pues todos los anteriores seguirían siendo válidos -, toda una serie de decisivos «ajustes». Ajustes, por cierto, muy peligrosos. Se trata de que, junto al aumento del presupuesto de defensa, las muestras de su poderío militar, y el mantenimiento del apoyo de los grupos terroristas -, se eleva a la vez mucho más el nivel de influencia del poder zionista dentro de EEUU (que incluye, no olvidemos, al sionismo cristiano), para hacer de este país el musculo de hierro y político que asegure el triunfo de esa ideología, aún a costa de los propios intereses del pueblo norteamericano.
Su estrategia de desinformación parte de que la causa de los problemas de esa región no está en la entidad sionista ni el wahabismo impulsado por Arabia Saudita (léase grupos terroristas), sino que es Irán, se basa en la alianza estadounidense-árabe-sionista como instrumento para contrarrestar la cada vez mayor influencia de Irán en la región y, con ello, debilitar a Rusia, país con el cual Irán tiene amplia cooperación, y también impedir el desarrollo de la nueva ruta de la seda de china que utilizará el puerto de Shabajar en irán que ya se encuentra en operaciones [8].
Un paso primordial para para eso es lograr que la entidad sionista sea aceptada públicamente en una alineación regional junto a las naciones árabes reaccionarias y monárquicas más fuertes. Por ello, la llamada » normalización de las relaciones con la entidad sionista «[9], pasa a ser un elemento fundamental. Lo que tiene un doble fondo pues, con ella, se pretende también hacer ver al mundo islámico chiita como el principal enemigo de los pueblos árabes, y no el estado sionista y su aliado norteamericano. Pero la normalización de las relaciones con la entidad sionista tiene también un gran obstáculo, sobre todo desde el ángulo de su apoyo por los pueblos árabes. Y ese obstáculo se llama la lucha y la resistencia contra la ocupación del pueblo palestino.
Así, las decisiones de Donald Trump reconociendo a Jerusalén como la capital de la entidad sionista, y de trasladar su embajada a Tel Aviv; las sanciones al pueblo palestino – al suspender sus fondos de financiamiento a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Medio Oriente (UNRWA, siglas en inglés), y los de ayuda a Cisjordania y Gaza -, así como el reconocimiento de la soberanía israelí sobre el Golán sirio – ocupado en contra de las resoluciones 242/1967 y 497/1981 de la ONU -, han sido acciones de «calentamiento» bien planificadas y calculadas, preparando el terreno para concretar su plan más elaborado y definitivo. O lo que es lo mismo, para introducir el medio «milagroso» que, desde su punto de vista, salvará y traerá la «paz» a la región, el acuerdo del siglo. Un acuerdo que, partiendo de pensar al Medio Oriente como un negocio inmobiliario, pretende «comprar» a los palestinos con el dinero de las monarquías feudales y traidoras árabes con los sauditas y el reino de Bahréin a la cabeza, ofreciéndoles una vida mejor a cambio de renunciar a su tierra, a su derecho a defenderse y, a fin de cuentas, a cambio de eliminar su lucha y su causa contra el sionismo.
Desconocer la lucha del pueblo palestino, y suponer que, a pesar de es a larga y heroica lucha, y el apoyo que ésta tiene entre los pueblos árabes y musulmanes, los palestinos cambiarían esa historia, sus derechos y sus ideales por dinero; pensar, además, que los pueblos árabes y musulmanes no los rechazarían, ha sido una vez más, una muestra del carácter y la prepotencia del actual gobierno norteamericano y su falta de valores. Pero no sólo. Ha sido también un grave error. Y no ha sido el único.
Los pueblos árabes no sólo han rechazado el Acuerdo, sino que han iniciado planes concretos para oponerse y luchar contra ellos dado que ahora, más que nunca, ha quedado claro el panorama y ya no hay espacio ni tiempo de dudas. Ya no se puede seguir engañando a los pueblos, estos ya han visto los verdaderos rostros y las fuerzas traidoras. Y las posiciones han quedado bien definidas. Por un lado, junto al imperialismo y su aliado la entidad sionista, los traidores de siempre: las monarquías feudales con Arabia Saudita al frente y los gobiernos dictatoriales y títeres encabezados por Egipto y Jordania. Y, por otro, apoyadas por las fuerzas progresistas antiimperialistas, los palestinos que, junto a Hezbollah, Irán, Siria, Yemen, Irak forman lo que se denomina el Eje de la Resistencia. Las cartas, por tanto, están tiradas y al imperio y su aliado Israel solo les queda el argumento de la agresión, intimidación y la guerra contra un eje de resistencia más unido, mejor armado y con mucha experiencia acumulada en las guerras de Siria e Irak, sin que las monarquías puedan desde dentro traicionarlos, como lo han hecho durante décadas.
Nace la nueva unidad con mayor claridad política donde el enemigo y sus aliados están claramente identificados y con la determinación de luchar y no transar. Esta realidad, puede decirse sin temor alguno, que conseguirá la victoria, la liberación de los territorios árabes ocupados y pronto, una a una, caerán las monarquías feudales. Y, con ello, el plan será derrotado definitivamente.
Notas
[1] Jonathan S. Tobin. Can Trump, Evangelicals and Right-wing Jews Really Relate to a post-Netanyahu Israel? https://www.haaretz.com/us-
[2] El etnonacionalismo judío, es una forma de nacionalismo en donde la idea de una «nación» está definida en los términos de una supuesta etnia, estando asociado al surgimiento del sionismo y su aspiración a fundar una nación desde la política hacia la cultura, inventando una tradición para justificar sus aspiraciones políticas.
[3] A clean break: a new strategy to secure the kingdom. http://www.peace.ca/
[4] Ver: Alfredo Jalife-Rahme. Plan Yinon del gobierno israelí para balcanizar Medio Oriente. https://paginatransversal.
[5] Ver: Los golpes de Estado apoyados por EE.UU. en Latinoamérica desde 1948. https://actualidad.rt.com/
[6] El Líbano: el imperialismo rechazado. Declaración de la Liga por el Partido Revolucionario (LRP-EEUU), 25 agosto del 2006. http://www.lrp-cofi.org/esp/
[7] WikiLeaks revela: También Arabia Saudí apoya a Daesh. https://www.hispantv.com/
[8] Lino González Veiguela. Puertos emergentes: la otra cara de la Ruta de la Seda. 27 marzo 2019. https://www.esglobal.org/
[9] Se entiende por normalización la convivencia en todos los campos con la entidad sionista, así como su consideración como un Estado ‘democrático’ y de ‘derecho’, considerándolo como socio de negocios «normales», y no como lo que es: una potencia ocupante que viola implacablemente los derechos de los palestinos desde hace decenas de años. Ha sido uno de los objetivos centrales de la política exterior de Washington desde la Conferencia de Madrid de 1991, momento a partir del cual se establece una red de intereses entre los países monárquicos árabes, especialmente los de la familia real saudí, de Catar y los Emiratos árabe, con los intereses de las transnacionales norteamericanas y el poder bancario sionista. Para ampliar, ver: Eugenio García Gascón. Israel normaliza las relaciones con los árabes a costa de los palestinos e Irán. https://www.publico.es/
Nicola Hadwa. Analista internacional chileno-palestino. Ex entrenador de la Selección Palestina de Fútbol. Director de la Liga Latinoamericana por el Derecho al Retorno y coordinador del Comité de Solidaridad con el Pueblo Palestino de Chile. Especialista en temas principalmente del Medio Oriente. Es colaborador de varias cadenas de noticias internacionales. Silvia Domenech . Investigadora cubana con varios libros publicados. Doctora en Ciencias Económicas y Profesor Titular de la Universidad de La Habana y la Escuela Superior del PCC.