Foto: Campaña “Rompe el silencio” en apoyo de las presas de conciencia emiratíes. Londres, agosto de 2018 (Twitter)
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El 4 de mayo del año pasado, una mujer emiratí moría en el Hospital Tawam de Abu Dabi. Se llamaba Alia Abdulnur. Falleció encadenada a una cama en una habitación sin ventanas con un guardia armado como único compañero. A su familia se le había negado el permiso para llevarla a casa a morir a pesar de que su cuerpo estaba plagado de cáncer. ¿Qué había hecho Alia Abdulnur para merecer un destino tan horrible?
Fue arrestada en 2015 acusada y condenada por apoyar a organizaciones terroristas en Siria. Según el Centro Internacional de Justicia y Derechos Humanos (ICJHR, por sus siglas en inglés), con sede en Ginebra, estuvo detenida en un lugar desconocido durante cuatro meses, donde fue sometida a torturas y obligada a firmar una confesión falsa que se utilizó para condenarla. Alia Abdulnur no era terrorista, ni recaudaba fondos para terroristas; estaba preocupada por el impacto de la guerra siria en las mujeres y niños y había estado recogiendo donaciones para ellos.
Durante el tiempo que pasó en prisión se le negó el acceso a quimioterapia. Su cáncer se propagó rápida y agresivamente. En las últimas semanas de vida no podía caminar ni tenerse en pie. Y sin embargo, la mantuvieron encadenada a una cama de hospital.
Mientras la Covid-19 recorre el mundo, es fácil olvidarse de personas como Alia Abdulnur e ignorar a otros presos de conciencia detenidos en las cárceles de Abu Dabi. Entre ellos se encuentran Ahmed Mansur y Naser Bin Ghaith. Ambos hombres fueron condenados a diez años de prisión después de ser condenados por las draconianas leyes antiterroristas de los EAU en juicios sumamente injustos. Su crimen fue pedir reformas democráticas en un Estado que se encuentra entre los más represivos del mundo, incluso con aquellos de sus propios ciudadanos que se atreven a cuestionar la autoridad del régimen. Para el mundo, los Emiratos Árabes Unidos (una colección de siete emiratos, los más poderosos de los cuales son Abu Dabi y Dubai) han podido presentar la cara de un país del Golfo tolerante y ultramoderno que recibe a empresarios y turistas extranjeros con los brazos abiertos.
El Reino Unido hace buenos negocios con los EAU y espera, tras el Brexit, hacer aún más. Dubai ha sido particularmente amable con los expatriados británicos y los turistas; más de 1,2 millones de turistas británicos visitaron el país solo en 2019. Y más de 200.000 residían en el país el año pasado. Ahora, gracias al coronavirus, muchos de ellos quieren volver a casa y el comercio turístico ha desaparecido.
El hogar de Ahmed Mansur, ganador del prestigioso Premio Martin Ennals para defensores de los derechos humanos en 2015, es una celda en la prisión de Al Sadr, en Abu Dabi, que mide cuatro metros cuadrados. En los tres años que estuvo recluido en régimen de aislamiento, solo se le permitió salir una sola vez al patio de ejercicios. Le han negado hasta una cama y su aseo se limita a un agujero en el suelo. No puede acceder a libros ni a visitas familiares, y las llamadas telefónicas se le niegan de manera rutinaria y caprichosa. En septiembre del año pasado inició una huelga de hambre en protesta. Aunque puso fin a la huelga una vez que las autoridades permitieron que su familia pudiera visitarle algo más, su salud está seriamente comprometida. Desde enero, las organizaciones de derechos humanos no han podido averiguar más sobre su situación o condición médica.
Aún se sabe menos sobre el destino de Naser Bin Ghaith, un distinguido economista emiratí. En noviembre de 2019, la Campaña Internacional por la Libertad en los EAU (ICFUAE, por sus siglas en inglés) detalló las tres huelgas de hambre que había emprendido desde su arresto en 2015 y su posterior condena. Ha sido sometido a palizas, confinamiento solitario, se le han retirado los derechos de visita familiar y se le ha negado tratamiento médico. Está detenido en la prisión de máxima seguridad Al-Rasim de Abu Dabi.
¡Qué perversamente y qué salvajemente irónico, por lo tanto, que los Emiratos Árabes Unidos celebraran 2019 como el Año de la Tolerancia, mientras Alia Abdulnur yacía moribunda encadenada a una cama de hospital, Ahmed Mansur estaba recluido en régimen de aislamiento en condiciones medievales y Naser Bin Ghaith se encontraba en un estado igualmente espantoso! Docenas más de presos políticos, muchos de ellos miembros de una sociedad religiosa prohibida, Al-Islah, están en la cárcel, condenados únicamente por confesiones obtenidas bajo tortura. El ICJHR también ha destacado el trato abusivo a dos mujeres presas de conciencia: Maryam Al-Balushi y Amina Al-Abduli están detenidas en la prisión de Al-Wathba.
Quizás el “Año de la Tolerancia” fue realmente una buena oportunidad para que las autoridades de los EAU celebraran la tolerancia de sus amigos de Occidente, que hacen la vista gorda colectiva ante los abusos de los derechos humanos perpetrados con impunidad. Quizás estaban expresando su agradecimiento de que la capa de silencio que se les concede se levante muy raramente, como en el horrible caso del académico británico Matthew Hedges, quien fue sentenciado a cadena perpetua por falsos cargos de espionaje después de meses de aislamiento. Fue finalmente puesto en libertad y se le permitió irse a casa. Gracias a Dios por eso.
Alia Abdulnur murió hoy hace un año, el 4 de mayo de 2019. Una mujer que actuaba impulsada por la compasión hacia las mujeres y los niños víctimas de la guerra siria. Mientras celebramos otros actos de bondad, coraje y desinterés durante esta guerra contra la pandemia de coronavirus, recordémosla también a ella. No se merece nuestro olvido.
Bill Law es periodista. Ha ganado un premio Sony de periodismo. En 1995 se incorporó a la BBC y desde 2002 viene informando desde Oriente Medio. Ha cubierto varios levantamientos de la Primavera Árabe desde Egipto, Libia y Bahréin. Ha informado asimismo desde Afganistán y Pakistán. En la actualidad trabaja como periodista independiente centrado en los temas del Golfo.
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