Este texto procede de un artículo de Tânia Farias en el que reproducía íntegramente esta carta de Silvia Abreu, tras una breve presentación.
En los últimos meses, el tema racial se volvió una “moda”. Como nunca antes en nuestras vidas, el tema de las relaciones étnico-raciales entró en la agenda de los medios de comunicación de todo el mundo, lo mismo que en las redes sociales. Podría parecer que el asesinato brutal de George Floyd a manos de un policía blanco norteamericano sería el acto de mayor gravedad que nuestra civilizada sociedad pudiese producir en términos de racismo y prejuicio, bajo la forma de violencia policial. Pero no nos detuvimos en ese punto. Poco tiempo después, en Brasil, se produjo el asesinato de João Pedro Mattos, de 14 años, durante una operación policial en São Gonçalo, en su propia casa, en la periferia de Río de Janeiro, iluminada con más de 70 tiros. Y cuando todavía no nos habíamos recuperado de la indignación, la vida nos puso delante a Miguel Otávio, un niño negro, de 5 años, que murió al caer de un edificio de lujo en Recife, mientras estaba “al cuidado” de la patrona blanca. La autora del crimen fue eximida de culpa por la Justicia, pues ella no tuvo intención de matar. Pero, ¿quién, en su sano juicio, deja a un niño, casi un bebé, solo en un ascensor, sin que se tenga la inconsciente intención de “eliminar” aquel estorbo humano?
Mientras la violencia policial nos causaba fuerte consternación debido a su brutalidad ejercida sobre la población negra, nos creíamos a salvo, ya que nos quedaba el arte, con su papel redentor. Pero para sacarnos de ese pensamiento, un acto público organizado el pasado 3 de diciembre por la Asociación Profesional de Técnicos Cinematográficos de Río Grande do Sul (APTC-RS), en la que participaron los profesionales que participaron en la película Inverno (1983), dirigida por Carlos Gerbase, nos sobresaltó e indignó. Durante la transmisión, la cineasta Luciana Tomasi recurrió a su ascendencia francesa para justificar el hecho de que ella y sus compañeros de cine, todos con apellidos europeos, no podrían protagonizar una película de “senzala” [1] («Tú estás hablando con un Schünemann, con una Tomasi, una Adami, un Gerbase… No tiene sentido para nosotros hacer una película de la senzala, ¿me entiendes?”), argumento que fue secundado por las risitas cómplices de parte de los integrantes. El discurso colonizado retumbó como un golpe en el estómago de la cineasta Mariani Ferreira, única negra presente en el debate, y de parte de la audiencia que asistía al debate. Mariani, todavía noqueada por el evidente discurso racista, consiguió reaccionar afirmando que Porto Alegre también es de Oliveira Silveira, en una clara referencia al poeta gaucho [2] Oliveira Silveira, uno de los promotores del 20 de Noviembre, el Día de la Conciencia Negra. No me voy a detener, ahora, en las múltiples consecuencias del caso, que provocó, tras la retirada de la película de la plataforma, su reposición debido al clamor popular y a la petición de disculpas por parte de Gerbase, en nombre de su esposa, seguido de amplias discusiones en las redes sociales.
Aunque para muchos estas narrativas suenen como novedad, no lo son para la población negra, que vive, desde hace siglos, esta situación de exclusión y violencia. Todos estos episodios muestran el racismo estructural y sistémico que existe en nuestra sociedad. En la cual, a pesar de que la esclavitud ha sido abolida hace décadas, sus representaciones aún constituyen y están presentes en las relaciones sociales y en la forma de sentir y mirar, como se puede comprobar en la forma de hablar y en el tratamiento dirigidos a la población negra. Existe un discurso persistente que parece querer condenarnos a ese pasado colonial, como si fuésemos nosotros, herederos de un pueblo esclavizado, quienes tenemos que avergonzarnos del yugo que nos fue impuesto y no quienes nos esclavizaron. Se invierte de esta forma la escala de valores, a fin de que intereses y privilegios sean mantenidos. La institución del racismo sedimenta cada discurso y práctica que insiste en situarnos en un lugar de exclusión.
No queremos peticiones de disculpas. Exigimos acciones concretas. ¡Reparación inmediata! No pedimos limosnas. No queremos blackface. Exigimos equidad y derecho de acceso a los medios de producción y autonomía para contar nuestra propia historia, sin intermediarios. Queremos hacer nuestra propia narrativa y no necesitamos que nadie hable por nosotros. La igualdad entre diferentes jamás será alcanzada sin una mirada honesta sobre las desigualdades sociales. Sin políticas públicas que se comprometan con la justa redistribución de los ingresos públicos, no conseguiremos avanzar en dirección a una sociedad justa y plena de sus derechos. El racismo es un obstáculo para el desarrollo económico brasileño. Pero para superarlo, es preciso que algunos replanteen sus privilegios. Es necesario tener empatía con la causa racial. Por estar en la base de nuestra sociedad, el combate al racismo y a todas las formas de desigualdad es un compromiso de toda la sociedad, independiente de la etnia a la que se pertenezca. Sin eso, no avanzaremos como humanidad.
Silvia Abreu es periodista, productora cultural y directora de comunicación de Frente Negra Gaúcha.
Nota del traductor
[1] La senzala es el nombre que reciben los barracones en los que vivían los esclavos en las plantaciones brasileñas.
[2] Gentilicio brasileño referido a los habitantes del estado de Río Grande do Sul, dónde se encuentra la ciudad de Porto Alegre.
Fuente: https://www.brasildefators.com.br/2020/07/08/sim-e-preciso-ser-antirracista
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