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Ni quiméricos ni distópicos, sino utópicos

Fuentes: Rebelión

Los crecentistas oligárquicos, y los que les siguen, pese a que son machacados, expoliados y esclavizados por ellos, nos acusan a los decrecentistas de utópicos. Y tienen razón, somos utópicos. Luego hablaré de en qué consiste eso de ser utópicos. Y ellos, desde luego, no son utópicos, lo que son es quiméricos y además quieren, y suelen conseguirlo, obligarnos a ser distópicos.

Vamos a tratar  despejar en qué consiste esta maraña de estas tres palabras a las que con frecuencia nos referimos confusamente.

Quiméricos

El término quimérico se refiere a algo, o a un proyecto, que es completamente imposible que se cumpla o que exista. Pongamos un par de ejemplos, un hombre con cabeza de lobo (Dios Anubis), toro alado con cabeza humana barbuda; ambos respectivamente simbología quimérica de las culturas y religiones egipcia y la sumeria. Con estas figuras tan irreales querían representar algo sobrehumano, como puede ser un dios al que había que tener respeto y temor. Y que los fieles se vieran abocados a demostrar su fe creyendo en dioses imposibles. Otro ejemplo que puede ser similar, encaja con los proyectos de los crecentistas oligárquicos, quienes están ciegamente empeñados en imponer que todo el mundo tenga fe en un proyecto imposible: crecer ilimitadamente a partir de unos recursos plantarios que son claramente limitados. Como resulta ser la evidencia, por ejemplo, del pico del petróleo que viene a decirnos que ya el petróleo se encuentra agotado planetariamente:

En esto ha consistido el discurso de Antonio Turiel realizado hace unos días en el Brupo de Transición Ecológica del Senado Español.

Utópicos

Se define la utopía etimológicamente como “lo que no existe en ningún lugar” [1]. El que algo no exista en ningún lugar, en la actualidad, no quiere decir que en otro momento futuro sí que pueda existir.

Pongamos el ejemplo del árbol caducifolio en la estación de invierno, en ninguna de sus ramas existe ninguna hoja, pero ello no quiere decir que cuando venga la estación primaveral sí que pueda ser posible que existan infinidad de hojas. Es decir que lo utópico sí que es posible en un futuro y aunque cueste mucho de conseguir.

Otro ejemplo de utópico, tal vez más ilustrativo y más cercano a lo humano, al que al hacer humano, sea el siguiente:

Entre los siglos XV y XVI Leonardo Da Vinci fue considerado un quimérico por sus coetáneos, un quimérico porque confundían el término quimérico con el término utópico. Pero en realidad Leonardo fue un utópico, pero no un quimérico. Estaba empeñado, tozudamente, en realizar proyectos sobre algo que en aquel momento no existía, una máquina voladora. Y que parecía imposible que alguna vez pudiera llegar a existir: que el hombre volara.

Y es que los proyectos utópicos se basan en realizar algo que en ese momento no existe pero que no es imposible que alguna vez pueda llegar a existir.

Todo el mundo se reía de Leonardo, de “su ingenuidad” por esta pretensión que tenía de intentar volar. Le decían, entre sonrisas, eres un quimérico porque lo de volar es una cosas exclusiva de las aves, ¡cómo nos podemos imaginar a un hombre volando!

Pero Da Vinci era tozudo y no cesó en su intento, se trataba de un trabajo titánico y en el que agotó todos sus esfuerzos, pero que no fue suficiente. Hizo falta que en esta utopía se afanaran varias generaciones durante más de cuatro siglos, pero al final la utopía se transformó en realidad y las personas pudieron volar.

Si no hubiera habido generaciones de utópicos, y sólo hubieran existido posibilistas, la humanidad no habría avanzado nada.

Pues los decrecentistas también somos utópicos, y a mucha honra, sobre todo porque necesitamos desarrollar una ardua tarea para conseguir algo inexistente: que las cabezas cuadradas, embotadas y ofuscadas universalmente en la fe de la religión del crecimiento oligárquico indefinido y que vean que el crecimiento ilimitado es imposible.

Distópicos

Existen múltiples definiciones de distopía [2],  pero para la sociedad actual, del neoliberalismo global, el de la hegemonía de los del crecimiento oligárquico, es potenciar que sean imprescindibles las pseudonecesidades condenando, con ello, a la humanidad  a un trabajo enajenado y a un consumismo enajenado, siendo ambas cosas completamente innecesarias, inútiles, esclavizantes, alienantes y generadoras de insatisfacción consumista, crónica e infeliz y también generadora de un colapso completamente suicida.

Es distopía, el que los del crecimiento oligárquico se empeñen en mantener o incluso aumentar  la jornada laboral, pese a que con una tecnología cada vez mucho más eficiente son cada vez mucho menos necesarias horas de trabajo enajenado-asalariado y a pesar de que perfectamente podría llegarse a la utopía de un consumo mesurado y una ausencia de trabajo enajenado.

También es distopía el que los del crecimiento oligárquico estén muy a favor de la judicialización de todo aquello que les dificulte seguir con su corrupta acumulación, obtenida a base de la expoliación del Tercer Mundo, de la esclavización de muchísimas personas, del agotamiento de los recursos planetarios y de la generación de un cambio climático apocalíptico. Es decir puesta en marcha de esta distopía y de este triste y suicida futuro.

Se está haciendo urgente soñar y realizar “un mundo al revés”. Hay que tener mucha cara, y muy dura, para no soñar con esto. O tener la cabeza muy vaciada, no sé si a causa de la música anglosajona, gregaria y machacona, que “zombifica” la neurona y que además es un enorme negocio. O si será por la obesidad de las hamburguesas y otras borregadas vaciadoras.

Notas:

[1] Según el DRAE “utopía” es una “isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro en 1516”.  Y desde el sentido etimológico el término viene del griego: οὐ ou ‘no’, τόπος tópos ‘lugar’; ou-tópos (no-lugar) algo que no existe en ningún lugar.

[2] La RAE nos dice: “distopía es la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Y etimológicamente viene del griego: δυσ- dys- ‘dis (no, opuesto)- y utopía ‘utopía’”; opuesto a la utopía.

Y wikipedia nos dice al respecto: “La ficción distópica se refiere a una sociedad que pretendiendo felicidad hace sufrir sistemáticamente a sus ciudadanos o degradándolos a un olvido irreversible.

Julio García Camarero es doctor en Geografía por la Universidad de Valencia, ingeniero técnico forestal por la Universidad Politécnica de Madrid, exfuncionario del Departamento de Ecología del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias y miembro fundador de la primera asociación ecologista de Valencia, AVIAT.