La sequía, la contaminación y el saqueo ilegal de pozos son los tres principales problemas, amplificados por la crisis climática, que están dejando a la península sin reservas.
Saliendo desde Sevilla tempranito, en el camino que lleva a Calera de León por la Ruta de la Plata, las ventanillas bajadas ya no sirven para paliar los primeros síntomas del calor. El coche empieza a calentarse con la subida de las temperaturas, que andan corriendo hacia la primera ola de calor de junio. La aguja de la gasolina, con 20 euros recién repostados, baja sin embargo a una velocidad de vértigo.
El aire acondicionado se impone en la autovía, y en la radio, que va saltando de frecuencia, bromean con las cosas que se hacen en la tele, por ejemplo, cuando se manda a un reportero en agosto a Toledo porque hace 40 grados. “Pues como todos los años, lo normal”, ríen en la COPE. En la SER están hablando de bocadillos de pulpo, de bikinis y de que está aceptado popularmente comerse un bocata de nocilla con chorizo. Se habló primero, eso sí, de la resaca del primer debate electoral andaluz –qué lejos queda ya esa estampa tras la mayoría absoluta del PP de Juanma Moreno–, donde se amplificaron más los exabruptos del “fanatismo climático” enarbolado por la ultraderecha que las propuestas para combatir la crisis climática. En la prensa, en el Hoy de Extremadura, venía por la mañana que había focos de langostas destrozando los cultivos en tres zonas de la Serena, también en la provincia de Badajoz.
Lo que se escucha aquí, en este pueblito pacense de apenas 940 habitantes, como si hubiera un altavoz potente colgado en cada calle, es el canto sinfónico de los pájaros. Parecen vencejos. Pero un vecino, sentado con otros parroquianos en un banco junto al majestuoso Convento de Santiago Apóstol, dice que no, que los vencejos son más planos, que aquello que trina sobre nuestras cabezas son aviones. “Como esta sequía, ninguna”. “Ni llovió el año pasado ni ha llovido este. Pues se ha juntado una con la otra”. “El pantano se ha quedado chico”. “Y no llueve, qué va”. “Lo que se ha dejado venir…”. Son los comentarios que hace el grupo, en su mayoría hombres jubilados, sobre un tema que tiene preocupado al pueblo, a la comarca de Tentudía. Y que no es nuevo: la falta de agua. En la hemeroteca, cualquiera que rastree puede leer reportajes muy parecidos a este.
“Hombre, cómo vamos a usar la piscina y vamos a cortar el agua para beber”, dice el camarero de un bar de la plaza. En solo un minuto, un hombre ha pedido un vaso de agua, otro ha pedido un café y, con un acento plagado de eses, pide también un “botellín de agua”. Varios jóvenes descargan cajas de agua embotellada de un coche y las introducen en el Ayuntamiento, alojado en el convento de los siglos XV y XVI, en el que hay crucifijos, pero no milagros.
“Ay, que he ido por el agua, ¿molesto?”, pregunta la limpiadora, que entra al despacho de la alcaldesa con un cubo y una fregona justo cuando va a dar inicio esta entrevista. “Tampoco han pasado tantos años desde que se empezaron a utilizar las redes de abastecimiento como para que dejemos de darle importancia a eso. Es decir, todavía tenemos el testimonio de los mayores que pueden contar que tenían que ir a buscar el agua a las fuentes, a los pozos. Y le hemos dejado de dar importancia al hecho de abrir un grifo en casa con tanta facilidad y que salga agua”, reflexiona Mercedes Díaz, la alcaldesa de Calera y presidenta de la Mancomunidad de Tentudía, que agrupa a doce municipios alrededor de la presa, del mismo nombre.
¿Qué niño o niña no sigue preguntando, así pasen los años y lleguen los algoritmos y se multipliquen las pantallas, de dónde viene el agua cuando, como si fuera magia, sale el chorrito –incluso caliente–? En este momento, en esta zona de Badajoz tienen activada la fase 2 del plan de emergencia por sequía, lo que quiere decir que hay cortes en el extrarradio.
«España afronta el verano con sequía meteorológica», dice el titular de una nota de prensa que envía el Gobierno. En el texto, señala que el pasado mayo ha sido el mes más cálido de los últimos 58 años. «La temperatura media de la primavera fue de 12,8ºC. Esto supuso un valor superior en 0,7ºC al promedio normal del período de referencia 1981-2010, lo que la convierte en una primavera bastante cálida. En concreto, fue la duodécima más cálida desde 1961 y la novena más cálida del siglo actual», detalla el documento.
En esta comarca, explica Díaz, la falta de agua tiene un doble origen: la sequía en sí misma y un problema estructural. “Nuestro embalse se hizo a finales de los 80 y ahora ese pantano se ha quedado pequeño, tiene cinco hectómetros cúbicos. Y aquí hay empresas, los bares, las peluquerías y, sobre todo, las fábricas de embutidos, las explotaciones agropecuarias… Necesitan el agua para funcionar. Y en cuanto no llueve un invierno, al año siguiente ya estamos notando esa falta de agua”, resume la alcaldesa, del PSOE. “Yo entré en la mancomunidad en el año 2011 y ya se estaba luchando por esto”, recuerda como un problema que nunca ha dejado de existir.
La solución que les aporta el Gobierno no les convence: un trasvase del pantano de los Molinos, que también ha sufrido mermas en estos años. Los municipios piden la construcción de un nuevo embalse. “Pero habría que construirlo en zona protegida y no se puede. Lo que yo me pregunto es hasta qué punto se puede conservar el medio ambiente si conviertes la zona en un desierto”, analiza la alcaldesa con un deje tristón, entre la incredulidad y el abatimiento que genera pelear prácticamente en soledad y sin recursos ante un problema de Estado. Con más de 1.200 represas, España es uno de los países más embalsados del mundo. Copado por Iberdrola, Naturgy y Endesa, el sector está principalmente en manos privadas.
Sin abastecimiento, sin piscinas
Las primeras cuatro noticias que salen en el buscador de Google al teclear la palabra sequía son estas: “El campo burgalés habla de 144 millones de pérdidas por sequía”, dice el Diario de Burgos. «Formentera puede entrar en prealerta por sequía este verano», informa el Diario de Ibiza. «Los pueblos salmantinos reclaman apoyo de las instituciones ante la sequía», titula La Gaceta de Salamanca. «Los ganaderos temen que haya que recurrir a cisternas por la sequía», cuenta La Voz de Galicia. La falta de una planificación concienzuda y efectiva en las distintas estrategias políticas en torno a un recurso básico, vital y un derecho humano como es el agua es uno de los principales problemas a la hora de abordar el asunto, con o sin sequía, según indican las diversas fuentes consultadas.
Es decir, si el agua fuera un barco, podría decirse que no siempre hay alguien controlando el timón, y que la travesía dependerá de la suerte y los azares de la naturaleza. ¿Qué ocurre? Que estas predicciones, las que atañen a la naturaleza, no son buenas. Y lo que es peor: estamos advertidos. Y lo que es aún peor: seguimos sin tomarlo en serio.
Las sequías serán cada vez más frecuentes, más severas, más duraderas y cubrirán más territorio. Esta tendencia podría agravarse en las próximas décadas debido al calentamiento global. Y el futuro de España, según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), está asociado a la sequía si no se ponen remedios urgentes.
Uno de los miles de informes estudiados indica que la falta de agua nos cuesta cerca de 1.500 millones de euros al año. Ese mismo documento alerta de que hasta el 80% de las tierras de la región mediterránea experimentarán un aumento de la frecuencia de sequías si no se reducen las emisiones, con múltiples pérdidas económicas debido a la disminución de rendimientos agrícolas. Otro estudio citado por el IPCC es aún más pesimista y calcula que los daños relacionados con la sequía en España aumentarán un 250% si las emisiones continúan aumentando.
El sonido del verano bombea ya, aun sin haber terminado el cole, junto a la piscina de Calera de León: hay avispas bailoteando en torno a una masa de agua verde y sucia, que aún perdura desde el año anterior. La cancela de entrada está cerrada. Y las malas hierbas deslucen el césped lozano de otros años. Dice la alcaldesa que solo queda agua para un mes y medio, a lo sumo dos, antes de que se tengan que iniciar los cortes a la población. Las reservas en los pantanos de toda España estaban ese día de junio al 49% de su capacidad total. Solo dos años antes, llegaba al 66,2%. Y la media de los últimos diez años es del 69,7%. El de Tentudía estaba al 20%, según el Boletín Hidrológico semanal del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
“Antes tampoco teníamos piscina. Yo me acuerdo que le decía a mi cuñada que, ay, si nos pudiéramos traer el agua de la playa…”, ríe la limpiadora. La alcaldesa insiste también en la función igualitaria y el bienestar que ha supuesto que pequeños pueblos como este, donde el mar queda lejos, construyeran su propia zona de ocio acuática para pasar el verano. Mujeres mayores que solo habían pisado los arroyos para lavar la ropa, comenzaron a comprarse bañadores, una prenda impensable entonces en un cajón de la cómoda. Muchas han aprendido a nadar con canas.
Cerrar la piscina es un golpe también para el turismo rural, para la economía de la zona. «Habrá familias que este verano decidan no venir», lamenta la alcaldesa, que ve en la ausencia de políticas claras en torno al agua el principal riesgo para que a esta zona también haya que llamarla «España vaciada» en poco tiempo.
Mientras tanto, todos los recursos que están usando para paliar la situación son propios y cuentan puntualmente con ayuda de la Junta de Extremadura, como las obras impulsadas en la estación depuradora, que han aumentado el rendimiento en un 90%.
“Todo va sumando. Se aprobó en diciembre el plan especial de sequía y las primeras medidas de las primeras fases de emergencia eran intentar disminuir el consumo, el lavado de coches, el riego de parques y jardines, las fuentes ornamentales. Luego vino la fase dos, con los cortes en el extrarradio. Y con todo ello hemos ahorrado un 14% de lo que se consumía anteriormente. Tenemos un pozo nuevo que se ha incorporado directamente desde donde está a la estación de depuración, y pasa a la red automáticamente. Y tenemos tres pozos más que se van a incorporar próximamente», explica al detalle Díaz, mientras gestiona por otro lado actuaciones musicales para el verano. «Si consumimos del pantano, pasaríamos a la fase tres, porque ahora tenemos, además, la evaporación con el calor. Cada municipio está muy sensibilizado con este tema y llevamos muchos años poniendo de nuestra parte para mejorar esa red de abastecimiento», insiste. «Pero si no se estudian los problemas de cada territorio, dime qué hacemos», concluye.
Los planes de las palabras
En la otra punta del mapa, en Vericasses (Barcelona), el municipio que estos días está saliendo en los medios como el pueblo catalán de las 2.000 piscinas, llevan con cortes desde mayo. Los pozos se han secado. Y el Ayuntamiento ha admitido que no hay “ningún plan” para paliar la sequía a corto plazo. De momento, en los grandes planes lo que predominan son las grandes palabras, como el plan España 2050, presentado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a bombo y platillo hace ya más de un año.
«A lo largo del siglo XX, España, como la mayoría de los países desarrollados, adoptó un patrón de crecimiento económico basado en el uso abusivo y lineal (extraer, producir, consumir y tirar) de los recursos naturales. Este patrón ha causado una degradación medioambiental sin precedentes en nuestro territorio y ha precipitado una crisis climática que podría tener efectos catastróficos en el futuro cercano. La España de 2050 será más cálida, árida e imprevisible que la de hoy. Si no adoptamos medidas contundentes con celeridad, las sequías afectarán a un 70% más de nuestro territorio, los incendios y las inundaciones serán más frecuentes y destructivos, el nivel y la temperatura del mar aumentarán, sectores clave como la agricultura o el turismo sufrirán daños severos, 27 millones de personas vivirán en zonas con escasez de agua, y 20.000 morirán cada año por el aumento de las temperaturas”, repite el plan, como los estudios del IPCC y como la realidad nos está mostrando cada día, por ejemplo, con los incendios que llevamos ya este verano.
Y continúa: “Para evitar este escenario, tendremos que convertirnos en una economía circular y neutra en carbono antes de 2050, tomar medidas que nos permitan minimizar los impactos del cambio climático, y transformar el modo en el que nos relacionamos con la naturaleza. Esto implicará, entre otras cosas, cambiar radicalmente la forma en la que generamos energía, nos movemos, y producimos y consumimos bienes y servicios. Habrá que aprovechar toda nuestra riqueza en fuentes de energía renovable, electrificar el transporte, reinventar las cadenas de valor, replantear los usos que hacemos del agua, reducir al mínimo los residuos que generamos, apostar por la agricultura ecológica, e impulsar la fiscalidad verde. Esto deberá hacerse en un tiempo récord, sin reducir la competitividad de nuestra economía, y sin dejar a nadie atrás”.
Pero el tiempo pasa y, a la vista de los acontecimiento y las quejas de los municipios, las palabras y las previsiones no pasan del papel: la demanda de agua ha sido de 30.983 hectómetros cúbicos al año entre 2015 y 2019. La previsión para 2030 es una reducción del 5%: 29.434. Para 2040, del 10%: 27.885. Y para 2050, del 15%: 26.335. Diversas fuentes, expertos en gestión hídrica y grupos ecologistas, desconfían del cumplimiento de estos cálculos cuando se están permitiendo políticas que aumentan el regadío y el intensivo.
Lo dice rotundamente en una entrevista en páginas posteriores la cofundadora de la Fundación Nueva Cultura del Agua Nuria Hernández-Mora: «En España tenemos un problema de usos ilegales del agua. Se junta una falta de recursos personales y técnicos de los organismos de las cuencas hidrográficas o del Seprona para perseguir estos usos ilegales, pero también una falta del respaldo político para pararlo. Existe una insumisión hídrica desde hace décadas a la cual no se pone coto».
El ejemplo claro es el de Doñana, donde la denuncia, durante décadas, de la utilización ilegal de los pozos para el regadío está esquilmando el parque natural, al que afectó también uno de los mayores incendios registrados en España. El último gobierno del PP y Ciudadanos votó a favor de una propuesta en esa dirección con el apoyo de Vox y la abstención del PSOE de Andalucía –en contra del ministerio dirigido por la socialista Teresa Ribera y de las directrices de Europa–.
Según explica el director del Consejo de Participación de Doñana, Miguel Delibes de Castro, en una entrevista en estas mismas páginas, el presidente andaluz, Juanma Moreno, recién elegido presidente con mayoría absoluta, le ha asegurado que si la propuesta es mala para el parque no se llevará a cabo. Y no es que sea mala, es que una locura, como expresa Joan Corominas, ingeniero agrónomo y especialista en Hidrogeología, Regadíos y Planificación Hidrológica. Entre el año 2000 y 2008 fue, además, secretario general de Aguas en Andalucía y director-gerente de la Agencia Andaluza del Agua. Sostiene que estas decisiones atienden a “demandas más o menos populistas” que solo buscan una mayor rentabilidad pero “que no resuelven nada”: “En el caso de Doñana, además del daño medioambiental, que es obvio, el gran problema es que no hay agua para regar todas las hectáreas que pretenden legalizar. La propuesta es una auténtica locura”.
El saqueo del agua
Según un informe de WWF, el regadío es el gran consumidor de agua de España y su superficie no ha dejado de crecer en las últimas décadas. En aquellas comarcas donde no existe agua disponible en ríos y embalses, se hace uso del agua subterránea, lo que ha llevado a que España sea el país con mayor sobreexplotación de Europa, argumenta la organización. Y esto sin contar el agua que se consume de forma ilegal. Los cuatro puntos negros del saqueo son, además de Doñana en Andalucía, las Tablas de Daimiel (Castilla-La Mancha), Mar Menor (Murcia) y Arenales (Castilla y León). Cuatro lugares emblemáticos y de gran valor ambiental.
«La clave para entender el robo del agua está en que la Administración no sabe cuánta agua se extrae de pozos por encima de lo autorizado, porque no tiene capacidad de medir todas las extracciones, ni suficientes medios humanos para controlar estos recursos subterráneos. En algunos casos tampoco está claro cuánto se ha autorizado por encima de los recursos disponibles”, explica el estudio. Además, denuncia que la continua expansión de cultivos en regadío, promovida con ayudas públicas, ha alimentado expectativas que han llevado a esta situación, puesto que, en sus trámites y autorizaciones, la administración agraria no ha exigido a los agricultores solicitantes presentar el derecho de uso de agua concedida. “La propia Administración alimenta esta sobreexplotación del agua ya que ha concedido derechos de uso por encima de lo que puede dar según lo establecido en el Plan HIdrológico de cada cuenca”, concluye WWF.
Y volviendo a Extremadura, el caso de Tierra de Barros, asegura el experto Corominas, es parecido: “No es razonable aumentar el riego cuando lo que tienes alrededor son embalses vacíos y restricciones”. Se refiere al embalse de Alange, en Badajoz, por debajo del 20% de su capacidad. La cifra es algo menor que la del año pasado por estas mismas fechas pero, sobre todo, está muy por debajo que la media de la última década en esta época del año: 53,74%. Y las reservas que merman causan cada año estragos en el campo.
Al este, en la comarca de La Serena, los agricultores ya conocen las consecuencias de la falta de agua. La Confederación Hidrográfica del Guadiana (CHG) ha otorgado a la zona regable de Orellana un 24% de la dotación que le correspondería en un año hidrológico normal, lo que impide la puesta en marcha de determinados cultivos. “Las pérdidas van a ser brutales, porque aquí producimos el 80% del arroz de toda Extremadura y se va a quedar en blanco este año”, se quejaba recientemente, en conversación con lamarea.com, el presidente de los regantes de la zona, Miguel Leal.
Al oeste, en la denominada Tierra de Barros, los planes son radicalmente diferentes. La Junta de Extremadura sigue trabajando en un proyecto cuyo objetivo es la transformación de más de 15.000 hectáreas en tierras de riego, y cuyo plan de obras ya fue aprobado el pasado año con la oposición de organizaciones como Ecologistas en Acción al considerarlo “insostenible”. Desde la Consejería de Agricultura de la comunidad, sin embargo, no creen que la actual sequía suponga un problema para el proyecto porque se trata de “una situación puntual”: “Este momento coyuntural no afecta a la evolución del proyecto de regadío de Tierra de Barros”, aseguran.
La trampa de los intensivos
Desmontando falacias sobre agua y cambio climático es el título de una iniciativa llevada a cabo por la Fundación Nueva Cultura del Agua. En uno de sus artículos sostiene que el ahorro hídrico asociado a la modernización de los regadíos es un argumento tramposo. Según la organización, la innovación en el riego no implica necesariamente gastar menos agua: “El ahorro de agua consiste en gastar menos agua. […] En cambio, los proyectos de modernización del riego a menudo van seguidos de procesos de intensificación que conducen a aumentos en la producción de cultivos, como cultivos dobles y cultivos más intensivos en agua”, advierten.
Así, cada vez más olivos centenarios de secano, separados entre ellos, son arrancados de la tierra para dar paso a hileras de cientos de estos mismos árboles que se rozan entre sí. Son los conocidos como cultivos superintensivos, mucho más productivos y, aparentemente, más rentables. “Para determinados agricultores puede ser interesante convertir sus tierras en explotaciones intensivas de regadío, pero al final eso acaba siendo perjudicial para el conjunto del sector, porque, si bajan los precios, es la ruina para quienes mantienen el secano o el riego tradicional”, explica Corominas. Asimismo, el especialista en planificación hidrológica sostiene que “el discurso de la necesidad de aumentar la producción es falso”, ya que en la actualidad hay una sobreproducción de olivos y viña.
Desde la fundación proponen, por tanto, “reducir la superficie de regadío, particularmente de los intensivos”, principalmente en las cuencas y territorios donde su expansión ha alcanzado “un valor muy por encima de lo sostenible”. Para Corominas, nuevos proyectos de riego son “una entelequia”: “Hace falta una etapa en la que podamos serenarnos y, sin aspavientos y discursos fáciles, tomar las decisiones que haya que tomar”.
Porque está, además, el problema de la calidad. La contaminación es especialmente preocupante en Catalunya. La propia Agencia del Agua de la comunidad lo advierte de este modo: “La presencia de compuestos nitrogenados, especialmente nitratos, es el problema de contaminación difusa más importante en las aguas subterráneas de Catalunya y el principal responsable del mal estado de las masas de agua subterráneas. Afectan también a las aguas superficiales y, de manera local, a algunas masas de agua costeras”. La ACA indica que esta presencia se debe principalmente a las prácticas derivadas de las actividades agrícolas y ganaderas, como el uso excesivo de fertilizantes nitrogenados y amoniacales, y de las deyecciones ganaderas. El caso del Mar Menor es paradigmático.
Este reportaje se realizó durante el mes de junio y forma parte del dossier de #LaMarea89. Puedes adquirirla aquí.