¿Ecosocialismo?
El mérito de John Bellamy Foster y de los ecosocialistas “de segunda generación” asociados a la revista Monthly Review, de la cual él es editor, es que han practicado un análisis sistemático de la obra marxista; lo que hace tan sólidos sus planteamientos es el haber desentrañado la coherencia que tiene el ecologismo de Marx y Engels en todos sus escritos, desde la juventud hasta la madurez; han demostrado que no es que Marx o Engels expusiesen “opiniones”, “comentarios” o “percepciones críticas” ecologistas en paralelo a su teoría general, sino que su crítica ecológica fue un componente inherente al conjunto de sus ideas revolucionarias.
A decir de Foster, los ecosocialistas “de primera generación”, es decir, aquellos cuyos planteamientos dominaron el período 1990-2000, aproximadamente, habían hecho una lectura superficial de la obra de Marx y Engels, concluyendo que el conjunto de esta despreciaba a la naturaleza. Las acusaciones eran varias, incluido que Marx y Engels confiaban sobre todo en el desarrollo de las fuerzas productivas para superar el capitalismo y que, asociado a esto, sobrevaloraban el crecimiento como objetivo de la economía, por lo que sus ideas eran “prometeicas”; que asumían que la naturaleza no tenía valor, que solo valía como fuente de una gran cantidad de recursos “gratuitos”, y que no consideraban el cuidado de la naturaleza como un aspecto fundamental de la futura sociedad comunista. Esto condujo a estos primeros ecosocialistas a restringirse a solo adoptar algunos aspectos del marxismo como complemento de su crítica ecológica más fundamental.
En los libros Marx y la naturaleza: una perspectiva roja y verde, de Paul Burkett (1999), y La ecología de Marx, de John Bellamy Foster (2000), apareció la primera refutación contundente a las críticas que se le hacían a Marx desde el ecosocialismo, a la vez que eran presentadas las concepciones profundamente ecológicas del marxismo. A estos han seguido muchos otros, incluido el libro Enfrentando el Antropoceno, de Ian Angus (2016), y la obra más reciente del filósofo japonés Kohei Saito, El ecosocialismo de Carlos Marx: el capital, la naturaleza y la crítica inconclusa de la economía política (2017). Conceptos clave de Marx, como “metabolismo universal de la naturaleza, “metabolismo social” y “ruptura metabólica”, han servido de punto de partida a numerosas investigaciones que cubren distintos ámbitos del asalto a la naturaleza y al medio ambiente que consuma el capitalismo. Este ecosocialismo de “segunda generación”, que ya cumple más de veinte años de fecundo desarrollo, ha integrado el pensamiento marxista y la crítica ecológica.
La mayoría de estos investigadores y escritores han estado, de una u otra manera, vinculados a la revista Monthly Review. Ha sido justamente el predominio de las ideas de esta escuela de pensamiento, sobre todo en la obra de John Bellamy Foster, lo que ha finalmente conducido a este “ecosocialismo de segunda generación” a un callejón sin salida. Esto, a pesar de los enormes aportes que continúan haciendo en el ámbito de la ecología marxista prácticamente todos ellos y ellas. El asunto de fondo es que los teóricos de Monthly Review han estado siempre lejos del marxismo revolucionario, algo que hunde sus raíces en el análisis “heterodoxo” que han hecho de la economía capitalista.
Los economistas asociados a la revista Monthly Review sostuvieron, a mediados de la década de 1960, que la economía estadounidense se había alejado del “capitalismo clásico” que había analizado Marx, que la dominación que ejercía el “capital monopolista” en las economías industriales más desarrolladas había puesto fin a la libre competencia capitalista tal y como había existido en el siglo XIX –que era la que había estudiado Marx– y que era necesario ampliar la teoría marxista para abarcar estos cambios. Los economistas de Monthly Review Paul Sweezy y Paul Baran publicaron en 1966 el libro El capital monopolista donde expusieron su teoría. Ambos habían estudiado economía en la escuela marginalista –que niega que el valor provenga del trabajo–, se habían desempeñado en el gobierno de Roosevelt durante los años de la Segunda Guerra Mundial –y ahí habían asimilado las ideas keynesianas sobre el rol del Estado como estabilizador de las disfunciones del sistema capitalista– y se habían acercado al marxismo desde esta base. Baran, además, había trabajado con los teóricos de la escuela de Frankfurt. En una entrevista reciente (“El fantasma del marxismo”, 2018, en https://rebelion.org/el-fantasma-del-marxismo/), John Bellamy Foster indica: “El capital monopolista fue un esfuerzo por actualizar la economía política marxista mediante el desarrollo de una teoría de la acumulación en la fase monopolista del capitalismo, dominado por grandes empresas”. Según Foster, Baran y Sweezy “extendieron su análisis al Estado y a la sociedad como un todo, enfocándose en el problema de la absorción del excedente económico, lo que les permitió criticar fenómenos como la creciente labor de ventas, la automovilización, el militarismo, el imperialismo y el aumento de la irracionalidad de un sistema que depende cada vez más del desperdicio económico. (…) El capital monopolista argumentó directamente que el estado normal del capital monopolista es el estancamiento secular”.
El estancamiento crónico en el capitalismo monopolista, así como las crisis periódicas que lo sacuden, se deben, según esta línea de pensamiento, a que los monopolios controlan los precios, por lo que no tienen necesidad de incrementar sus inversiones para elevar las ganancias. Más aún, existe un estímulo natural a producir menos para así provocar el aumento de los precios y las ganancias. Sin embargo, El capital monopolista desmerece la teoría de Marx de la formación de los precios para alcanzar esta conclusión. “La teoría general de precios adecuada en una economía dominada por tales empresas monopólicas”, dicen Sweezy y Baran en una frase en El capital monopolista, “es la teoría tradicional de la economía neoclásica”.
De acuerdo con Monthly Review, el “estancamiento secular” del capitalismo monopolista solo puede ser superado por la intervención económica del Estado, a través de grandes inversiones estatales, o por la aparición de “innovaciones que marcan época”, como fueron antaño el ferrocarril, la electricidad y el automóvil. Estas “innovaciones” resultan en la aparición de un gran número de nuevos productos con amplia demanda en el mercado, por lo que los monopolios se ven estimulados a invertir. El surgimiento de la economía digital, internet, la robótica y etc. desde fines del siglo XX no ha tenido el impacto supuesto, por lo que estos avances, nos dicen, deben ser descartados como “marcadores de época”. Respecto a las inversiones estatales, la evaluación de la capacidad del Estado para intervenir con éxito en cada período queda a discreción de los propios exponentes de la teoría.
Todo lo anterior contrasta con la teoría marxista “clásica” sobre las crisis y las depresiones (estancamiento): los capitalistas, en su afán de aumentar sus ganancias mediante la extracción de plusvalía –lo que les otorga la identidad de capitalistas–, conducen la economía a crisis periódicas de sobreproducción. La economía capitalista no se encuentra en “estancamiento secular”, más bien todo lo contrario, debido a que los capitalistas, en condiciones normales, es decir, fuera de las crisis, incrementan constantemente la inversión acicateados por la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”, explicada por Marx en el tomo tercero de El capital, y que se sustenta en la dinámica de la extracción de plusvalía. Es decir, la inversión capitalista se realiza a escalas cada vez mayores y eso explica la concentración y centralización de capitales después de cada crisis que describieron Marx y Engels en el siglo XIX, y el surgimiento de oligopolios y monopolios, que analizaron Lenin y Rosa Luxemburgo, entre otros, al despuntar el siglo XX. Sweezy y Baran rechazan la validez de la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia” y no toman en cuenta la teoría del valor de Marx, por lo que buscan las causas de las crisis y depresiones en otros aspectos de las economías capitalistas desarrolladas, hasta encontrarlas en las dinámicas monopólicas.
Más adelante, entrado el siglo XXI, los investigadores de Monthly Review se vieron impresionados por el desarrollo que adquiría el capital financiero y entendieron, de acuerdo con Foster, “la financiarización como la principal respuesta al estancamiento económico”. Incluyeron, por tanto, este aspecto en su teoría, ahora rebautizada como “capitalismo monopolista financiero”. Desde un inicio, y hasta la actualidad, los teóricos de Monthly Review han sostenido que este “capitalismo tardío, monopolista” se limita a los países capitalistas desarrollados, mientras que en “el sur global” –antes llamado Tercer mundo–, aún perdura el capitalismo clásico donde impera la libre competencia y donde, por tanto, no ha perdido validez el análisis original de Marx. Por este motivo, según ellos, las consecuencias de su examen “actualizado” se presentan solo en los países capitalistas desarrollados.
En la entrevista antes citada, Foster reivindica que “este análisis de la monopolización, el estancamiento y la financiarización resultó ser el conjunto más poderoso de ideas sobre el desarrollo contemporáneo de la acumulación y la crisis (…) La importancia perdurable de toda esta tradición radica en lo que Sweezy llamó (en el título de uno de sus libros) ‘el presente como historia’, es decir, la teoría marxista debe extenderse para abordar los cambios dentro del capitalismo mismo”. El propio Foster publicó el libro La teoría del capitalismo monopolista (re editado en 2014) “diseñado”, según nos indica, para responder a las críticas que había recibido el trabajo de Baran y Sweezy desde amplios sectores marxistas, y para “mostrar cómo la teoría se había desarrollado fuera de la propia crítica de Marx y explorar las contradicciones de la acumulación bajo el capitalismo monopolista”.
En un artículo publicado en 2010 en el que comentan la crisis económica y financiera que se había desatado en 2007-2008, John Bellamy Foster y Fred Magdoff resumían sus planteamientos de la siguiente manera: “Nuestra tesis, expresada de la forma más sintética posible, es que las economías capitalistas avanzadas están cogidas en una tendencia al estancamiento resultante de un doble proceso de madurez industrial y de acumulación de tipo monopolista. La financiarización (el desplazamiento del centro de gravedad de la economía capitalista de la producción hacia la finanza) debe ser considerada como un mecanismo compensatorio que, en estas circunstancias, ha ayudado al mantenimiento del sistema económico pero al precio de una mayor fragilidad. El capitalismo está así cogido en lo que llamamos una ‘trampa de estancamiento-financiarización’. (…) Es cierto que las ‘economías emergentes’, y particularmente China e India, no han adquirido aún las enfermedades de la madurez y de la monopolización como los países capitalistas avanzados y escapan así a las enfermedades crónicas que han paralizado los países del centro del sistema. Pero los países emergentes están lejos de estar protegidos de la llegada de estos problemas”. (“La gran crisis financiera: tres años ya y continúa”, 12 de diciembre de 2010, en: https://rebelion.org/la-gran-crisis-financiera-tres-anos-ya-y-continua/). Debiésemos consultarle a Foster y Magdoff qué significa eso del “centro de gravedad de la economía capitalista” porque figuras retóricas no pueden reemplazar un análisis serio.
El análisis de Baran y Sweezy en El capital monopolista no parte de la teoría del valor de Marx, sino de lo que denominan “excedentes económicos” de la sociedad. No es necesario analizar el conjunto de esta teoría, basta con señalar algunas de sus implicancias y consecuencias. En el capitalismo monopolista, nos dicen desde Monthly Review, predomina el trabajo improductivo por sobre el trabajo productivo (de ahí el “desperdicio económico” al que alude Foster), lo que se expresa sobre todo en las industrias de la publicidad, comercialización y empaquetamiento de los productos (las “ventas”), a lo que se suma más recientemente, la industria financiera, y que incluye también, por supuesto, la industria militar. La clase obrera se encuentra “fragmentada” y, sobre todo, disminuida numéricamente, mientras que, por otro lado, se han desarrollado las actividades administrativas, gerenciales y de trabajos improductivos en las economías capitalistas avanzadas. Al desconsiderar la extracción de plusvalía como la contradicción central del capitalismo, a la clase obrera (o a lo que resta de ella) en los países desarrollados ya no le queda ningún papel revolucionario por cumplir; se encuentra fragmentada y cooptada, subsumida en el sistema. En El capital monopolista, señalan: “La respuesta de la ortodoxia marxista tradicional –que el proletariado industrial eventualmente se alzará en una revolución contra sus opresores capitalistas– ya no es convincente. Los trabajadores industriales son una minoría decreciente de la clase obrera, y sus núcleos organizados en las industrias básicas han sido en gran medida integrados al sistema como consumidores e integrantes condicionados ideológicamente de la sociedad”.
Por este motivo, desde su apoyo a la revolución cubana en la década de 1960, Monthly Review ha cifrado sus esperanzas en lo que puedan hacer los trabajadores del –ahora llamado– sur global y en su lucha antimperialista. El imperialismo que critica Monthly Review, sin embargo, no consiste, como entienden los marxistas, en la explotación (extracción de plusvalía) de los trabajadores del sur global por las economías centrales, sino más bien, en despojo de recursos, en liza y llana expropiación, robo. En efecto, los teóricos de Monthly Review sitúan la expropiación, el despojo, como el aspecto central de la explotación capitalista, lo que repercute, según ellos, en diversos planos, incluido el ecológico. En el artículo “Capitalismo y robo: la expropiación de la tierra, el trabajo y la vida”, por ejemplo, publicado en 2020, John Bellamy Foster, Brett Clark y Hannah Holleman sostienen: “Las rupturas metabólicas, el drenaje imperial de la riqueza del Sur Global y un sistema de explotación que tenía a la expropiación como su condición de fondo definió el surgimiento del capitalismo en el siglo XIX. (…) Con la llegada del capitalismo monopolista y la era de las corporaciones gigantes se expandió la expropiación de las personas y de la naturaleza a esferas completamente nuevas. (…) En el capitalismo tardío del siglo XXI y el imperialismo tardío, esta expropiación va de alguna manera más lejos que nunca. (…) Este sistema de robo, implementado por las corporaciones multinacionales monopólicas, abarca casi todas las esferas de la producción y de la vida. Tiene razón el profesor Michael D. Yates cuando argumenta: ‘no puede haber una separación entre explotación y expropiación. Mientras que el primer concepto nos permite comprender las especificidades de la apropiación del trabajo no remunerado de los trabajadores en el proceso de producción, el segundo pone de manifiesto el racismo, el patriarcado, la catástrofe ambiental y el imperialismo’. (…) La cuestión se convierte no sólo en la explotación del trabajo, sino en la expropiación de las economías domésticas (el trabajo doméstico y de subsistencia), la vida material, la periferia mundial y el entorno planetario. Históricamente, la apropiación sin equivalente es la forma más común de relaciones jerárquicas de clase, que se manifestaron de forma compleja en los anteriores modos de producción tributarios. Sin embargo, para distinguir históricamente a la sociedad capitalista de sus antecesoras pre-capitalistas, es necesario entender que el capital opera con una mayor sistematización de las ganancias obtenidas por la expropiación, comenzando en el período mercantilista, pero extendiéndose a todas las etapas posteriores del desarrollo capitalista”. (En: https://observatoriocrisis.com/2020/01/20/capitalismo-y-robo-la-expropiacion-de-la-tierra-el-trabajo-y-la-vida/)
Es cierto que Marx destacó el papel jugado por el saqueo en las etapas iniciales del modo de producción capitalista, sobre todo durante la conquista europea de América y el tráfico de esclavos desde África. Sin embargo, en este proceso de acumulación originaria, que Marx describe y analiza en el capítulo XXIV del tomo primero de El Capital, el elemento central fue la conversión de los pequeños productores agrarios y artesanos en proletarios, es decir, en trabajadores que solo poseen su fuerza de trabajo y deben venderla a los capitalistas. Subrayó que la venta de la fuerza de trabajo es un intercambio de valores equivalentes, ya que los obreros la venden, como toda mercancía, al precio que tiene en el mercado. Este es el aspecto central de la acumulación originaria en Gran Bretaña, y por supuesto se replica donde quiera que el capital pase a ser el modo de producción dominante. Por eso, Marx y Engels sostuvieron en El Manifiesto comunista que donde sea que penetren las relaciones mercantiles capitalistas, corroen y destruyen todos los fundamentos de los modos de producción anteriores. En vida de Marx y Engels, esto ocurría en todo el globo como resultado de la expansión del capitalismo europeo. En este sentido, de acuerdo con Marx y Engels, la expansión de las relaciones mercantiles capitalistas impulsa el desarrollo del capitalismo, no el despojo, la esclavización o la expropiación. Se puede decir que ni todo el oro y la plata americanos, ni todos los sistemas esclavistas hubieran dado lugar al surgimiento del capitalismo, se requería una fuerza de trabajo a la cual extraer plusvalía. Toda la teoría revolucionaria de Marx y Engels se sustenta en la contradicción capital-trabajo, mediada por la extracción de plusvalía, esto es, valor producido en el proceso de trabajo del que se apropia el capitalista. Que a la extracción de plusvalía se la pueda denominar “expropiación”, o que a los trabajadores se les pueda considerar “esclavitud moderna” son analogías que cumplen un objetivo didáctico, no corresponden al análisis científico del modo de producción capitalista. Más aún, fue recién con la guerra civil (1861-1864) que se puso fin a la esclavitud en Estados Unidos y son innumerables los comentarios de Marx y Engels sobre ese sistema esclavista y su relación con el capital, sobre la guerra civil y sus consecuencias. Marx escribía El Capital en esos años (el primer tomo fue publicado en 1867) y no se le ocurrió plantear que la esclavitud era consustancial al capitalismo en todos los tiempos, muy por el contrario, celebró el fin de la esclavitud en los estados del sur como un avance del sistema capitalista.
Engels, en Anti-Dühring, lo resume así: “Ante todo, el socialismo moderno es por su contenido el producto de la percepción del antagonismo de clase entre poseedores y desposeídos, asalariados y burgueses, por una parte; y de la anarquía reinante en la producción, por otra. (…) Al mostrar cómo surge la plusvalía y cómo no puede producirse sino bajo el dominio de las leyes que regulan el intercambio de mercancías, Marx puso al descubierto el mecanismo del actual modo de producción capitalista y del modo de apropiación basado en él: desveló el núcleo en torno al cual ha cristalizado todo el orden social presente. (…) Pero esta producción de capital tiene un presupuesto esencial: ‘Para la transformación de dinero en capital, el propietario de dinero tiene que encontrar en el mercado de mercancías al trabajador libre, libre en el doble sentido de disponer, como persona libre, de su fuerza de trabajo como de una mercancía propia, y de no tener otras mercancías que vender en el sentido también de estar libre, desprovisto y ajeno de todas las cosas necesarias para realizar su fuerza de trabajo.’ (…) Estos trabajadores libres aparecen de un modo masivo por primera vez en la historia a finales del siglo XV y principios del XVI, a consecuencia de la disgregación del modo de producción feudal. Con esto, y con la constitución del comercio mundial y del mercado mundial, que datan de la misma época, estaba dado el fundamento sobre el cual la masa de riqueza mueble existente podía transformarse progresivamente en capital y, el modo de producción capitalista orientado a la producción de plusvalía, en dominante más o menos exclusivamente”.
La consecuencia de los planteamientos de la escuela de Monthly Review es que al final lo único que queda es una crítica ético moral al capitalismo, una denuncia de la expropiación y el robo. Han retrotraído el socialismo científico a un socialismo utópico, pero a diferencia de los utópicos anteriores a Marx que invirtieron enormes energías en llevar a la práctica sus postulados con el establecimiento de “fábricas modelo” y “pueblos modelo”, estos utópicos del siglo XXI solo dan lecciones desde la academia. Al hacer a un lado la contradicción fundamental del capitalismo, al plantear que no es ya convincente que el proletariado desempeñe un rol revolucionario, solo les queda el convocar a un “proletariado ambiental”, a un “precariado”, situado esencialmente en el “sur global”, que pueda unir sus luchas a las de otros sectores también víctimas de la expropiación, del despojo. En el fondo, hay un reconocimiento de que el capitalismo logró resolver o sortear de alguna manera la contradicción fundamental capital-trabajo y ya no está expuesto, como sostuvieron Marx y Engels, a la amenaza de una revolución proletaria que le ponga fin. Esto contrasta notablemente con numerosos estudios que demuestran que durante el período neoliberal y de globalización capitalista las empresas transnacionales con sede en el norte han incrementado dramáticamente la extracción de plusvalía absoluta y relativa de los trabajadores del sur global –que en número han crecido, además, exponencialmente. De otra manera, no se explicaría el traslado de tanta industria a China, India, México, Brasil, Bangladesh, Indonesia, etc. La lógica del capital funciona tan implacablemente como en tiempos de Marx. Nunca antes en la historia había existido una clase obrera tan numerosa, tan extendida a todo el planeta y sometida a una explotación tan “clásica” por los capitalistas, como en la actualidad.
En el epílogo de su libro La ecología de Marx, John Bellamy Foster describe la trayectoria de las ideas ecológicas de Marx tras la muerte de este y de Engels. Destaca la adopción de una perspectiva ecológica de parte de Nicolás Bujarin, quien “en su importante obra de los años veinte, Materialismo histórico (1921), incluyó un capítulo sobre ‘El equilibrio entre la sociedad y la naturaleza’, en el que analiza ‘el proceso material del metabolismo entre sociedad y naturaleza’”. Foster nos cuenta que “en la década de 1920, la ecología soviética era probablemente la más avanzada del mundo”. V. I. Vernadski, por ejemplo, “alcanzó renombre internacional por su análisis de la biósfera”. En la “Segunda conferencia internacional de historia de la ciencia y la tecnología” celebrada en Londres en 1931, participó una delegación soviética encabezada por Bujarin que causó honda impresión en la comunidad científica británica. Debido a que el estalinismo puso fin –incluido mediante ejecuciones– al temprano florecer científico soviético, la continuidad de las ideas materialistas dialécticas ecológicas en las décadas siguientes Foster las rastrea entre “numerosos científicos izquierdistas” en Inglaterra.
En 2020, Foster publicó el libro El retorno de la naturaleza, obra notable que ganó el premio Deutscher, en el que profundiza –a lo largo de monumentales 687 páginas– lo que había dejado esbozado en el epílogo de La ecología de Marx. Comienza con un análisis de la obra de Engels y termina describiendo el entronque final de la trayectoria del ecologismo marxista en el movimiento ecológico que surgió en Estados Unidos en la década de 1960. En la introducción, Foster nos dice que en esta investigación se enfocó casi exclusivamente en Gran Bretaña, y lista sus motivos. Sin embargo, es evidente que también decidió centrar su estudio en –además de los “científicos izquierdistas”– solo los marxistas ingleses adscritos al partido comunista estalinista británico, muchos de los que pasaron después, en la década de 1960, a conformar la “Nueva izquierda” en ese país, a la que también incluye en su análisis. Impacta la ausencia de cualquier marxista revolucionario, de los cuales en Gran Bretaña ha habido pléyade. León Trotsky ni siquiera es mencionado. La única inferencia que se puede hacer es que incluso en esta investigación primó en Foster el sectarismo asociado al “marxismo” renovado “monopolista financiero” de la escuela de Monthly Review. Una lástima.
Conclusión
La esencia del marxismo revolucionario se halla en los postulados fundamentales de Marx y Engels: la historia de la humanidad –desde el surgimiento de la esclavitud en la Antigüedad, por lo menos–, es la historia de la lucha de clases, la naturaleza de cada clase social hay que encontrarla en las relaciones de producción que predominan en cada período y siempre han existido clases dominantes que extraen plustrabajo de aquellas a las que han sometido. Cada cierto tiempo ocurren cambios profundos en las relaciones de producción y, asociados a estos, se abren períodos de intensas luchas sociales que culminan con el derrocamiento de la que hasta entonces había sido la clase dominante. Una nueva clase se hace con el poder y somete a las demás. Es, por ejemplo, lo que hizo la burguesía en Inglaterra y en Francia en los siglos XVII y XVIII, respectivamente. Los burgueses revolucionarios aseguraron el imperio del modo de producción capitalista, cuya forma de extraer plustrabajo es la plusvalía.
La teoría de que el trabajo crea valor la habían defendido los economistas clásicos, como Adam Smith y David Ricardo, antes de Marx. El gran aporte de Marx, en este ámbito, fue demostrar que el modo de producción capitalista se funda en la extracción de plusvalía. Explicó la diferencia que existe entre fuerza de trabajo, una mercancía que los capitalistas compran en el mercado, y trabajo, que es la actividad creadora de valor de los obreros al hacer funcionar los medios de producción. La diferencia entre el valor creado por un trabajador y el valor que ha desembolsado el capitalista para comprar esa fuerza de trabajo es la plusvalía, “el misterio” que envuelve al capital que Marx des-cubrió.
Marx y Engels analizaron el modo de producción capitalista desde diversas perspectivas. Las fuerzas productivas se desarrollan como nunca antes. La ciencia avanza de manera extraordinaria y se incorpora a la producción. Las diversas clases sociales que habían existido antes van desapareciendo hasta solo quedar dos clases enfrentadas: capitalistas y trabajadores. El afán por obtener ganancias, única motivación de los capitalistas, asegura en último término una absoluta anarquía en la producción y conduce a crisis periódicas que acarrean la destrucción de parte de la riqueza acumulada y la miseria para millones de seres humanos. Tras cada crisis, el capital se concentra y se centraliza. Cada vez son menos los capitalistas, cada vez se hacen más innecesarios. El proletariado está llamado a tomar el poder, expropiar a la burguesía y establecer una sociedad de productores asociados que dirija de manera científica la economía. El proletariado funda una sociedad sin clases explotadoras y explotadas. De esta forma, se abre la historia, comienza la historia auténticamente humana.
Hasta hace unas décadas, los seguidores revolucionarios de Marx y Engels prestamos menor atención a la crítica ecológica que estos hicieron al modo de producción capitalista; no la enfatizamos suficiente o no la percibimos. Siempre estuvo ahí. Marx y Engels entendieron que la explotación capitalista crea una doble alienación de los trabajadores: respecto al mundo de las mercancías, que se les aparecen ajenas a su propia labor, y de la naturaleza, de la cual son cada vez más desarraigados. Así como la anarquía de la producción capitalista conduce a crisis económicas cada vez más profundas, extendidas y prolongadas, provoca también la expansión de lo que llamaron, de acuerdo a la terminología de su época, una “brecha metabólica” irreparable entre la sociedad y la naturaleza. La revolución comunista significará el inicio del fin de esta doble alienación. La comunidad de productores asociados que saldrá de esa revolución reparará la brecha entre la humanidad que trabaja y la naturaleza, reestablecerá lo que Marx llamaba el “metabolismo universal de la naturaleza”, naturaleza a la cual los seres humanos pertenecemos y de la que formamos parte “con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro”.
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