«Las condiciones meteorológicas extremas que hemos experimentado recientemente son solo un suave signo de lo que podría estar por venir. Pero creo que tenemos tiempo, un tiempo que deberíamos dedicar a enfriar el planeta para hacerlo más resistente» (James Lovelock)
Contra los negacionistas del cambio climático
La emergencia climática tiene manifestaciones cada vez más evidentes e inquietantes. El Mediterráneo ardiendo sería el cuadro más próximo geográficamente, con incendios descontrolados que se explican por las elevadas temperaturas –totalmente inusuales, superiores a los 42 grados–. Pero también observamos afectaciones durísimas en Estados Unidos, con masivos incendios y riadas; y en Asia, donde se han alcanzado temperaturas de 50 grados en regiones de China. Esta nueva era se ha bautizado con el nombre de Antropoceno, con un inicio que puede datarse a principios del siglo XVIII, cuando a partir de la máquina de vapor de Thomas Newcomen –que luego perfeccionó James Watt– se adquirió la capacidad de transformar el mundo físico a escala muy amplia (sobre todo esto: James Lovelock, Novaceno. La próxima era de la hiperinteligencia, Paidós, Barcelona, 2021).
El concepto Antropoceno se utilizó por vez primera en los años ochenta por Eugene Stoermer, ecólogo que estudió el impacto de la contaminación industrial sobre la fauna y la flora de los lagos que actúan como frontera entre Canadá y Estados Unidos. Se extendió su formulación, desde la década de 2000, con los trabajos de Paul Crutzen, premio Nobel de Química en 1995. Su conclusión fue que la actividad humana estaba teniendo efectos negativos muy directos y que, además, podían extenderse a nivel global. El concepto plantea cuestiones de gran relevancia; la más importante: ¿cómo encajamos los humanos en la red de la vida? Una red que se sustenta en la noción de una “naturaleza barata”, bajo el prisma de que la suma de actividad de la acción humana y la naturaleza infiere una crisis planetaria. Diríamos que es una aplicación de la “ley del valor” del capitalismo, que se sustenta sobre qué priorizar en esa red de la vida. Ya sabemos la elección: la sobreexplotación de los recursos no renovables –fósiles y minerales (Antonio Valero-Alicia Valero, Thanatia. Los límites minerales del planeta, Icaria, Barcelona, 2021)–, sin tener en cuenta para nada los principios esenciales de la física termodinámica, que matiza de manera notoria la noción mecánica de la newtoniana (una detallada visión de todo esto en: Michio Kaku, La ecuación de Dios, Debate, Barcelona, 2022).
Debe recordarse, sin embargo, que unos años antes, en 1972, se publicó el primer Informe Meadows, que instaba a repensar el crecimiento económico –abogando por el crecimiento cero–, y atendía a las consecuencias que ya se determinaban en el planeta por la acción económica del hombre y, sobre todo, por la voracidad en el consumo de combustibles fósiles. Este trabajo, coordinado por la bióloga Donatella Meadows, del MIT, exponía diferentes posibles escenarios a partir de la simulación informática del programa World3. Advertía que, incluso en el menos lesivo, era imperioso trabajar en una nueva dirección en la economía, para evitar dos consecuencias: el aumento de la contaminación atmosférica y la acumulación imparable de residuos.
La tesis del equipo de Meadows se calificó como neomalthusiana, al establecer relaciones directas entre crecimiento económico, avance demográfico e impacto ecológico. Una progresión geométrica en la población que no se correspondía con la existencia de unos recursos escasos, no renovables y, por tanto, finitos (Donatella Meadows et alter, Los límites del crecimiento, Aguilar, Madrid, reedición de 2012). Un torpedo en la línea de flotación de la ortodoxia económica que, poco después de la publicación del texto, se concentraba en rebatir la curva de Philips y, por extensión, las políticas keynesianas –una oportunidad de oro para los monetaristas–, y establecer directrices estrictas frente a los procesos de estanflación que se estaban alumbrando. Nacía un nuevo marco, la era neoliberal, que recuperaba liturgias fallidas del patrón-oro, emergía con fuerza, y suponía un estímulo para la economía más desarrollista en el plano físico, haciendo caso omiso a las contribuciones recogidas por el equipo de científicos dirigidos por Meadows.
Antropoceno: el contenido del concepto
Queremos decir con ello que ya existía, antes de la patente del concepto Antropoceno, una noción clara de que los fenómenos naturales que se podían detectar y estudiar por parte de físicos, biólogos, naturalistas y climatólogos, se estaban descontrolando o incrementando en sus indicadores básicos –la temperatura, el número de incendios o de tormentas agresivas y desproporcionadas, entre otros– por un agente causal: la actividad económica humana. La profesión de los economistas ha llegado relativamente tarde a todo esto, en contraste con las contribuciones de los científicos experimentales. La termodinámica no operaba en las mentes de los economistas, insertos en una ontología en la que los recursos parecían infinitos y las consecuencias del crecimiento económico desparecían en la naturaleza. Por eso, sabemos que esta tesis del crecimiento cero fue mal recibida y criticada por la economía académica, que vio en ella la pretensión de buscar un crecimiento de carácter estacionario, similar al que describían los economistas clásicos y, especialmente, el que relataba Thomas Malthus. Esa “ciencia lúgubre”, calificativo preciso del filósofo Thomas Carlyle para definir la economía como disciplina.
Ahora bien, la teoría del crecimiento cero tuvo mayor difusión de la que sus detractores esperaban; pero siempre se consideró una excentricidad. El Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), una entidad impulsada por las Naciones Unidas, con un importante elenco de científicos y científicas de todas las disciplinas, acotaba más las previsiones de Meadows y aportaba diferentes baterías de datos y argumentos. Pero el núcleo del relato era el mismo: el hombre, como primordial generador de las tangibles externalidades ambientales que se estaban provocando por el excesivo consumo de combustibles fósiles. En definitiva, por los modelos de crecimiento expansionistas, cuanto a la utilización de recursos no renovables y la emisión de gases contaminantes y residuos.
La idea del Antropoceno ha estado, por tanto, presente, aunque su formulación explícita llegara en la década de 1980. En todos los ejemplos expuestos, un hilo los articula: la noción de aceleración, vinculada a la velocidad y a la expansión, aspectos que afectan tanto a la combustión del carbón en una máquina de vapor, al desarrollo extraordinario de la electrónica o al crecimiento demográfico desde la primera revolución industrial, por citar solo algunos ejemplos de los muchos que pueden invocarse. Dos indicadores son inquietantes y esclarecedores, según el físico Lawrence Krauss (El cambio climático, Pasado&Presente, Barcelona, 2022).
Primero: la abundancia de carbono en la atmósfera antes de la industrialización era de 600 mil millones de toneladas, a las que se han añadido, a fecha actual, 500 mil millones de toneladas más ya en la era antropocénica. De persistir el ritmo de emisiones hasta 2100, se sumarían un total de 2,2 billones de toneladas adicionales a la atmósfera. Y segundo, esto infiere el aumento del nivel del mar a largo plazo de unos 25 cm, que incluye la fusión de las capas de hielo. Si las emisiones de CO2 prosiguen al ritmo actual, el aumento que podemos esperar es, según Krauss, de un metro, aproximadamente.
Susan Solomon, química atmosférica del MIT, una autoridad mundial en las consecuencias del cambio climático, ha trabajado con datos climáticos que se remontan a 1800, con previsiones hacia el 3000. La conclusión más importante es que el rápido aumento de temperatura que se ha producido con la imparable emisión de CO2 en los últimos cincuenta años se detiene cuando cesan las emisiones. Pero, en cambio, la temperatura no disminuye durante los siguientes mil años, a pesar de que las concentraciones de CO2 van disminuyendo. Dos factores deben destacarse. El primero es que los océanos tardan en mezclar y equilibrar el calor adicional que se ha ido acumulando en el planeta por el efecto invernadero. Por tanto, los océanos se seguirán calentando tras el cese del calor adicional, mientras que los continentes almacenan menos calor y se enfrían más rápidamente. El segundo elemento a subrayar, para Solomon, es la urgencia en seguir trabajando para enfriar el planeta: sus conclusiones, lejos de ser un argumento disuasorio para luchar contra el cambio climático, es un acicate para combatirlo, desde la confianza en la aportación de la tecnología y, al mismo tiempo, del comportamiento de consumidores y productores (Susan Solomon, “ Risks to the stratospheric ozone shield in the Anthropocene”, Ambio, 50, 1, 2021).
Combatir la deliberada ignorancia con datos
Existe una bibliografía apabullante sobre el tema del cambio climático y el Antropoceno (véase el reciente libro de Dipesh Chakrabarty, El clima de la Historia en una época planetaria, Alianza Editorial, Madrid, 2022, con amplísimo contenido bibliográfico). Es decir: no puede argumentarse ignorancia alguna ante los avances científicos sobre el tema. Porque los trabajos disponibles no solo tienen un radio de acción estrictamente científico o académico: existen ya múltiples productos editoriales que comunican las encrucijadas que se abren con el cambio climático, cuyas consecuencias ya no son simples enunciados teóricos, sino que tienen claramente traslaciones prácticas, visuales, explícitas: la explosión de incendios desaforados, lluvias torrenciales, incrementos en las temperaturas, representan claros exponentes de un grave problema, generado por la actividad económica humana, que no debería ser ignorado y mucho menos rechazado por los representantes políticos.
De hecho, el Antropoceno, que obedece a una visión más “física” del problema ambiental, ha permitido otras derivadas y conceptos, como el de Capitaloceno, formulado por vez primera en 2009 por el ecólogo Andreas Malm (Andreas Malm, Capital fósil, Capitán Swing, Madrid, 2020), que se ha expandido a partir de los trabajos del historiador y geógrafo Jason Moore (entre otros: Jason Moore, El capitalismo en la trama de la vida, Traficantes de Sueños, Madrid, 2021). Aquí, se amplían las coordenadas, a pesar de que esto ha generado debates de profundidad. En síntesis: entender el capitalismo como una manera de organizar la naturaleza, una digamos “ecología-mundo”, que vertebra la acumulación de capital, la búsqueda del poder y la producción de la naturaleza en sucesivas evoluciones históricas. Infiere cambios biosféricos entendidos como transformaciones antropogénicas. Una nueva era ecozoica: un término bautizado por el historiador Thomas Berry en 1992, caracterizado por la noción consciente del problema ecológico por parte de la humanidad, que se opone a la era tecnozoica o etapa de máxima explotación de los recursos del planeta. Del desinterés a la preocupación. A la inquietud.
El concepto y la idea del Antropoceno se va a quedar entre nosotros, porque tiene la potencialidad científica para exponer, holísticamente, las grandes transformaciones que se han producido desde el ensamblaje, en 1712, de la mítica máquina de Newcomen. Y, en efecto, las capacidades explicativas radican en una metodología transversal de la ciencia, en sus vectores distintos: ciencias sociales, ciencias experimentales, perspectivas históricas, un nudo del que emanan nudos conductores hacia diferentes disciplinas, como la física, la química, la economía, la biología, etc.
Los economistas debemos tener las antenas bien dispuestas para leer, estudiar y sistematizar aportaciones de otros colegas –procedentes de las ciencias experimentales; pero no solo de ellas–. Porque la sinergia entre todos es lo que está permitiendo avanzar en el conocimiento de las características de esta nueva era antropocénica. Esto debería estar mucho más presente en las enseñanzas de la Economía en nuestras Facultades. Y debería estar en el frontispicio de los programas de los políticos.
Fuente: https://economistasfrentealacrisis.com/antropoceno-economico/