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La “democracia” israelí es un bulto de anzuelos

La sociedad entre costuras (2 de 4)

Fuentes: Rebelión

“Netanyahu quiere que pongamos las llaves del régimen en las manos de un grupo de ministros locos, que algunos de ellos son delincuentes condenados y aún no han realizado servicio militar”. El general israelí Yariv Levin.

Pisotean foto del premier israelí, Benjamín Netanyahu (centro), y sus ministros, Itmar Ben-Gvir (izq.) y Bezalel Smotrich en una protesta contra el genocidio en Gaza. (HispanTV)

La sociedad israelí es un piélago de sectores étnicos, religiosos y políticos. Unos dos millones de habitantes de Israel, la cuarta parte (25%) de la población, no son judíos. Hay varias minorías de “ciudadanos” en Israel que son árabes, de etnias diferentes, que hablan árabe y que algunos tienen “derechos” formales y son tratados como ciudadanos de segunda o menor categoría en la “democracia” judía.

La característica y representación de las etnias en la sociedad israelí están así conformadas:

Los árabes musulmanes son una comunidad árabe-israelí con 1,8 millones en total (20% de la población de Israel) de unos 9.5 millones de personas. Son los habitantes originarios de Palestina que vivían en los sitios y ciudades tomadas por Israel a través de los 75 años de colonización. Sunitas en su mayoría, viven más de la mitad de ellos en el norte del país. Tienen partidos políticos que luchan por sobrevivir a las persecuciones del sionismo, con escasa representación parlamentaria y eternamente vigilados. Se destacan intelectualmente por ser grandes médicos y escritores entre otras profesiones. Los árabes han estado exentos del servicio militar obligatorio en las FDI por su afinidad familiar, religiosa y cultural con el mundo árabe y por la preocupación ante una posible doble lealtad. Así es la democracia judía.

Los árabes beduinos, también musulmanes, se estiman en 300.000, pertenecen a unas treinta tribus dispersas en el desierto de Neguev, en el sur del país. Son pastores nómades de cabras y camellos en su mayoría y el gobierno intenta sedentarizarlos e incorporar a los hombres al servicio militar, para luego convertirlos en fuerza laboral urbana. No tienen derecho a sus tierras pues un nómade nunca ha tenidos títulos ni escrituras, solo unos pocos; por lo cual son frecuentemente expulsados por los colonizadores.

Los árabes cristianos pertenecen principalmente a las iglesias católica griega, a la ortodoxa y/o a la católica romana. Son alrededor de 125.000, y viven en su mayoría en Nazaret, Shefaram y Haifa. 

Los drusos viven en el Líbano y la Palestina histórica, son 120.000 personas de habla árabe, que viven al norte de Israel, constituyen una comunidad cultural, social y religiosa separada de la mayoría judía.

Los circasianos, que suman unas 5.000 personas, se concentran en dos aldeas de Galilea, son musulmanes sunitas, aunque no comparten ni el origen árabe ni el trasfondo cultural de la comunidad islámica de Israel. 

Los principales grupos dentro del pueblo judío moderno son tres: los asquenazíes, cuya lengua típica es el yidish y son provenientes de Europa; los sefardíes, cuya lengua típica es el ladino. Desde el siglo VIII los musulmanes, cristianos y judíos coexistieron y disfrutaron de la “Época de Oro” de armonía y convivencia en Al Ándalus, que duró ocho siglos y forjaron los mas notables y originales momentos de la historia española. Los moros (árabes) y judíos fueron expulsados de España por los reyes católicos desde 1492.

Y, en menor medida, los mizrajíes o judíos orientales cuya lengua es el árabe y son primordialmente originarios de Irak, Irán y Yemen, pero también proceden desde Rabat y Calcuta. Aunque los judíos mizrajíes enfrentan una severa discriminación en Israel, debido a que son despreciados como provincianos, hoy siguen luchando por una posible inserción en la tensa sociedad israelí.

Las principales facciones religiosas son: el judaísmo rabínico, el ortodoxo, el ultraortodoxo, el conservador, el reformista, el reconstruccionista, el Noajismo y el caraíta.

Entre todos se destacan los ultraortodoxos judíos, también conocidos como haredíes, que se dedican casi por completo al estudio de la torá (los hombres) y la crianza de los hijos y el trabajo artesanal (las mujeres). Son el 13% de la población del país, algo más de 1.3 millones de personas, y crecen un 4% al año, con una tasa de fertilidad cercana a siete hijos por mujer. 

Hoy en Israel, uno de cada cinco niños menores de 14 años es haredí. Desde el estado consideran un problema que esos niños estudien mucho la torá, y lo demás poco. En las escuelas haredíes solo ven nociones elementales de matemáticas, geografía o ciencias, y tres de cada cuatro niños, ni siquiera aprenden inglés.

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Los haredíes ultraortodoxos en la calle

Los ultraortodoxos haredíes suelen vivir en guetos, con su traje negro y su sombrero alto de piel. Fueron antisionistas pero ahora, su visión del conflicto palestino consideran que «la paz es imposible», por lo cual no se diferencian de la ultraderecha sionista.

Los haredíes no lo prestan y se oponen al servicio militar. Son familias numerosas que utilizan los recursos del Estado y los ingresos de las esposas, que sí trabajan, para sobrevivir. Es una población empobrecida, su sistema de enseñanza no ofrece a la infancia posibilidad de pertenecer a la sociedad y mejorar la calidad de vida. Rechazan la modernidad y quieren mantener la religión judía como único motivo de vida. Son un “dolor de cabeza” para el estado y los demás judíos por su alto crecimiento demográfico, pues podrían ser la mayoría del país en dos décadas.

Otras costuras. Más retazos del traje israelí

Cuando el sionismo ofreció una patria a los judíos, se vio precisado a contar con el hecho religioso como factor aglutinante de la identidad nacional. De ahí que la sociedad israelí esté surcada por las tensiones entre laicismo y religión, lo que representa otra amenaza más para la cohesión interna del país.

Según la ley vigente, es judío todo nacido de madre judía o converso al judaísmo mediante un rito realizado ante la autoridad religiosa, los rabinos. Por tanto, la base del derecho a la ciudadanía implica una referencia, directa o indirecta, a la religión. Esto es conflictivo, ya que dos tercios de los judíos actuales se declaran no practicantes o ni siquiera creyentes, y los religiosos están divididos en tres grandes ramas: la ortodoxa, la conservadora y la reformada.  

No hay matrimonio civil en Israel. Si los dirigentes eligen la religión en lugar de la democracia, se clausuraría el lugar para los liberales en Israel. ¿Cuán democrática es una sociedad cuando la prioridad para muchos judíos y laicos es mantener a los rabinos lejos de las escuelas, los negocios y su vida amorosa o personal?

Pero ¿cómo se consideraban a sí mismos los propios israelíes en 2021? En una encuesta, que cita Uvy Avnery, el 34% se definió “judío”; el 35%, “israelí”, y el 30%, “judío e israelí”. Para Avnery, “lo más importante que une a los israelíes con los judíos de todo el mundo es la memoria del Holocausto y de las anteriores persecuciones”. Aunque el Holocausto es una invención publicitaria con escasos 40 años, se ha convertido en el eje del relato oficial sionista.

La religión, dice el analista, ya no es una seña común de identidad. 

En 2021 los problemas que impactaban y producían decisiones en los judíos era buscar “Mejores oportunidades económicas en el extranjero, el conflicto árabe-israelí y la creciente influencia de la clase dirigente religiosa sobre el Estado son factores que empujan a la emigración de Israel. Si fracasan las negociaciones entre la oposición y el Gobierno, la reforma judicial animará sin duda a los jóvenes israelíes laicos a abandonar el país a medio plazo”.

El traje israelí tiene muchas camisas partidarias, bastante incoherentes políticamente

Esta colcha de retazos es incompleta si no se muestran las diferentes facciones o “partidos” políticos que tienen los judíos en Israel, pero como es imposible sintetizarlo en este artículo, tan solo señalar algunas pinceladas, como que desde su creación y hasta tiempo reciente, la política israelí ha estado dominada por dos grandes opciones políticas: la izquierda, identificada con el Partido Laborista (HaAvodah, en hebreo, fundado en 1930) ahora en baja y la derecha, representada por el Likud desde los años 70. 

En 2021, Yair Lapid del partido opositor Yesh Atid llegó a un acuerdo con ocho partidos para formar gobierno contra el Likud y sin Netanyahu, dando fin a 12 años en el poder de Bibi. Un breve escaneo de esos partidos y las inestables coaliciones de gobierno en Israel:

Yesh Atid (Hay futuro). La formación de Lapid es considerada centrista y durante un tiempo cooperó con el partido de Benny Gantz. Tiene 17 escaños en la Knéset. De centro, laico y con tintes progresistas o regresivos según la situación. Apoya la solución de dos estados, pero manteniendo los grandes asentamientos de colonos en la Cisjordania (!).

Yamina (Hacia la Derecha). Siete escaños, el partido religioso y ultranacionalista de Neftalí Bennet, representa a los colonos judíos en Cisjordania. Se opone a la existencia de un estado palestino

Kahol Lavan (Azul y Blanco). Ocho escaños. El nombre de la formación de Benny Gantz hace referencia a los colores de la bandera de Israel. Gantz ha sido el principal adversario y a la vez, socio de Netanyahu en los últimos años.

Israel Beitenu (Israel Nuestro Hogar). Siete escaños. Dirigido por el exministro de Defensa de Netanyahu, Avigdor Lieberman, Es considerado un halcón de la política israelí. Es un partido derechista nacionalista que aglutina votos de los judíos rusos emigrados a Israel, tras la caída de la URSS y posteriormente. Defiende la solución de dos estados, pero con el intercambio de territorios y población para que las colonias de Cisjordania se incorporen a Israel (?).

Tikvah Hadasha (Nueva Esperanza). Seis escaños. Partido derechista encabezado por el exministro de Educación Gideon Saar, es una escisión del Likud. Saar se opone a la solución de dos estados, propone la anexión de Cisjordania y que los palestinos se integren en el exterior, en Jordania. Se oponen a la solución de dos estados.

HaAvodah (Partido Laborista). Siete escaños. Es un partido histórico de Israel y fue dominante hasta los años 70, con el tiempo se ha visto reducido a una formación menor. Socialdemócrata en lo económico, defiende la fórmula «seguridad y paz» con los palestinos y la solución de dos estados. Su líder actual es Merav Michaeli, la única mujer que firma el pacto de gobierno.

Meretz («Fuerza» o «Energía»). Seis escaños. Laica, izquierdista y pacifista, esta formación ha sido la más inclinada a negociar con los palestinos, paralizar los asentamientos en Cisjordania y reconocer un estado junto a Israel. Ha colaborado en varias ocasiones con los laboristas y en 1992 formó parte del gobierno de Isaac Rabin que firmó los Acuerdos de Oslo con los palestinos. Su candidato ha sido Nitzam Horowitz.

Raam (Lista Árabe Unida). Cuatro escaños. La gran novedad del ejecutivo es la entrada de un partido árabe, en este caso islamista. Su líder, Mansur Abbas, ha negociado hasta el final y en unas circunstancias muy difíciles, condicionadas por los bombardeos sobre Gaza (2021) y las inusuales protestas y enfrentamientos en las ciudades mixtas con fuerte presencia árabe. Su paso por el gobierno fue efímero.

Neftalí Bennet fue primer ministro de Israel desde julio de 2022 hasta el 29 de diciembre de 2022 pero cayó después de que le abandonaran tres de los siete diputados de su partido (Yamina) y dos parlamentarios árabes rompieran la disciplina de voto por la violencia en Cisjordania. Trataron de que Netanyahu no retornara al poder, pero la negociación de nuevas coaliciones del Bibi lo regresaron como Primer.

Los nuevos aliados que buscó Netanyahu para recuperar el poder en 2022 son ultraderechistas y ultrarreligiosos. Personajes como Bezalel Smotrich estuvo detenido por sospechas de planificar actos terroristas y es hoy ministro de Finanzas; mientras Itamar Ben-Gvir, del extremista partido Poder Judío, condenado por vínculos con Kahane Hai, un movimiento considerado terrorista por la ley israelí, es el ministro de Seguridad Nacional.

El flamante ministro de Seguridad Nacional, Ben Gvir y el de Finanzas, Bezalel Smotrich, líderes de la extrema derecha israelí (Abir Sultan/Pool/AFP)

Este es a cortos rasgos una radiografía a la “democracia israelí” que tanto aplauden los imperialistas y colonialistas occidentales. Es la costura de retazos, rota y frágil de una sociedad israelí que fue vapuleada por su pequeño enemigo, al que han usurpado su territorio y su vida por décadas. El disfrute del plan colonizador está en entredicho. Han perdido la verdad, han perdido la seguridad, han perdido el reconocimiento mundial y no saben con qué política enfrentar semejante crisis, que no sea masacrar palestinos. Y ningún rehén liberado por la máquina de muerte sionista.

El ministro israelí de Patrimonio, Amichai Eliyahu, sugirió lanzar una bomba atómica sobre Gaza 

La democracia tal como la pregonan los paradigmas occidentales no tiene ningún punto en común con el relajo de lo que es en Israel. No hay separación de poderes y ahora tratan de imponer el parlamento contra el Tribunal Superior. No es laica, es una teocracia con un gran poder rabínico atemorizante. Hay discriminación oficial y programada contra muchos sectores de la sociedad, principalmente los árabes. La libertad de prensa es otro mito pues la prohibición de muchos temas a tratar es simple censura. Tiene una política exterior que ignora abiertamente la existencia y los derechos del pueblo palestino y desarrolla una guerra contra ellos. El único punto en común es que hay elecciones con sufragio como en India o EEUU, que hablan mas mal de esas sociedades que la tan anhelada democracia.

Por todo esto Israel no va. Es un país artificial, creado sobre supuestos. Todo es ideología, propaganda, quejumbre y religión. El origen mismo de los colonos europeos indicaba que no tenían nada humano en común, solo la repetición alienante de ser el pueblo elegido por un dios, de alcanzar una tierra prometida y de seguir los preceptos de la Torá, un viejo libro con añejos intérpretes. Ideas mesiánicas y supremacistas blancas.

Y ¿Qué los une entonces? La pólvora para conquistar la tierra de otros, pues son colonialistas europeos; la religión y el nacionalismo para darle cuerpo a la bandera sionista y el resto es la colcha de retazos descrita que se mantiene “unida” por las babas del capital financiero mundial que representan, pero que no garantiza que sean los amos por siempre.

Carlos García Tobón, analista internacional con énfasis en China y Asia Central. Estudia la vieja y Nueva Ruta de la Seda, y el conflicto palestino-israelí.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.