Tras 19 meses de recibir versiones engañosas de sus gobiernos sobre Gaza, el público occidental ahora recibe un relato diferente, pero igualmente engañoso.
Con la línea de meta a la vista para el programa israelí de limpieza étnica genocida, el guion de Occidente sobre Gaza se está reescribiendo a toda prisa. Pero no se equivoquen: se trata de la misma red de mentiras interesadas. Como bajo la dirección de un director de orquesta oculto, Gran Bretaña, Francia y Canadá —aliados clave de EE. UU.— estallaron esta semana en un coro de condenas a Israel.
Calificaron de “desproporcionados” los planes de Israel de arrasar los últimos fragmentos de Gaza que aún quedan en pie, mientras que la intensificación por parte de Israel de la hambruna que ha azotado durante meses a más de dos millones de civiles palestinos resultaba “intolerable”.
El cambio de tono estuvo precedido, como señalé en estas páginas la semana pasada, por un lenguaje nuevo y más duro contra Israel por parte de la prensa occidental.
El relato de los medios de comunicación tradicionales tuvo que cambiar primero, para que la repentina manifestación de preocupación moral y política por el sufrimiento de Gaza por parte del primer ministro británico Keir Starmer, el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro canadiense Mark Carney —tras más de un año y medio de indiferencia— no pareciera demasiado abrupta ni extraña.
Actúan como si se hubiera superado el genocidio israelí. Pero los genocidios no tienen límites. Simplemente avanzan implacablemente hasta que se les detiene. Los medios de comunicación y los políticos gestionan con cuidado cualquier disonancia cognitiva para sus públicos.
Pero la realidad más profunda es que las capitales occidentales siguen coordinando con Israel y Estados Unidos sus “críticas” al genocidio israelí en Gaza, tal como antes coordinaron su apoyo.
Así lo reconoció un alto funcionario israelí al periódico israelí Haaretz. Refiriéndose al repentino cambio de tono, declaró: “Las últimas 24 horas formaron parte de una emboscada planificada de la que sabíamos. Se trató de una secuencia coordinada de acciones previas a la reunión de la UE en Bruselas, y gracias a los esfuerzos conjuntos de nuestros embajadores y el ministro de Asuntos Exteriores, logramos moderar el resultado”.
Los lamentos son solo otra maniobra teatral, poco diferente de la anterior mezcla de silencio y palabrería sobre el “derecho a defenderse” de Israel. Y tienen el mismo propósito: ganar tiempo para que Israel “termine el trabajo”, es decir, para completar su genocidio y limpieza étnica de Gaza.
Occidente sigue promoviendo “debates” falsos, enteramente inventados por Israel, sobre si Hamás está robando ayuda, qué constituye ayuda suficiente y cómo debería entregarse.
Todo esto pretende ser ruido para distraernos del único asunto relevante: que Israel está cometiendo genocidio al masacrar y matar de hambre a la población de Gaza, mientras que Occidente ha contribuido e instigado ese genocidio.
Ejercicio de relaciones públicas
Con las reservas de alimentos completamente agotadas por el bloqueo israelí, el jefe humanitario de la ONU, Tom Fletcher, declaró a la BBC el martes que unos 14.000 bebés podrían morir en Gaza en 48 horas sin que les llegue ayuda inmediata.
El pronóstico a largo plazo es aún más desalentador. El lunes el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, decidió permitir la entrada de una pequeña cantidad de ayuda, y liberó cinco camiones, algunos con fórmula infantil, de los miles de vehículos que Israel ha retenido en los puntos de entrada durante casi tres meses. Esto representa menos del 1% del número de camiones que, según los expertos, deben ingresar diariamente solo para contener la letal hambruna.
El martes, a medida que crecía el clamor, el número de camiones de ayuda autorizados para entrar en Gaza ascendió, según se informa, a casi 100, o menos de una quinta parte del mínimo indispensable. Al momento de escribir este artículo, se informó que ninguna de las ayudas había llegado a la población del enclave.
Netanyahu dejó claro al público israelí —la mayoría del cual parece entusiasmado con que continúe la hambruna artificial— que no lo hacía por ningún impulso humanitario.
Se trataba puramente de un ejercicio de relaciones públicas para mantener a raya a las capitales occidentales, afirmó. El objetivo era aliviar las exigencias de sus propios públicos a estos líderes para que penalizaran a Israel y detuvieran la continua masacre de la población de Gaza.
O como lo expresó Netanyahu: “Nuestros mejores amigos en todo el mundo, los senadores más proisraelíes [en EE. UU.]… nos dicen que están proporcionando toda la ayuda, las armas, el apoyo y la protección en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero que no pueden soportar imágenes de hambruna masiva”.
El ministro de finanzas israelí, Bezalel Smotrich, fue aún más claro: “En nuestro camino hacia la destrucción de Hamás estamos destruyendo todo lo que queda de la Franja de Gaza”. También habló de “limpiar” el enclave.
“De vuelta a la Edad de Piedra”
El público occidental ha estado observando esta destrucción durante los últimos 19 meses, o al menos han visto imágenes parciales, cuando los medios de comunicación occidentales se han molestado en informar sobre la masacre.
Israel ha erradicado sistemáticamente todo lo necesario para la supervivencia del pueblo de Gaza: sus hogares, hospitales, escuelas, universidades, panaderías, sistemas de agua y comedores comunitarios.
Israel finalmente ha implementado lo que llevaba 20 años amenazando con hacer al pueblo palestino si se negaba a ser sometido a una limpieza étnica en su patria. Los ha devuelto a la Edad de Piedra.
Una encuesta entre los principales expertos mundiales en genocidio, publicada la semana pasada por el periódico holandés NRC, revelaba que todos coincidían de forma concluyente en que Israel está cometiendo genocidio en Gaza. La mayoría cree que el genocidio ha llegado a su fase final.
Esta semana, Yair Golan, líder del principal partido centrista de Israel y exvicejefe del ejército israelí, expresó los mismos sentimientos de forma más gráfica. Acusó al gobierno de “matar bebés como pasatiempo”. Como era de esperar, Netanyahu acusó a Golan de “antisemitismo”.
La declaración conjunta de Starmer, Macron y Carney fue mucho más moderada, por supuesto, y fue recibida por Netanyahu con una respuesta relativamente discreta: que los tres líderes estaban dando a Hamás un “premio enorme”.
Su declaración señalaba: “El nivel de sufrimiento humano en Gaza es intolerable”. Es de presumir pues que, hasta ahora, han considerado “tolerable” el infierno que llevan padeciendo los palestinos de Gaza desde hace año y medio.
David Lammy, ministro de Asuntos Exteriores británico, quien en medio del genocidio se alegró de ser fotografiado estrechando la mano de Netanyahu, opinó en el parlamento esta semana que Gaza se enfrentaba a una “nueva fase oscura”.
Es una interpretación conveniente para él. En realidad, hace muchísimo tiempo que es medianoche en Gaza.
Una fuente diplomática europea de alto nivel involucrada en las conversaciones entre los tres líderes declaró a la BBC que su nuevo tono reflejaba una “sensación real de creciente ira política ante la situación humanitaria, de que se está cruzando una línea y de que este gobierno israelí parece actuar con impunidad”.
Esto debería servir como recordatorio de que hasta ahora las capitales occidentales no tenían ningún problema con todas las demás líneas cruzadas por Israel, incluyendo la destrucción de la mayoría de las casas de Gaza, la erradicación de los hospitales y otras infraestructuras humanitarias esenciales de Gaza, el hacinamiento de civiles palestinos en zonas “seguras” para luego bombardearlos allí, la matanza y mutilación de decenas de miles de niños y la hambruna activa de una población de más de dos millones de seres.
Nos toman por tontos
Los tres líderes occidentales amenazan ahora con tomar “más medidas concretas” contra Israel, incluido lo que denominan “sanciones selectivas”.
Si esto suena positivo, piénsenlo de nuevo. La Unión Europea y el Reino Unido llevan décadas debatiendo si etiquetar los productos importados de los asentamientos ilegales de Israel en la Cisjordania ocupada y cómo hacerlo. La existencia de estos asentamientos en constante expansión, construidos sobre territorio palestino robado y que bloquean la creación de un Estado palestino, es un crimen de guerra; ningún país debería ayudarlos.
En 2019 el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que debe quedar claro para los consumidores europeos qué productos provienen de Israel y cuáles de los asentamientos.
Durante todo este tiempo los funcionarios europeos nunca consideraron prohibir los productos procedentes de los asentamientos, y mucho menos imponer “sanciones selectivas” a Israel, a pesar de que la ilegalidad de estos es inequívoca. De hecho, los funcionarios han difamado fácilmente a quienes piden boicots y sanciones contra Israel llamándolos “odiadores de judíos” y “antisemitas”. Lo cierto es que los líderes occidentales y los medios de comunicación del establishment nos están tomando el pelo una vez más, como lo han hecho durante los últimos 19 meses.
“Más medidas concretas” sugiere que ya se han impuesto medidas concretas contra Israel. Se trata del mismo Israel que recientemente quedó segundo en el Festival de la Canción de Eurovisión. Los manifestantes que piden la exclusión de Israel del concurso, como ha ocurrido con Rusia por invadir Ucrania, son difamados y denunciados.
Si los líderes occidentales ni siquiera pueden imponer una sanción simbólica significativa a Israel, ¿por qué deberíamos creer que son capaces de tomar medidas sustanciales contra él?
No existe voluntad de actuar
El martes quedó más claro a qué se refería el Reino Unido con “medidas concretas”. La embajadora israelí fue citada para lo que, según nos dijeron, era una reprimenda. Debe estar temblando aún.
Y Gran Bretaña suspendió, es decir, retrasó, las negociaciones sobre un nuevo acuerdo de libre comercio, una propuesta de expansión de los ya extensos lazos comerciales de Gran Bretaña con Israel. Sin duda, esas conversaciones pueden esperar unos meses. Mientras tanto, 17 de los 27 miembros de la Unión Europea votaron a favor de revisar la base legal del Acuerdo de Asociación UE-Israel, que otorga a Israel un estatus comercial especial, aunque es muy improbable que en realidad se necesite un consenso para revocarlo.
Tal revisión para comprobar si Israel muestra “respeto por los derechos humanos y los principios democráticos” es una simple pérdida de tiempo. Las investigaciones del año pasado demostraron que estaba cometiendo atrocidades generalizadas y crímenes de lesa humanidad.
En declaraciones al parlamento británico, Lammy declaró: “Las acciones del gobierno de Netanyahu lo han hecho necesario”.
Hay muchas “medidas concretas” bastante más serias que Gran Bretaña y otras capitales occidentales podrían adoptar, y podrían haberlas adoptado hace muchos meses.
Gran Bretaña y la UE dieron un indicio el martes al anunciar amplias sanciones adicionales contra Rusia, no por cometer un genocidio, sino por dudar sobre un alto el fuego con Ucrania.
En última instancia, Occidente pretende castigar a Moscú por negarse a devolver los territorios que ocupa en Ucrania, algo que las potencias occidentales nunca han exigido significativamente a Israel, a pesar de que este lleva décadas ocupando los territorios palestinos.
Las nuevas sanciones contra Rusia se dirigen a las entidades que apoyan sus esfuerzos militares y sus exportaciones de energía, además de las severas sanciones económicas ya existentes y un embargo petrolero. No se propone nada, ni remotamente comparable, para Israel.
El Reino Unido y Europa podrían haber dejado de proporcionar a Israel las armas necesarias para masacrar a los niños palestinos en Gaza. En septiembre Starmer prometió reducir la venta de armas a Israel en aproximadamente un 8%, pero su gobierno, en realidad, envió más armas para el genocidio israelí en los tres meses siguientes que las que enviaron los conservadores en todo el período comprendido entre 2020 y 2023.

Gran Bretaña también podría dejar de transportar armas de otros países y de realizar vuelos de vigilancia sobre Gaza en nombre de Israel. La información de seguimiento de vuelos mostró que una noche de esta semana el Reino Unido envió un avión de transporte militar, capaz de transportar armas y soldados, desde una base de la Real Fuerza Aérea en Chipre a Tel Aviv, y luego envió un avión espía sobre Gaza para recopilar información de inteligencia que ayude a Israel en su masacre.
Gran Bretaña podría, por supuesto, emprender la «acción concreta» de reconocer el Estado de Palestina, como ya lo han hecho Irlanda y España, y podría hacerlo sin previo aviso.
El Reino Unido podría imponer sanciones a ministros del gobierno israelí. Podría declarar su disposición a ejecutar el arresto de Netanyahu por crímenes de guerra, de acuerdo con la orden de arresto de la Corte Penal Internacional, si visita Gran Bretaña. Y podría negar a Israel el acceso a eventos deportivos, convirtiéndolo en un Estado paria, como se hizo con Rusia.
Y, por supuesto, el Reino Unido podría imponer amplias sanciones económicas a Israel, como se hizo con Rusia.
Podría también anunciar que cualquier británico que regrese del servicio militar en Gaza se arriesga a ser arrestado y procesado por crímenes de guerra.
Todas estas “acciones concretas”, y más, podrían implementarse fácilmente. Lo cierto es que no hay voluntad política para hacerlo. Simplemente existe el deseo de mejorar las relaciones públicas, de encubrir mejor la complicidad británica en un genocidio que ya no se puede ocultar.
Lobo al descubierto
El problema para Occidente es que Israel se ha despojado ya de la piel de cordero con la que las capitales occidentales lo han engalanado durante décadas.
Israel es, evidentemente, un lobo depredador. Su comportamiento brutal y colonial hacia el pueblo palestino está plenamente expuesto. No hay escondite.
Por eso, Netanyahu y los líderes occidentales están ahora enfrascados en un tango cada vez más difícil. El proyecto colonial, de apartheid y genocida de Israel —el clientelismo militarizado de Occidente en el Oriente Medio, rico en petróleo— necesita protección.
Hasta ahora, esto ha implicado que líderes occidentales como Starmer desviaran las críticas a los crímenes de Israel, así como la complicidad británica. Implicaba recitar sin parar y sin pensar el “derecho de Israel a defenderse” y la necesidad de “eliminar a Hamás”.
Pero el fin del genocidio israelí consiste en matar de hambre a dos millones de personas o expulsarlas de Gaza, sea lo que sea lo que ocurra primero. Ninguna de las dos cosas es compatible con los objetivos que los políticos occidentales nos han estado vendiendo.
Por lo tanto, el nuevo relato debe acentuar la responsabilidad personal de Netanyahu por la masacre, como si el genocidio no fuera el punto final lógico de todo lo que Israel le ha estado haciendo al pueblo palestino durante décadas.
La mayoría de los israelíes también están conformes con el genocidio. Las únicas voces disidentes significativas provienen de las familias de los rehenes israelíes, principalmente por el peligro que el ataque israelí representa para sus seres queridos.
El objetivo de Starmer, Macron y Carney es crear un nuevo relato en el que afirman haberse dado cuenta tardíamente de que Netanyahu ha “ido demasiado lejos” y que necesita ser controlado. Luego podrán aumentar gradualmente la presión contra el primer ministro israelí, presionar a Israel para que cambie de estrategia y, cuando se resista o lo rechace, presionar a Washington para que tome “medidas concretas”.
Este nuevo relato, a diferencia del viejo, ya desgastado, puede estar dando vueltas durante unas semanas o unos meses más, lo que podría ser suficiente para que la limpieza étnica genocida de Gaza llegue a su fin, o lo suficientemente cerca como para que resulte irrelevante.
Esa es la esperanza —sí, la esperanza— en las capitales occidentales.
Sangre en las manos
El nuevo relato ficticio de Starmer, Macron y Carney tiene varias ventajas. Se lavan las manos de Gaza. Es porque les engañaron. Resulta que fueron demasiado caritativos. Las vitales luchas internas contra el antisemitismo los distrajeron.
Todo ello pone directamente la culpa en un hombre: Netanyahu.
Sin él, el violento y altamente militarizado Estado de apartheid de Israel puede continuar como antes, como si el genocidio fuera un lamentable paso en falso en el impecable, por lo demás, historial de Israel.
Se pueden exagerar nuevas supuestas amenazas “terroristas” —por parte del Líbano, Siria, Yemen e Irán— para arrastrarnos de nuevo a los relatos optimistas sobre un valiente reducto occidental de civilización que nos defiende de los bárbaros del Este.
El nuevo relato ni siquiera exige que Netanyahu comparezca ante la justicia.
A medida que surgen noticias sobre la verdadera magnitud de las atrocidades y el número de muertos, un Netanyahu fingido de remordimiento puede apaciguar a Occidente con el renovado discurso sobre la solución de dos Estados, una solución cuya concreción se ha evitado durante décadas y puede seguir evitándose durante bastantes décadas más.
Nos veremos sometidos a más años de un “conflicto” entre Israel y Palestina que finalmente está a punto de dar un giro.
Incluso si un Netanyahu escarmentado se viera obligado a dimitir, cedería el testigo a otro de los monstruos genocidas y supremacistas judíos que acechan entre bastidores.
Tras la destrucción de Gaza, la destrucción de la vida palestina en la Cisjordania ocupada y Jerusalén Este simplemente tendrá que volver a un ritmo anterior, más lento, el que le ha permitido mantenerse fuera del radar del público occidental durante 58 años.
¿Realmente resultará así? Solo en la imaginación de las élites occidentales. En realidad, enterrar casi dos años de un genocidio demasiado visible para amplios sectores del público occidental será una tarea mucho más complicada.
Demasiadas personas en Europa y Estados Unidos han abierto los ojos en los últimos 19 meses. No pueden ignorar lo que se les ha transmitido en directo, ni ignorar lo que pone de manifiesto sobre sus propias clases políticas y mediáticas.
Starmer y compañía continuarán distanciándose enérgicamente del genocidio en Gaza, pero no habrá escapatoria. Digan o hagan lo que digan, el rastro de sangre conduce directamente hasta su puerta.
Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí. Ha ganado el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Vivió en Nazaret durante veinte años, de donde regresó en 2021 al Reino Unido. Sitio web y blog: www.jonathan-cook.net
Texto en inglés: Middle East Eye, traducido por Sinfo Fernández.